Compartimos la Palabra La atención por los difuntos proviene - TopicsExpress



          

Compartimos la Palabra La atención por los difuntos proviene desde que el ser humano comienza a tener consciencia del hecho de la muerte. Al principio era entendida como un gran sueño y de aquí que los cristianos denomináramos dormitorios (κοιμητ?ριον: cementerios) a los campos santos de enterramientos, rechazando el nombre de ciudad de los muertos (νεκρ?πολις: necrópolis). A la par de aquella pregunta surgió la necesidad por la memoria por los difuntos/dormidos. Al paso de esta pregunta, junto a otras como ¿de dónde vengo? ¿adónde voy? ¿quién soy?, salió la religión -ya las primitivas celestes y telúricas- dando respuesta a todas las preguntas sobre el sentido de la vida. A tenor de esto, hoy es oportuno revisar la idea que tenemos sobre la conmemoración de los fieles difuntos a través de dos aspectos: el significado de la muerte y la guardia de la fe. Sé que está vivo mi Redentor Popularmente la vida es “una de las caras de la moneda”, siendo la muerte “la otra”. Desde la experiencia cristiana, comparando nuestra existencia con esa moneda, diríamos que si la vida es una de sus caras, la resurrección es la otra; no la muerte. ¿Qué es entonces la muerte? El paso de la una a la otra. La muerte no es el final, sino el medio para alcanzar la promesa. Es decir, si la vida nos lleva a la muerte y a través de ésta llegamos a la resurrección, la vida es el itinerario hacia la resurrección (vida nueva), siendo el último peldaño la muerte. Así nos lo explican las lecturas de hoy. Job remarca los tres momentos claramente: estar vivo y saberse que se estará muerto (cuando me arranquen la piel, ya sin carne), pero también sabe que él -y no otra persona- verá a su Redentor. Si la muerte no fuera un tránsito sino el final, no podría tener la certeza de dos cosas: que su Redentor está vivo y que él necesita vivir de otra manera para poderlo ver. Esta misma idea se resalta en la carta a los Filipenses y en el evangelio de Marcos. En la primera, se nos anuncia que nuestro cuerpo tiene que ser transformado, según el modelo de su (de Cristo) cuerpo glorioso, para poder estar en la ciudad que nos corresponde (el Cielo). Por su parte, el texto evangélico es muy gráfico cuando narra la visita de las mujeres a la tumba y se la encuentran vacía: “No os asustéis ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado.” El que estaba vivo fue muerto; pero no quedó ahí, sino que la persona ha resucitado y está en la vida nueva. Por tanto, no tenemos que temer por la muerte, sino prepararnos para ella afanándonos por la vida presente y pregustar ya la futura viviendo sin vivir en nosotros, porque tan alta vida esperamos, que morimos porque no morimos o sabiendo que ya no somos nosotros quienes vivimos en nosotros, sino que es Cristo quien habita en nosotros. Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios El otro aspecto es la guardia de la fe. En el calendario hoy es el día de los difuntos. Sin embargo, la denominación que recibe tal conmemoración no es accidental, sino esencial: los fieles difuntos. Ellos nos precedieron en el paso a la resurrección y lo hicieron hacia ésta con la seguridad que les daba su fe. Fiel se llama a quien guarda la fe. En Job se hacen dos afirmaciones que sólo a la luz de la fe pueden entenderse: “Yo sé que está vivo mi Redentor (…); yo mismo lo veré”; igualmente en Filipenses: “Él transformará nuestro cuerpo humilde”. Pero, ¿fe en quién? Aunque la respuesta a esta pregunta parece que cae de su propio peso, no lo será así cuando las lecturas presentes nos lo recuerdan por tres veces: Job tiene fe en su Redentor -término del derecho israelita que podía aplicarse al propio Señor, como rescatador de su pueblo de la esclavitud mediante precio-; Filipenses, en su Salvador -quien da la gloria y la bienaventuranza eterna-; y, Marcos habla del Hijo de Dios -título mesiánico pronunciado por primera vez en este evangelio por un ser humano tras ver cómo muere en la cruz-. La fe en Jesús, el Cristo, es la llave que abre la puerta para andar el camino. La vida del cristiano es tener fe en quien nos enseñó y nos rescató del pecado de nuestros primeros padres; en quien diariamente nos salva de los nuevos pecados que nos vamos encontrando en los avatares del día a día; en quien sabemos que es la segunda Persona de la Trinidad, porque sólo Él nos muestra cuál es el sentido verdadero de la muerte: la resurrección y la vida. No os asustéis. Ha resucitado Nuevamente, la vida en el Señor nos muestra que su ternura y su misericordia son eternas mandándonos sosiego a nuestro corazón -aturdido por los trabajos, penas y pecados-; enseñándonos a vivir con las virtudes teologales como brújulas; y, guardándonos y librándonos de todo mal para la vida nueva: la resurrección. Bendiciones para usted.
Posted on: Sat, 02 Nov 2013 11:18:42 +0000

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