2. MENSAJE EVANGÉLICO: METODOLOGÍA DE JESÚS PARA HACER CRECER - TopicsExpress



          

2. MENSAJE EVANGÉLICO: METODOLOGÍA DE JESÚS PARA HACER CRECER LA AUTOESTIMA DE BARTIMEO 1.LA MARGINACION DE BARTIMEO La marginación se da en dos direcciones: cuando los demás nos aíslan y cuando nosotros mismos nos separamos. Bartimeo sufrió ambas, aunque la segunda es sin duda peor. El ser ciego era una de las desgracias más terribles en tiempos de Jesús, pues se le excluía de la comunidad de Israel. El invidente estaba marcado por las condenas de la sociedad que lo consideraba pecador, y por tanto, ay de aquel que “comiera o bebiera con él”, porque era reo del mismo delito. El ciego, pues, vivía en la más terrible de las soledades, sin derechos sociales ni religiosos. Bartimeo, el hijo de Timeo, era uno de estos desdichados. No había espacio para él dentro de los históricos muros de la ciudad de Jericó, ni tenía visa para entrar en sinagoga alguna. Así, se exilió en la frontera del agreste desierto, donde merodeaban los leoncillos y abundaban serpientes y escorpiones. No sabemos si su desgracia provenía por herencia de los antepasados o por un accidente. Lo cierto es que no percibía los colores ni las proporciones. No era capaz de contemplar un desfile de hormigas, los ojos traviesos de un niño, ni la silueta de una mujer hermosa al atardecer. Por estos motivos, encontró todos los justificantes para sentarse junto al camino. a. Ciego por accidente, pero limosnero por decisión personal No sólo tenía límites naturales, sino que él mismo se encargó de estrechar el margen de sus capacidades. La naturaleza lo hizo ciego, pero él, y únicamente él, se trasformó en mendigo. Sólo Bartimeo tomó la decisión de pedir limosna en las afueras de la comercial ciudad de Jericó. No había proporción entre ceguera y mendigar. Tenía solamente un problema con los ojos, pero poseía todas sus otras facultades. Bartimeo se escudó en su ceguera para no redoblar sus esfuerzos. Eligió la opción más fácil, aunque tuviera que hipotecar su dignidad y el respeto a sí mismo. Se convirtió en un limosnero que exponía ante los demás su indigencia. Prefirió llamar la atención por sus defectos y carencias, que por sus cualidades y posibilidades. No era necesario que los demás lo menospreciaran, cuando él ya no se valoraba a sí mismo. b. Sentado y cansado de estar cansado Además, el ya dramático limosnero resolvió sentarse a la orilla del camino. Estaba privado de la vista, sí, pero eso lo tomaba como excusa válida para creer que no podía participar en el desfile de la vida. Como todo ser humano, estaba dotado de fuerzas y debilidades, pero conmiserándose a sí mismo, se cerró las puertas del futuro, sentándose al borde de la calzada. Ciertamente, tenía una incapacidad, pero él decidió apostarse a un lado de la caravana de los comerciantes y peregrinos. Se dio por vencido ante él mismo. Vivía tan arraigado a su incapacidad, que hasta persuadía a no pocos de que estaba destinado a ser un pobre limosnero por el resto de sus días. El carecer de vista no le debía impedir vivir con la frente en alto; al contrario, le ofrecía el reto de sobresalir en otros campos de la ciencia o las artes. Herodoto (488-426 AC.), padre de la historia, fue ciego, pero eso no le impidió ni viajar ni escribir nueve libros. Hellen Kéller (1880-1968) superó su carencia visual y auditiva, y logró convertirse en abogada, escritora y conferencista internacional; buscó y encontró puertas de salida para este laberinto. Andrea Boccelli no puede ver, pero su sonora voz alegra los aires del mundo entero. Bartimeo ya no quería caminar más. Él, y sólo él, decidió sentarse, porque su autoestima estaba por los suelos. El problema era que Bartimeo no creía en sí mismo, y con su rostro lastimero intentaba convencer a todos que le bastaba un pedazo de pan para sobrevivir. Había menospreciado su persona y no tenía ni motivaciones ni expectativas para vivir. Por eso, mejor se sentaba a la orilla del camino de quienes escriben los capítulos de la historia. Para los transeúntes de ese cruce de vías, era natural verlo estacionado al borde de la vereda, levantando su mano para pedir algún mendrugo de pan. Jericó se encontraba en la impresionante depresión del Jordán, a casi 400 metros bajo el nivel del mar; pero era la vida de Bartimeo la que se encontraba en el punto más bajo de su geografía y de su historia. Lo peor no fue que el pueblo lo marginara, sino