-Capítulo 6- Una Sola Noche Blanca llevaba una hora en la oficina - TopicsExpress



          

-Capítulo 6- Una Sola Noche Blanca llevaba una hora en la oficina cuando le sonó el teléfono de centralita. -Buenos días Blanca, soy Raquel -¡Raquel! ¿Qué tal estas? -¡Estoy feliz, Blanca! ¡Tengo que hablar contigo y contártelo todo! ¿Podemos quedar para comer y te lo cuento?-. Notaba que su amiga estaba excitadísima. -Sí claro. ¡Me encanta que estés tan contenta! ¿No puedes adelantarme nada de tu alegría? Vamos, no me tengas en ascuas. -Sólo te digo que tiene que ver con Fran. -Me lo imaginaba. Vale, luego me cuentas. Quedamos en mi oficina a eso de las dos. Te dejo, que tengo que preparar unos documentos para esta tarde. Luego te cuento yo también. -¿Qué me tienes que contar?-. Preguntó Raquel curiosa. -Sólo te digo que tiene que ver con Fernando. -¿Lo has vuelto a ver?-. La curiosidad aumentaba. -Sí, pero luego te lo cuento. Adiós. -¡Qué sosa eres! Adiós. Blanca colgó el teléfono. Se alegraba muchísimo de que su amiga estuviera tan feliz. Ella y Fran se conocieron cuatro años atrás, en una ocasión que Raquel la acompañó al colegio. Se enamoraron a primera vista. Y desde ese día, seguían juntos. Hacían una pareja envidiable. Y Blanca se alegraba muchísimo por ellos, porque los apreciaba y le gustaba verlos tan bien juntos. A menudo sentía envidia de ellos, pero era una envidia sana. Fran era un chico guapísimo, ojos azules, pelo castaño y algo desaliñado y con un buen cuerpo. Blanca lo conoció justo cuando entró a trabajar en el colegio y, tenía que reconocerlo, se sintió atraída por él. Pero al poco tiempo llegó su ex, del que se enamoró. Y Raquel era una tía guapísima, con el pelo rizado y rubio, ojos azules, tez morena y un cuerpo de infarto. Y encima era alta ¡altísima! Eran grandes amigas desde el instituto. Blanca siguió con su trabajo, concentrándose en tenerlo todo preparado para la visita que tenían en el centro educativo. Estaba ansiosa. Quería que la mañana pasara rápidamente y plantarse delante de Fernando y volver a verlo. Pero era la ley de Murphy, la mañana, aún teniéndola ocupada, era lentísima y las horas parecían eternas. Ya te queda menos, Blanca. Fernando llegó a su trabajo con una sonrisa en los labios y en sus ojos se reflejaba que estaba contento, dato que no se le escapó a su amigo. -Buenos días, Fran. -Por cómo te veo, creo que son muy buenos. -Pues sí, es un día estupendo. Y espero que mejore. -Ayayay, que esto me huele a que tiene que ver con Blanca. -Tienes buen olfato. -¿La has visto? ¿De qué habéis hablado?-. Fran estaba impaciente por saber. -La vi anoche. Salí a correr y me la encontré en el supermercado. La besé. -¿Qué la besaste? ¿Y qué pasó? -Que ella me besó. Me dijo que no estaba enfadada conmigo. Me llevó a casa en su coche y la invité a cenar el viernes-. Fran se quedó perplejo ante lo que le contaba su amigo. -Ah, y esta tarde viene al colegio para el estudio del nuevo gimnasio-. Se le había olvidado a Fernando comentar ese detalle. -Vaya, me dejas sorprendido. Me alegra saber qué vais a intentar eso de mantener una relación fuera de la cama-. Rió su amigo. -No me disgustaría probar de nuevo esa relación de cama, pero me apetece algo más. Hasta que no la vi y me aseguró que no estaba disgustada conmigo, no podía quitarme de la cabeza la idea de que no volvería a verla. Y cuando la besé, sentí un alivio inmenso. Era como si necesitara sus besos, tocarla de nuevo, sentirla-. Fernando se desplomó en la silla, al lado de su amigo, que lo escuchaba fascinado. -¡Frena, frena! Joder Fernando, no te había visto nunca así, y menos hablar de ese modo de una chica. ¿Qué estás intentando decirme? -Que Blanca me gusta más de lo que pensaba. Mucho más. Fernando necesitaba soltarlo, decírselo a su amigo, que al menos tenía algo más de experiencia que él en eso de relaciones estables con mujeres y quizás podría instruirlo en ese nuevo mundo, totalmente desconocido para él. -Me alegro de que estés seguro de tus sentimientos. ¿Y ella, qué te ha dicho? -Creo que le gusto, me ha devuelto el beso