CC 11 REACTIVADO Amigos, hay un cuento colectivo que quedó en el - TopicsExpress



          

CC 11 REACTIVADO Amigos, hay un cuento colectivo que quedó en el tintero... literalmente; ya tiene cuatro partes y está pidiendo a gritos ser continuado y terminado. Quién quiere seguir esta historia? El que tenga ganas no tiene más que comentar "Quiero seguir" en este post y ponerse a escribir. Los nuevitos pueden pasarse por el Reglamento Cuentos Colectivos (en la sección Notas) y enterarse de la dinámica de este proyecto. Aquí abajo, las cuatro partes iniciales. Largada! I. Alejandra López (Morón, Buenos Aires) Cuando Esteban despertó miró por la ventana de su dormitorio; la mañana era cálida y el sol brillaba después de tres días de lluvia. La noche anterior había discutido con Stella, su esposa. No era la primera vez que peleaban, pero la pelea de anoche había sido más dura que las anteriores. Aunque entre las lágrimas de ella y las disculpas de él se reconciliaron, Esteban pensó que algo se había roto en la pareja y quería tratar de subsanar la situación. Cuando se sentaron a la mesa para desayunar con sus hijos, los pequeños Tomás y Vicky, Esteban les dijo que luego del almuerzo irían al Parque de Los Sueños a pasar la tarde. Los chicos pegaron un grito de alegría y empezaron a elegir los juguetes que llevarían. Después del almuerzo, Stella puso en la canasta una leche chocolatada, un termo con café, unos vasos y algunos bizcochos para la merienda. Subieron al auto; Esteban manejaba contento mientras sus chicos cantaban en el asiento de atrás y su esposa bromeaba sobre cómo desafinaban. Las cosas parecían haber vuelto a la normalidad. Luego de veinte minutos llegaron al parque. El lugar estaba repleto de familias con chicos y de parejas de adolescentes. Algunos ancianos jugaban a las cartas o simplemente charlaban. Había grupos de personas tiradas en el césped, que les servía de improvisada mesa para un pic-nic. Esteban se dijo que había elegido bien: Tomás y Vicky estaban disfrutando mucho. Cuando se cansaron de las hamacas, el tobogán y el sube y baja, el padre les propuso comprar unas manzanas acarameladas antes de ir a la calesita. El puesto se encontraba a unos cincuenta metros de donde habían acampado. Stella se quedó cuidando las cosas y leyendo una novela mientras Esteban y los chicos fueron a comprar las manzanas. Cerca del puesto, Esteban divisó un sector que estaba precintado. Allí no había gente ni pasto ni plantas; sólo tierra. Junto a un árbol alto y frondoso vio algo que le llamó la atención: parecía ser la entrada a un túnel. Compró las manzanas acarameladas para los niños y, mientras enfilaba de regreso a su esposa, su curiosidad lo hizo cruzar el precinto y acercarse a la boca del túnel. Con una sonrisa les dijo a sus hijos: —Bueno, compañeros, ¿están preparados para una expedición? —¡Sí, sí! —gritaron los chicos entre risas. Sin más, entraron a la boca del túnel y comenzaron a descender una serie de escalones irregulares de tierra. Cuando por fin pisaron suelo firme, la oscuridad era total. Esteban encendió la linterna de su celular para iluminar el camino. II. Juan Esteban Bassagaisteguy (Rauch, Buenos Aires) El sendero continuaba en línea recta por casi tres metros y luego se bifurcaba en forma de “Y”, en dos brazos completamente sumidos en la oscuridad. —Chicos, vamos a organizarnos —dijo Esteban—. Formemos una fila india. Vos, Vicky, andá adelante; Tomás, vos vas al medio y agarrás a tu hermana de la cintura. Yo voy detrás tuyo, tomándote de los hombros y alumbrando todo con el celu. ¿Les parece? —¡Sí, papi! —contestaron ambos al