HOMILÍA PARA EL DOMINGO XVIII DEL T.O. Fr. Marcos Q. ENTRE EL - TopicsExpress



          

HOMILÍA PARA EL DOMINGO XVIII DEL T.O. Fr. Marcos Q. ENTRE EL VALOR Y LA VANIDAD La riqueza humana no la proporcionan nunca las cosas que el hombre posee, sino la capacidad de éste para compartirlas: el ser humano es rico de las posesiones que ofrece y es miserablemente pobre de las que se reserva exclusivamente para sí, porque el egoísmo y la avaricia son siempre insaciables, y la persona que se deja carcomer por ambos termina suicidándose como sujeto humano, porque asesina lo más valioso que lleva en sí: la capacidad –al igual que el mismo Dios– de hacerse don para los demás. Por el contrario, el egoísta, en su afán de saciar su avaricia, siempre provoca irremediablemente dolor injusto en otros. La situación trágica de la humanidad se debe a que el ser humano ha desplazado a Dios en nombre de las cosas que el mismo Dios le ha ofrecido como don. En nombre del dinero -y de las cosas que con él se consiguen- el ser humano ha eliminado al Creador y en su lugar ha poblado al mundo de monstruos. Continuamos haciendo de nuestro proyecto de vida una carrera contra el tiempo por acumular riquezas. Seguimos sin entender lo que claramente nos dice hoy Qohélet: todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión. Y entonces ¿por qué nos cansamos desesperadamente para acumular bienes sobre los cuales fundamentar el sentido de nuestra vida? Al igual que el hombre del Evangelio de hoy, el ser humano actual ha reducido el significado de la felicidad y de la realización personal al hecho de adquirir, usar y acumular cosas, como si la temporalidad material fuera el fin último de la realidad humana. Necios, nos dice Jesús, por desbocarse en la vanidad de lo caduco han despreciado el valor de otras realidades que se colocan por encima de todo lo humano y material. Hacer que la vida dependa de lo que se tiene es destruir lo que se es. Por más riquezas que posea un sujeto éstas no le garantizan ni la vida ni la felicidad, todo lo contrario: pone a ambas en riesgo. Sabio San Francisco en este punto: “no posean tierras, hermanos, porque una vez teniéndolas necesitarán también de armas para defenderlas”. Porque siempre sucede igual: los bienes que Dios nos regala para que, al compartirlos, nos vinculemos como hermanos, terminan más bien siendo ocasión de guerras, discordias y divisiones. Es éste exactamente el caso que le presentan a Jesús en el relato de hoy: hacer de juez en una disputa familiar suscitada a consecuencia de una herencia peleada por dos hermanos. Esta pequeña escena refleja de manera simple el drama humano de todos los tiempos: por apropiarse de los bienes que no eran suyos se convierte el hombre en ladrón violento de los dones que le fueron prestados a otros. Lo que fue antes causa de vida lo convierte la codicia humana en instrumento de muerte. Y así acudimos a una irreparable paradoja: el hombre que acumula insaciablemente para asegurarse su vida (porque le teme a la muerte fatal) termina siendo eliminado por las mismas riquezas que acumuló para autoperpetuarse. Poderoso caballero es don dinero: nos seduce fatalmente con sus ofertas fáciles y baratas de una felicidad hueca y una esperanza falsa; nos enreda a todos con sus tentáculos y nos hunde en el torbellino de una compulsión consumista que es tan inexplicable como irracional. Poderoso caballero que (siendo como es trabajo acumulado) se disfraza de Dios y nos conduce hacia el apetitoso mercado en donde el hombre puede atiborrarse de cosas y experimentar la satánica sensación de “tengo que agrandar mis graneros, porque es tanto lo que he acumulado…” Pero al final de la jornada, colocadas sobre la mesa las bolsas llenas de cosas, empezamos a sentir muy dentro de nosotros algo parecido al hastío y al absurdo; y nos descubrimos nuevamente flotando entre la vanidad y el valor; construyendo majestuosos imperios que serán luego vorazmente comidos por la polilla…y la vida se nos fue ello. Jesús no es el “condena-todo” ni el “aguafiestas” que se opone siempre al disfrute de las cosas y de lo bello, pero sí es muy claro en su advertencia sobre el camino deshumanizador que está recorriendo una humanidad que no logra distinguir que dinero y dignidad no coinciden como tampoco coinciden el delirio consumista y la paz. Nos percata Jesús sobre la herida mortal que se está infligiendo a sí misma esta sociedad que, por su desesperada acumulación de riqueza, ha despojado a millones de grano y granero. El hombre codicioso del Evangelio puede ser reflejo de la humanidad actual: poseeré, acumularé, construiré / mi cosecha, mi trigo, mis graneros; y todo con vistas a: descansar, comer, beber y darse la buena vida. Ejemplo concreto del sujeto que, movido únicamente por sus egoístas caprichos, termina condenándose a sí mismo a la cárcel de la soledad, porque se volvió incapaz de construir relaciones personales. Él se bastaba a sí mismo con su razonamiento del poseer, acumular y disfrutar. Pero Dios interrumpió bruscamente ese monólogo infantil: “¡insensato, esta misma noche morirás!”. Por tanto, nos guste o no, otra vez Jesús tenía razón: lo más esencial de la vida, es decir, aquello que determina nuestra plena realización como sujetos creados, no se compra, no se vende, no se acumula, no se merece: es puro don y, como tal, se multiplica sólo si se comparte.
Posted on: Sat, 03 Aug 2013 01:29:25 +0000

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