y ha aceptado mi invitación, pero tengo la sensación de que hay una pequeña barrera entre nosotros. A veces la derrumba y otras la vuelve a levantar. No se abre del todo conmigo- . Dijo Fernando contrariado. -Fernando, Blanca es una buena chica, una tía estupenda pero tuvo un ex algo cabrón. Así que ahí tienes la barrera. Se protege porque no quiere que le hagan daño. -Tal vez tenga motivos, pero yo no voy a hacerle daño. No es esa mi intención. -Lo sé y ella seguro que también lo sabe, pero no podrá evitar tener esa barrera para protegerse. A veces hacemos mucho daño a las personas que queremos sin darnos cuenta. Pero no pienses en eso Fernando, sal con ella y disfruta de su compañía. E intenta derretir ese muro, que tú tienes armas para fundir a cualquier chica-. Esbozó una sonrisa. Su amigo tenía razón. Haría cualquier cosa para que Blanca confiara plenamente en él. Quería que no hubiesen secretos, a excepción de los pequeños que todos nos guardamos para nosotros mismos. ¿Tanto daño le había hecho ese tío? ¿O había algo más? Blanca esperaba a Raquel en la calle, mientras hablaba con el conserje. Era un hombre que llevaba toda la vida trabajando allí y se sabía todos los cotilleos de cada una de las empresas que habían pasado por el edificio. Un hombre que rondaba los sesenta, pelo canoso, gafas y detrás de ellas, unos pequeños ojos azules. Seguro que de joven había sido todo un conquistador. Por suerte, en ese momento llegó Raquel, tan guapa como siempre. No, mucho más guapa. Tenía un brillo especial en la mirada. -¡Hola Blanca! Perdona que llegue tarde, pero estaba con un paciente. Raquel era psicóloga y hacía unos años que había abierto su propia consulta, unas calles más atrás de donde trabajaba su amiga. Cuando Blanca necesitaba hablar con ella, Raquel siempre la escuchaba como una amiga, le aconsejaba como tal, no como una profesional. -Hola Raquel, no pasa nada. Estaba aquí hablando con Antonio. -Buenas tardes, Antonio-. Lo saludó. -Buenas tardes, Raquel. Estás tan bella como siempre. -¡Mira que eres zalamero!-. Lo reprendió. -No hay chica guapa que se me escape, pero sabes que Blanca es mi punto débil-. Le guiñó un ojo. -Será mejor que nos vayamos antes de que empiece a decir más tonterías. Este hombre no tiene remedio-. Blanca le sonrió. -Hasta luego Antonio-. Dijeron a la vez las chicas. Antonio se limitó a saludarlas con la mano y con una sonrisa. Las dos amigas se encaminaron hacia un restaurante que frecuentaban cuando comían juntas. Servían menú todos los días, ya bien de un plato o de dos. Entraron en el local y el camarero, que ya las conocía, las acomodó en una mesa. Tomó nota del pedido y se alejó, dejándolas solas. -Bueno, venga va, suelta, -. Le dijo Blanca a Raquel, picando la mesa con sus dedos. -¿Recuerdas que ayer me quedé a dormir en casa de Fran? -Sí, claro que me acuerdo, más que nada porque estaba yo sola en el piso. Pero va, desembucha. -Fran me ha pedido que me vaya a vivir con él. El camarero llegó con las bebidas, con una panera y sus únicos platos. -¿¡En serio!? ¡Joder ya era hora! Mira que habéis tardado. -¡Pensaba que ibas a alegrarte, y no a recriminarnos nada!- . Dijo Raquel sorprendida. -¡Claro que me alegro tonta!-. Blanca se levantó de su silla y abrazo y besó a su amiga-. Pero es que habéis esperado una eternidad. -Sí, quizás tienes razón, pero a veces las cosas salen como salen, no pueden forzarse. Pero ya está hecho, me voy a vivir con él-. La sonrisa de Raquel fue enorme-. Y bien, cuéntame eso que tiene que ver con Fernando. Blanca le explicó brevemente su encuentro de ayer con él. -Quiero conocerlo mejor, y no voy a negarte que me encanta estar a su lado, pero tengo miedo Raquel. -¿De qué tienes miedo? Blanca, hemos hablado millones de veces de este tema. No dejes que ni tu ex ni tu pasado te amargue el presente. Y mucho menos tu futuro. -¿Y si me enamoro de él, se entera de lo que hice y me deja?