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BORGES, EL PROFETA OCULTO--------------- Borges, al igual que DaVinci, Newton, Dante y Freud, era un lector incansable de la La Torá, la Mishnah, el Zohar y el Sefer Yetsirah, y sobre todo de la Biblia. Cierto que la ocupación de Borges era la literatura, pero el puente literario que él levantó se sostiene a primera vista de dos columnas: filosofía y teología. Inclusive, llegó a afirmar que todo hombre culto era un teólogo, y para serlo no era indispensable la fe. Esto obliga a preguntarse: ¿Por qué Borges, al igual que un grupo muy selecto de insignes eruditos, se ocupó a fondo de los textos religiosos? Por ejemplo, podemos sumar el caso de Isaac Newton, por nombrar uno de los eruditos más conocidos y cultos que, a pesar de ser el primero de los científicos modernos, dedicó la mitad de su vida a estudiar los libros bíblicos, y hasta aprendió hebreo para llevar a cabo esa tarea. Sí, cuesta creer que el magno docto de la ciencia estuviera metido de cabeza en los mitos religiosos. Algo crucial debía ocultar la Biblia como para llamar su atención y empujar a este gran físico a escribir de puño y letra más de un millón de palabras en manuscritos que tratan exclusivamente de teología esotérica, donde en uno de ellos se dedica a los escritos apocalípticos de Daniel y de Juan, libros en los cuales creía con firmeza poder encontrar verdades ocultas del universo. De la misma forma, años de estudios relacionados con los textos sagrados y apócrifos no debieron ser simple devoción religiosa de Borges, para quien absolutamente todo estaba hecho de lengua; es decir, cada palabra escrita estaba colmada de una realidad que no poseía las cosas, y los entes existían para él sólo porque preexistían en el mundo escrito: tanto que llegó a decir que todo lo que le había ocurrido en su vida era ilusorio y que lo único real está sustentado en los libros; que las andanzas de Don Quijote no fueron tales porque éste »no salió nunca de su biblioteca«; que más que las lunas de las noches podía recordar las del verso, y aseguró, en su poema El golem, que en cada letra de rosa está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo. Se sobreentiende a todo esto que debió adentrarse como nadie en dichos textos, pues Borges más que fe en alguna deidad creía ciegamente en el libro, razón por la que fue el primero en construir una literatura basada en el intelecto... Voy a explicarlo mejor para que entiendan la importancia de lo que quiero decir. En un momento en que toda la literatura mundial se erigía sobre los eventos históricos y el inconsciente de los hombres, el escritor argentino edifica la suya a base de puro intelecto; por eso su gran edificio literario es una obra cuya estructura responde a una ingeniería rigurosa en la que colocó con precisión geométrica todos los libros leídos, uno sobre otro a modo de miles de bloques formando un rascacielos habitado por sus cuentos colmados de conceptos figurativos, arquetipos literarios y alegorías cabalísticas, escritos con honda ironía, con una fachada recubierta de fantásticos relatos con significados ocultistas que yacen bajo la trama de palabras, frases, ideas sustraídas de diversos y cuantiosos textos: tantísimos que no conozco ningún otro escritor que halla podido ocuparse de condensar un alud de conocimientos altamente fundamentados y de manera tan magistral como lo hizo él. Lo que escribió, no sólo él sino también Tolkien, Kafka, Verne, Joyce, Carroll, Mann, está muy lejos de ser simples párrafos inventados por un genio de la fantasía tipo Walt Disney, creyendo que todo en el arte es ficcional. Si es cierto eso de que el arte es la creación consciente de una ilusión estética, entonces el »ilusionista« Borges logra en sus ficciones uno de los espejismos más serios y una de las obras más sobrias y lúcidas de la literatura. El hecho de que halla decidido mostrar su edificio, derribado por él mismo, como un enigmático laberinto de textos-bloques accidentalmente separados, omitiendo y desfigurando los hechos por causa de su misma aparente dispersión, no tiene otro motivo que el de obligar al elegido, entre sus muy pocos lectores (como él mismo recalca al comienzo de su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius), a rastrear entre los escombros »llaves secretas« para abrir puertas que se conectan entre sí, tarea que le revelará al buscador dotado la verdadera realidad allí escondida. Quizá esta es la razón por la cual uno de los temas más recurrentes en sus relatos es el de la búsqueda, y con seguridad buscar dentro de sus líneas habrá de conducirnos a una verdad trascendental, puesto que no puede ser mera casualidad que al leer un párrafo de cualquiera de sus libros, tenemos que de por vida »dar las gracias al divino laberinto de los efectos y de las causas«, y admitir que a este prolífico creador lo está inspirando el mismísimo universo para descifrar un verbo verdaderamente profundo. Algo que refuerza esta hipótesis son las palabras del mismísimo Borges dichas a Georges Charbonnier en una entrevista que éste le hiciera en París, donde confiesa que para él sus cuentos no son un juego arbitrario, y recalcó: »por a necesidad, si la palabra no es demasiado fuerte, me puso a escribirlos«. Esa Providencia Literaria, por llamar a esa »necesidad« de alguna forma, es la que realmente ha movido su pluma hacia la composición de textos que nos señalan un camino preciso para poder salir del laberinto insertado en el mundo, laberinto que Borges, con su perfecto dominio del lenguaje, muy bien describió. Estoy convencido (y presento algunas pruebas en el libro 666) de que Borges ha dejado en sus cuentos, al igual que los sufíes y maestros antiguos, instrucciones misteriosas reservadas únicamente a los iniciados, pues al leerlo he advertido que él patentiza la idea de Nietzsche de que cuando se escribe no sólo se quiere ser entendido, sino también no ser entendido. El que uno encuentre ininteligible un libro no es en modo alguno una objeción contra este libro; puede que se lo haya propuesto el autor deseoso de no ser comprendido por todo el mundo. Creo que por no considerar esta opinión de Nietzsche ha ocurrido con los textos de Borges lo mismo que con los libros sagrados que, a pesar de ser muchos los iniciados que los han leído sin cesar, ninguno ha hallado nunca la perfecta sabiduría que sus páginas encierran. Buscan y no encuentran, bien sea porque se lo impide el manto del orgullo o porque lo aprendido en sus lecturas lo han utilizado para atrapar creyentes incautos, haciendo su agosto todos los meses del año con el dinero de estas víctimas de la religión de consumo. Estos místicos artificiales (para nada o-cultos) nunca fueron capaces de abrazar el texto con un corazón sincero, razón por la que la verdadera naturaleza del texto los repele. Únicamente »el lector elegido« descubre en los libros de Borges pasadizos que lo conducen a una serie de libros sagrados, mitológicos y contemporáneos, cuyas lecturas lo catapultan para dar el gran salto hacia el eslabón perdido escondido en »el otro lado« de los relatos, descubriendo allí lo que Nietzsche llamó »la verdadera realidad«, consiguiendo, casi con rencor hacia el realismo, la manera de deslastrarse de la realidad »desrealizándose«, por decirlo así, para poder salir de este mundo pre-construido, el mundo que el mismo hombre influenciado por las deidades se fabricó: finalmente lo logra y vislumbra desde fuera de esta tramoya de realidad a los dioses farsantes, reconociéndolos como nuestros principales enemigos (los mismos seres ocultos que denuncia Ernesto Sábato en su famoso Informe sobre ciegos) y percatándose de lo inventados que somos por causa de los artificios que ellos nos legaron.
Posted on: Tue, 22 Oct 2013 02:05:35 +0000

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