11 asedios a la memoria del 11 de septiembre de 1973 Por Luis - TopicsExpress



          

11 asedios a la memoria del 11 de septiembre de 1973 Por Luis Martín-Cabrera /Rebelión PARTE 2 6. Memoria electoralista. La derecha chilena es ahora mismo una jaula de grillos. El presidente Sebastián Piñera concedió una larga entrevista al diario La Tercera en la que condena en términos muy duros el golpe de estado de 1973 y, a contrapelo de sus correligionarios de la Alianza, indica que nada justifica las violaciones de Derechos Humanos que acontecieron durante la dictadura del general Pinochet. Piñera habla incluso de las responsabilidades tácitas de aquellos miembros de la sociedad civil que callaron o fueron cómplices de estas atrocidades. Parece ser que ya se le olvidó que le fue a pedir permiso al general Pinochet la primera vez que se presentó a las presidenciales, ¿será eso también una forma tácita de complicidad por omisión? Con todo y con eso, las declaraciones de Piñera han colocado a la candidata conservadora Evelyn Matthei en una posición sumamente incómoda. Matthei, que es hija de uno de los generales golpistas, se ha visto obligada a hacer acrobacias retóricas: un día contesta que ella tenía 20 años en 1973 (como si con 20 años no se tuvieran nociones fundamentales de ética) y al otro que ella voto que sí a la continuidad del “gobierno militar” en el plebiscito de 1988 porque ya sabía que iba a ganar el no. No obstante, las declaraciones de Piñera apestan a electoralismo anticipado. Quiere volver a La Moneda y capitalizar la “suerte” que tuvo de que el golpe de estado le pillara en Harvard preparándose para continuar el legado neoliberal pinochetista por otros medios. La prueba de que las declaraciones de Piñera son un brindis al viento está en que El martes 3 de septiembre, integrantes de la AFEP, entre ellas Alicia Lira, Mónica Monsalve y Raquel Roa, se tomaron el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior demandando al gobierno que firme las querellas por violaciones a los derechos humanos y que todavía no han sido firmadas pese a que los abogados del mismo Programa han hecho llegar los documentos al gobierno. 7. Allende. Mario Amorós abre su recientemente publicada biografía sobre Salvador Allende afirmando que éste es, pese a todo, un desconocido. En el acto de presentación de este monumental e imprescindible libro en el GAM (Centro Cultural Gabriela Mistral) el historiador Sergio Grez afirma que el legado de político de Allende sigue estando inmovilizado en el pasado, que pese a los esfuerzos encomiables y esperanzadores del movimiento estudiantil, las alamedas no terminan de abrirse y Allende sigue condenado a los márgenes de la historia. El ruido mediático y las acusaciones de la derecha aprés coup –valga la redundancia--no nos dejan ver a la figura histórica del presidente ni volverla relevante para el presente. En ese sentido, creo que a veces somos prisioneros de ese mismo discurso de la derecha, sobre todo cuando, con las lentes del presente, transformamos al presidente Allende en una especie de campeón pacifista de los derechos humanos en su acepción liberal contemporánea. Sí, es verdad, que la vía chilena al socialismo fue pacífica, que Allende estaba a punto de convocar un plebiscito para ese mismo once de septiembre, que su apoyo electoral crecía, pero es absolutamente improductivo y ahistórico contraponer, como ha hecho recientemente José Pablo Feinman en el diario Página 12, las decisiones de Allende a las de Miguel Enríquez para condenar las de éste último por apostar a la lucha armada. La decisión de armar o no armar los cordones industriales, por ejemplo, siempre me ha parecido una cuestión agónica; en puridad una decisión imposible, y de hecho, su misma indecibilidad no debe estar desconectada del suicidio posterior del Presidente. Ninguna decisión era buena en ese momento. Desde el presente, de manera un poco defensiva y probablemente como resultado de la desaparición de la lucha armada como estrategia emancipatoria en América Latina, preferimos la opción trágica y pacifista de Allende. Pero desde este mismo presente deberíamos poder también discutir, sin caer en la teoría del empate o los dos demonios, bajo qué condiciones un pueblo tiene derecho a defenderse de una agresión fascista. Mientras sigamos atrapados en una defensa abstracta de la vida y los derechos humanos, no seremos capaces de distinguir entre las razones de la lucha armada revolucionaria y las razones, contrapuestas, de la intervención fascista que impuso el modelo neoliberal que padecen la mayoría de los chilenos hoy. Nos repugna la violencia, por supuesto que admiramos la defensa pacífica del socialismo que hizo Allende, pero ninguna de las dos cosas nos debe impedir pensar críticamente la relación entre violencia y política, porque no hacerlo es ceder al imperativo categórico liberal pacifista que preserva el monopolio de la violencia para el Estado como instrumento de dominación de la clase hegemónica heredera de la dictadura. 