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RELACIÓN ENTRE RÉGIMEN POLÍTICO, CONTROL SOCIAL Y CORPORACIONES ECONÓMICAS. EDWARD SNOWDEN O LOS ESCENARIOS DE LA NUEVA GUERRA Las revelaciones del ex contratista de la CIA colocaron en el centro del debate los nuevos mecanismos de los que se vale Estados Unidos para detentar el poder global y las técnicas de control social basadas en las tecnologías digitales. La cacería desatada por los Estados Unidos para atrapar a Edward Skowden parece, a primera vista, desproporcionada. Millones de personas en todo el mundo se preguntan cuál es el conjuro desatado por ese joven pálido y desgarbado para que se active la maquinaria político-diplomática-disuasiva (y no tanto) de la primera potencia mundial. Las revelaciones del ex contratista de la CIA y de la Agencia Nacional de Seguridad no sólo ponen en entredicho el tipo de democracia que existe en Estados Unidos sino que revela la íntima relación entre régimen político, control social y corporaciones económicas. Estados Unidos gasta 50 mil millones de dólares al año para mantener su aparato de inteligencia y vigilancia. El 70 % de esos recursos van a parar a contratistas privados, verdaderos beneficiarios económicos de la nueva etapa. La contratista Booz Allen Hamilton (BAH), para quien trabajaba Snowden, es una empresa con 25000 empleados y una facturación por 5.760 millones de dólares. Sus ingresos provienen, en un 99 %, de sus contratos con el gobierno de los Estados Unidos. Esta simbiosis con el Estado no termina allí, ya que el actual director nacional de inteligencia del gobierno de Brack Obama, James Clapper, fue un alto ejecutivo de BHA, mientras que el actual vicepresidente de la compañía, Mike McConnell, fue director de la Agencia de Seguridad Nacional y asesor del ex presidente George W. Bush. Una verdadera puerta giratoria donde funcionarios y ejecutivos intercambian roles con suma facilidad, evidenciando que en el nuevo escenario los gobiernos pasan y las corporaciones quedan. La toma de decisiones, en definitiva, se traslada cada vez más desde los ciudadanos a los accionistas de las grandes compañías. El ciber espionaje y la vigilancia masiva son además el nuevo horizonte para empresas como Lockheed Martin o General Dynamics, ubicadas en el top five de los proveedores de armas a nivel global. GUERRA CIVIL MUNDIAL Después del declive que supuso el fin de la guerra fría, la maquinaria bélica resurgió con las guerras preventivas y la caza de terroristas reales o ficticios. La invasión de Afganistán (octubre de 2001) e Irak (marzo de 2003) son dos “hitos” de ese proceso. Este resurgimiento coincide también con la ampliación del concepto de guerra, y la diversificación de la industria ligada a esta, que se profundizó a partir del ataque contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001. A partir de entonces, la "guerra contra el terrorismo" que lanzó el entonces presidente George W. Bush, y que contó con el apoyo entusiasta de sus aliados en Europa, globalizó el escenario bélico y puso a la población mundial en el campo de batalla. La invasión a Afganistán para dar con Ben Laden o a Irak para destruir armas químicas inexistentes no sólo no cumplieron el objetivo enunciado sino que sirvieron para colocar al mundo en estado de guerra permanente. Como sugiere el filósofo italiano Giorgio Agamben, hoy resulta casi imposible discernir entre guerra y paz. Pero también guerra externa y guerra civil mundial. El “enemigo” no sólo es estigmatizado con el prototipo del musulmán y del árabe (extendiéndose a latinos, africanos y todo aquel no encaje con el prototipo de hombre blanco de origen anglosajón) sino que adquiere la suficiente ambigüedad como para “infiltrarse” entre “nosotros”. El miedo, el prejuicio y la simplificación, operan para legitimar la excepción. Vivimos en un estado de excepción permanente que naturaliza las cárceles secretas, los tribunales militares, la tortura a sospechosos y las detenciones indefinidas sin