- Capítulo 17- Después del curso recibieron una salida de tres - TopicsExpress



          

- Capítulo 17- Después del curso recibieron una salida de tres días. Los dos mosqueteros pasaron por Haifa y llegaron a la ciudad de Tiberíades, con sus calles angostas y llenas de historia; se veía pasear a los hasidim. La ciudad fue construida por herodes en honor al emperador Tiberio. Es una ciudad santa semejante a Jerusalén, se encuentra en las alturas del valle de Galilea con vista a las orillas del lago Kineret-violín, llamado así por su forma. Él recibe las aguas del río Jordán, lo cruza todo y lleva aguas al mar muerto; actualmente, el treinta por ciento del consumo de agua dulce proviene del Kineret. La postal frente a los ojos desde Tiberíades al Kineret es descomunal. Colmados de tanta belleza fueron camino al kibutz Shar A Golan, uno más emocionado que el otro. No los esperaban, fue una gran sorpresa para todos y una gran alegría para otros. Olga estaba trabajando en el comedor, por lo tanto el susodicho fue hacia allá. Se fundieron en un abrazo eterno y sus labios se sellaron en un beso, ante la mirada de los presentes. Le faltaba poco para terminar el trabajo, preparaban el comedor para la cena; la esperó y juntos se fueron a la zona donde estaba el grupo de Gaash. Ante una infinidad de preguntas, Mána les contó el proceso del curso de paracaidismo, reservándose algunas situaciones, las cuales no debían salir del ámbito del curso. Muchas fueron las preguntas sobre su cara lastimada, aprovechó el momento y dejó que una sombra de misterio quedara sobre las mismas. Israel intervenía de vez en cuando, estaba muy preocupado por la cena, desde la salida del campamento a la mañana, no probaron bocado. La cena llegó aunque, no fue lo esperado; ellos tenían la imagen de lohamei Haguetaot, se quedaron con la imagen, tampoco les importó, mejor que en el ejército fue. Comieron tranquilos, sin sorpresas y olvidaron las posibles bombas a caer. La fue a buscar a la salida del trabajo y se enteró de todos los detalles del kibutz y del miedo que tenían cuando caían las bombas sirias. Los niños de poca edad, con su frazada al hombro yendo al bunquer, lo impresionaron. Fueron al dormitorio de las chicas; estas, aleccionadas, los dejaron solos. Lentamente, uno comenzó a tener más confianza en el otro y las manos comenzaron a explorar zonas nuevas; el momento estaba dado, los dos sabían lo que sucedería y lo deseaban. Eran dos inocentes colegiales, hicieron por primera vez el amor, les faltó la experiencia de los años, les sobraban energías de sublime placer. No dejaban de mimarse y ambos se olvidaron de su entorno. Unos ruidos en el exterior los trajeron a la realidad y lamentablemente, tuvieron que ponerse presentables. No dejaban de mirarse y mimarse, fue una hermosa experiencia para ambos. Los pocos días fueron bien aprovechados por la pareja, se tomaron bastante tiempo en despedirse; la base lo esperaba y volvió con pocas ganas. Llegaron sobre la hora de entrada y una manada de boinas rojas corría como en pamplona, sin detenerse ante nada ni nadie. La urgencia era total, debían llegar antes de que les cayera una sanción. Estaban todos en las carpas, agitados, y llegó la orden de formarse en cinco minutos. Los recibió el capitán y después de permitirles pararse en la posición de descanso, les comentó: -tendrán un premio por haber pasado el curso de saltos, van a ir a realizar ejercicios al campo por un mes. Los sargentos les van a dar las instrucciones sobre la forma en que deben prepararse. Todos se preguntaron: -¿qué será eso de ir al campo? Sonaba muy lindo, pero ninguno de ellos era lo suficientemente tonto, para creerse que era un premio. Unos minutos después tenían la información; debían llevar todo el equipo militar, sin el bolsón grande. Llevarían la mochila chica con un par de mudas de ropa interior, las botas de repuesto y la media carpa. No debían tener ningún elemento que los pudiera identificar, solo su medalla colgada del cuello, con el nombre y el número de documento. Estaba cubierta por una bolsita de tela para que no brillara en la oscuridad ante un reflejo de luz y pudiera ser