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económicas del hegemón occidental ya se habían puesto de manifiesto en el abandono de la convertibilidad del dólar con el oro, en 1971, en virtud de los desmanejos económicos durante el gobierno de Lyndon Johnson. A esta época se referiría entonces el neologismo «estanflación», una letal combinación entre bajo, nulo o hasta negativo crecimiento de la actividad económica y una inflación sin precedentes para el Occidente de posguerra, a lo que se añadiría un desempleo en alza. Para completar una década nefasta para la economía occidental, en 1979 las turbulencias que tuvieron lugar en el Golfo Pérsico dispararon una nueva crisis del petróleo. La de 1970 sería, así, una década extremadamente desgastante para los occidentales. Pero no para todo el mundo fue una década difícil en materia económica, lo que perfila una declinación. Los países exportadores de petróleo no solo se hicieron ricos por el boom de ese commodity, sino que además demostraron ser jugadores relevantes en la política global. Japón, por su parte, experimentó un crecimiento superior al de sus contrapartes occidentales, amén de la crisis de 1973. La Unión Soviética, pese al letargo económico brezhneviano, superó a eeuu en cabezas nucleares por primera vez en la historia de la competencia atómica entre las dos superpotencias. Además, su activismo en el Tercer Mundo cobró nuevos bríos, desde Angola hasta Afganistán. Pero, sin lugar a dudas, una de las más notables manifestaciones de la erosión del poder noratlántico adoptó la forma de decadencia y estuvo dada por la crisis de la conciencia occidental vigente hasta entonces. Fueron años de efervescencia ideológica e iconoclasta. Analistas contemporáneos y posteriores interpretarían que este activismo, ya fuera feminista, de supremacía negra Vietnam le demostró al mundo de entonces cómo un liliputiense con un férreo liderazgo y una voluntad de lucha implacable podía forzar la retirada final de la mayor de las superpotencias n 55 Tema Cent ral Cuarenta y cinco años de ocaso occidental. Cómo pensar el debate o tercermundista, conformaría un movimiento desintegracionista, abocado a socavar los pilares de la identidad occidental. A ellos se les sumarían los pacifistas, los ecologistas y la nueva izquierda para acabar de retocar el cuadro refractario a las autoridades tradicionales de Occidente, ya sean presidentes, padres, patrones o profesores. Fue durante el Mayo francés cuando la emergencia de esta nueva sensibilidad pareció adueñarse políticamente de la escena, aunque el ethos de la nueva era se desperdigó por todas las capitales occidentales. Paralelamente a este activismo radical se producía la irrupción de un nuevo individuo, más consumista y egoísta, a la vez que autoindulgente y con un sentido del deber cívico atrofiado. Anomalías como estas serían las que inspirarían a James Carter en su famoso discurso del malestar3. En eeuu, el clima posterior al Watergate hacía que el edificio social se desmoronara junto con la confianza del público en sus instituciones y líderes. A medida que la lista de reveses de Occidente se ampliaba, el modelo del mundo libre retrocedía un peldaño más ante el nacionalismo y el socialismo de la periferia. Resulta notable el hecho de que los más directos enemigos de Occidente para entonces, desde Ho Chi Minh hasta el Che Guevara, se convirtieran automáticamente en los estandartes de las huestes disconformes con el viejo orden. El furor antioccidental y antiimperialista, producto de un agudo proceso de deslegitimación, no discernía fronteras y se expresaba desde los campus universitarios de vanguardia en eeuu hasta en las calles de Teherán. De Ronald Reagan a la implosión de los rivales (1981-1991)■ ■ No obstante, durante el transcurso de la siguiente década, Occidente logra romper el sitio al que muy distintas fuerzas y fenómenos lo estaban sometiendo con anterioridad, no sin antes conocer algunos nuevos temores. Ronald Reagan y Margaret Thatcher serán los abanderados de una revolución neoconservadora que dio paso a una nueva etapa en la historia occidental. En lo económico, el antiguo modelo de posguerra recibió el tiro de gracia y se apostó con una confianza ciega a que las fuerzas del libre mercado lograrían devolverles el dinamismo perdido a las economías anglosajonas. Aun cuando su aplicación no fue indolora para varios sectores sociales, se logró revertir el desolador cuadro económico de los años 70. Todavía sensible al síndrome de Vietnam, eeuu siguió siendo relativamente cauteloso a la hora de elegir las luchas que quería librar y prefirió minimizar riesgos y costos. Se podía bombardear a Muamar Gadafi, apertrechar a los «luchadores de la libertad» afganos en contra de las tropas soviéticas o bien apoyar a la contrainsurgencia en América Central, pero el despliegue masivo de tropas terrestres fue reservado para otras causas. La decadencia de Occidente parece revertirse en los años 80 por varias razones. En primer lugar, ambos líderes apelan con éxito al despertar de sus