¡¡Adiós!! Me fijé y vi: También la oí pronunciar con - TopicsExpress



          

¡¡Adiós!! Me fijé y vi: También la oí pronunciar con aquella pequeña voz que tanto amé, un ¡Adiós! Apenado, un ¡Adiós! Escasamente con aliento, un ¡Adiós! Sin intención de olvidar, un ¡Adiós! Que estalla en lágrimas de loto, un ¡Adiós! Sin patria, un ¡Adiós! que quebró la voz para tomar el camino del amargo olvido. Una despedida en ambos sentidos donde la presencia queda inmortalizada sólo en el recuerdo de palabras, y la espera de la noche llegando al filo del ensueño como náufrago postrado que logra arribar a la ribera del encuentro con la vida. ¡Adiós! La palabra tan común había dejado de serlo en mis sentidos y en mi corazón; incluso mi corazón de piedra empezó a sudar líquido interior de pena. Más por casualidad que por otro sentido me dirigí a mis diccionarios para examinar el alcance del vocablo, quedé un tanto decepcionado por la explicación tan simple que dan de ello. El de la Real Academia dice: Interjección que se emplea para despedirse. 2 Denota no ser ya posible evitar un daño. Otro, que además es ideológico explica con verdadera economía de palabras: A Dios. Despedida. No satisfecho con tan escuetas descripciones, intenté socavar mas información y acudí a un antiguo diccionario de por allá los años del Señor de 1786, quedé también extrañamente sorprendido al no encontrar la expresión por parte alguna. Qué había pasado con ella, me pregunto, Creo que sencillamente no se empleaba de la forma y manera con que modernamente la empleamos. Pero mira por donde encontré en mi rebusca de catología, uno que se digna decir algo más que queda disuelto en la nada de palabras con repetición, pero que cito: Sólo se usa ante una oración exclamativa. Al fin desistí en la pesquisa de saber algo más de esa palabra que se me había clavado en el alma y circulaba ya por mi sangre. Fue mi antigua memoria, esa que sólo acude cuando finalizo mis recursos transcritos, y me liberó de más rastreo por el mundo inacabable de la literatura. Fue un antiguo escribano de olvidadas escribanías que me contó cierto día que el Adiós actual proviene de antiguos rituales de cortesía que se practicaba entre las gentes y los gremios, cuando el llamado estrés actual no se había inventado, y el saludo era algo transcendental y primordial en que comunicarse más de un solo acto. Se preguntaban por las familias, hacienda y salud.0 de la conversación se derivaba una relación que no se basaba en teléfonos, ni fax, ni en Internet, ni ningún invento que la ciencia o la técnica ha ido horadando cada día más el despeñadero que nos separa de nuestro linaje primitivo y de la complacencia zoológica. Es el trato de persona a persona, y en la mirada como el mejor medio de notificar, anunciar o participar cualesquier alegría o pena de la que nos sentíamos especialmente participes. Al concluir esta, los protagonistas de tan singular saludo finalizaban con la primigenia formula: A Dios te encomiendo en mis oraciones. De esta manera cualquiera se sentía objeto querido en las relaciones humanas, formando parte del tiempo y de la Historia Interminable que dan embocadura a la eternidad. Hoy, el adiós ya convertido en palabra cuasi vulgar se transforma para no comunicar casi nada. Pero hay raras ocasiones en que este mínimo dicho se convierte en una terrible arma de descorazonamiento y en un poderoso desengaño que invierte el antiguo sentido para dejarnos ocultos en la miseria y una profunda tristeza que hiere los sentidos, el corazón, y las entrañas. Su tono, su parquedad, su desaliento, postración, desmayo, agobio, abatimiento y hasta desesperación, es incalculable conduciendo nuestra mente a un hoyo de decaimiento que muchas veces se hace peligroso. Aun quiero decir algo más que me ha inspirado una conocida cantante cuando en su interpretación de cierto poema canta: “Dicen que no se siente la despedida/ Dile al que te lo cuente/ Que se despida”. De esa despedida aquí