[…] Al terminar la ceremonia de asunción del Padre Justino, - TopicsExpress



          

[…] Al terminar la ceremonia de asunción del Padre Justino, el nuevo párroco mando a arrojar fuegos de artificio en el centro de la Plaza de los Escribientes. El cura Marcelo había llevado en canastas sándwiches caseros de carne de conejo con hierbas de Villa Estrella. Se había quedado corto en cantidades, pero había reservado, a pedido de Jesús, sándwiches para Magdalena, Ami y Lupe: —Guardame cuatro para mí. No importa si no tienen nada adentro. A mí me gusta el pan —le había dicho desenvolviendo ya el que le había sacado de la canasta. Pronto, alrededor de Marcelo, se sumaron Magdalena, Ami y Lupe. Y Rubén, preocupado, se sumó más tarde al cóctel post asunción: —A Fredesvinda le duele mucho la panza. ¿Se habrá curado de verdad? —preguntó Rubén mirando a Lupe. —Sí, mi amigo. Cuando uno se cura, se cura de verdad. —Hay que esperar. Tal vez algo le cayó mal. Anda comiendo mucho últimamente. Está preparando tortas para la despensa de Don Cosme, pero se queda una de cinco y juro que yo apenas si alcanzo a ver una porción. —Por ahí, pobre Fredes, tanta convalecencia, acumuló hambre de cosas dulces. Déjala. —Esa cura es mentira. Es mentira la leyenda. Nadie se cura por el amor de los otros. Nuestro hermano, el niño Lázaro, ha muerto —Marta lloriqueaba agarrándole el brazo a María—. Además, Justino ni mencionó que descanse en paz nuestro pobre príncipe. —¿Por qué dice pobre al referirse a él, Marta? Mire una cosa, nosotros queremos hacernos amigos de ustedes, pero así no va la cosa. ¿Si usted creyó tanto que era un pobre niño, qué fuerzas le infundían para que sanase? ¿En qué podía afectarlo la creencia en el amor y las leyendas más que el descreimiento y la devoción al mismo Dios, cuyo portavoz, Justino, no le ha dado ni cinco segundos de la ceremonia? ¡Vamos, Marta! ¡Somos gente grande! Déjese de joder con la victimización. Tal vez Lázaro necesitaba irse, tal vez a Lázaro le hacía falta una fe propia que bullera su sangre. Y le digo más, esa fe, si se consigue, no es mirando fuegos de artificio, ni párrocos que cosen sus túnicas con hilos de oro. Tampoco se consigue sacrificándose. Si hubo un Dios, si hay un Diablo; el uno debe haber querido y querer que alabemos la vida a nuestro modo; y el otro, que no creamos en nosotros mismos y nos marchitemos un poco cada día. Si me disculpa —Jesús retiró otro sandwich de la canasta de Marcelo. —Vamos a ver a Fredesvinda, mi amor. —Sí, Jesús. Quiero abrazar a Fredesvinda —dijo Magdalena agarrando los otros dos sándwiches para que Jesús tuviese para el camino. —Nosotros vamos con ustedes —Ami y Lupe cantaron al unísono. —¿Ven? ¿Ven cómo son? —María los señalaba con el índice derecho a todos y cada uno. —¿Cómo somos María? —preguntó Jesús. —Ustedes también nos castigan. —De ninguna manera, queridas Marta y María. Si no creen en nosotros, sigan castigándose en nombre de vuestro Dios; si creen en nosotros, sígannos que vamos a visitar a una amiga. No existe castigo divino. El castigo real y posible es el terrenal, el que uno se propina, el que uno evita para permitirse los edenes de la vida. —No podemos disfrutar de la vida si no está el niño Lázaro. —El niño Lázaro está disfrutando de la muerte porque ustedes no están con él —sentenció Jesús y comenzó a caminar en dirección a una salida de la plaza. A lo lejos, Justino conversaba con los feligreses. A lo lejos, Justino miraba a los secuaces que no habían respetado su palabra. —Es Palabra de Dios —había dicho. —No alabamos —había gritado Magdalena en medio de la voz uniforme de la frase catequística. A lo lejos, Justino conversaba con Don Paulino Alameda y Jorge Estanislao, quienes dejaban ver, asomadas, entre los pantalones y las cinturas, navajas doradas que se cruzaban con los rayos de sol. A las siete de la tarde, granizó en la Plaza de los Escribientes, justo al tiempo en que Rubén invitaba a los amigos a entrar a su casa. […]
Posted on: Fri, 22 Nov 2013 21:13:58 +0000

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