Ah, sí, cómo no, nuestro párroco también tenía que cumplir - TopicsExpress



          

Ah, sí, cómo no, nuestro párroco también tenía que cumplir con la homilía. Era padre. Tenía que visitar la iglesia de San Judas Tadeo, en la colonia La Pimienta cada semana. Daba la misa de ocho de la noche, los domingos. El desvelo, el cansancio físico, la depresión por Marian se notaba en el rito. Arrastraba las palabras y el discurso pesimista sobre la condición humana y su proclividad al vicio dejaba a los feligreses desconcertados. Parecía no haber esperanza en esos ojos hundidos por la noche. Había pedido una dispensa para abandonar el servicio religioso durante un tiempo. El obispo no concedía nada para él. Aguantó el desdén. Eran tiempos de crisis y de misterio. Trabajar contra los no vivos había sido demasiado. A veces su cuerpo dejaba de funcionar. Su corazón latía al ritmo del aneurisma, sus manos temblaban de manera involuntaria, la respiración se entrecortaba. Estaba fatigado. Encima de todo, la Diócesis le obligaba a efectuar homilías. A veces pensaba que el plan del obispo era cansarlo, que un día la carga exhaustiva de responsabilidades lo enfermara, lo matara. Al final de cuentas, las fuerzas menguadas podían ser como un arma de los vampiros en su contra. Lo amargaba tanta elucubración. No quería pensar así. Pero no había de otra. A veces observaba a los fieles y a la mayoría hipócrita y pensaba que quizá Dios desató el infierno de los vampiros por algo. Y Marian, que merecía todo lo bueno del Universo, ahora era un monstruo. El ritual progresaba. Apuraba lo más que podía las palabras. En la sacristía, el encargado de la oficina del templo hacía pasar a las señoras que habían hecho cita para hablar con el padre. Esperaban ansiosas. Convulsionadas por sus urgencias espirituales internas, se miraban las señoras con recelo. Las sillas eran incómodas a propósito. Escuchan el término de la misa, la bendición del padre. Nunca hubieran imaginado que el que hacía la señal de la cruz en el templo era un experto matador de criaturas nocturnas. Entraba el padre a la sacristía para quitarse la casulla insoportable, debido al calor de Valles. Las señoras no perdían un solo movimiento muscular del párroco. El hombre se sacaba la prenda por la cabeza y la doblaba diligentemente para guardarla en un ropero monumental con una luna de cuerpo completo. Una señora carraspeó para llamar la atención del clérigo. -¿Qué pedo? –preguntó él.
Posted on: Tue, 22 Oct 2013 15:29:46 +0000

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