- Capítulo IV - Abandonar. Rendirse. Yo lo hice. Mi esperanza, - TopicsExpress



          

- Capítulo IV - Abandonar. Rendirse. Yo lo hice. Mi esperanza, mi paciencia, no llegó a alcanzar el año. Tras cuatro meses de espera, y no hallando respuesta a mis cartas, dejé de escribirle. Cesaron mis paseos, bajo aquel cielo gris, hasta la oficina de correos del Internado. Aún recuerdo el olor a hierba mojada, o el sonido chapoteante que producían mis estropeados zapatos, en cada charco del camino. El frío, el vapor que se escapaba de entre mis labios. Recuerdo, incluso, algunos pensamientos que vagaban en mi mente durante la pequeña caminata. Recuerdo mi entusiasmo, y tras él, el temor de no recibir noticias suyas. Poco a poco, aquellos paseos fueron disminuyendo, siendo más tranquilos y despreocupados. Sin esperanzas, sin ilusiones. Escribía a Lucy tan a menudo como me era posible. Y creo que ella hacía lo mismo. Sabía que leerla me daba vida. Por las noches, antes de dormir, releía sus cartas. Me perdía entre sus letras, en cada una de sus historias, en la cotidianidad de las noticias que me hacía llegar. Pero lo que más me gustaba era acariciar el papel, mal doblado y agrietado, cerrar los ojos, e imaginar que nada había cambiado. De los sobres emanaba un viejo perfume, la esencia de una tierra de sol, plagada de inmensos bosques. Cada sobre llevaba consigo un pedacito de África. Soñaba con volver. Cada segundo, de cada minuto, de cada hora, de cada día, soñaba con volver. Detestaba Londres. Añoraba el calor, la luz, el aire cálido. Incluso la lluvia. Bailar bajo la lluvia, como cuando Lucy y yo éramos pequeñas. Si, era una lluvia salvaje, feroz. Pero era la lluvia de África. Soñaba con volver, y ver el sol, y sentir el aire cálido, y bailar bajo la lluvia, bajo la lluvia de África. Lucy jamás le mencionó. Yo tampoco pregunté por él. No hablaba de Gabriel con nadie. Parecía como si nunca hubiera existido. Pero, a pesar de todo aquello, ahí estaba, anclado a mí, y yo, junto a él. Pero el tiempo pasó. Los años fueron transcurriendo, y yo, de alguna forma, comencé a olvidar África. Ya no releía cada noche las cartas de Lucy, ni acariciaba el papel, ni me dormía entre los perfumados sobres. La nostalgia se convirtió en costumbre, y las nuevas amistades, en un placebo poseedor de cierto efecto, sobre todo, los viernes por la noche. Poco a poco fui habituándome al frío, a los guantes y al té de las cinco. Llegaron nuevos amores, borrando el rastro de los besos de un antiguo amor. Un amor que había creído olvidar. Sin embargo, no fue así. Porque, a pesar de todo, ahí estaba, silencioso y adormecido, esperando, esperando.
Posted on: Tue, 16 Jul 2013 14:45:23 +0000

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