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-CALLATE -le dijo Ramón a Adela-. Siempre tenés que meter la cuchara. Adela miró a su marido, se ruborizó y bajó la cabeza. Ramón siguió hablando con Florencio a quien le decía que los militares no habían sido tan culpables. Ellos habían querido poner orden. -¡Orden! –exclamo Florencio-. ¿Matar compatriotas es poner orden? Esa idea es aberrante, lo más perverso que le pudo ocurrió al país. -Usted debe pensar antes de hablar. Fíjese cómo quedamos. -Claro, usted piensa así porque también era un liero –reprochó con desprecio. -Y a mucha honra, sí, señor, tuve esa suerte y esa desgracia. No como usted que hizo sus negocios a costa de los que caían –se levantó tiró un billete de cien sobre la mesa y se fue. -Habráse visto con estos curcientos maleducados. Ramón Villafañe se sirvió una copa de vino, y le ofreció a su esposa, que tapó la boca de la copa con una mano. Ramón se encogió de hombros bebió. -¿Querés un café? Adela negó con la cabeza. -Cierto, te desvela. Adela asintió con los ojos. Lo miró, quiso hablarle, no pudo decir nada. Se levantó y se dirigió al baño. SE MIRÓ EN EL ESPEJO, intentó decir lo que pensaba de su marido. Oyó ese: “Callate”, que no dejaba de retumbarle en los oídos, era un eco aterrador, se los tapó y cerró los ojos. Estuvo así varios minutos. Abrió los ojos, vio la imagen de unos soldados que sacaban a su familia de la casa. Ella quedó paralizada en la esquina. Su hermano corrió, y una ráfaga de ametralladora lo ovilló en el asfalto. Cuando recuperó el movimiento corrió sin rumbo. Descansó en un banco de una plaza. Estaba aturdida, pero tenía que actuar rápido, aunque, para qué, se había quedado sola, sabía que le quedaban sus amigos, ellos también luchaban por la patria grande, igualitaria, soberana, pero después de esta derrota, no sabía si le importaba. Tomó tres o cuatro colectivos, cuando estuvo segura de que nadie la seguía, se encaminó a la Cuenca. Ahí estaban Raulo, Mercedes, Carlos y Victoria. -¿CÓMO MIERDA SE TE OCURRE VENIR ACÁ? –Gritó Raulo - ¿No te das cuenta que nos podés mandar al muere? -Me aseguré bien de que... -Ella siempre es la misma estúpida. Te dije que no nos sirve –dijo Mercedes. -Pero se los llevaron –dijo llorando-. Y no sabía dónde ir. -A cualquier parte, menos acá –gritó Raulo. Victoria los miró. -¿Y ahora qué carajo hacemos? -Yo la reventaría, por idiota –sugirió Mercedes. -Tranquilos –dijo Carlos-. A la noche vamos a ver. Andá a descansar. ADELA FUE A LA PIEZA, se acostó, no pudo dormir. Miró el cuarto, detuvo sus ojos en la ventana. Esos guachos la iban a matar, pero afuera tampoco iba a estar segura. Los conocía, no sabía con qué bando quedarse. Miró el cielo azul-celeste, el sol caía tibio. Afuera casi nadie la conocía. ABRIÓ Y SALTÓ, empezó a caminar, cruzó el campo hasta la ruta. Hizo dedo, paró un camión. Conversó sobre todo con Edy, que tenía la costumbre de no levantar a nadie, pero a veces hacía excepciones, principalmente cuando iba lejos, hasta Bariloche no paraba, pero podía bajarse cuando quisiera. Hubo mate, canciones de Sui Géneris, Los Gatos, Pedro y Pablo, y algunos tangos. En un restorán de morondanga, Edy le confesó que si no fuera por su madre, ya estaría en Cuba. Pero era único hijo, y por sus ideas no podía laburar de sociólogo, era evidente que las tenía todas en contra. Ya iba a pasar toda esta basura, y podrían ser libres. ¿Adela no lo creía? Sí, estos perversos no podían durar mucho tiempo más. DESPUÉS DE CENAR se sentaron en la cabina. Edy quería descansar había manejado siete horas. Adela no tenía ningún problema, iba a imitarlo. Que fuera a la cucheta, iba a estar más cómoda. No, ese lugar era suyo, lo quería bien fresquito mañana. Edy sacó una frazada y una almohada y se las dio. El sueño ya los había puesto a navegar, cuando Adela oyó ruidos, tironeaban de los picaportes, llamó a su compañero, que le dijo que se tirara al suelo y no se moviera, Edy bajó, ella escuchó voces, no entendía qué decían, bajó un