AVENTURAS DE UN EJEMPLAR DE “TRASFONDO” EN TIERRAS DE - TopicsExpress



          

AVENTURAS DE UN EJEMPLAR DE “TRASFONDO” EN TIERRAS DE ESPAÑA (Contadas por un lector literalmente SOBREVIVIENTE) Buenas. Mi nombre es José María Miró, tengo 36 años, y le escribo desde España. Me gustaría decirle en este momento que el motivo por el que le escribo estas líneas se detalla más adelante, después de presentarme (aunque no hay mucho que presentar) y contarle cómo conocí su obra. No la voy a abrumar con elogios sobre su obra (desde luego más que merecidos), ni voy a vanagloriarme acerca de extensos conocimientos de literatura argentina, porque no los tengo. Antes de caer en mis manos el artículo del que hablo más adelante, solo había leído "Los siete locos" de Roberto Arlt, y "Boquitas pintadas", de Puig. Este último me encantó, eso sí. Continúo conmigo. Vivo en Málaga, ciudad del sur de España. Siempre me ha apasionado la lectura, aunque tengo formación técnica, y trabajo como ingeniero. Tuve noticia de sus obras gracias a un suplemento cultural del periódico español "El Pais", allá por el verano de 2012. Fuimos dos parejas a la playa a pasar el día, la otra pareja llevaba este diario, y en cuanto vi el artículo "Argentina, una ficción inagotable", lo leí atentamente, y tras pedir permiso, extraje la hoja y la doblé con cuidado. A partir de aquí, vine a conocer a Brizuela, Fabian Casas, Neumann... Pero sus obras se me resistían, no había manera de encontrarlas. Sin embargo, en la Feria del Libro de Madrid de hace escasas semanas, casi un año exacto tras aquel día de playa, vi sus libros en una caseta. Para no mentir, en un primer momento adquirí únicamente "Trasfondo". Sin embargo, me arrepentí, y, al día siguiente, regresé y compré los otros dos. Ahora viene la historia que quiero transmitirle, el relato, si es que acaso estas líneas pueden tener tal consideración. Soy aficionado a la montaña, al senderismo, y pertenezco a un grupo excursionista de un pueblo de Málaga. Senderismo, andar simplemente, nada de cuerdas y andar colgado de paredes. Este grupo suele organizar salidas por la provincia de Málaga y el resto de Andalucía, rica en montes, y de vez en cuando, algún desplazamiento algo especial, a algún lugar más lejano, Pirineos, por ejemplo... o Marruecos, el Alto Atlas, hacia donde nos dirigíamos el pasado martes. Esta salida estaba organizada desde varios meses atrás, y todos los participantes, 12, esperábamos con ilusión la fecha de partida. Sería un día de viaje al sur de Marruecos, tres días de caminatas ascendiendo picos de más de cuatro mil metros, un día en Marrakech, y otro día de camino de vuelta a España. La cuestión es que había planificado un libro para el bus de la ida, y otro para la vuelta. Teníamos previsto el paso a África mediante un ferry, y desde allí, un trayecto de unos 700 kilómetros por autopista, hasta cerca de nuestro destino en las montañas del Atlas. Como ingeniero, cuadriculado y cartesiano, no me gusta comenzar un libro sin haber terminado el anterior. Tengo esa manía, y otras también. No soporto estar viendo el señalalibros mientras leo, me refiero a que esté a mi lado en el sofá, o en una mesita, y lo vea aunque sea con el rabillo del ojo. He de meterlo entre las páginas del libro, ahí ya me da igual que sobresalga un poco. La cuestión es que había planificado un libro para el bus de la ida, y otro para la vuelta. Para la ida "Trasfondo", para el regreso, "Pequeños hombres blancos". En suma, al terminar la sinuosa carretera que une Ceuta y Tánger, y comenzar la autopista en esta última ciudad, agarré "Trasfondo" y me sumergí en el Atlántico Sur. El libro me atrapó desde un primer momento. Mientras hacíamos kilómetros y kilómetros, yo andaba más pendiente del sónar y de la computadora averiada que del monótono paisaje semidesértico. Disculpe usted estas prescindibles comparaciones. La cuestión, el núcleo, la esencia, la anécdota, la semilla de la que nace este escrito, es que unos cien kilómetros antes de llegar a Marrakech, en plena autopista, un todoterreno que circulaba a una velocidad excesiva, muy superior a la permitida y a la de nuestro propio vehículo, nos embistió por detrás. Fue un impacto brutal, que provocó que nuestro conductor perdiese el control del microbús, y dimos tres vueltas haciendo un trompo, hasta que al final volcamos. Justo iba leyendo su libro en ese momento. Por suerte sólo hubo heridos de diversa consideración. Yo, ironías del destino, resulté ileso. Al poco de comenzar a salir del vehículo, sin necesidad de abrir escotillas pues la luna frontal quedó destrozada, y, volcado el microbus como estaba, permitía el paso, una compañera de viaje me alargó mis gafas, que las perdí en el impacto pero no las había extrañado hasta entonces, y el libro. Me pareció absurdo, surrealista, que en aquellas circunstancias me devolvieran el libro, arañado, magullado, con la cubierta agujereada, con tierra entre las páginas, incluso alguna diminuta gota de sangre. Al contrario que aquellas botas esquivas de la novela, el libro vino a mí sin necesidad de yo buscarlo. Lo terminé de leer en un hospital de Marrakech, dos días después. Un compañero herido debía guardar cama un día más que los demás, y yo permanecí con él, para no dejarlo solo. Llevaba leído más de la mitad cuando aquello ocurrió. A la llegada a casa, el viernes, anoté en la primera hoja, a lápiz, la fecha "20 junio 2013", el día en que lo finalicé. Siempre lo hago cuando termino un libro. Otra manía. JOSÉ MARÍA MIRÓ PADILLA
Posted on: Sun, 23 Jun 2013 14:32:38 +0000

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