respectivas naciones. Reagan y Thatcher pretendieron poner fin, explícitamente, a años de repliegue y apaciguamiento frente a rivales y competidores, ya sea denunciando la détente o enviando la flota al Atlántico Sur. En segundo lugar, algunas soluciones políticas habían logrado calmar la exaltación previa de sus sociedades. El pacifismo y el antiimperialismo habían perdido ímpetu con el fin del servicio militar obligatorio en eeuu y la retirada de Vietnam. El movimiento por los derechos civiles había alcanzado la igualdad político-jurídica entre las razas. Al Mayo francés lo acallaron las urnas, atiborradas de votos de unas mayorías silenciosas más conservadoras. Por último, varias de las fuentes de la decadencia que apenas unos años antes habían sido percibidas como perniciosas para la sociedad (el consumismo, el individualismo y la autoindulgencia) mutaron ahora en virtudes cardinales del nuevo altar neoliberal. En lo concerniente a la declinación y la deslegitimación, por el contrario, los resultados se mostraron mucho más ambiguos. Cierto es que el modelo soviético dejaría en evidencia progresivamente sus fallas y contradicciones y que se haría cada vez más evidente que su experimento no podía seguirle los pasos a una economía globalizada y en plena reinvención. Hacia el final, luego del paso de una oxidada dirigencia del Politburó, la urss acabaría por emprender una serie de reformas que producirían su implosión, junto con la caída del bloque comunista. Pero antes de llegar a este punto, el rearme reaganiano y los dilatados intereses de eeuu hicieron sonar las alarmas de un desgaste en forma de sobreextensión imperial, una enfermedad que padecieron todas las grandes potencias de antaño y que les fue diagnosticada post mortem por el historiador Paul Kennedy. La prescripción implicaba que Washington debía reajustar su presupuesto militar y sus compromisos globales al tamaño de su economía antes de seguir debilitándose Cuarenta y cinco años de ocaso occidental. Cómo pensar el debate Así, no fue del bloque comunista de donde emergieron la declinación y la deslegitimación, sino del rival nipón. Cobijado bajo la égida militar estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Japón se mostró capaz de presentar un modelo de desarrollo alternativo al anglosajón. Mientras que durante la década de 1980 eeuu parecía ensimismado gastándose su ingreso en consumo, y la urss, en armas, su ex-enemigo oriental seguía creciendo a pasos acelerados gracias a sus elevadas tasas de ahorro e inversión5. El superávit comercial bilateral favorable a la economía nipona creó en Washington serias y crecientes preocupaciones. «La Guerra Fría ha terminado, y Japón es el vencedor» se solía afirmar. El fin de la historia (1991-2001)■ ■ En el año bisagra entre este periodo y el anterior, tres sucesos desterraron temporalmente casi por completo cuatro de las cinco formas de la erosión del poder. En primer lugar, la caída del imperio soviético trajo aparejado el colapso del sistema rival en casi todos los rincones del mundo, lo que dejó al modelo liberal como la única alternativa político-económica posible6. Pero el abrazo descomedido al paquete ideológico occidental por parte de la Federación Rusa resultó tan traumático y doloroso para esta que se canceló la posibilidad de un resurgimiento ruso. En segundo lugar, hacia principios de la década de 1990, el crecimiento económico japonés se detuvo bruscamente, y con este se frenó también la posibilidad de que Occidente enfrentara a un competidor oriental. El capitalismo nipón, antes temido, ahora parecía esclerótico e incapaz de estar a la altura de las circunstancias. Las economías de casi todo el mundo mirarían, en mayor o menor grado, al Consenso de Washington en busca de inspiración. Samuel Huntington será una de las solitarias voces que polemizará con el triunfalismo liberal finisecular al describir el emergente orgullo vernáculo de las otras civilizaciones. Al proponer una óptica de más largo plazo, el autor contempla la declinación de Occidente desde la descolonización y pone especial énfasis en la demografía africana e islámica y en las vertiginosas economías del Este asiático. Afirma además que el orden liberal, que sus creadores buscaban universalizar, sería resistido en otros rincones del planeta7. Pero el colapso soviético y el estancamiento japonés le permitieron a Occidente bajar los presupuestos militares, manteniendo su presencia global y los esquemas de alianzas heredados de la Guerra Fría, y gozar al mismo tiempo de una seguridad nunca antes experimentada. Y por si fuera poco, el fantasma de Vietnam finalmente fue exorcizado con el rotundo éxito que representó en su momento la Guerra del Golfo. Bajo el liderazgo de Washington, una amplia coalición logró expulsar a los invasores iraquíes de Kuwait con un bajo costo humano y con el financiamiento de naciones aliadas. Así, el gobierno estadounidense pudo contemplar en esta guerra cómo sus inversiones en tecnología militar, junto con una estrategia diseñada para evitar un empantanamiento