BASQUETBOL,SACRIFICIO, COMPETENCIA Y ARRITMIA. Fabricio Oberto, - TopicsExpress



          

BASQUETBOL,SACRIFICIO, COMPETENCIA Y ARRITMIA. Fabricio Oberto, una historia diferente Un saludo para todos en la NBA, ya me van a conocer", prometía el rubiecito Fabricio Oberto ante una cámara VHS durante un viaje escolar. Cursaba quinto año, medía 1,96 y destinaba sus pocos ahorros a estudiar inglés. "Pensaba que si algún día lograba probarme en la NBA podía quedar afuera por perro, pero no por el idioma." Aún no entraban argentinos en la mayor liga del mundo, pero a él no le importaba. Tenía un sueño tamaño XL. Ya había cambiado su bicicleta por zapatillas para entrenar y por vitaminas para dejar de ser "un palo vestido", como se recuerda ahora, con 38 años y 2,08 metros de altura. Se forjaba en canchas de mosaicos sin redes en los aros. Venía de una familia obrera de Las Varillas, Córdoba, y sabía que todo logro sería fruto del esfuerzo. "Siento que para jugar estos veinte años, he entrenado para tres o cuatro vidas." El punto de encuentro es el lobby de un hotel, a cinco minutos del aeropuerto Pajas Blancas de la capital cordobesa. Fabricio llega acompañado por Lisandro Arculis, bajito a su lado, aunque mida 1,96. Se conocieron el primer día de entrenamiento de ambos en el club Atenas. Lisandro también era un crack, pero problemas en su aorta (una pseudocoartación) lo marginaron de las canchas a los 23 años, antes de dar el salto. Algunos médicos le decían que podía seguir, otros que no. Se dedicó al marketing y devino socio y hombre de confianza de Oberto, quien dejaría el básquet mucho más tarde -en junio de este año-, tras una carrera brillante: la rompió en su paso por la Liga Nacional, triunfó en Europa, se consagró en la NBA y alcanzó la gloria con la selección argentina más conmovedora del siglo XXI hasta ahora, la Generación Dorada. Antes de su adiós definitivo, se dio el gusto de volver a vestir por unos meses la camiseta del club cordobés de sus amores. Bajó 13 kilos desde su último partido, porque pierde peso cuando no compite. Hoy es un palo vestido de rockero y abre el juego por fuera del deporte. Fue Mario Pergolini quien le vio pasta de conductor de radio y le ofreció un programa en Vorterix, al aire desde agosto. Lo primero que cuenta en la charla con la Revista es su entrevista, hace unas horas, con Charly García. Sentado en el bar y con el pelo más corto que de costumbre, algunos lo miran, pero ninguno interrumpe. Él tampoco atiende su teléfono. "Los que me tienen que llamar, saben que hasta las 12 estoy con ustedes." No le interesa hablar de amores, pero sí de otros temas (¿más complejos?) del corazón. Una arritmia cardíaca lo tuvo a maltraer durante sus últimas temporadas como profesional y fue una de las causas de su alejamiento del deporte. Pero él había logrado mantenerse en cancha, durante años y en muy alto nivel, con el problema a cuestas y el apoyo de sus médicos. Debió someterse a una ablación -intervención con catéteres- y a cardioversiones: shocks eléctricos que regularizaban el ritmo de su corazón. "Son reseteos completos, te apagan y te vuelven a arrancar -explica-. Lo tuve que hacer tres veces, por distintas recaídas. Era sintomático: no dormía bien o me sentía débil y sabía que tendría arritmia al día siguiente. Después del primer reseteo, la conciencia te queda alerta. Si ahora me quedo quieto y en silencio, puedo sentir el ritmo de mi corazón. Es llamativo cómo se enfoca la mente. ¿No te daba miedo entrar en la jaula de los leones? No. Pasa mucho por la confianza que uno tiene en el médico. RRSi él me decía que estaba todo bien, yo jugaba sin problema. Es cierto también que un deportista es bastante inconsciente en esas cosas. Con la mentalidad de superar siempre metas, pensás que te vas a curar solo o que a vos no te va a pasar. A veces te sentís invencible. En un partido de 2010, Fabricio se nubló. Había volado miles de kilómetros en los días previos, jugaba con Portland contra Milwaukee y empezó a sentir las voces de sus compañeros desde lejos. "Noté que estaba mal, muy mareado. Pedí el cambio en el primer cuarto, pero el corazón quedó muy alto. Tu-tu-tu-tu-tu, no desaceleraba. Entonces dije ya. Es un clic que te hace pensar: ¿Y si me pasa algo acá?" Fue su primer retiro. Tuvo otros, "a lo Rocky", dice, porque después volvía. Quería una despedida diferente. Hasta que este invierno dejó de manera definitiva, también por temas familiares. Días después de su anuncio, se contactó con él Hernán Haded, un marplatense que vive en Hong Kong y escribió un libro sobre su propia experiencia con arritmia (Reversible, médicos de la esperanza vs. médicos del