¿Qué tipo de país le vamos a dejar a nuestros hijos y nietos? - TopicsExpress



          

¿Qué tipo de país le vamos a dejar a nuestros hijos y nietos? No me he planteado qué tipo de país les vamos a dejar a nuestros hijos y nietos, porque es cierto que el que nuestros padres nos dejaron a nosotros no va a ser. Cuando me pongo y echo la vista hacia atrás, desde mis comienzos en el colegio, aquel colegio público en el que estudiábamos todos los niños del pueblo. Allí no se sabía quien era el hijo del basurero o el del alcalde o banquero, porque todos íbamos vestidos de la misma forma, llevábamos un “uniforme” que, nunca mejor dicho, uniformaba a todos por igual, sin que pudiera señalarse a nadie que fuera más que nadie. Comenzamos a perder el Colegio Público el día que fuimos muy modernos y quisimos ir cada uno con sus propias prendas, cada cual con las que sus padres les podían comprar. Algunos llevábamos ropa comprada en el mercadillo del pueblo que se montaba todos los jueves en la plaza, al lado del cuartel de la Guardia Civil y otros llevaban lo que sus padres habían comprado en las mejores tiendas de la Capital de mi provincia, porque no era distinguido comprar en las del pueblo por si acaso a alguien se le ocurría comprar alguna prenda mejor para su hijo que nunca pudiera llegar a la calidad de la de los suyos. Empezamos entonces a perder aquel colegio público en el que todos éramos iguales y comenzamos a montar colegios de pago, en los que, curiosamente, todos los niños iban con un uniforme, sin importarles el que fuese, pero cada colegio privado tenia su propio uniforme. Nosotros empezamos a perder la uniformidad de lo público y ellos, los ricos, los que tenían dinero se mantuvieron en la vieja costumbre y de esa manera, distinguían a sus hijos de la plebe que acudía a los colegios públicos. Con el tiempo, fuimos creciendo juntos tanto los de lo público como los de lo privado, lo de los pobres y lo de los ricos-ricos, y llegaba el momento de salir para estudiar otra cosa que ya no podíamos hacer en nuestro pueblo y teníamos que irnos a la ciudad, a buscar cada uno su Universidad donde iba a continuar sus estudios. Es cierto que todos teníamos las mismas posibilidades, porque los niños de los pobres, los de lo público, aquellos que reunían unas condiciones, que éramos casi todos, pedíamos aquello que decían los maestros que se llamaba “becas” para que todos los hijos de España pudiéramos tener las mismas oportunidades de estudiar. Incierto. No todos tuvieron las mismas oportunidades porque los hijos de algunos que eran algo más pobre o que eran más hijos en las casas, difícilmente podían pagar el estar viviendo lejos de casa, en la ciudad, solos aunque agrupados en pisos de alquiler cuatro o cinco chavales, pero sus padres hicieron ése esfuerzo enorme que significaba quitarse la buena comida de la boca para que a su hijo que estudiaba no le faltara de nada o cuando salían de sus trabajos, se iban a otro lugar a echar varias horas para ganar algo con lo que poder mantenerse. Fue de esta manera como muchos pudimos estudiar y no porque las inútiles becas pudieron mantenernos esos estudios. Y, los que pudimos hacerlo, estudiamos en universidades públicas, casi todos salvo los hijos de aquellos ricos que habían acudido al colegio de pago con sus uniformes tan bonitos y tan iguales… estos hijos de los ricos lo hicieron con las becas que sus padres se apropiaban yendo a hablar con quien tuvieran que hablar en la ciudad para que sus hijos tuvieran una beca y pudieran seguir distinguiéndose de los de la plebe del pueblo estudiando en aquellas universidades privadas que comenzaban a florecer por todo el país. Muchos dejaron los estudios el primer año, bien porque no habían aprobado ninguna asignatura o bien porque no les concedían la tan famosa beca. Volvieron al pueblo para trabajar en los trabajos que otros nunca harían si no que supervisarían, bien en las fincas de aquellos ricos como peones del campo, bien como peones en las obras que empezaban a florecer en el pueblo. Fuera como fuese, desde los primeros días les sangraron las manos acostumbradas a tocar delicados libros y papeles y apuntes y otros les dolían más la espalda que las llagas que les hacían las herramientas en las manos. Los que pudimos, continuamos estudiando donde pudimos y como pudimos, abrazado a lo público de las universidades estatales y a lo público de las posibles becas que se fueron perdiendo por años, conforme las notas medias iban bajando así como íbamos subiendo de curso. Sé que muchos de aquellos tiempos quisieron dejarlo, arrojar la toalla con el primer año que les quedaron asignaturas pendientes para el año siguiente, pero también me consta que muchos padres, orgullosos