que Bartimeo mismo se aisló y cubrió con grueso manto. Aunque los demás no creyeran en él, el ciego podía tener confianza en sí mismo. Nadie le podía hacer sentir lo que él no quisiera; pero si él no se valoraba a sí mismo, tampoco creía que nadie pudiera reconocerlo. c. Se enclaustró en sí mismo En el relato de Mateo (20,29-34) encontramos la historia de dos ciegos que compartían su dolor y su destino. Decidieron unir sus soledades y sufrir acompañándose uno al otro. Pero Bartimeo estaba completamente solo. Una palmera, un bastón y un manto raído eran sus únicos compañeros. Sus oídos no conocían la voz del amigo, sólo se contentaban con el zumbido del viento que silba furioso cuando irrumpe por los acantilados. Sus manos se habían resecado y agrietado, pero no por la aridez de la región, sino porque no tenían a quien acariciar. Sus pies, cansados, no conocían el camino de la amistad. En su boca habían sido suprimidas las palabras: “te amo”, “te extraño”, “te necesito”, con todos sus sinónimos. Sus ojos, dos luceros extinguidos, nunca se habían encontrado con la mirada de quien abre la ventana de su santuario para penetrar en él. Bartimeo no tenía ningún amor estable ni permanente. Los transeúntes desfilaban fugazmente delante de él. Algunos se detenían sólo para refrescarse por un momento, pero en el crepúsculo se alargaba la sombra de su soledad. Los comerciantes y los ocasionales peregrinos transitaban presurosos por enfrente de la palmera donde se recargaba su bastón, sin haber dejado huella alguna de nostalgia. Es que Bartimeo había tejido su vida con los colores grises y oscuros del dame-recibo, y no con la variedad de tonos que tiene el arco iris. d. Bloqueo afectivo y sentimental Tanto la causa como efecto de su soledad era que aquel hombre agazapado en su manto no expresaba su amor y su cariño porque no se valoraba así mismo. Tal vez tampoco nadie lo quería ni necesitaba. Su única muestra de sutil afecto era dar gracias al viento, sin ver el rostro de la persona que le había dejado caer unas cuantas monedas. No lo amaban, sólo le tenían lástima. Amar no es dar limosna, sino “dar hasta que duela” (Madre Teresa de Calcuta). Por otro lado, quien recibe migajas, ni se siente amado ni está motivado para responder con amor efectivo y afectivo. El problema de fondo es que Bartimeo no quería recibir amor. Tal vez por haber sido alejado de su familia no se creía digno de ser amado ni con derecho a ser feliz. Bartimeo no tenía a quién mostrar su cariño. Y resolvió reprimir sus sentimientos, hasta que se fueron oxidando en el calabozo donde los tenía cautivos. Nunca manifestaba ternura, porque sólo recibía limosnas. Por eso se cubría con un grueso manto convertido en armadura que no permitía que el calor del afecto penetrara en su vida, y tampoco dejaba que su luz interna brillaría en el exterior. Era su escudo para no sufrir, sí, pero al mismo tiempo le impedía gozar. No le penetraban los dardos traicioneros, pero tampoco nadie escuchaba los latidos de su corazón. Había reprimido sus sentimientos, encarcelándolos bajo su manto. Cuántas veces nos defendemos con un caparazón para no ser amados. Nos cubrimos con una coraza para no recibir amor, porque no creemos que exista el amor fiel, desinteresado y sin condiciones. Pero quien piensa así, es porque cree también que su afecto tampoco puede tener estas mismas características. Por eso, no acepta ni expresa ninguna de sus emociones. Bartimeo bloqueó los sentimientos. Era mejor no sentir para no exponerse. Optó por no arriesgar, para no sufrir. Prefirió el sobrevivir, pero sacrificó el vivir. Se escondió bajo el pesado manto. Suponía que mostrar sensibilidad era una debilidad y que las personas sensibles son frágiles como los pétalos de una flor, sin reconocer que el perfume brota precisamente en esos pétalos donde reposan las mariposas y las abejas toman el néctar que convertirán en miel agradable para endulzar la vida. El ser ciego no le impedía crear ilusiones, pero renunció a entrar en el país de las fantasías, para no terminar decepcionado ni frustrado. Perdió la capacidad de vislumbrar nuevos horizontes y tener una estrella a la que pudiera llamar suya. En una palabra, Bartimeo, que sólo sabía recibir, no quería abrir el arcón de los sentimientos porque pensaba que no tenía con quién compartirlos. Más de alguna vez justificaba su postura argumentando que era inútil pelar un dátil que nadie se iba a comer. ¿Para qué