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OLE OLE¡¡¡¡¡ a Julia Navarro por este articulo . Rompo una lanza por Argos, por Julia Navarro Ustedes ya me conocen. A través de estos encuentros mensuales, se han ido haciendo una idea de mis fobias y mis aficiones. Por eso no les sorprenderá que me haya unido a la campaña contra el abandono de los perros ni lo que les voy a contar. Hace unos días, cenaba con mi familia en casa de unos amigos, en un pueblo de la costa andaluza. El ambiente no podía ser mejor: una conversación entretenida, una cena estupenda, la noche envuelta en olor a jazmín y, a lo lejos, el rumor de las olas. No éramos los únicos invitados y todo iba sobre ruedas hasta que, no sé por qué, comenzamos a hablar sobre Argos, que aún no ha cumplido dos años. Expliqué que no tenía más remedio que madrugar para pasear con él por la playa porque hay gente a la que le molesta ver perros a la orilla del mar. Uno de los invitados respondió que era normal y esgrimió sus argumentos: “Pueden asustar a los niños, ladran y no son higiénicos. Le respondí con irritación: “Aceptó que un niño pueda asustarse al ver un perro suelto y quizá deberían acotar ciertos lugares en las playas. Pero sobre que molesten sus ladridos o que no sea higiénico, hay mucho que decir”. Ahí se organizó la marimorena. Mi interlocutor, que me había parecido encantador, me miró dispuesto al combate. Y lo libramos. Donde el veía a madres amantísimas bañándose con sus pequeños, yo le recordaba que muchas creen que sus hijos deponen chorros de oro y no se cortan a la hora de acercarse a la orilla para ponerles a hacer sus necesidades, porque “son pequeños”. Donde él veía a ciudadanos enzarzados en la tranquilidad de la lectura, yo le recordaba el exasperante juego de las palas, en el que a veces la pelota termina dando a un apacible bañista. Por no hablar de quienes creen que los demás tenemos que escuchar la música que les gusta a todo volumen, o de quienes hablan a gritos. Y donde mi interlocutor veía una playa limpia que podía ser ensuciada por los perros, yo describía a gente enterrando en la arena una lata del refresco o apagando un cigarrillo. Por no recordar cuando te metes en el agua y las olas traen envases de plástico o una zapatilla de goma. Argos no fuma, ni come bocadillos, ni juega a las palas, ni escucha música a todo volumen, y sus ladridos están llenos de alegría. Por supuesto, nunca se le ocurriría hacer sus necesidades en la playa. ¡Faltaría más! Al final, mi interlocutor cerró la discusión: “Un perro es un perro, y no se le puede poner al nivel de los humanos”. Yo, lanzada, le dije que prefiero a Argos a algunos humanos y le solté una lista de monstruos con apariencia humana que han pasado por la Historia. Argos es leal, generoso, alegre y nunca pide nada. Prefiero su compañía a la de mucha gente. Se pueden imaginar que les dimos la cena a los demás, que hicieron como que no pasaba nada. Pero ahora aprovecho mi cita mensual para reafirmarme en lo que para muchos puede sonar a tópico, aunque les aseguro que es verdad: el perro es el gran amigo del hombre, en su mirada hay más amor y generosidad que en la de muchos humanos. Y si no pónganse a pensar en esas personas que les han intentado, o conseguido, amargar la existencia; en quienes les han traicionado; en los que, diciéndose amigos, les han vuelto la espalda. Quienes tenemos perro sabemos que nunca recibiremos de ellos ninguna puñalada trapera. Las cosas como son.
Posted on: Mon, 02 Sep 2013 18:02:20 +0000

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