poco la ventanilla izquierda. Sí, están abajo, decía Edy. Adela oyó desenganchar algo. ¿Y atrás qué hay? Nada, pueden revisar, si quieren. No hay nada, capitán. Andá, echale un vistazo a la cabina. Adela saltó a la cucheta. Tampoco, señor. Bueno, está bien. ¿Doscientos mil, como arreglamos? Sí, señor. Arréglelo usted, soldado. Adela oyó un tiro seco, casi sin sonido. Una hora después Adela bajó del camión y vio a Edy tirado, lo acarició despacio. Agarren a esa puta, ordenó el capitán, y sáquense el afrecho a gusto. Adela sólo cumplió órdenes con la sonrisa más amplia que pudo, e incluso sugirió posiciones y se permitió hacer algunas bromas. Dos horas y media después escuchó a los hombres discutir. ¿Y si la llevaban a la cabaña? Era una buena idea, pero peligrosa, si los oficiales se enteraban, iban a hacerlos cagar. Lo mejor era que desapareciera. Era una puta nomás, señor. He dicho, que no, carajo. Aprendan a respetar lo que se les manda. Vaya cumpla usted, que se las da de samaritano. El soldado caminó hacia al camión, mientras desenfundaba el revólver, subió y le apuntó. No salgas hasta dentro de media hora, siempre y cuando a este mierda no se le ocurra quemar el camión. Suerte, piba. El tiro perforó una de las almohadas. Adela quedó temblando. Cuando el capitán lanzó la molotov, Adela volvió a la cabina y se escabulló por la puerta derecha, rodó hacia una zanja, donde se quedó hasta que el sol comenzó a esconderse. CAMINÓ. todo era campo, oscuridad, frío, miedo, lo que más le pesaba era el cansancio y esa mugre que conformaba un barro pegajoso y hediondo. Llegó a una estación servicio. Dijo que había tenido un accidente. El dueño dejó que se bañara, le dio una camisa y una pollera. Ahí tenía la cocina, podía hacerse algo para comer. Asó un pollo que devoró, el dueño no quiso acompañarla. Adela salió y buscó al dueño, le dio las gracias, y se lamentó por no tener una moneda para pagarle. No había ningún problema. Si no nos ayudamos entre hermanos, qué somos. Acuéstese, si quiere. Yo le voy a pegar hasta las seis o siete de la mañana, es el único surtidor que hay en treinta kilómetros, y tengo que aprovechar. ¿Quiere le cebe mate? No muchacha, vaya nomás. Ah, cuando se vaya a dormir, podría llamarme. Cómo no. Gracias. Buenas noches. Que descanse. PARÓ EL FALCON y bajó Ramón. ¿Qué tal Pancho? ¿Cómo anda, Ramón? Tranquilo, hace como quince días que no hay zurdaje. ¿Y eso lo aburre? Un poco. Y a falta de zurdos bien vendría una hembrita. ¿No revoltea ninguna hoy? No, todavía no llegó nadie... Aunque por cien pesos puedo conseguir una buena. Vuelva dentro cuarenta minutos. Que anda misterioso hoy. Bueno, me voy al boliche, y vuelvo. GOLPEÓ LA PUERTA. -¿Está despierta, señorita? Adela abrió. -Vino un amigo mío, le comenté lo que le sucedió. Entonces pensamos que en su casa estaría más cómoda. Si usted quiere ir... -No sé, no quiero molestar. -Nada de eso, muchacha. Su esposa está de acuerdo. Fueron hasta la casa unos amigos y dentro de un rato vienen a buscarla. Sonó la bocina -Ahí están. ¿Qué les digo, señorita? -Vamos. ADELA LE TENDIÓ la mano a Ramón. Pancho lo invitó a pasar a su oficina. Le explicó el asunto. -Espero que no tenga problemas. -No se preocupe, a veces soy un caballero –se rió. Salieron. Se estrecharon las manos. -Le agradezco este favor, Ramón. -Por favor, ¿para qué están los amigos? Hasta mañana, Don Pancho. Adela le dio un beso a Pancho, Ramón le abrió la puerta del coche, esperó que Adela se acomodara y cerró. LLAGARON. La casa estaba tibia. Ramón le dio a elegir vino o whisky -Bueno, vino –dijo tímida. -Acá vas a estar a salvo, nadie te va a buscar. ¿Adela? ¿Lucrecia? ¿Marisa? ¿Cómo querés que te llame? Putita. Si hacés lo que te digo no te va a pasar nada. SE SECÓ LAS LÁGRIMAS, se miró de nuevo al espejo, y recordó que ya había pasado demasiado tiempo. ¿Qué podía hacer, si había pasado veinticinco años callando? Danny Delaney
Posted on: Sat, 31 Aug 2013 05:53:53 +0000

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