permanente, daba efectivamente frutos y cómo se aceitaron los antiguos resortes del Consejo de Seguridad de la onu. Descartados entonces el desgaste, la declinación, la deslegitimación y la infructuosidad, Occidente se podía sentir muy tranquilo en su trono global. Por lo demás, Europa estaba experimentando avances significativos en su proceso de integración regional. Sin embargo, hubo voces que llamaron la atención sobre las consecuencias negativas de esa imagen de seguridad, prosperidad y orgullo: la inmigración. En efecto, algunos analistas conservadores comenzaron a entender este fenómeno ya no como un activo que rejuvenece la demografía y la economía de Occidente, sino más bien como la fuerza de una decadencia silenciosa para la identidad civilizacional8. El retorno de la historia (2001-2008)■ ■ Por su impacto político y psicológico, los atentados del 11 de septiembre claramente marcan el inicio del nuevo siglo. Durante su primera administración, George W. Bush emprendería una cruzada global antiterrorista y por la consecución de la primacía estratégica global que no escatimaría costos diplomáticos ni económicos e inflaría hasta niveles insospechables el poder militar estadounidense. Cuarenta y cinco años de ocaso occidental. Cómo pensar el debate Lanzada en 2003, la Guerra de Iraq probaría ser, por muy distintos motivos, el elemento histórico que reintroduce con vehemencia en el análisis la erosión de poder de la civilización noratlántica en general, y de eeuu en particular. A los ojos de no pocos observadores, el unilateralismo muscular de Washington produjo un cisma en Occidente entre sus orillas americana y europea, por cuanto la primera, marciana, no tendría miedo en salir al mundo y tomar las armas, mientras que el venusianismo decadente de la segunda la condena a un rol disminuido en los asuntos globales. Pero también se percibe una decadencia hacia el interior del coloso americano: la sobrerreacción ante el terrorismo, tanto puertas adentro como hacia afuera, colocaría al país en el peligroso derrotero del imperialismo y la degradación del sistema republicano de gobierno. La tradición jeffersoniana, celosa de las libertades individuales y reticente a que el complejo industrial-militar y los aparatos de inteligencia escapen a un estricto control civil, supo ponerse en alerta por aquellos años9. Los costos derivados de la «guerra contra el terrorismo» ciertamente produjeron un desgaste para eeuu, sobre todo en términos económicos. La invasión, ocupación y reconstrucción de Iraq se conjugaron, a su vez, con la laxitud fiscal; se revirtió así el superávit presupuestario de los años 90 y esto hizo crecer abultadamente la deuda externa del país, financiada crecientemente por países rivales o poco afines a Occidente. Pero eeuu también inflamaría al mundo de un antiamericanismo no percibido desde Vietnam, lo cual haría descender notablemente las reservas de «poder blando» (o capacidad de atracción) de las que esta nación disponía en el mundo con anterioridad a la Guerra de Iraq10. Se reconfigura así un escenario de deslegitimación del orden liberal de la Posguerra Fría, cuyas contradicciones quedan en evidencia ante la aventura imperial. Al hegemón imbalanceado del fin de la historia le sigue, en virtud de la gran oposición despertada en todos los rincones del planeta, la coordinación diplomática entre distintos gobiernos de algunas maniobras tendientes a limitar el poder estadounidense no contenido ni refrenado, o «balance blando» (soft balancing). Otros Estados, como Corea del Norte, enemigos declarados de Washington, buscarán acelerar sus programas nucleares, a fin de contar con capacidad disuasiva frente a la superpotencia militar occidental11. En Europa, dos instituciones occidentales escogen expandirse territorialmente hacia el Este: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan), que gana terreno en lo que otrora era el «patio trasero» ruso; y la Unión Europea, que también absorbe pequeños países orientales, pero se demuestra incapaz de profundizar su integración regional. Hacia un mundo multipolar (2008-...)■ ■ A falta de mayor perspectiva histórica, la crisis de 2008 sirve a modo de bisagra entre el mundo que comienza a desaparecer y el que todavía no termina de llegar. Los problemas internos de Occidente se multiplican en la segunda década del siglo xxi, mientras que el ascenso de los países emergentes ha mostrado hasta el momento bases muy robustas. La crisis financiera internacional no solo dispara una Gran Recesión, sino que además deslegitima el capitalismo desrregulado favorecido por Washington al desnudar sus falencias. En todos estos años, la performance económica de los países emergentes contrasta fuertemente con el exiguo crecimiento, cuando no decrecimiento, los altos niveles de endeudamiento y el igualmente elevado desempleo de las economías noratlánticas, todo lo cual configura una combinación entre desgaste y declinación occidental. Además, para el caso europeo, las tendencias demográficas aumentan la presión económica sobre