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Buenas! Cómo andamos de silencio? Aquí os dejo - intentando no hacer ruido- una reflexión. Es toda vuestra. El encanto del silencio - Pedro Palao Pons En todas las culturas los ritos del silencio dan paso a la calma de la existencia. La meditación budista, la hesicasta, la cristiana o la contemplativa Zen, son sólo algunos ejemplos de la búsqueda del ser humano por apartarse del ruido de la existencia, para encontrarse con un ser interior que le lleve a la trascendencia. El silencio hoy parece quedar lejano, pero cada vez más las modernas sociedades lo piden a gritos. Sirenas, vibraciones telúricas alteradas, sonidos reiterativos de los teléfonos móviles y el ruido de los coches en un atasco en hora punta, son algunos de los ejemplos de lo que puede ser un día normal en la selva asfáltica del mundo civilizado. Los druidas paseaban por los claros del bosque escuchando el silencio de los árboles que los guiaban. Los chamanes cambian, mediante la ingesta de las sustancias sagradas, el sonido de la selva metamorfoseándolo en música para su alma. Lejos de ellos, en el Tíbet, todavía hoy los monjes budistas en vías de extinción por culpa del imperialismo chino, se pueden permitir el lujo de retirarse al interior de una gruta donde el único testigo que les acompaña es la reiteración acústica de gota de humedad que se desprende del techo. CAMBIANDO EL RUIDO En el Kybalion Hermes Trimegistro asegura que todo fluye y refluye puesto que todo vibra. Un Koan Zen nos ofrece esta curiosa reflexión: ¿Puede una sola mano dar una palmada en el aire? Es como si acostumbrados a un imperceptible sonido que nos acompaña desde antes de nacer, necesitáramos alterar la frecuencia sonora de la vida para encontrar nuestra verdadera esencia. Cuando vivíamos en el microcosmos del vientre materno, la pulsión sanguínea y cardíaca eran el referente que nos conectaba con el más allá. Cuando muramos este referente desaparecerá. El vacío, el silencio, la nada, dará paso a una vibración cósmica en la que nos sumergiremos quizá para siempre. Y durante toda nuestra existencia parece que evitamos intencionadamente la ausencia de sonido. LA NECESIDAD DE LA BÚSQUEDA Afirman los místicos, y decía R.Tagore, que bastaba el sonido de la respiración para perderse en un universo de sensaciones. En la actualidad preferimos sustituir la quietud de lo interior por el sonido de la televisión, siempre de fondo en nuestra vida, por la música en la ducha, el mp3 en el coche y el hilo musical omnipresente en tiendas, quirófanos, instituciones públicas y hasta ascensores y transportes urbanos. Y por si todo ello no es bastante, cargaoscon nuestros eternos auriculares conectados al móvil. Parece que el silencio nos da miedo. Sin embargo, investigadores como Wilber y Chopra, buscadores de una nueva cartografía del cerebro, recomiendan que al menos destinemos cinco minutos al día a “silenciar” nuestra existencia. Esto desde luego no es algo nuevo, ellos han recogido tradiciones antiguas que han adaptado a los nuevos tiempos, pero en todas las culturas iniciáticas, el silencio, el recogimiento el “apartarse del mundanal ruido” ha sido una máxima a seguir. El motivo era muy simple, cuando el místico o el iniciado se recogía en el silencio, duplicaba su capacidad de observación, potenciaba la percepción del entorno y no tenía elementos perturbadores que le distrajeran de conocer su auténtica identidad. LOS GRITOS DEL SILENCIO Cuando el ser humano busca el silencio, de la misma manera que los animales de la selva temen la ausencia del ruido porque algo está pasando, se suele entrar en crisis. Con el silencio nace un “fru-fru”, un ruido virtual en el interior de nuestra mente. No se trata del zumbido fácilmente explicable por la circulación sanguínea y los efectos auditivos que ésta produce en nuestros tímpanos, es el fulgor de nuestros yoes que no soportan que dejemos de hacer, de pensar o decir. Cuando buscamos la quietud y perseguimos el vacío, la mente se “pone nerviosa” y nos bombardea con recuerdos, preocupaciones, ideas etc. Son los gritos de un silencio no aceptado. Es como si tuviéramos la imperiosa necesidad de no permitir que la máquina mental se detuviese y a la mínima distracción se rompe el silencio y todo vuelve a funcionar de nuevo. Las personas que practican la meditación, la visualización o la relajación saben muy bien que aquietar la mente, al menos al principio, parece complicado por no decir imposible. Sólo el tiempo permite lograr este estado especial de encuentro con uno mismo, mientras tanto, los ruidos emocionales se suceden de forma ininterrumpida. SILENCIO POR FAVOR Cuando somos capaces de entender que el silencio no es malo y que el hecho de permanecer sin hablar o escuchar algo externo no dificultará la continuidad de nuestra existencia, es cuando abrimos la puerta a un nuevo estado del ser. El silencio nos ayuda a detener por un momento la velocidad que imprimimos en nuestra vida; nos permite parar los pensamientos que se agolpan impidiéndonos tomar decisiones. Cuando se produce el silencio consciente cuerpo y mente se relajan, se reduce el ritmo respiratorio y baja ligeramente el cardíaco. Todo ello puede venir acompañado, además, de una ligera dilatación de las pupilas. Por supuesto, el organismo relaja las tensiones y, si en todo este proceso somos capaces de hacer que nuestra mente emocional “duerma” un rato, notaremos que entramos en un estadio de sosiego y placidez poco habitual. Desde un punto de vista psíquico, el encanto del silencio consciente reside en que podemos ver pasar las emociones pero que no somos parte de ellas. Podemos contemplar los pensamientos e incluso las dudas, pero en lugar de afectarnos nos convertimos en simples espectadores. Evidentemente se trata de un estadio transitorio de corta duración, tras el cual volveremos a la cotidianidad, pero por un pequeño espacio de tiempo, hemos desconectado la máquina que nos hace interactuar con el mundo en el que vivimos para vincularnos únicamente con lo que se supone que somos. Cuando vivimos el silencio podemos prestar atención a otro tipo de sonidos como los que genera nuestro cuerpo al respirar, nuestro estómago al digerir o cualquiera de nuestras extremidades al moverse. Tenemos también la capacidad de escuchar el concierto acústico que nos brinda la mente, dándonos cuenta así, de la cantidad de veces que perdemos nuestro tiempo finito, en darle vueltas a un recuerdo, a un pensamiento obsesivo o a un proyecto en el que jamás podremos creer. Shhhh... Que tengas un buen día Pedro Palao Pons
Posted on: Thu, 21 Nov 2013 10:17:29 +0000

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