de sus hijos no les permitieron abandonar porque “ellos tenían que ser algo más que ellos”. No querían que sus hijos se volvieran al pueblo a doblar la espalda trabajando en el campo o en los albañiles, los dos trabajos que se llevaban el oscar en aquellos años de la vida de los pueblos, al igual que lo habían hecho ellos. Querían un mundo mejor para sus hijos, un trabajo como el de los señoritos, que sus hijos no tuvieran que envidiar nunca la suerte que habían tenido aquellos otros que se fueron a los colegios de pago en vez de seguir en el colegio público, deseaban que fueran siempre con la cabeza bien alta porque ellos, simples hijos de albañiles, de agricultores o de mineros ahogados por los muchos años en la mina, dobladas sus espaldas de tanto trabajar y de tanto hacer reverencias a los señoritos, habían podido estudiar una carrera y podían conseguir un trabajo en una oficina en alguna gran empresa donde ganaran mucho más dinero que en el trabajo de sus padres. Muchos cayeron por el camino, sé que hubo muchos de aquellos niños de aquel colegio público que buscaron un trabajo alternativo a los estudios y, cuando les fueron mal estos, se dedicaron de pleno al mismo y que muchos de ellos han tenido una vida acomodada, pero también sé que otros no pudieron permitirse continuar estudiando unos años más, mientras iban aprobando las asignaturas de un año y de otro, hasta poder terminar aquella carrera que tanto trabajo les dio. También sé que hubo algunos de aquellos niños que se marcharon un día al colegio privado y abandonaron a sus amigos en el colegio público, consiguieron estudiar las mismas carreras que los hijos de aquellos rudos hombres de la plebe del pueblo y que se volvían a igualar sus destinos, pero también sé muy bien que otros muchos estuvieron años y años estudiando esa carrera que nunca llegó, a pesar del colegio privado y de la universidad privada, a pesar del dinero de sus padres y ahora malviven con las rentas que sus padres les han podido dejar después de haber estado explotando durante años a los padres de aquellos otros, de aquellos niños que se quedaron en el colegio público. Ahora está de moda, de nuevo, que hasta en algunos colegios públicos se implante el uniforme aquel que nosotros llevamos durante los mejores años de nuestra vida, aquellos en los que no nos preocupaba nada más que jugar y estudiar, para que algún día no fuésemos lo mismo que nuestros padres, que no tuviésemos la espalda doblada por las jornadas de duro trabajo en el campo o en el andamio poniendo los ladrillos que un día dejaron de ponerse y llevaron la desesperación a muchos de esos padres que estaban cercanos a la jubilación y no les había dado tiempo de hacerlo. Aquellos niños de lo público crecimos y nos casamos y tuvimos hijos que fueron también a colegios públicos, a aquellos colegios que tan bien nos habían enseñado a nosotros en nuestra niñez. Han ido creciendo en el colegio público del pueblo o de alguna ciudad y les hemos repetido lo mismo que nos dijeron algún día nuestros padres a nosotros “ que el día de mañana no seas lo que yo, que seas más en la vida”, para que no tengan que pasar lo mismo que algunos de sus padres. Porque es cierto que el tiempo nos ha tratado a cada uno de aquellos niños de forma distinta, unos están ejerciendo su carrera, otros tienen sus propios negocios y otros tuvieron que ponerse a trabajar en el campo y en los albañiles. Ahora tienen las manos encallecidas, igual que sus padres las tuvieron, otros están doblados por la espalda del exceso de trabajo que han tenido que desarrollar como cuando sus padres se lo dijeron. La vida nos ha tratado a cada uno de una forma distinta, pero muchos coinciden en lo mismo, tanto los que se volvieron derrotados al pueblo como aquellos otros que terminaron su carrera, pero todos están en una situación muy parecida: en el paro. En esa lacra que se está llevando por delante la vida y la ilusión de muchos de aquellos que un día fuimos niños y estudiábamos en un colegio público cuando comenzaron a perderse los famosos uniformes que nos hacían a todos iguales. Veo a muchos de ellos de vez en cuando y pregunto por otros y todos me dicen lo mismo: “Esta maldita crisis se nos va a llevar a todos por delante y lo malo es que ya nos podemos despedir de trabajar, porque ¿quién va a querer a uno como nosotros? El día de mañana seremos más pobres aún que nuestros padres.” Y, cada vez que oigo alguna de estas frases me pregunto en mis adentros: ¿Qué tipo de país les vamos a dejar a nuestros hijos y nietos? El que nos dejaron nuestros padres no. ¿Por qué lo estamos permitiendo? 22-06-2.013
Posted on: Sat, 22 Jun 2013 17:43:42 +0000

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