levantarse y emprender la marcha por el camino si no tenía a dónde ir; ni menos con quien recorrer el sendero? En los largos momentos de soledad y silencio, llegaba a pensar que no valía la pena comenzar algo que no habría de terminar. Entonces agachaba la cabeza y se adormecía, sin soñar. Más que piernas entumidas de tanto estar sentado, era su corazón el que se iba anquilosado cada día más. A nadie le importaba lo que sentía, sufría o pudiera esperar. No hay nada más dramático que un hombre sentado frente a un camino que no quiere transitar. Qué incomprensible es una persona adormecida a la orilla de la calzada donde rezan los peregrinos, negocian los comerciantes, corren los atletas y se encuentran los amigos. Vivimos en una sociedad donde los sentimientos son signos de debilidad. Por eso tememos entrar en contacto con ellos, y no los expresamos. Se habla de la traición del amigo, pero nos reservamos el coraje, la decepción o la tristeza que sentimos ante ella. Se comenta la indiferencia del esposo, pero no se revela el frío que va congelando las arterias del corazón. Ahogamos los sentimientos, negándolos o rechazándolos, pues no creemos que debamos manifestar la ira, el júbilo o la soledad. Contenemos nuestras lágrimas, apretando las mandíbulas, pero olvidamos que de amor y alegría también se llora. Así, pasaron lentamente las semanas y se sucedieron los meses, mientras los años no se detenían, con un hombre que pensaba que no era capaz de enfrentar los retos de la vida y que, para no sufrir, se había convertido en estatua insensible que no mostraba sus afectos... hasta que se cansó de estar cansado. B. JESÚS PASA POR ÚLTIMA VEZ POR LA VEREDA DE BARTIMEO Un día que parecía ser como todos los demás, Jesús, acompañado de una inmensa multitud, pasó por la vereda donde la mano extendida de Bartimeo era parte del panorama. Al Maestro se le presentaba una maravillosa oportunidad de poner en práctica sus enseñanzas, para no ser equiparado a escribas y fariseos que indicaban a los demás lo que debían hacer, pero ellos no movían un dedo para cumplirlo. El Hijo de hombre había insistido varias veces en la importancia de la limosna. Pues bien, allí estaba un pobre necesitado. ¿Por qué no daba ejemplo de lo que antes había propuesto con sus palabras? Prefirió pasar de largo, como si fuera insensible ante la escena de un menesteroso que no se podía bastar por sí mismo. Decidió ignorarlo, aunque esto fuera malinterpretado por algunos, hasta por el pobre invidente que, de nuevo no era tomado en cuenta; mas ahora con un agraviante: quien pasaba y se alejaba dejando un agrio sabor de apatía era Aquél que había sido ungido con el Espíritu de Dios para abrir los ojos de los ciegos y liberar a los oprimidos (Lc 4,18-19). Pero precisamente esta aparente indiferencia fue la que hizo reaccionar al mendigo que tenía alma de indigente y vestido de pordiosero. C. EL GRITO DE BARTIMEO DETIENE A JESÚS Bartimeo se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Está saliendo de la cueva que él mismo se había fabricado. Por primera vez en muchos años muestra a flor de piel sus necesidades profundas y no sólo las urgentes. Ya estaba cansado de la rutina de su vida y de su desierto interno. Ya no podía más y resolvió salir de la depresión. Por eso, cuando se enteró de que Jesús pasaba junto a él y se alejaba, percibió que se le escapaba la única y última oportunidad de dejar su postración. Ya no era posible seguir así, sin motivaciones ni objetivos en la vida, sin ilusiones ni sueños. Era inútil continuar cubriendo el volcán de su corazón, negando su necesidad de ser amado. Había tocado fondo, y el paso fugaz del Maestro que no se detenía, fue como un resorte que le hizo sacar a flote lo más íntimo. Sin levantarse, porque no creía que podía hacerlo, gritó. El ciego nunca antes había clamado con tanta fuerza, pues siempre pedía limosna en voz baja, para que la gente se inclinara a compadecerlo. Todos lo consideraban sin ánimos ni capacidad de reaccionar, pero parecía haber ahorrado todas sus energías para este momento. Ni él mismo sabía que poseía esa capacidad. El mendigo postrado junto al camino cambiaba su actitud: no adoptó el papel de víctima que no era tomado en cuenta; al contrario, surgió desde el fondo de sí el deseo de aprovechar esa única oportunidad que tenía para cambiar de vida. Creyó que era posible.
Posted on: Mon, 25 Nov 2013 21:14:03 +0000

Recently Viewed Topics




© 2015