-. A Blanca le tembló la voz al hacer esa pregunta. Notaba que se le humedecían los ojos. -Blanca, cariño, eso no va a pasar-. Raquel cogió sus manos entre las suyas- . No va a dejarte por lo que hiciste. Lo entenderá. Fernando es un tío comprensivo y si entre vosotros nace algo realmente fuerte, no te dejará tirada. Confía en lo que te digo. Confía en él. -Supongo que he de dejar de lado todo aquello y aventurarme, aunque me da un miedo atroz. Tengo derecho a rehacer mi vida, ¿no? -¡Pues claro que sí! Mira el lado positivo de esto, Fernando está buenorro, y en la cama, por lo que me has contado es asombroso, y está coladito por ti. ¿Qué más quieres? -¡Volver a revolcarme con él!-. Ambas rieron-. ¿No habíamos venido a hablar de tu inminente traslado a casa de tu novio?-. Cambió Blanca de tema. ¿Cuándo piensas mudarte? - Este fin de semana pienso instalarme en su piso. ¿Podrás ayudarme con la mudanza? -El sábado por la mañana he de ir a la librería, tengo que ayudar a mi madre con el inventario, pero por la tarde estoy libre. -¿Estás libre el sábado tarde? ¿No has quedado con Fernando? -He quedado el viernes noche. Me invita a cenar a su casa. Por cierto ¿qué tal mano tiene para la cocina?-. Preguntó Blanca con curiosidad. -¿De verdad me preguntas eso, tú que has catado sus manos?-. Blanca se sonrojó-. Es un manitas, cocina de maravilla. -Al menos no moriré de hambre-. Volvieron a reír. Terminaron de comer, pasando por el postre y el café. Blanca invitó a su amiga a la comida, un pequeño premio por estar siempre ahí, escuchándola y no juzgándola por todos sus errores. Salieron de restaurante, se despidieron con dos besos y se encaminaron cada una hacia sus trabajos. Blanca llegó a su oficina a las cuatro. Tenía hora y media para terminar con el papeleo y salir hacia el centro escolar. Javi le dijo que la esperaba allí, que antes tenía que pasar por el gestor y no le daría tiempo de recogerla. Mejor, pensó, así puedo irme cuando quiera, y quizás con Fernando. No había cogido esa mañana el coche. Tenía la intención de que Fernando la acompañara a casa con el suyo. ¡Manipuladora! Estaba nerviosa por volver a verlo. Le apetecía tanto tenerlo a su lado y apreciar sus ojos, su sonrisa, su cuerpo. ¡Dios, le gustaba todo de él! Finalmente acabó con todos los documentos media hora antes de marchar. Recogió todo y se fue en dirección a la estación de metro que tenía más próxima. Entró en uno de los vagones y como no había sitio para sentarse, se quedó de pie junto a la puerta. No le molestó quedarse de pie, sólo tenía cuatro paradas, así que llegaría enseguida. Se observó en el cristal de la puerta del vagón. Se miró el pelo, que lo llevaba decentemente, la cara algo sonrojada del aire frío de la calle y el reflejo de la ropa que llevaba le decía que no iba a una cita. Se había puesto unos pantalones negros y una camisa estampada. Bueno, era una cita profesional y no quería parecer un adefesio. Al menos no se lo quería parecer a Fernando. Llegó su parada, se bajó y subió las escaleras que daban al exterior, a la calle. Se abrochó su abrigo y volvió a colocarse el pañuelo alrededor de su cuello. Tenía que caminar un poco, pero no le importaba, así se despejaba un poco. De cuerpo y mente. Iba tan absorta en sus pensamientos, que no se dio cuenta de la hora que era. Pasaban cinco minutos de las seis cuando miró su reloj. ¡Mierda, llegaba tarde! Aceleró el paso hasta que llegó a su destino. La puerta del colegio estaba cerrada, así que tuvo que llamar al timbre. Reconoció la voz de su padre al otro lado. Éste le abrió la puerta para que entrara. Pasó por el patio hasta llegar al edificio, de donde salieron cuatro hombres a su encuentro; Ricardo, Erick, Fernandoy Fran. Los miró de refilón, porque sus ojos se clavaron en la silueta de Fernando. Iba vestido con unos tejanos oscuros y una camisa blanca, sacada por fuera de sus vaqueros y con los tres primero botones desabrochados. Tenía que controlarse para no abalanzarse sobre él y acabar con todos los botones que le quedaban abrochados. Si este chico se mirara en el espejo antes de salir de casa, no sería capaz de provocarla de esa manera. ¡Si hasta con lo más simple estaba buenísimo! -¡Esto sí que es un recibimiento!