miedo, ver aparte). Editado este año, en sus primeras páginas le agradece a Fabricio Oberto, a quien no conozco. Si no hubiera sido por vos, quizá nunca me habría enterado de lo que tenía. Hernán había leído en un diario sobre la falla eléctrica en el corazón de Fabricio y se le ocurrió, antes de subir a un monte en China, hacerse un chequeo. Su increíble transformación personal a partir del diagnóstico de arritmia es narrada en el libro que, en agosto, le entregó en mano al basquetbolista. Voló de Oriente a Córdoba para traerle un ejemplar. La dedicatoria, le dijo, fue porque le había salvado la vida. QUISIERA SER GRANDE En el barrio Villa Belgrano, la casa de Fabricio tiene vista al estadio Mario Alberto Kempes y parece el refugio soñado por un adolescente: estudio de grabación, playroom con videojuegos y guitarras autografiadas por Nirvana (la descubrió en un sitio de subastas), Pearl Jam (se la regaló la banda antes de su intervención quirúrgica) y Los Piojos (amigos de la casa). En su jardín no hay aros de básquet, pero sí juegos de plástico para cuando se queda Julia, su hija de 8 años, quien se ocupa también del gatito de la casa. Ella se luce en una foto inmensa colgada en el living, de la mano de su padre, cuando tenía 4 y apenas le llegaba a las rodillas. La etapa más dura como jugador fue cuando migró a la Atenas verdadera. Se lo llevó un club griego de enorme prestigio, el Olympiacos, pero la adaptación le costó. Era su primera estación extranjera, con 23 años. Lo ayudó dejarse la barba y hacerse amigo de bravos jugadores balcánicos como Dragan Tarlac y Milan Tomic. Pero sobre todo se ganó el respeto con su juego y el sacrificio que sería un sello de su carrera. En San Antonio Spurs, por ejemplo, lo llegaron a presentar como a blue collar guy. Así llaman a los hombres de overol. "Lo mío ha sido el trabajo, no hubo otra cosa. Incluso fui cambiando de rol en la cancha según la necesidad de cada equipo, y también para ser mejor jugador, más completo. Si me encasillaban como rebotero defensivo, planeaba cambiarme a un equipo que me quisiera como primera o segunda opción ofensiva, para sumarme más cosas. Con toda esa experiencia llegué a San Antonio y me convertí en una pieza más del engranaje." ¿Habías imaginado así tu carrera? Con 37 puntos en tu primera final, pintabas como la megaestrella de cada equipo. Realmente, nunca me interesó cuántos puntos metía, si tiraba yo o tenía que salir. O si era el que levantaba la copa. Está bueno ser MVP, goleador, el as de espadas. Pero yo aprendí a ser, como dijo Pop [Gregg Popovich, entrenador de los Spurs] en una entrevista, el mejor peor jugador. Así también agrandás tus posibilidades de estar en los equipos. Si no entendés ese rol. Ya existen superestrellas con 20 puntos y 15 rebotes todos los partidos. Hay que buscarse el lugar y que los clubes piensen: me hace falta este jugador. Si pensaba en mí, seguramente no entraba. ¿Qué recuperarías hoy después de tanto sacrificio? Lo que perdiste no lo recuperás. No hay más que básquet en esos años. ¿Viajás? Sí, pero del hotel a la cancha y viceversa. Estás concentrado, lo requiere el nivel de la NBA. Descansás porque al otro día te vas a enfrentar con unos animales... ¿Tuviste reclamos de tus familiares o amigos? No, pero el mayor sacrificio muchas veces lo hace la gente que está al lado de un deportista. Recién te das cuenta de eso cuando salís de la burbuja. No hay que molestarlo porque tiene que jugar, está muy concentrado... Etcétera. Lo fui entendiendo y en los últimos años lo tomé con más tranquilidad. Tal vez por la misma filosofía de la NBA, donde no concentrás, podés ir a comer con tu familia o tus amigos. En Europa van todos juntos a todas partes. ¿La NBA no es más exigente en ese sentido? Es hiperprofesional, de gran exigencia, pero no una guardería. Si me pagan tanto por jugar, el primer interesado en cuidarme soy yo. No hace falta que el club te multe por salir una noche de joda. Es un tema de idiosincrasia y cultura. Vos sabés cuál jugador sale y cuál no, si consume drogas. Tarde o temprano, te agarran y no jugás más. Por eso, el promedio de un jugador en la NBA es de 4 años. Algunos juegan 15, pero muchos no duran ni una. Lo mejor que me hizo sentir fue, el año pasado, después de meses sin jugar, que me llamaran de Chicago para ofrecerme un contrato. Saben que no genero problemas y trabajo. No volví porque estaba fuera de ritmo para la élite, pero fue tremendo halago. Leer nota completa: lanación.ar Para ponerte en contacto, ideas, sugerencias con Moverse Humano: [email protected]
Posted on: Sun, 06 Oct 2013 19:47:13 +0000

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