unísono, la alegría a flor de piel y las manzanas acarameladas en las manos. —Bien, vamos. Caminaron unidos hasta que llegaron a la bifurcación. —¿Y ahora, pá? —preguntó Vicky. Esteban iluminó las dos bocas de lobo. Ya no estaba tan seguro de la aventura en que había metido a sus hijos por su tendencia a verse inmiscuido en infinidad de problemas por la maldita curiosidad. Pero no iba a quedar como un miedoso frente a sus hijos (y menos frente a Tomás, para quien su padre era un verdadero ídolo). Tragó saliva y respondió sin titubear: —Por la izquierda, hija. El grupo giró y avanzó por la negrura del túnel, solo cortada a duras penas por la débil luz que manaba de la linterna del teléfono móvil. Siguieron así por casi cinco metros, sin hablarse, los tres con los ojos abiertos de par en par tratando de distinguir en la penumbra cualquier cosa que llamara su atención. Pero no había nada allí; ningún sonido, ningún olor, solo ellos tres y la oscuridad. Y una nueva ramificación en el túnel, esta vez con tres entradas, cada una más negra que la otra. —¿Pá, y si nos volvemos? Me duele la panza y tengo ganas de hacer pis —gimoteó Tomás. No quería mostrar sus miedos frente a su hermana, pero la voz le salió en un hilillo débil. Apenas podía contener el llanto. Estaba entrando en pánico y Esteban lo percibió. —Okay, no hay problema. Vamos que mamá nos debe estar esperando hace rato, medio intranquila —sonrió. Pero sus hijos no distinguieron la mueca de su padre en el túnel negro—. Nos damos vuelta y ahora yo soy la locomotora de este tren loco, ja. —Vicky lanzó una carcajada chillona respondiendo a la ocurrencia de su padre—. ¡¡E ilumino todo con el poder de mi súper-celular-ultrasónico-mega-power!! —Pá, tu celu no es tan bueno, es masomeno’, nomás. —Tomás había hablado y en su voz no había ni rastro de los temores de hacía un rato. Esteban se felicitó para sus adentros por lo ingenioso del comentario sobre su celular: había aflojado tensiones. —Je, eso te parece a vos. Caminaron de regreso los cinco metros que antes habían recorrido y llegaron al cruce primigenio. Cuando alcanzaron el primer escalón de tierra que los llevaba a la superficie (la luz del día que venía del orificio más arriba era tenue, señal de que estaba anocheciendo) y Esteban miró hacia atrás alumbrándolo todo con la linterna del celular, lo notó. Y un escalofrío recorrió su columna vertebral de arriba abajo, poniéndole todos los pelos de punta y haciéndolo estremecer. Tomás estaba junto a él. Pero faltaba Vicky. III. Adrián Granatto (Villa Monte Castro, Capital Federal) Esteban aguzó el oído. El silencio era aún peor que el más atroz de los gritos. Avanzó dos pasos con el celular en alto, convenciéndose de que Vicky saltaría desde alguna de las sombras, asustándolo. Sólo una broma, sólo eso. —¿Papá? Esteban se volvió. Tomás seguía en el escalón, una silueta difusa iluminada por la escasa luz que llegaba de arriba. —¿Dónde está Vicky? —preguntó. La voz denotaba preocupación mezclada con los primeros tintes del llanto. —Se está escondiendo para asustarnos —sonrió Esteban para darle una tranquilidad que él no llevaba consigo. Luego cayó en la cuenta de que su hijo no vería la sonrisa desde donde estaba, así que se acercó hasta él y se arrodilló a su lado—. A tu hermana le gustan las bromas. Así que a voy a ir a buscarla para asustarla yo. Vos te vas a quedar acá, quietito, mientras yo la busco. —No. Yo quiero ir con vos así la asustamos juntos. Ahora el pequeño sonreía imaginándose asustando a su hermana, algo que todo hermano ansía en ese pequeño lugar malvado que todos los niños tienen. Esteban se encontró