8. Conciencia popular. La otra mañana en el Transantiago (otra manifestación nefasta del programa privatizador neoliberal) viajando como sardinas enlatadas no pude evitar leer un mensaje de texto en el teléfono de la persona que tenía al lado “va a quedar la cagá, cualquier cantidad de Pacos a esta hora para reprimir la marcha del pueblo”. Ese día 5 de septiembre el movimiento estudiantil había llamado a una marcha en defensa de la educación pública y contra la herencia de la dictadura. Al leer ese mensaje que no estaba destinado para mí, no pude evitar pensar que a pesar de la asepsia inducida por el consumo y los cuarenta años de programa neoliberal sigue quedando conciencia popular. En la marcha del 5 de septiembre los estudiantes cantan “ y va a caer, y va a caer la educación de Pinochet” y de un plumazo borran los engolados argumentos de cientistas políticos, transicionologos y otros apologetas del gatopardismo elevado a la categoría política de Estado. Cuando los estudiantes piden asamblea constituyente, educación pública y de calidad, la desmunicipalización de la educación, la renacionalización del cobre, el fin del lucro en la educación, la disolución de las AFP’s (fondos privados de pensiones), una nueva legislación laboral, también están luchando contra la herencia de la dictadura, porque como se puede leer en Londrés 38, uno de los antiguos centros de tortura recuperados por familiares y supervivientes, “La actividad de hacer memoria que no se inscriba en el proyecto presente, equivale a no recordar nada”. 9. Violencia. Y quedó la cagá, los voceros de las organizaciones ni siquiera pudieron terminar sus discursos cuando los guanacos (carros antidisturbios) y las fuerzas de choque de carabineros irrumpieron en la mitad del improvisado escenario para reprimir a estudiantes y simpatizantes con la excusa de que hay encapuchados que alteran el orden público. Contemplando estas imágenes desde uno de los puentes del río Mapocho no pude evitar pensar que aquello era como contemplar La batalla de chile en color y en alta definición, ¿qué ha cambiado desde entonces? Después es ya costumbre ritual que los medios no discutan las propuestas de los estudiantes --en este caso un excelente documento que hace un compendio de sus propuestas—sino que se centren compulsivamente en las imágenes de los violentos encapuchados destrozando mobiliario urbano. Pero ¿Quiénes son estos encapuchados? Una parte son probablemente infiltrados por la policía para justificar la represión, pero la otra son, como me indican los hermanos Pérez Ahumada --mis cientistas sociales de cabecera estos días--, jóvenes de las poblaciones más humildes. ¿En qué diálogo van a creer estos jóvenes a los que les han robado la vida y la dignidad? ¿Qué esperanza de futuro van a tener después de cuarenta años de condena al olvido y la marginación? Creer o no creer en el diálogo y las vías pacíficas también es una cuestión de clase. En cualquier caso, habría que preguntarse parafraseando a Bertold Brecht, ¿Qué es tirarle una piedra a un carabinero o romper una farola comparado con privatizar la educación o la sanidad? Probablemente hoy 11 de septiembre de 2013 ardan las poblaciones, habrá enfrentamientos en lugares con La Pintana o La victoria entre pobladores y carabineros, mientras en La Moneda o en el Museo de la Memoria conmemoran “civilizadamente” la violencia soterrada sobre la que se asientan sus privilegios. No podemos alegrarnos ni celebrar estos estallidos, son un fracaso colectivo, pero tampoco podemos dejar de reconocer que son el resultado de las desigualdades y de la violencia estructural que impuso el ominoso 11 de septiembre de 1973, no hacerlo es simplemente faltar a la verdad o al menos a la verdad de los pueblos que siguen sufriendo las consecuencias de la dictadura. 10. Estallidos de memoria. Imposible dar cuenta de la cantidad ingente de conferencias, obras de teatro, homenajes a los desaparecidos, entrega de títulos póstumos, performance callejeras, discusiones formales e informales y, por supuesto la conmovedora y multitudinaria marcha desde Los Héroes al Cementerio Municipal de Santiago del pasado domingo 8 de septiembre. De hecho, viniendo de ese reino de la impunidad y el olvido llamado Estado español, uno contempla con sana envidia el vigor con que la sociedad chilena se ha aplicado a redescubrir y discutir el pasado dictatorial. Conviene, no obstante, tener en cuenta que este proceso ha sido en parte alentado y fomentado por los medios y que la lógica de los medios tiende a la espectacularización y al vaciamiento de la historia. Sería un fracaso colectivo que después del 11 todo volviera a la normalidad, vale decir, al olvido, porque nada termina hoy, todo debe volver a empezar para romper los múltiples cerrojos plasmados en esa constitución de 1980 que hace de Chile uno de los países más desiguales e injustos de la región. 11. Poesía contrafactual para el futuro. A todos nos gustaría que nada de esto fuera como fue, sería mejor que el 11 de septiembre nunca hubiera sucedido. En ese deseo se cifran muchos de nuestros anhelos. Mi querido y admirado colega Jaime Concha me cuenta que Gonzalo Millán lo llamaba a veces desde su exilio en Canada a su casa de San Diego y permanecía en silencio del otro lado de la línea. Silencios ruidosos del exilio. Pero entre silencio y silencio, Gonzalo Millán fue capaz de escribir este poema que hoy, a cuarenta años del golpe, tiene más sentido que nunca.
Posted on: Wed, 11 Sep 2013 11:02:38 +0000

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