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A la puerta del cielo del segundo cielo, bastante cerrada © 2013 Dedicado al Doral Vineyard, y a sus pastores huecos aunque plenos de credos. Cuando Diego Velas Juez pisó por primera vez Caobana en el dieciséis de casi el mismo año, ya muchos otros la habían pisoteado en todas direcciones con mucho más entusiasmo y pretensiones abigarradas. Y por muy interesante que hoy pueda parecer a la distancia de redundados siglos, el nombre de procedencia no definía aún el lenguaje oficial, y por mucho que intentasen, nadie los podía comprender y considerablemente menos lo anhelaba. Corsarios de archipiélago y roedores internacionales, huyéndole a un continente en bancarrota de baratijas, aquellos alcanzaron gran satisfacción histórica para las inclinaciones más mordaces e inconfesables que pueda alguien imaginar. El eco nos ha alcanzado a través de una nacionalidad enfermiza y precozmente concebida, la cual nunca descubrió el ansiado reposo a noventa millas de distancia, ni consuelo alguno al otro lado del Atlántico. En fin, Diego tenía un arma secreta, y una fe intrínseca y seca en su interior de que ostentaba un valor un poco más necesario que el oro y las especies que buscaban. Pero pensándolo mejor, quizás su mente decidió justificarlo tras el antifaz de canje equivalente y pacífico, pues en verdad nada de valor podían ellos ofrecer, asimismo fugitivos y buscavidas. Los valores materiales locales fueron obligatoriamente cambiados por la equivalente aceptación espiritual de algo indeseado, cambiando de mano indígena a mano invasora y dejando hueca la esperanza. El dios de los colonizadores era una experiencia, una relación y una hipocresía basada en una canasta tiránica plena de metales extravagantes y poder desmesurado por complicidad o por la fuerza. El arma secreta se llamaba “Vineyard Movement”, en alusión y honor al horror premeditado que siglos más tarde dejaría a sus simpatizantes listos para una tropa de siquiatras de corazones. Herederos de siglos de persecución inquisitiva y abusadora, y también macabros inspiradores de los próximos, estos intermedios colonizadores de denuedos poseían muchísimos trucos y aún más fraudes para alcanzar sus objetivos al precio que fuese, pues aquellos que perdían más incluso pagaban por la ofensa. Bien pronto la única persona que previó sus intenciones verdaderas quedó amarrado a una pira como ejemplarizante ejemplo para todo el que se atreviese a desafiar al dios equivocado. La leyenda de Baracoa quedó en ese segundo de febrero eclipsada por el ardor del Yara. -Ten una experiencia con dios, e irás al cielo –lo desafió el representante de aquella canasta canalla. A lo que respondió el héroe taíno: -Yo prefiero ir a donde jamás vuelva a encontrar gente tan cruel. Este nombre recóndito del dios de los metales todavía resuena en los edificios abiertos durante el fin de semana, con idéntico salvajismo. Al Dios de igualdad, amor y paz no le está permitido entrar.
Posted on: Wed, 03 Jul 2013 01:13:25 +0000

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