-. Dijo Blanca sorprendida al ver tanto hombre dirigiéndose hacia ella. -¿Pero dónde estabas? ¿Porqué llegas tan tarde?-. Preguntó Erick. -Lo siento, es que he tenido que coger el metro-. Se disculpó Blanca, mientras saludaba a su padre -¿Por qué no me lo dijiste? Habría ido a buscarte a la oficina. -No importa Erick, así he dado un paseo. -Y tú, ¿qué haces todavía aquí?-. Le preguntó a Fran mientras le daba dos besos. -Estaba esperándote para saludarte. -¡Sí, ya! Te has quedado para saber si Raquel me ha contado lo vuestro. Y he de decirte que sí, lo ha hecho y me alegro un montón por vosotros. -Gracias Blanca-. Le dio un abrazo. -¿Me he perdido algo?-. Preguntó Fernando que no sabía de lo que hablaban. -¿No se lo has contado?-. Fran negó con la cabeza y Blanca se lo explicó- .Pues resulta que Fran le ha pedido a Raquel que se vaya a vivir con él. Y ha aceptado. -¡Me alegro muchísimo por los dos! Y por cierto, ya era hora-. Blanca rió ante ese comentario, que era el mismo que ella le había hecho a su amiga. -Chicos, siento interrumpir vuestra charla, pero tenemos trabajo que hacer-. Sentenció Ricardo. Se despidieron de Fran que se marchó del colegio. Los demás fueron a la zona de trasera del colegio, donde estaba ubicado el gimnasio. El padre y el jefe de Blanca iban caminando juntos, unos pasos más adelantados que Blanca y Fernando, que iban más atrás. -A mi no me has saludado-. Le dijo él al oído. Blanca giró la cabeza y le sonrió. Lo agarró de la muñeca izquierda, obligándolo a pararse en ese mismo momento. Se puso delante de él y le besó en el rostro. Sabía que no estaba bien lo que estaba haciendo, que tanto su padre como Erick podían verla, pero no le importaba. Deseaba darle ese beso. -Hola-. Le susurró Blanca en el oído. Entre el beso, la calidez de su saludo, y el saber que la tenía tan cerca, Fernando se estremeció y tuvo que posar sus manos en la cintura de ella por miedo a defallecer. -Hola. Estás preciosa-. Dijo, devolviéndole el beso, pero esta vez él se lo dio en los labios. A Blanca le temblaron las piernas. ¡Qué hombre! Seguro que si llevara una de esas batas de hospital, que van abiertas por detrás, me vería guapa, aunque pensándolo bien, él estaría muy seductor con esa batita y con su culito al aire. -Será mejor que no nos entretengamos-. Dijo Fernando, que cogiendo sus manos y rozándolas con las yemas de sus pulgares hizo que Blanca saliera de sus pensamientos. Una vez en el gimnasio, se dedicaron a hablar de trabajo, dejando de lado lo que había pasado entre ellos hacía unos minutos. Más bien hablaban ellos, ya que Blanca estaba embelesada mirando y escuchando a Fernando cómo explicaba la idea que tenía para la reforma de esa parte del centro. El hecho era que esa zona del colegio no había recibido reformas en muchos años. El edificio donde estaban todas las aulas, la sala de profesores, la biblioteca, había sido renovado hacía poco tiempo, ya que por normativa se debía adaptar a las necesidades de los niños, permitiendo su fácil accesibilidad a todo el recinto, incorporando rampas y varios ascensores. Así que puestos manos a la obra, se decidió hacer un nuevo diseño del gimnasio, tirando abajo el que había y levantando uno nuevo más acorde con el resto del conjunto, tanto por fuera como por dentro, ya que su interior estaba algo deteriorado y con una buena transformación ganarían todos. Ampliarían el espacio para poder hacer unos vestuarios más cómodos, también adaptados a los pequeños, así como una sala para guardar todo el material deportivo. Con dicha ampliación, el espacio disponible para la práctica del deporte quedaría más desahogado, permitiendo la comodidad de sus usuarios. Todo ello, llevado a cabo gracias al premio conseguido por el torneo del sábado. Una hora más tarde ya habían acabado de definir las líneas del gimnasio. Erick quedó en verse con ellos en unos días, cuando tuviera listo el diseño. -Hemos acabado aquí. Os llamaré en cuanto tenga el proyecto y me decís que tal-. Erick se despidió de Ricardo y de Fernando. Se dirigió hacia Blanca-. ¿Te acerco a casa? Blanca quería quedarse, quería que fuese Fernando quien la acompañara a casa. Se quedó un minuto pensando, a ver cómo le decía que no. -Gracias Erick, pero me quedo un rato. He de comentar una cosa con mi padre. ¿Y ahora, qué le digo yo a mi padre? ¡Piensa, Blanca, piensa! -Bien, pues nos vemos mañana. Adiós- . Y le dio un beso a ella y un apretón de manos a los hombres. -Voy a buscar mis cosas, yo también me marcho-. Dijo Fernando y se dirigió hacia el interior del edificio. -¿Qué querías contarme?