visto, por fatalidad, por un francotirador. Estaban bien entrenados, en caso de caer prisioneros, únicamente debían decir su nombre, rango y número de documento. Los camiones salieron con los cánticos habituales. En algún momento muchos se durmieron y de pronto, los gritos de los sargentos los despertaron y llegó la orden de formarse para recibir las instrucciones del día. El lugar era una zona totalmente rocosa, no se veía ninguna vegetación hasta donde alcanzaba la vista. Era pleno verano y la temperatura no debía bajar de los treinta grados centígrados. Cada subgrupo recibió su posición y les dieron como diez minutos para armar sus carpas y tener todo instalado en ellas. Justo sobre los diez minutos recibieron la orden de formarse delante de las pequeñas carpas para pasar la inspección; increíblemente no recibieron ninguna queja de los sargentos y les dieron otros diez minutos para prepararse para salir a hacer una caminata con todo el armamento. El agua debía sacarse de una cisterna ubicada en un lugar estratégico, a pleno rayo del sol. Tuvieron que armar baños artesanales donde, mientras leían sus cartas, las moscas revoloteaban. El calor se hacía sentir, los rayos del sol se reflejaban sobre las rocas aumentando la temperatura ambiente, dándoles un color rojizo a las hijas del gran peñasco. Comenzaron con una marcha normal, duró lo necesario para llegar a unos hermosos árboles que daban la soñada sombra. Iniciaron con ejercicios de armado y desarmado de sus armas y las de los otros. La vedette era la famosa ametralladora de mano Uzi, muy efectiva en enfrentamientos a corta distancia; su alcance máximo estaba dentro de los cien metros. Totalmente fabricada en Israel, era el orgullo de los israelíes, sin embargo entre los militares, se conocían las cualidades de las ametralladoras rusas, estaban en manos de los árabes y en su huida las dejaron. Era muy requerida y muchos oficiales la tenían por su mayor capacidad de fuego y porque casi no necesitaban limpieza, con un soplido estaban listas para su uso. Algunas de ellas fueron caza bobos, cuando el interesado las levantaba, volaba con ella. Empezaron a correr rumores de que estaba prohibido realizar ejercicios en la zona y menos dentro de las horas del mediodía. Todos hablaban de la suspensión del comandante, no pasó nada, sirvió como incentivo para realizar los ejercicios con más ganas, total en cualquier momento se suspendían. Y se dejaron los ejercicios del mediodía, los “trasladaban” a marcha forzada hasta un punto lo suficientemente lejano como para que la vuelta tomara un par de horas, lo hacían al mediodía. En lugar de ejercicio era “retorno” a la base. Eso duró una semana y levantaron el campamento olvidándose de los escorpiones, compañeros permanentes. Algunos de ellos, al picar, dejaban la zona dormida y decían que otras picaduras eran mortales; esos no los visitaron. Cuando creyeron que se instalarían en una zona mejor, los mandaron al Golán, donde si bien tenían una barraca para dormir, los ejercicios fueron tan o más duros. Comenzaron a practicar la lucha dentro de trincheras, eran las abandonadas por los sirios. Se entrenaban para aprender a tomar un búnker; según contaban los que pasaron la guerra en esos lugares, encontraron a los soldados sirios encerrados en los Bunkers con candado, obligándolos a quedarse sin ningún oficial a la vista. Recorrieron las trincheras de lado a lado, atacaron todos los Bunkers en el camino, eran máquinas. A Mána le salieron forúnculos en la zona de las nalgas y un poco hacia arriba cerca de la cintura; era terrible el dolor cuando las cartucheras con las municiones o las cantimploras le pegaban en la zona, se sacaba la ropa interior manchada de pus y sangre. Sobreponiéndose a su ideal de héroe, fue a la enfermería pensando en recibir por lo menos una semana de reposo; en lugar de descanso, le dieron una sesión de antibióticos inyectables y a seguir con los ejercicios. Un buen día, los slips salieron sin nada, el sueño de unas vacaciones voló con la infección y en la cola le quedó solo el recuerdo. Para terminar los ensayos en las trincheras, el último ejercicio fue con fuego real, su meta era