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Bardem como pretexto En este país se pierde el respeto por los nombres, por las personas, por la historia JUAN CRUZ 16 JUN 2013 - 00:00 CET País terrible que pedalea atolondradamente sobre los nombres propios. Estaba pensando en los Bardem, por ejemplo, cómo se han ensañado con ellos, con cuánta impunidad han dicho ese apellido en vano, para arrojar insultos, e incluso para quitarle a la madre Bardem una calle en Sevilla. Insultar para dañar. Estaba pensando en eso, como por casualidad, por esos vaivenes que tienen los días y las noches, y pensé en ellos, en esa familia que proviene de la época republicana y que asienta ahora, en democracia, su libertad de vivir y de pensar como les da la gana. Y cómo se han ensañado con ellos. En eso pensaba como si no viniera a cuento cuando escuché en la radio, hablando con Gemma Nierga en la SER a un trasterrado de Telde (Gran Canaria) que vive en Washington y que responde al nombre de Juan Verde. Un español de la diáspora. Verde ha escrito un libro, Soñar es poder (Aguilar), en el que cuenta cómo hizo para llegar a ser ahora asesor del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. De Telde a Washington, de un salto, gracias al sueño, dijo en la radio y dice en su libro. Le preguntó Nierga por lo que le pasa a este país, España, que es el sueño (compartido con Estados Unidos, “donde logré alcanzar lo que quise”) interrumpido del joven Verde. Este teldense explicó que nosotros, los españoles, estamos pasando por una situación de desánimo, pero que algún día recuperaríamos la fe en nuestra proteína. Qué proteína. Él lo dijo: por ejemplo, los mejores actores del mundo son ahora españoles. Claro, él estaba pensando en uno de los Bardem, en Javier, que es uno de los nombres principales de la cartelera española fuera de nuestras fronteras, con Antonio Banderas, con Maribel Verdú, con Pedro Almodóvar, que es un indiscutido cabeza de cartel. Pensé en eso, en la fe que Verde tenía en esos nombres propios y en lo que representan para la marca que este país quiere difundir o vender. Y cuánto se les vitupera aquí: a Bardem, a Verdú, a Almodóvar los han perseguido en portadas ignominiosas, acusados de ser de la ceja o de lo que se les antojara a los creadores de estas portadas imaginativas. Mientras acababa ese pensamiento en el que Bardem volvía a ser pretexto alguien me paró por la calle y me contó lo que acababa de pasar en Sos del Rey Católico, Aragón. Hace tres años el alcalde de la localidad había colocado en la ciudad sillas de bronce conmemorativas de las sillas más frágiles que tuvo allí el equipo que rodó, a las órdenes de Berlanga, La vaquilla, el célebre filme que narra la guerra civil a la manera del maestro ya fallecido. Con ese monumento singular y disperso el pueblo conmemoraba el cuarto de siglo del famoso rodaje. Pues el alcalde actual consideró que ese monumento no le apetecía así o ahí, se lio la manta a la cabeza y desplazó las sillas (se dijo que para fundir el bronce), incluida la que correspondía a Alfredo Landa, que tenía flores; no se encomendó a nadie, creía que su monte era orégano, y dispuso de ese patrimonio como si el arte que contiene fuera de quita y pon. Pensé en eso, en el respeto que en este país se pierde por los nombres, por las personas, por la historia, y recordé otra vez ese apellido, Bardem. Y aquí lo dejo, con el debido respeto. [email protected]
Posted on: Sun, 16 Jun 2013 10:41:35 +0000

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