-. Le dijo Ricardo a Blanca -Ohm…pues que el sábado por la tarde he quedado para ayudar a Raquel con el traslado, y no sé si me dará tiempo de acabar el inventario de la librería por la mañana. ¡Dios!, que chorrada le acabo de soltar a mi padre. ¡Y se va a dar cuenta! -No pasa nada, ya sabes que nos podemos encargar tu madre y yo-. Ricardo la miró extrañado-. Me sorprende que te hayas quedado para decirme eso, ¿pasa algo, Blanca? En ese momento, salió Fernando, que la salvó de saber qué le hubiese contado a su padre. Los tres se encaminaron hacia la puerta de salida del colegio. Tenían sus coches aparcados en el parking, cada uno en un extremo. Antes de irse hacia su vehículo, Ricardo preguntó: -¿Te llevo a casa hija? ¡Será posible! ¿¡Porqué todos los hombres quieren llevarme a casa y él que yo quiero no lo hace!? ¡¿Por qué no abría la boca?! -No pa, gracias, cojo el metro. He de pasar a comprar unas cosas antes de ir a casa. ¡Ala, otra mentira! -De acuerdo, pues me voy a ver cómo están mis otras mujeres-. Le dio un beso y se despidió de Fernando hasta el día siguiente. Ricardo llegó a su coche y se subió en él. No podía dejar de pensar en lo rara que había estado su hija esa tarde. Miró por la ventanilla del copiloto y los vio, parados delante del coche de Fernando. Estaban hablando, según veía sus labios moverse. Lástima que no supiera leerlos. Conocía demasiado bien a su hija para saber que entre ellos dos había algo. Arrancó el coche y se marchó de allí. Fernando estaba apoyado en su coche y Blanca estaba delante de él. Hablaban del proyecto del nuevo gimnasio, que parecía que le había entusiasmado. Erick era un tío con unas ideas estupendas y muy creativas. Sabía lo que cada cliente necesitaba y él lo hacía realidad. -Erick es un gran arquitecto. No os decepcionará-. Afirmó Blanca -Seguro que no. Sus ideas han sido increíbles, y creo que será un sitio con mucho estilo. Ambos sonrieron mirándose a los ojos. Se quedaron así, durante unos segundos, o tal vez minutos, no lo sabían con exactitud, pero no importaba. Podía quedarse así todo el día, pero Blanca quería salir de allí y estar en un sitio algo más íntimo, como dentro de su coche, por ejemplo. Así que tenía que deshacer ese hechizo. -Será mejor que me vaya, o llegaré tardísimo a casa-. Dijo con un cierto sarcasmo. -Puedo acercarte a comprar esas cosas y dejarte en tu casa-. Dijo, por fin. -¡Aleluya! ¡Menos mal! ¡Mira que te ha costado!- . Exclamó Blanca con cierto alivio. -¿Cómo? No te entiendo-. Fernando se quedó pasmado ante las palabras de ella, que no sabía a qué se refería. -¡Qué estás tonto!, pero lo digo con cariño, no me malinterpretes-. Blanca sonrió y le acarició la mejilla. - Sigo sin entender nada. ¿Por qué se supone que estoy tonto? -Fernando, no he traído el coche porque sabía que vendría aquí y te vería. El propósito era que tú me llevaras a casa y pasar un rato más juntos. Y he tenido que inventarme estupideces para quedarme a solas contigo. Ha costado, pero al final ha funcionado. O eso creo. Fernando estaba desconcertado ante lo que acababa de escuchar. Quería pasar más tiempo con él. Él también quería eso. Lo necesitaba. Y estaba de acuerdo con ella, era tonto. La atrajo hacía sí, agarrándola por la cintura. Una de sus manos subió por su espalda, provocándole un leve temblor en todo el cuerpo, y se posó en su nuca, acariciando su pelo, sujetando su cabeza. Acercó sus labios a los suyos y los tomó. Los recordaba perfectamente, tenían el mismo sabor, el mismo tacto. Eran irremediablemente sensuales, carnosos. Blanca lo abrazó por debajo de sus axilas, obligándolo a separarse del coche y a