acusación ni juicio. El centro de detención clandestino en que el gobierno norteamericano convirtió a la base militar de Guantánamo hoy no escandaliza a casi nadie. Sin embargo, la mayoría de los 150 detenidos llevan adelante una prolongada huelga de hambre reclamando algo tan elemental como una acusación formal y un juicio justo. El miedo y el fantasma de la inseguridad (de la violencia urbana a las omnipresentes y potenciales acciones terroristas) legitiman también la vigilancia continua e indeterminada y el cercenamiento de derechos elementales, como la libertad de expresión, la privacidad y el respeto a la diversidad político-cultural. El brote de "islamofobia" que desató en Londres el asesinato del soldado británico Lee Rigby y el apoyo social a las escuchas ilegales y otras formas de espionaje masivo en Estados Unidos dan una verdadera dimensión de la penetración de la política del miedo y el terror. Un estudio realizado por el The Washington Post concluyó que el 56 % de los encuestados considera “aceptable” ese tipo de prácticas. CACERÍA Es en este contexto, y sin disparar un sólo tiro, que Snowden, el soldado Bradley Manning (quien filtró a WikiLeaks más de 700.000 documentos con archivos de inteligencia militar y cables del departamento de Estado) y Julián Assange, se convirtieron en una verdadera amenaza "para la seguridad nacional" de los Estados Unidos. El ex contratista de la CIA (y no "el topo" como maliciosamente comenzó a llamarlo el gobierno norteamericano con la reproducción acrítica de buena parte de los medios de comunicación) reveló el corazón del mecanismo técnico-político sobre el que se asienta el régimen de dominación: el control permanente y perpetuo de cada individuo a través de escuchas telefónicas y de las múltiples posibilidades de comunicación que brinda a Internet (correos electrónicos, chats, redes sociales, etc) a través de programas como PRISMA. Control que supone vigilancia y sujeción permanente de los cuerpos gracias a la "colaboración" de las grandes corporaciones que dominan el negocio y que abrieron "una puerta trasera" en sus servidores (Microsoft, Apple, Google, Faceboock, etc). Snowden corrió el velo sobre aquello que por temor, comodidad o cinismo millones de personas se niegan a admitir. La sofisticación de las técnicas de control social, facilitada por una visión acrítica y celebratoria de las tecnologías digitales aplicadas a la información y a la comunicación, nos alejan cada día más de los valores que dan sentido a la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia. “No quiero vivir en una sociedad que haga ese tipo de cosas (espiar). No quiero vivir en un mundo donde todo lo que hago y digo es grabado”, dijo Edward Snowden cuando justificó sus revelaciones. En un diálogo, por ahora imposible, Julián Assange puso en contexto sus dichos. “Hay un nuevo estado de comunicación trasnacional que está propiciando una guerra de información global”, aseguró el fundador de Wikileaks al cerrar la Primera Cumbre de Periodismo Responsable que se desarrolló en Guayaquil. Snowden hizo sus declaraciones en Hong Kong, de donde debió huir para refugiarse en un aeropuerto de Moscú y evitar ser entregado a las autoridades norteamericanas. Assange hizo su intervención por videoconferencia desde la embajada ecuatoriana en Londres, de donde no puede salir, desde más de un año, sin ser capturado por la policía inglesa por difundir, entre otros documentos no menos escandalosos, 250 mil cables secretos de la diplomacia norteamericana (serie que revela, entre otras tantas cosas, conversaciones que algunos políticos argentinos preferirían olvidar, al menos en tiempos de campaña electoral). Para ambos la esperanza está América del Sur, región vituperada por los campeones de la “libertad de prensa” y las corporaciones de la comunicación. Y eso, en el actual estado de cosas, es mucho más que una posibilidad.
Posted on: Tue, 30 Jul 2013 21:36:15 +0000

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