relatada, dos seres que se aman fueron víctimas. Entonces pensé que los humanos somos los seres más necesitados del planeta, porque casi nunca cogemos lo que necesitamos aunque esto esté al alcance de nuestro amor, que tendemos a no salir de lo que conocemos, casi nunca nos aventuramos por temor a lo inexplorado. Pero eso no cuenta conmigo, yo nací e inmediatamente se me dio la libertad. Navegando los mares conocí más libertades de las que se ha podido contar, sin querer por eso decir que mi vida ha sido todo lo feliz que se puede alcanzar, ya que en realidad no somos nunca dueños de esos sueños, porque los sueños aunque parezca lo contrario, miran más hacía el pretérito que hacía el mañana, sobre todo cuando en el cuaderno de bitácora ya se han cumplido demasiadas mareas y demasiadas mares arboladas. Los sueños sólo son un fragmento de un gran mensaje que nunca nos llega completo, y el mío, nunca acaba de completarse, hasta se me está difuminando en el camino del olvido, concentrado en algo que no está aquí conmigo sino en alguna otra parte alejada e inexplorada. En ese ¡Adiós! Me sentí aislado mágicamente de la tosquedad frontal de la vida, y solo en un lejano universo ficticio, aunque aun atenuado en forma de lejanas palabras en la amanecida, cuando los sentimientos se deterioran o se modifican dejando sólo un espacio para que el milagro lo pueda restituir a su calidad inicial. Por algo intrínsecamente ajeno a los sentimientos, las personas nos hacemos irrazonables, y también por esa sencilla regla renace la esperanza en medio de la calamidad de una despedida llena de tristeza con ¡Adiós! La madrugada siguiente fue extrañamente larga, tediosa, fundida en el recuerdo, transparente a los sentidos adormecidos de un sueño que se niega a estabilizar la vida. Y allí, muy cerca de donde estudio la manera de ir reposando el espíritu viendo el rostro amado que se refleja en la pantalla del monitor, la luz extrañamente verdosa e intermitente de aquel aparatito negro como el infierno que estoy viviendo, señalando con su negro dedo de antena antediluviana a un lugar que me imagino al noroeste de donde me encuentro; soñando con un lecho donde reposa la mujer de ojos tristes que ha cruzado palabras de sentimientos puros y palabras de adioses cargados de ultimátums más negros aun que la oscuridad absoluta que me rodea. Y en ambas direcciones, la idea detenida de algo muy valioso que se ha perdido en la nada, difuminado en la oscuridad incondicional de pensamientos tan amargos como la ausencia. Pasó una etapa, un lapso, una racha en que mis dedos seguían intentando establecer la comunicación para inventar las palabras secretas que se pueden decir en esos momentos turbios de la mente ofuscada, o tal vez el silencio conectado que tan bien interpreta ella cuando la muralla invisible y al parecer insalvable que amenaza silenciar para siempre los sentimientos tras una mirada lejos, muy lejos, desde un territorio tristemente extraño, era como si estuviese ascendiendo una peña cuyos postreros tramos se me hacen inexorables. El cielo frígido y tenebroso me parecía la noche a través de la ventana. Por fin desperté sobresaltado, como ante un peligro repentino y perverso, como si en las sombras hubiese acariciado con mis manos la piel frígida de un reptil. Me dolían todos los huesos, sobre todo los de mi antigua lesión que reclamaba una postura natural que no había tenido por algunas horas. El día transcurría con una lentitud inusual, y el ambiente como en una enorme fragua de hierro donde se cuecen los metales para dejarlos enfriar en el aire que se vuelve tórrido en este territorio barrido por los vientos, parecía no apaciguarse por la tristeza, como si esos céfiros se hubiesen calmado y una bruma intensa lo cubriese todo y me dejase aislado mágicamente de la ruda realidad. Y el teléfono menudo allí impertérrito, con su ojo de cíclope liliputiense guiñando a espacios infinitos, en una burla trágica de mis sentimientos, mudo, frío, sin