pegarse más a su cuerpo. Fue recorriendo su espalda con las manos. Una espalda ancha, dura, moldeada como el resto de su cuerpo. Buscó su lengua con la suya, quería acariciarla, jugar con ella a ese juego que tanto le gustaba, que le hacía sentirse deseada. Era increíble el placer que le proporcionaba Fernando simplemente con un beso. Jamás había sentido tanto con una simple caricia en sus labios. Fernando era sencillamente único, perfecto. Todo lo que quería, lo que necesitaba, estaba delante de ella. Y era él. Nada más. Deslizó sus manos por sus costados, le acarició el pecho por encima de la ropa, rozó su cuello y subió sus manos hasta sus mejillas. Separó sus labios de la boca de Fernando y lo abrazó. Dejó reposar la cabeza entre el hueco de su cuello y su hombro. Ella fue correspondida con el abrazo de él. Le acariciaba y le besaba el pelo. Le dio un beso en la mejilla y la apartó suavemente. -¿Quieres acompañarme a un sitio? -¿A dónde?- . Preguntó ella -Tengo una cena pendiente el viernes con una chica maravillosa. Le prometí que cocinaría, así que he de ir a comprar los ingredientes. -Es una chica afortunada-. Respondió con una tímida sonrisa. -Te equivocas. El afortunado soy yo-. Fernando le acarició los labios con el pulgar-. Qué me dices, ¿me acompañas? -Sí claro, me encantaría ver qué le vas a dar de cenar a esa pobre chica-. Volvió a sonreír e hizo que él también dibujara una sonrisa en sus labios. La besó de nuevo, un beso breve. Subieron al coche y Fernando condujo hasta el supermercado que había a las afueras de la ciudad, dentro de un centro comercial. -Si has quedado el viernes con esa chica, ¿Cómo es que no haces la compra el mismo viernes?-. Preguntó Blanca, continuando con la broma. -Mañana por la tarde tengo que ir a buscar a mis padres al aeropuerto. Vuelven de unas merecidas vacaciones. Así que no sé si tendré tiempo. -No me has hablado de tus padres, ni de tu familia. -No, es cierto no te he contado nada. Mi padre es cirujano y mi madre es asistenta social. Llevan casados…ufff, la tira de años. Tengo un hermano, Bruno, que es dos años mayor que yo. Hace unos meses se casó con Lorena. Mi hermano es bombero y mi cuñada es policía. -¡Vaya, bombero! -¿Es con lo único que te has quedado de lo que te he contado? -. Fernando la miró con gracia-. Pues sí, es bombero y si te lo estás imaginando, pues he de decirte que sí, que tiene un buen cuerpo, además de ser más alto que yo, más simpático y más guapo. -Eso no me lo creo, es imposible-. Respondió Blanca, que alargó su mano para tocar la de él. Fue sólo un instante, pero se le erizó la piel con su contacto. Llegaron al centro comercial. Aparcaron el coche y Blanca sacó su libretita y su bolígrafo del bolso para apuntar la zona en la que habían dejado el vehículo. Ella siempre lo hacía, ya que era pésima recordando donde lo dejaba estacionado. Fernando le preguntó qué hacía y cuando se lo dijo, no pudo evitar soltar una carcajada. Eso sí, acompañada de un dulce beso que a Blanca la incomodó. No se lo esperaba, no allí, delante de la gente. Intentó cogerla de la mano, no sabía si sería buena idea, pero vio que ella la tenía aferrada a su cuerpo y desistió. No, al parecer no era buena idea, al igual que el beso de antes. Entraron en el supermercado y Fernando comenzó con la compra. Blanca lo seguía, intrigada por saber los artículos que cogía y depositaba en el carrito. Lechuga, fruta, frutos secos, patatas, tomates, cebollas, vino blanco. -¿Vino blanco? Eso es que prepararás pescado. -Así es. Espero que te guste el salmón-. Ella afirmó con la cabeza y se dirigieron hacia la pescadería para comprarlo. Acabada la compra, fueron a pagar y como no, Fernando lo pagó todo. Ella era su invitada, así que no tenía que preocuparse por nada. Recogieron las bolsas y fueron al parking. No hizo falta que Blanca mirara su libreta, Fernando recordaba dónde había dejado el coche. Metieron las bolsas dentro del maletero y se marcharon. -¿Te importa si pasamos primero por mi casa y dejo la compra?