atrapado. Enredarse en una discusión con el niño sólo lo atrasaría. —Está bien —aceptó. —Pero te quedás siempre a mi lado. —Sí. ¿Puedo ir adelante? —No. Al lado mío o te volvés con mamá. —Está bien —resopló Tomás. Comenzaron a caminar. Esteban llevaba en una mano el celular, y con la otra aferraba la mano de Tomás. Las paredes del túnel eran lisas, sin resquicios donde esconderse. Desde algún lugar les llegaba el sonido de agua, un goteo pausado pero firme. Esteban no recordaba haberlo escuchado antes, y tampoco pudo llegar a una conclusión de que fuera una buena o una mala señal. Llegaron a la primera bifurcación y tomaron nuevamente el túnel de la izquierda. Apenas ingresaron en él, el celular lanzó un pitido de «batería baja» y vibró en la mano de Esteban, que lo soltó en un movimiento involuntario. Eso les salvó la vida ambos. Desde el lugar donde había caído, el celular les iluminaba el borde de un agujero que ocupaba todo el espacio del ancho del túnel y se expandía unos dos metros más allá, un pozo que antes no había estado allí, un maldito acto de magia de la naturaleza. Un socavón. Ahora Esteban entendía por qué el lugar estaba encintado. Había llevado a sus hijos a una trampa mortal. Se aferró al borde del agujero y gritó el nombre de su hija. IV. Daniela Caumont (Caballito, Capital Federal) Stella sintió un escalofrío que la sacó del ensimismamiento en que la tenía la lectura. Miró la hora en su celular: era tarde, estaba aburrida de su libro y le molestaba que Esteban se hubiera llevado a los chicos sin avisar, y ni siquiera le habían convidado manzana acaramelada... Si hubieran estado los dos solos, ya hacía rato que se habría ido a su casa o a dar una vuelta. Volvió a mirar el teléfono y la foto de los hermanitos abrazados, riéndose, hermosos, la devolvió a la realidad: esposa y madre. En el parque. Esperando. Se puso de pie con torpeza por haber estado tanto tiempo recostada; se sentía acalambrada. Miró en torno suyo a ver si divisaba a su familia. Aguzó la vista: el puesto de dulces, la calesita más allá, ¿las hamacas de nuevo? Ni Esteban ni los nenes. Llamó a su marido y cayó en el buzón de voz. Cortó y llamó de nuevo pero ocurrió lo mismo. O estaba apagado o no tenía señal. “Le avisé que cargara la batería antes de salir”. La gente comenzaba a levantar sus cosas lentamente; caminaban en grupos, charlando, siempre hacia las distintas salidas del parque. Se levantó un poco de viento y Stella realmente se preocupó: ella tenía los abrigos de los chicos, además de las llaves del auto. “¿Adónde se metieron estos tres?” Guardó todas las cosas dentro de la canasta, se abrochó la campera y comenzó a caminar por el lugar, cada tanto volviendo la cabeza hacia donde había estado, por si ellos volvían. Los puestos empezaban a cerrar; Stella se acercó al vendedor de manzanas, quien le dijo que no estaba muy seguro de haber visto a su familia, que pasaba mucha gente por día, que había muchos papás con chicos. Sin embargo, le había parecido que un grupo como el que Stella describía se había aproximado a la zona vedada. Hacia allá fue Stella, mascullando para sus adentros: “Esteban, siempre igual vos, haciéndote el aventurero para quedar como un héroe delante de los chicos...”. Bordeó el sector precintado con cautela, temiendo ser sorprendida por algún guarda que le gritara que por ahí no se podía andar hasta que vio, un poco más allá, cerca de un árbol alto y frondoso, uno de los juguetes de Tomás. Se quedó petrificada cuando llegó hasta la entrada del túnel.
Posted on: Mon, 05 Aug 2013 11:20:18 +0000

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