corazón, y en sus entrañas los hilos de la comunicación insensiblemente relajados. Maldito aparato, pensé, mientras mis manos se dirigen raudas al encuentro del artefacto para silenciarlo o mejor arrojarlo por la borda de mi razonamiento y hundirlo en el silencio total y eterno de la civilización sin compasión. Más el gesto quedó en sólo eso, mientras unos ojos tristes desde otro lugar del mundo me miraban y vi en ellos el anhelo de seguir unidos en la distancia como un oportuno y transcendental signo de contacto con la vida entera y el pequeño pero maravilloso encuentro en un momento no descrito en la existencia de los dos. Cómo estás, fueron mis débiles palabras en las que se dejaban notar el ansia de sus respuestas Como tu, me llegó nítida su réplica. Luego, el silencio respirado de dos almas que han estado al borde de la muerte en el mutismo. Un impulso de sentimientos contenidos en veinticuatro horas de fatal tregua nos invade, hasta que un: Te quiero, rompe el éter de la distancia y el estallido de ternura silencia ahora nuestras palabras, porque no hay expresión que pueda sustituir el efluvio etéreo de alterada inhalación de dos enamorados que han estado a punto de comenzar a extingirse. Luego, surgieron palabras de reproches contenidos en la angustia pasada, y el amor que todo lo arrebata logró romper la frialdad como un rompehielos esperado en medio de un Atlántico norte sordo al clamor y el miedo. Allí estaba de nuevo la ardiente llama del amor. El martes ya había pasado con su rostro de risa contenida, y nosotros intentando recuperar las palabras perdidas, las risas olvidadas, los silencios de loto, las preguntas con un: “Te quiero” y la respuesta sigilosa de un pensamiento puesto en la singladura de un camino con promesa de nunca tomarlo, y el mismo amor que devora suplicando ser devorado, y besos que dar sólo en el aire, urgentes como todos ellos. Acaso dentro de mí transcurra una vida latente y silenciosa que corre en los seres de sangre fría esperando la primavera que aun está por llegar para saber los secretos de su alma que se resisten a dar respuestas a tantos incógnitos que arrastro desde que un día la conocí buscando algo que no existía en realidad. Más sus respuestas parecían aquella comarca cruelmente lacerada por una extraña melancolía que los vientos del norte barren y socavan los pensamientos más puros transformándolos en nada silenciosa que el éter aun puede transmitir. ¡Silencio! Sólo silencio a través del espacio tan corto que nos une. Un silencio pesado interpuesto entre ella y yo y la noche oscura sin nada que ver con la luz de lo que se sabe en el interior de la conciencia. Las preguntas se me agolpan de tal manera que puedo ahogarme en un momento sin respuestas, y como única: No me preguntes eso. Y yo, allí, sin saber que hacer, qué camino tomar, a donde ir, qué extraña forma de aceptar lo imposible cuando sé que ciertamente hay respuesta para todo. Dejarla definitivamente, me pregunto en el intervalo de los silencios, y el miedo a perderla se apodera de mi mente, corazón y razonamiento; un sudor de perlas derretidas se desprende de mi cuerpo y aprieto los dientes para que mis labios no pronuncien nuevamente el fatal ¡Adiós! Que ninguno de los dos desea. La mañana siguiente parecía transcurrir en el diáfano sol de cada día, mi vivir de un tiempo a esta parte se ha transformado en dulce espera de sonidos y pitidos que me traen su voz o su pensamiento instantáneo del momento. Son las once, y llegan las doce, la una esta pronta a nacer y morir en un instante, como mi angustia que crece sin los familiares sonidos de los que estoy llegando a depender; me parece estar mirando la hondura de las pantallas que me señalan los fondos inacabables de las sondas de profundidad registrando las aguas grises en busca de algún traicionero obstáculo que muy bien nos pueda dañar el casco de acero de La Bitara y mandarnos a pique en un santiamén. Pero ahora no se trata de un barco ciego