-. Le preguntó Fernando. Blanca negó con la cabeza. Fernando puso rumbo hacia su piso. Durante el trayecto, hablaron de cosas banales, sin mucha importancia, pero hacía que se conocieran mejor. Aparcó en el garaje y subieron con las bolsas en el ascensor. Vio que Fernando sacaba la llave del panel, la introdujo en la cerradura y pulsó el botón con el número uno. Dedujo que viviría en una primera planta. Las puertas del elevador se abrieron y salieron al rellano, que, en cada uno de los laterales, tenía una puerta. Fernando abrió la que estaba situada a su izquierda y la invitó a entrar. El piso parecía enorme. Sólo con ver el salón, que era igual de grande que todo su piso, podía imaginarse el resto. Y le vino a la cabeza la habitación de Fernando. Empezó a imaginársela, amplia, con una cama… -¡Blanca, hola!-. Fernando movió su mano de arriba abajo, delante de la cara de ella, que se había quedado parada en el comedor con su imaginación. Ella se sobresaltó. -Perdona, Fernando-. Dijo totalmente avergonzada y con la cara sonrojada. Fernando le cogió la bolsa que todavía llevaba en la mano y la depositó encima de la mesa. -¿Te pasa algo?- . Dijo mirándola a los ojos y cogiéndole ambas manos entre las suyas. -No, nada. Vamos a guardar todas estas cosas en la cocina antes que se echen a perder. Fernando recogió toda la compra y la guardó en la nevera y en los armarios. Allí en la cocina, se acercó a ella y la abrazó. Sintió la calidez de su cuerpo cuando ella lo rodeó con sus brazos. Le dio un beso en la sien. -¿Quieres que te enseñe el resto de la casa?-. Ella dijo si con la cabeza. Comenzó por la cocina, ya que estaban allí. Estaba diseñada en forma de U, con una isla central que le hacía la función de mesa de centro. Junto a ella, había cuatro taburetes, dos en cada lado. Era espaciosa y con un toque moderno, con mucha iluminación y con muebles de madera y color rojo. Fernando la cogió de la mano, esta vez sí, y la llevó de nuevo hasta el comedor. Como había visto antes, era bastante amplio, con un sólo mueble para colocar la tele, el equipo de música y otros aparatos tecnológicos. Eso sí, un mueble que ocupaba todo lo ancho de la pared. El sofá de color oscuro, al igual que el mueble, contrastaba con la pared de color blanco en la que se apoyaba. Acompañaba al gran sofá una pequeña mesa auxiliar del mismo color. No había ninguna mesa con sillas para comer allí mismo, por lo que supuso que comería en la que sí que había en la cocina. El baño era también enorme, como todas las estancias de la casa. Una bañera de hidromasaje ocupaba casi todo lo largo de la pared del fondo del baño. Estaba decorado con un revestimiento de tonos marrones las paredes opuestas y las otras de color blanco al igual que los sanitarios. La llevó por el pasillo y le enseñó una de las dos habitaciones de su piso, que era su despacho. Un escritorio en forma de L, con un ordenador portátil, impresora, otro equipo musical, y varias bandejas llenas de papeles estaban depositados sobre él. Las estanterías, llenas de cd’s de música, de películas y alguna que otra novela. Y un mueble enorme, lleno de libros de cocina y de deportes en general, acompañados de archivadores. Esos eran los habitantes de ese cuarto, que estaba pintado de color blanco. -Me queda la última estancia por enseñarte, pero no por eso es menos importante-. Le susurró en el oído. La llevó consigo hasta el otro extremo del pasillo, donde le enseñó su habitación. -¡Uau!- . Exclamó ella-. ¡Es enorme!- . A Fernando le gustó la apreciación. -Es demasiado grande para mí sólo-. Le dijo mirándola directamente a los ojos. Blanca tenía sus ojos clavados en los suyos, intentando descifrar el significado de ese comentario a través de su mirada. El dormitorio estaba compuesto por una cama que, como mínimo, era de dos metros. Era una cama blanca, al igual que las paredes, pintadas en ese color neutro que, al parecer, predominaba en todo el piso. Tenía un cabecero asimétrico bastante original en color arena. A sus lados, había dos mesitas pequeñas, de ese mismo tono, que estaban apoyadas en la tarima. No tenía almohada, en su lugar, descansaban un montón de cojines a juego con la funda nórdica. En esa cama podía caber tanto a lo largo como a lo ancho. -Cuando quieras, te invito a que la pruebes-. Le susurró al oído, detrás de ella, besando su cuello, pero sin separarse de su mano, que la seguía teniendo aferrada a la suya. Blanca se estremeció al oír aquellas palabras tan sugerentes. Y esos besos en el cuello la estaban volviendo loca. Si no paraba en ese momento, estaba dispuesta a probar la cama. -Y…y ¿no tienes armarios?