liberar un búnker. El sonar de los tiros se oía con mayor fuerza, estaban dentro de las trincheras viviendo parte de la realidad de una guerra. Todos marchaban en fila india y el primero de la fila mantenía el fuego, lo suplantaba el segundo y el primero pasaba al último lugar a recargar el arma y cuidar la retaguardia. Fueron intercambiando posiciones, Mána sintió algo caliente en su brazo y lo atribuyó al accionar del momento. Cuando salieron de las trincheras, contentos de haber conquistado el búnker, un compañero le preguntó: -¿con qué te lastimaste? Se miró el brazo y vio la manga sucia con sangre, se sintió el héroe de la jornada, terminó todo el ejercicio “herido”. Fue a la enfermería con la seguridad de que ahora sí le darían unos días de descanso; la resolución fue peor que la anterior, en esta ocasión le limpiaron la herida y le aseguraron que cuando mandara la ropa a lavar le arreglarían la camisa. Se terminó esa etapa llena de emoción; cuando veían los carteles indicando los pocos kilómetros que faltaban para llegar a Damasco y a otros lugares de Siria, se dieron cuenta de la hazaña hecha por el ejército. Pasaron a otra zona olvidada por el mundo; nuevamente las carpas de a dos, la cisterna de agua al sol y la novedad era, que el alimento venía de lejos. Cuando había comida no llegaban los cacharros y viceversa. Se arrastraban entre la vegetación reseca por los rayos del sol de pleno verano y sufrían el frío de la noche; corrían tras orugas, subían y bajaban de ellas. Las botas de reserva empezaron a tener más agujeros que un colador, las primeras fueron enviadas a arreglar y no llegaban. Era difícil conseguir algo para tapar los agujeros de las botas. A pesar de la falta de agua, debían presentarse impecables a las inspecciones. Tampoco los baños químicos habían llegado y vuelta a los baños artesanales compartidos con moscas y otros tipos de bichos. Las cartas llegadas debían ser destruidas y la mayoría terminaba en la letrina; en lugar del papel higiénico, el cual escaseaba, usaban la correspondencia. Mána, un día, no pudo salir a la actividad, su suela era todo un agujero; se le ocurrió pedir permiso para hablar con el teniente y haciéndose la víctima, le dijo: -recibí una misiva y tengo graves problemas con mi pareja. -¿está embarazada?- preguntó el oficial con una media sonrisa. -sí- contestó casi con lágrimas a brotar, tomándose del salvavidas tirado. -¿te querés casar? -¡sí!- contestó avergonzado, la vergüenza era por la mentira. -no te hagas problema, te voy a dar tres días. Andá a resolver el asunto. Espero estar en la boda. -¡toda raba! -¡muchas gracias! Mána no sabía si saltar, abrazarlo, besarlo…, y se fue con la cabeza gacha para no estallar de risa, parecía irse acongojado. No importaban ya las botas rotas, preparó sus atavíos para entregar en el depósito. En esa oportunidad llevó su arma, debía pasar por zonas no muy seguras y era obligatorio ir armado. El viaje se le hizo interminable, en la primera etapa bajó en un poblado árabe hostil y sentía ser observado por miles de ojos, para peor, se subió a una camioneta manejada por un árabe, no atendiendo los consejos; tenía mucha prisa por llegar. Se sentía seguro con su arma, gran error. Lo dejaron en una mejor zona y con inmensa alegría llegó a Shar A Golan; justo, lo recibieron las bombas sirias, cual fuegos artificiales para festejar su llegada. Estaba irreconocible, la ropa con algún agujero era lo mejor que tenía, rengueaba y su cara traducía el dolor de las pisadas, delgado y ojeroso. En el momento del encuentro se olvidó de todos sus dolores. Estaba su salvadora, se abrazó a ella con desesperación; lo llevó a la pieza y después de los interminables mimos fue a darse una ducha muy larga, no podía sacarse de encima tantas horas de “angustia”, mugre. Envolviéndose en una toalla fue al dormitorio, no traía otro juego de ropa y a la que llevaba puesta la estaban lavando y arreglando. No tenía sueño ni sentía casancio, estaba sobrepasado de adrenalina y eso era lo esperado de todos ellos, para eso los entrenaban; era como un animal salvaje con la inteligencia del hombre y sabía dominar sus instintos. Comenzaron