acostumbrado a obedecer las ordenes de alguien que lo gobierna, ahora se trata de ella y yo, aquí hay algo mas que el binomio hombre maquina que se aúnan en el mismo esfuerzo de llegar con bien a puerto, aquí no hay fragilidad y sentimientos, pero en ella y yo si los hay. Hay un cumulo de ternura, cariño, interés, amor y un tremendo conglomerado de vivencias comunes vividas desde la lejanía. Entonces me viene a la mente el destino, pienso que él tiene más fantasía que nosotros; cuando crees encontrarte en una situación ya sin escapatoria posible, cuando llegas al vértice de la decepción y la moral te sacude contra el suelo y todo parece que ya no tiene conciliación, con la velocidad de un viento de Siberia cambia todo, en un momento te encuentras viviendo una nueva vida. No te enfades ¡Anda! Es que yo soy muy “rara”. Allí se había producido el misterio del desarme, la revelación de que el destino va y viene por sus propios caminos sin necesidad de que nada ni nadie impida su realización. Un momento antes había estado dispuesto a jurar que la reconciliación seria larga y fría, pero había llegado el rompehielos ansiado, había irrumpido el amor con toda la potencia arrolladora de un corazón enamorado. Diez palabras reunidas en una frase llena de ingenuidad y mi espíritu revivió, y mi corazón saltó, y mi sangre adquirió velocidad, y mis ojos no podían ni querían desviarse de aquella pequeña pantallita iluminada por una extraña luz glauca que me miraba con la confianza de deshacer malos entendidos, celos, y sinsabor, allí permanecía el rostro amado mirándome con esa sonrisa y los ojos tristes que llevo en la sangre. Hubiese querido en ese momento tener el poder de la dualidad, o por el arte de algún hermoso Elfo que me hubiese trasladado al instante a un pequeño pueblo situado al noroeste de mi corazón, y haberla tomado por la cintura y habernos escapado del mundo estúpido donde nos movemos, y aislarnos de él para mirarnos a los ojos y entregarnos lo que aun permanece inédito en los dos. Aquellas diez palabras se me estaban grabando en la memoria permanente que todos tenemos para los momentos transcendentales de la vida. Sin querer y sin proponerlo se estaba operando dentro de mí la maravillosa sensación de que el amor posee todos los pequeños instrumentos y recursos necesarios para renovarse y perpetuarse. Pero desgraciadamente y a pesar de los altibajos que algunas veces nos hunde y otras nos elevan a la gloria, no había futuro en esta relación, ni lo hay. Un día u otro nos teníamos que rendir a la evidencia de que las preguntas formuladas necesariamente enturbiaban y agrietaban la magia maravillosa del amor a distancia. Aquí, donde me encuentro varado de la peor singladura nunca acabada, pienso en aquel niño triste de la estación al que nadie ya decía ¡Adiós! Y el paseo se me transforma en un paseo mudo, sin palabras, silencioso, y aunque la gente me aparta a un lado para no estorbar, siento como si caminara por calles vacías y puertas metálicas clausuradas que preservan a nadie del aire y del calor de los días desiertos. Y sentí ganas de aislarme del mundo y de la cultura que me ha traído hasta aquí, yo, que adoraba los días dorados o azulados, resplandecientes como las vestiduras de una ninfa, ahora me parecen tórridos, extrañamente luminosos, como si la luz del sol se estuviese transformando en luz de horno, y sólo me queda la noche. Esas noches a la luz de la luna que al parecer se resiste a desaparecer de mi escena, la playa solitaria, sin gentes que maltraten su estructura, y yo, allí sucumbiendo a las llamadas de las estrellas que traen su voz, y la imagen reflejada en cualquier lugar donde poso la mirada: Su cabello derramándose sobre sus mejillas, sobre su cuello, sobre sus hombros, cubriéndolo todo con una máscara audaz, confiando en su osadía, esa pared de pelo oscuro, melena de inmaculada plateresca, oscilando apenas para proteger su rostro de mi, y su voz bonita en su aspecto frágil condenado a la