-. Vaya chorrada de pregunta, pero tenía que hacer algo para que dejara de besarla. -Si..claro…que..tengo-. Respondió entre beso y beso. La acercó a un lateral de la pared donde descansaba la cama y allí estaba el armario. ¡Qué digo armario! ¡Un vestidor enorme! Las puertas eran de cristal y a través de ellas se podía ver todo su interior. Abrió la puerta y se introdujo en él. El vestidor estaba dividido por una estantería de madera en el centro de las paredes, rodeando todo el ancho de las mismas. Tenía toda ropa colgada en perchas, tanto en la zona superior como en la inferior. Todo muy bien colocado y ordenado. Había cuatros cajones, un zapatero y un pequeño puff como complementos. Al volver a la habitación, un amplio ventanal dejaba entrar la luz de la luna. Fernando corrió la puerta para enseñarle la terraza. En ella había dos tumbonas de teka, cubiertas por una colchoneta blanca cada una, y un baúl a juego que hacía a la vez de mesa. Pero lo más increíble de aquello eran las vistas, que aún siendo de noche, se apreciaba la playa al fondo. -Esto es precioso, Fernando. Puedes ver el mar desde aquí-. Comentó Blanca asombrada. Se apoyó a la barandilla y Fernando la rodeó por detrás, pegando su torso a su espalda y dejando sus manos encima de las de ella. Así se quedaron unos instantes, notando que sus corazones latían más rápido de lo normal, sintiendo que, cada vez, lo que pasaba entre ellos era más difícil de controlar. Blanca se giró y se quedó frente a él, acariciando sus brazos. -Tienes un piso enorme y muy bonito. -Gracias, me alegro de que te guste. Hace poco que lo he reformado y he cambiado toda la decoración, aunque me faltan todavía algunos detalles. -Me he fijado que no tienes cuadros. Y que todas las habitaciones las tienes pintadas de blanco. -Me gusta ese color, es más fácil de combinar con los muebles. Y respecto a los cuadros, si quieres, puedes venir conmigo un día a comprarlos. -¿Te fías de mis gustos? -Creo que tienes buen gusto. Estás conmigo-. Le guiñó un ojo y le dio un suave beso en los labios-. Será mejor que te lleve a tu casa. Sara afirmó con la cabeza, aunque no estaba muy convencida de que fuese eso lo que quería. Bajaron juntos al parking, subieron al coche y se marcharon. Al poco rato llegaron a casa de Blanca y se quedaron un rato hablando dentro del vehículo. -Me he fijado en la foto que tienes en el comedor. Uno se que eres tú pero los demás ¿quiénes son?-. Preguntó Blanca. En la foto que había visto, aparecían tres personas, dos hombres besando a una mujer mayor en cada una de sus mejillas. -Me has reconocido. Uno soy yo, el otro es mi hermano y la mujer era mi abuela-. Blanca notó un tono melancólico en la voz de Fernando y entendió que su abuela ya no estaba con ellos. -Mi abuela murió hace seis meses- . Dijo Fernando, como leyendo el pensamiento de ella. -Lo siento-. Fue lo que acertó a decir. Vio que Fernando se puso triste, podía verlo en su cara y sobretodo en sus ojos. Acarició esa tristeza y le regaló un beso lleno de ternura en los labios. -Gracias-. Le dijo cuando se separó de ella. -¿Porqué me das las gracias? -Por obsequiarme con ese beso. Ha sido precioso. Igual que tú-. Volvió a besarla. Blanca creía derretirse allí mismo, y no le importaba lo más mínimo. Sentía su interior descontrolado, sus deseos, sus pensamientos eran incontrolables. Y todo por culpa de ese chico que la besaba, la besaba y la besaba. Se despidieron hasta el día siguiente, pero sabían que no iban a verse. ¿O sí? Fernando prometió llamarla.
Posted on: Mon, 09 Sep 2013 02:39:52 +0000

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