Algo más de JIHAD ESPERANZA: ......................... Apenas - TopicsExpress



          

Algo más de JIHAD ESPERANZA: ......................... Apenas el reloj anunció las ocho, cerré la puerta y salí trotando con mi pequeña de un año y cuatro meses en brazos, a rogarle socorro a mi tía. No iba a permitir peligrar la vida de mi bebé por la falta del dinero para llevarla a un chequeo pediátrico. Disgustada por tocarle el timbre temprano, miró por los resquicios del portón. Al ver que se trataba de mí, me abrió y se dio la vuelta con pasos largos de sus cortas piernas. – ¿Qué quieres? –me preguntó sin incomodarse en levantar sus ojos que admiraban su cuadro de pintura subido en el caballete, y movía la cabeza de un lado a otro con una espátula en mano, tratando de perfeccionar los últimos toques de las sombras que iba matizando en su obra de arte. El pincel entre sus dedos cortos y gruesos delineaba con sentimiento las líneas de su cuadro, al escoger los colores. En este momento, sentí que la pintura le era más primordial que la vida de mi hija que lleva un aire de su sangre. – La niña está enferma. Tiene vómito y diarrea –balbuceé. – Llama al pediatra. Sabes dónde encontrar su número de teléfono. Mi tía no le dio importancia a mi desesperación de madre. Como pude, le expliqué al pediatra las condiciones en las que se encontraba mi hija. Me recetó un medicamento que apunté en un trozo de papel, y me aconsejó llevarla a consulta si hasta las cuatro de la tarde no se viera una mejoría. Sentí recelo de pedirle a mi tía el favor de comprarle la medicina a su ahijada, pero la aflicción y la angustia de poder perder a mi niña me tenía subyugada. Mi tía se enfadó conmigo por estarle descabalando la inspiración. Me gritó: – Ve a buscar el frasco de la leche magnesia en el armario de mi hijo, y le das una cucharada a la niña. – Pero, este medicamento es un laxante y la puede deshidratar. La niña está con diarrea. – Busca el frasco y deja de molestarme, estoy ocupada. Apúrate. – El pediatra me citó este medicamento y me dijo que le llevara a la niña para que la examine –le dije eso y le puse el papel a un lado de la mesa por el miedo a enfurecerla. – No respondes ¿No entiendes lo que te estoy indicando? Dale de esta leche a la niña. Cosa que da asco. Con pasos frígidos y sintiéndome como una ratera, me metí al dormitorio a buscar el frasco de la leche magnesia. – No lo encuentro –dije en voz que apenas se escuchó. – Busca bien en la gaveta. Indignada de su trato conmigo y de esa indiferencia, di un movimiento brusco y torné pasos a la salida, diciendo sin asegurar que me haya escuchado porque mi voz estaba ahorcada: – A la mierda ¡Que se muera la niña! Experimenté que su mirada de fuego me quemó la espalda. Unas cuantas lágrimas dejaron sus huellas salinas en el piso de mármol. No supe dónde encontrar un desahogo. Mi madre y mis hermanos no hubieran permitido que yo soportara sola esta angustia. Sentí que las puertas del cielo se cerraron ante mis súplicas. ¿Por qué nuestro creador permite tanto sufrimiento? ¿En qué te hemos fallado, Dios mío?, gruñí buscando sus ojos entre las nubes para que me mirara de frente y me diera una explicación a ese tormento. Parece que este ser divino y sus santos no se conformaron con tirarnos lejos de nuestra tierra. Me metí a la casa, pensativa. Cerré la puerta sin hacer un ruido. ¿Qué culpa tiene la puerta para merecer un golpazo? Sola con mi hija, las paredes que estaban descascaradas fueron testigo del desierto en el cual se hundió mi alma, y se apiadaron de mis lamentos. Hasta el sol lo noté frío y tenebroso, aquella mañana. Me cuestioné por qué irradia para algunas gentes y para otras no. Jihad regresó a las diez de la venta diaria a los supermercados. Ese día, no lo acompañé como solía hacerlo a diario. Le comenté lo que sucedió y le rogué que le pidiera prestado el dinero a Asaad para comprarle la medicina a la niña, y después de cobrar se lo devolveríamos. – Te prometo comprarle la medicina. Ten paciencia. Me prometieron pagar la factura en la tarde. Jihad me pidió prepararle una olla de café. Di unos sorbos para acompañarlo, pero sin apetito. Lo dejé cuidando de Lessly y me apuré para hornear las bocas que llevaría a casa de tío Halim para la invitación de la noche. Entre rato y rato, dejaba todo tirado para estar a la par de mi hija que había empezado a deshidratarse. La niña rechazó mi seno. Las calenturas estaban cada vez más altas. Cada hora que pasaba, era menos la posibilidad de poder salvarle la vida. Me sentí con las manos atadas. No podíamos hacer nada más que esperar las cuatro, para darle el suero oral que la reviviera. Pero era ya demasiado tarde; mi hija no lo toleró. Cuando oscureció, Jihad vio que era necesaria su presencia en casa de tío Halim. Le rogué para que no me dejara sola en esta desazón, pero le dio vergüenza faltar a la cena de cortesía. Me prometió retornar luego. La situación de Lessly se complicó aún más y se volvió crónica. Su palidez y su agotamiento aumentaron el motivo de mi inquietud. Sin importarme que eran ya las nueve de la noche, arrojé la pena a un lado, me armé de valor de madre y toqué el timbre en la puerta del señor vecino mayor de edad, quien vivía acompañado de una muchacha mucho menor que él. Tenían un hijo en común y vivían peleando la mayoría del tiempo. Los policías no se interponían en esos pleitos, y se limitaban en pararse en la acera a escuchar cómo se tiraban los platos y los ruidos al quebrarse. Me quedé parada un rato antes de que la empleada me abriera. Le rogué el favor de prestarme el teléfono para una llamada de emergencia. Me solicitó que la esperara para preguntar por el permiso del dueño. Entrecerró la puerta. Sentí que el tiempo era una eternidad..........
Posted on: Tue, 03 Dec 2013 04:54:52 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015