contradicción de sus afirmaciones sin limites que me dejan estúpidamente sin sangre que ruede hasta mi rostro, Nunca te daré lo que esperas de mi. ¡Dios! Que palabras más crueles, es la respuesta de mi conciencia, y aún me dice, Te quiero, cómo puede ser cierto, qué extraño sentido del amor hay en esas incoherencias, y todavía no he llegado al sendero estrecho donde escapar, siempre hacía delante, porque me resisto a quedarme sin los sonidos amados y la silente soledad del silencio encasillado. Al caletre se me vienen unas palabras escritas que me fueron enviadas por ella: Podría hablarte sobre… mis ilusiones, sueños, fantasías, mis noches y mis días antes de conocerte….. Tal vez distinga algo en esas palabras que pueda ilustrar de alguna manera su inexorable afirmación. Muy bien pudiera ser que yo fuese una de esas fantasías que todos tenemos a lo largo y ancho en la estructura de la vida. Qué se yo, todo me parece tan ambiguo que estoy intentando comprender porqué me dejo llevar por esa corriente que al parecer el destino aún lo tiene incierto. Cuando lo cierto es que siempre que trazo una derrota, aún dejando al azar una capa, estoy seguro de que la arribada a puerto es cosa determinante que siempre me he esforzado por terminar. Que va a ser de nosotros, Esa es la pregunta del millón de millas. Y esa es la pregunta que ninguno de los dos podemos contestar, afirmar o negar, así que en diferentes ocasiones, alguna vez ya nos hemos dicho ¡Adiós! Pero con la certidumbre de que nunca ha sido definitivo. Más no podemos pensar que esta circunstancia se perpetúe por mucho tiempo o tiempos, cada vez se nos van estrechando mas los caminos y el ejercicio de las pautas afables, (ayer mismo me mandaste a la mierda y yo contesté con la misma mierda) señal inequívoca de que nos acercamos a un periodo de término al cual le estamos poniendo frenos poderosos aun vistos desde el amor. Es eso amor, pregunto, porque por si no lo sabes, el amor no da más que disgustos y recomposición de muecas sarcásticas que se nos van en la lejanía de nuestro ser. Adivino que perteneces a esa clase de personas qué impulsadas por un extraño código siempre rechazan la posibilidad de obtener deleite en el momento exacto en que tal oportunidad se presenta porque carezcas completamente del deseo preciso para instrumentalizar el placer del encuentro, los abrazos y los besos desde la profunda alma de enamorada. La antesala de una realidad que irrumpirá bruscamente en tu alma, sin avisar, arrasando con ella las engañosas brumas de tus afirmaciones, y todo ello, cuando la irremediable realidad de las distancias extremas nos hayan alcanzado a los dos dejando sin remedio las profundas huellas de la verdadera tristeza, y nuestro amor de lejanía se vaya disolviendo irremisiblemente entre las extensas brumas del Atlántico Norte, para dejar después que la edad vaya rellenando todos los huecos que se nos han ido introduciendo en la sangre, y tu vayas nuevamente reinventando los largos silencios y tus propias reglas y un universo a tu medida. Es esto él ¡Adiós! Me preguntas, No lo sé, ni siquiera sé si quiero saberlo. Sólo puedo asegurar una cosa que siempre he sabido, desde que aun no podía siquiera leer y que mi abuelo, sabio en la mar quiso enseñarme. Alí, nunca permitas que esto se te escape de la memoria, a pesar de que las escuelas quieran enseñarte muchas cosas de la mar, la fuerza que más cuesta controlar en el gobierno de un barco, es: La inercia. Nunca lo he olvidado. Por ella nos estamos dejando llevar. Quien de nosotros sabrá mejor controlarla, esa es otra pregunta difícil de responder, pero que será respondida sin duda, ambos encontraremos la respuesta. Quieran los dioses y las diosas de la mar que estemos a la distancia justa para que no podamos oír de nuestras bocas, Él ¡Adiós! Definitivo. Lat.45º 55’ N; Log. 3º 7’ E. 13 de agosto del 2001. Alí.
Posted on: Sun, 18 Aug 2013 23:01:29 +0000

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