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CONVALECENCIA ( Y DOS) El día anterior me había caído de la moto. Otra vez la moto, diarios en motocicleta vamos a terminar llamando a esta cosa, como la película esa tan bonita que cuenta el viaje iniciático del Ché Guevara por la América del sur. Iba despacio, pero sonó, más bien vibró como un animalillo impertinente y molesto, el teléfono móvil en el bolsillo de la camisa. Como soy un hacha en el manejo de cualquier aparato que tenga más de dos tornillos, cogí con toda la chulería del mundo el teléfono y miré por saber a quién correspondía esa llamada entrante. Esta lectura me abismó, como a otros pudo hacerlo el Marqués de Sade, para lo lúbrico, o Nietzsche para lo filosófico. Mi abismo fue muy modesto, como todo en esta vida que lleva uno; un desequilibrio, una suerte de derrape y un pico o algo, no lo sé, de la moto pegó contra la rueda de un coche que estaba allí, tranquilamente aparcado. La rueda explotó. ¡Boom! Como la bomba atómica y fuera por la onda expansiva o fuera porque la moto daba bandazos como un pato mareado, vinieron mis huesos y mis carnes a dar de bruces contra la impiedad del asfalto. Me di dos golpes en la cabeza. Uno y dos. Menos mal el casco. Pensé: si me quedo tonto, seguro que alguien dice que antes de lo de la moto era un bicho escribiendo y que, en el fondo, tocaba la guitarra mejor que mi hermano Javi. También pensé en esos segundos tan extraños en los que desmadejado y desvalido va uno rodando por la cuneta en varias cosas más, a saber: que me había dejado sin rellenar un papel de una empresa y que lo necesitaban para ya. Que a mi hermano le iba a hacer falta la moto y que seguro que me la había desgraciado del todo con la caída. Que esa noche tenía actuación en la galería de arte de Rosa Vallecillos y que veremos a ver si no me he roto un brazo y no puedo tocar la guitarra, o tengo que tocarla con los dientes, como Hendrix. Si hubiese sido el fin, esos hubieran sido mis pensamientos, como si dijéramos mis últimas voluntades. Sí, la vida es un drama, pero también un cachondeo, cómo no va a ser la muerte algo parecido, una broma durísima de dios, que se diría que lo hizo todo, para de todo reírse. Cuando por fin me levanté, o me levantaron, no sé, me di cuenta de que podía andar, pensar con claridad (más o menos) y respirar como antes del accidente. Se había formado en torno a mí un grupo de samaritanos y samaritanas que me proponían montones de cosas, ambulancias, policías, vasos de agua, una silla. Yo tenía muchas ganas de irme, de quedarme solo y mirarme bien el cuerpo a ver cómo iba la cosa de hematomas y astillazos. De lamerme mis heridas como los felinos, en un rincón apartado del bosque. Creo que no dije ni adiós, comprobé que la moto, maltrecha y hecha un adefesio, funcionaba todavía y me fui corriendo. Bueno, antes arreglé el estropicio con el dueño del coche, que realmente sentía tanta pena como yo. Por la rueda y por mí, yo creo que el dueño del coche era un poeta y lo que deseaba también era que nos dejasen tranquilos a los dos. No pensaba hacerlo, pero como el dedo gordo del pie derecho estaba como preñado de dolor y se inflamaba para a saber qué partos misteriosos, me fui a las urgencias del ambulatorio. El médico que me reconoció (sí, me dijo; hombre Gallardoski) trajinaba con mi dedo y me iba comentando mientras lo movía: Una vez, Gallardoski, te llamé para que me presentaras un acto y me dijiste que no. Yo miraba a ese hombre y decía, ahora se vengará de mi pasada petulancia y ejecutará una llave de Karate sobre mi pie y me dejará cojito para toda la vida. Pues de verdad, le decía yo, con una gran angustia, que no me acuerdo. Y es raro eh, porque yo soy muy de las nobles causas y todo eso. Tras varios minutos de tensión, me dijo que el dedo se me iba a poner como un tomate y que lo de la costilla me iba a doler muchísimo, pero que aparte de eso, el aire llegaba bien a los pulmones y que reposara durante unos días. Pensé que esas profecías un poco lúgubres que me estaba haciendo eran su forma de vengarse por lo de la presentación a la que no quise ir o yo qué sé, porque de verdad que no me acuerdo. Me dije: tengo una capacidad de regeneración de la hostia, como el Lobezno de la Patrulla equis. Esto a mí con dos o tres birras y un poco de alegría se me quita del tirón. Alegría iba a haber. Teníamos una barbacoa esa noche con los amigos y, como ya he dicho, antes una tocata en el local de una amiga. Yo el dedo ni me lo miraba, ojos que no ven, pero sentía un palpitar alienígena y cuando me metí en la ducha y me quité la alpargata, estaba allí, un derrame del tamaño de otro dedo, dos en uno, con la particularidad de que el nuevo tenía un color morado, como las ciruelas en temporada, muy bonito el color, de no ser porque su interior era una bolsa, creo yo que de sangre coagulándose y seguramente de pus u otras perversiones. Ella iba enseñándole mi dedo a todo el mundo. Niño, enseña el dedo, decía, como las madres que tienen a un niño rarito, o los empresarios circenses que encuentra a un humanoide. Yo, por melancolía y rendido ante la evidencia de esa monstruosidad, hacía lo propio y me sacaba el pie de la babucha. Todos los amigos decían ¡Oh! Y otros ¡Joder, lo que tienes ahí! Como si fuese culpa mía. Algunos me aconsejaban barbarismos: métete una aguja y te explotas esa pompa. Los cojones, decía yo, recobrando un poco la presencia de ánimo. Las chicas, no, ellas más prudentes y cariñosas, no como esos bestias, hablaban de reposo, cremas y , en el peor de los casos , de los servicios quirúrgicos de las urgencias del hospital. Cuando a eso de las cinco de la mañana volvíamos a casa, ya se había enfriado todo. El golpe, la noche, la esperanza. La única postura posible para amortiguar el dolor era boca arriba, como el conde Drácula en el ataúd tapizado de rojo. Fue entonces cuando vinieron otra vez sombríos pensamientos. Lo efímero que es todo, lo ridículo de morirse o de matarse así, las pueriles preocupaciones que me ocuparon aquellos instantes, cuando caía como un muñeco en la carretera. Quise compartir estas reflexiones con ella, pero sólo recibí su famoso: No vayamos a empezar, que son las seis de la mañana. O algo parecido
Posted on: Sat, 17 Aug 2013 10:52:22 +0000

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