el futuro. A ambos lados del Atlántico las divisiones políticas y la polarización social están a la orden del día y dan forma a la actual decadencia occidental. En eeuu, algunos analistas ponen el foco de su atención en el esclerótico sistema político y en su incapacidad para lograr consensos bipartidarios. La ue, en Cuarenta y cinco años de ocaso occidental. Cómo pensar el debate cambio, al tratarse de un actor colectivo, es particularmente vulnerable al ascendente nacionalismo, que pone en peligro el proyecto continental. Mientras tanto, el resto del mundo deja atrás el antiamericanismo y adopta una segunda forma de deslegitimación: el postamericanismo12, privilegiando agendas, soluciones y relatos telúricos por sobre el modelo universalista de mercados abiertos y desregulados y democracia liberal. Asimismo, se están experimentando algunos cambios en la gobernanza del sistema, como puede ser el caso del ascenso del g-20 sobre la caída en desgracia del g-7. Ensimismadas en sus propios problemas internos, las naciones occidentales han limitado sus ambiciones revolucionarias, o al menos restringieron los medios para alcanzarlas. En comparación con los esfuerzos del gobierno de George W. Bush por mantener muscularmente la primacía, resulta evidente que el gobierno de Barack Obama se muestra mucho más cauteloso en el uso de la fuerza, especialmente a la hora de plantar las botas sobre el terreno. A las potencias regionales les corresponderá crecientemente ocuparse de resolver los problemas de sus vecindarios. Reflexiones finales■ ■ A la luz de lo antedicho, y considerando a algunos analistas que ven a Occidente periclitando, conviene hacer algunas apreciaciones finales. Si bien no resulta completo, el abandono de la tradición holístico-determinista de la larga tradición de reflexión acerca de la caída de Occidente no puede sino ser positivo. Puede ser muy tentador estudiar la historia de los pueblos y trazar un sentido en torno del cual esta gire (como lo hizo Spengler, por ejemplo), pero hoy en día constituye un defecto analítico. El desenlace de las tendencias suele ser muchas veces contingente y no siempre es visto con claridad por los estudiosos de una determinada época. El carácter cíclico de la historia de las grandes potencias, por ejemplo, no contempló la doble implosión soviético-japonesa. eeuu no solo pudo escapar de las garras de la historia aquella vez, sino que además gobernó muchos años un sistema unipolar que todavía se resiste a marcharse por completo. Quienes se sientan tributarios de las reflexiones en torno de la decadencia deben tener sumo cuidado al justificar cómo es que los cambios producidos en el terreno de lo inmaterial deterioran la posición de poder de un determinado actor. Muchas más veces el mundo se parece en cambio al ensayo de Rubén Darío El triunfo de Calibán (1898), en el que se retrata al coloso norteamericano como una nación bárbara y materialmente poderosa a la vez. Esto es: pese a los numerosos defectos sociales que una sociedad pueda tener, normalmente el prosaico universo de lo político, económico y militar suele estar determinado por otra serie de factores que son insensibles a las decadencias. Por lo demás, la esclerosis política o la falta de confianza en el propio modelo pueden contar como activos, en función del aventurismo y los excesos ideológicos de la era Bush. Ahora bien, las reflexiones en torno de la declinación de Occidente no pueden tomar menos recaudos analíticos. La simple proyección de tendencias económicas hacia el futuro y pensar que constituyen garantes del sentido de la historia es un error que los observadores de la pujanza china deberían ponderar en sus análisis. Si bien es cierto que se trata de un país que está creciendo a tasas de 10% desde hace décadas, no menos cierto es que Japón había logrado un desempeño económico formidable y sostenido hasta que se pinchó la burbuja y el estancamiento se convirtió en la regla. Sin embargo, la diferencia de aquel contexto con la actualidad impediría en principio caer en esta comparación, por cuanto es todo el mundo emergente el que está teniendo un desempeño económico superior al de las naciones occidentales. De cualquier modo, las tendencias económicas no deberían oscurecer el hecho de que no siempre las potencias económicamente emergentes han buscado o podido nutrirse de otros atributos de poder (esencialmente militares, pero no únicamente). Y además existen otros elementos por tener en cuenta a la hora de medir el poder de los actores, como por ejemplo, los geopolíticos, la concentración o dispersión de sus intereses, su sistema de alianzas, entre otros. En la segunda década del siglo xxi, Occidente se encuentra acelerando su ocaso, pero solo analizando cautelosamente los derroteros, reformulaciones y defectos de las anterior Santiago Cataldo: es licenciado en Estudios Internacionales e investigador asistente del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires)
Posted on: Tue, 03 Sep 2013 22:09:19 +0000

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