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Ayer fue testigo de un interesante experimento social. En medio de la calle, en una zona muy transitada por gente de copas, cerca del barrio de las letras, se realizó una pequeña apuesta: preguntar a unas desconocidas quién era Ángel González. No tenían ni idea. El experimento se repitió, con Federico García Lorca: respuesta negativa, salvo uno que comentó que era un pueblo donde hay terremotos. Mientras las gente se reía pensando que eran el objetivo de una cámara oculta, a los escritores presentes se nos fue hundiendo el corazón en nuestros tragos, se nos iba muriendo un poco como el hielo se derrite en un vaso vacío o el recuerdo de un poema. Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo el mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento... -Ángel González.
Posted on: Sat, 05 Oct 2013 10:18:01 +0000

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