con el jugueteo de mimos, caricias suaves y largos besos; el deseo de poseerse iba en aumento y él tenía un enorme control sobre su cuerpo, todo lo hacían pausadamente. Comenzaron a inspeccionarse y saborear cada milímetro, cuando la penetró, controló sus energías con todos sus sentidos, haciendo durar el momento el mayor tiempo posible. Sus movimientos eran lentos y continuos, así podrían disfrutarse hasta la eternidad. Ella acoplada acompañaba el milagroso juego de disfute de todos los sentidos y… ¡el momento llegó!, y fue espectacular. Ahora, Mána cayó en un sueño fantástico, no demasiado largo, solo unos minutos y nuevamente volvieron a los juegos del amor. Salieron a caminar por el kibutz, la ropa ya estaba limpia y arreglada, él parecía hecho de nuevo y en lugar de las botas usaba zapatos prestados. Cada uno contó sus historias y, sin darle una entonación especial, siendo una continuación de la conversación, igual que si estuvieran hablando del tiempo, le dijo: -chiquita, ¿te querés casar conmigo? Crucé medio país para pedírtelo. -¿¡cómo casar!?- preguntó Olga asombrada. -sí, es mi sueño desde que te conocí. Olga no respondía, él comenzó a tener temblores, temía la respuesta negativa; no existía en sus pensamientos la posibilidad de un “no quiero” y tampoco se había preparado para luchar contra esa situación, cuando de pronto escuchó: -no es el momento, pero sí quiero. Quedó perplejo, fueron muchas emociones juntas y se puso a llorar, tomó la cara de Olga entre sus manos ásperas y la llenó de besos; ambos lloraron de felicidad. Fue hermoso descargar tantas tensiones, el cuerpo se sintió limpio, feliz; estaban juntos aunque, no muy conscientes del paso tomado, en un estado espléndido. Todo era hermoso, estaban en una isla sin guerra, enfermedades, dolores, pobreza; era la más gloriosa primavera, todo florecía y los abrazaban con cariño. Y se fueron muy acaramelados, dándose suaves caricias, besos. El camino de vuelta fue interrumpido por interminables besos y pocas palabras. El clima era agradable y el cielo hermoso, de un celeste claro, traía buenaventuras; algún pájaro se hizo oír y las ramas de los árboles se mecían inclinándose con el suave viento del atardecer, saludándolos, mientras los últimos rayos de sol se recostaron en sus cabezas bendiciéndolos. Con su arma a cuestas, se preparó para volver a la base; lograr transporte era complicado, únicamente llegaban a la zona vehículos militares. Una vez en camino no fue tan difícil. Lo primero al llegar fue contarle todo a Israel. Se abrazaron felices y cuando le fue posible, le contó al teniente el resultado del viaje. Todo estaba bien encaminado, Olga realizaría todos los trámites necesarios. Las botas reparadas esperaban y ya no tenía ninguna excusa para no volver a los ejercicios. Todos se veían diferentes, ahora se dio cuenta del porqué de las miradas tan lastimeras cuando llegó al kibutz. Sus imágenes decían mucho, nadie preguntaba demasiado ni recibía mucha información; eran las reglas del ejército. Pasaron a una zona cerca del hermoso lago kineret, pudieron disfrutar de las aguas del Jordán y armaron un puente bailey sobre sus aguas para facilitar el paso de vehículos. Fueron muchos días de preparación y muchas horas de meterse en el río, de armar y desarmar el puente, de correr con partes de él y de no mojar sus armas. Cada movimiento debía estar perfectamente sincronizado, las armas debían estar en perfectas condiciones y todo debía hacerse con una puntualidad de reloj suizo. Después de muchos ensayos lo lograron, eran la perfección en tiempo y todos los detalles de armado; se sintieron muy contentos de haber podido superar otra etapa, estaban muy preparados y todos lo sabían y ahora comprendían a sus antecesores, que habían protagonizado tantas hazañas. No sabían la forma en que se comportarían ellos en una situación real, pero todos se tenían confianza y mucha más a sus superiores. Daban por sentado que el país esperaba todo de ellos y no podían darse el lujo de fallar, no existía esa posibilidad, ¡nunca más serían esclavos.
Posted on: Mon, 12 Aug 2013 23:09:01 +0000

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