Con la caída de Babilonia y la extinción del Imperio - TopicsExpress



          

Con la caída de Babilonia y la extinción del Imperio Caldeo-Neobabilónico bajo la dominación persa, la cultura y el arte mesopotámico llegó a su fin. No obstante, la edificación o la actividad constructiva que requiere el aprendizaje lento, heredado y vinculado a los modos tradicionales, no cede bruscamente bajo los cambios políticos ni filosóficos, de manera que mantuvo fuertes constantes de transición y como veremos en capítulos posteriores, al estudiar la construcción de la arquitectura persa del período "persa-parto", ésta, se vería desbordada por el potente magisterio de la construcción pétrea romana que se desarrolló en Siria y en la costa mediterránea. Del mismo modo, se tendría que esperar hasta el período "persa-sasánida" para que aflorase de nuevo, con todo su vigor, los invariantes de la vieja arquitectura mesopotámica, que recuperados por esta etapa persa tardía, encontrarían su continuidad en la construcción musulmana. Del templo observatorio "cerca del cielo y de la astronomía" de los primeros sumerios, se había pasado al templo palacio, humanización de la divinidad de la festiva Babilonia. Con los persas, la divinidad tenía que palparse y temerse, la religión se orienta hacia el dios del fuego, de forma que el rito sagrado y eterno tomará cuerpo en las torres de fuego. Sin que pueda decirse que el palacio deje de ser, como lo era en Mesopotamia, la casa grande, es este edificio el que establece la rotula de continuidad de la construcción iraní. El palacio persa se acerca a la naturaleza y aunque en la etapa imperialista de Ciro y de Darío, Palacios de Persépolis, se manifestara como signo de grandiosidad, su planta rectangular, ordenada en torno al patio central nunca perdió su referente de la Vieja Mesopotamia. Los pequeños palacios de genial construcción abovedada y muros estriados, sasánida, nos lo dejará bien patente. Si Mesopotamia se constituyó en el foco civilizado que radió su influencia desde Egipto a la India, Persia se nos mostrará receptora y cosmopolita, abierta a las influencias orientales y occidentales y, desde luego, como no podía ser de otra forma, receptora del potente clasicismo de Grecia y Roma. Así, veremos que se adoptan nuevos elementos La columna y el sistema adintelado, se dieron con verdadera profusión y juegan un papel primordial en la arquitectura persa. No se puede negar su influencia helénica pues la columna estriada tiene claro origen griego. constructivos, nuevas proporciones e incluso, un nuevo sentir el espacio arquitectónico que, para entonces se mostrará totalmente abierto e integrador de su entorno. El período histórico definido como Arquitectura Persa, pasa por cuatro fases o etapas, cuyas influencias inciden en la forma de construcción. Estas son: Final del Imperio babilonio el año 539, confirmándose el poder de Ciro, quien fue proclamado rey tras derrotar a la alianza medo-babilónica, y que extendió su imperio hasta Egipto. La etapa Aqueménida, de influencia griega (330-64 a.C.), y que termina con la muerte de Darío III, a manos de Alejandro Magno "el macedonio", dando paso a la etapa Parta (64 a.C.-225 d.C.) de total influencia romana. Finalmente, el Imperio Persa-Sasánida, que se encargó de la recuperación de los viejos valores y tradición de la construcción mesopotámica (225-641) y que como veremos, junto a la construcción armenia, constituyó una valiosa cantera en la búsqueda de nuevas formas constructivas, originales para la construcción bizantina. Sala de las cien columnas en Persepolis Los palacios aqueménida mantuvieron las constantes propias de una arquitectura imperialista, porticada, dotada de columnas pétreas monolíticas de proporciones gigantescas y lejos de los invariantes de una arquitectura doméstica. La piedra era colocada a hueso y sujetada por grapas de hierro que ponen de manifiesto su influencia griega. Los techos eran de madera, muy lujosos, de grandes vigas de cedros traídas desde el Líbano hasta Susa, de modo que la riqueza constituyó parte del alarde innovador (Sala de las cien columnas). Las bellas y elegantes columnas se levantan sobre un no menos importante podio de más de cuatro metros de alto, que conforma una plataforma pétrea aparejada en seco y cimentada sobre una fundación, igualmente ciclópea en un derroche del uso de la piedra. En estas unidades de obra, el mortero de cal se incorporaba más tarde aglomerando ripios y piedra menores de igualación y, de este modo, se enrasaban los planos finales o de coronación. La columna de piedra caliza procedente de los flancos de los acantilados próximos a Persépolis, en ocasiones de mármol, tomaba aspecto vegetal y alcanzaba la altura equivalente a diez veces su diámetro. El fuste era de 15 codos más 1 pie, la basa tomaba 3 codos más 1 pie y el doble capitel, medía 6 codos más un pie. El codo persa era de 55 cm. y el pie 33 cm. de manera que la dimensión más usada era 1,65 m.; es decir, 3 codos o 5 pies. Dicho fuste se coronaba con una campánula y una corola de loto. En el capitel se dibujaban dos partes, en la inferior y en cada cara se disponían dos rollos superpuestos de papiro que ocasionaban un juego de cuatro volutas. En la parte superior, dos grandes toros simétricos se oponían formando una horquilla que servía para alojar un madero horizontal, el cual, se decoraba, en sus cabezas, con una roseta. Este conjunto, creaba una zapata en cruz para apoyar el cruce de las vigas principales de carga. El juego de este capitel o zapata y la corta luz que presenta la viga fuera de estas ménsulas, es lo que proporciona ese aspecto de arquería que hemos señalado. Las vigas maestras se montaban creando una retícula sobre las que cargaba el entrevigado secundario, originando un techo de gran suntuosidad. La madera más utilizada era de cedro y procedía del Líbano. El edificio se cubría mediante cubierta plana o terraza de gran espesor para proporcionar un entablamento escalonado, acusando el pequeño vuelo que introducían los propios maderos que componían las vigas. No se decoraba excesivamente el friso, que solo mostraba un dentario de pequeños modillones que, sin coincidencia, querían recordar la presencia funcional del entrevigado y que, una vez más, denota la influencia clásica. La coronación del entablamento se remataba con un peto festoneado de almenillas escalonadas, terminadas con reborde y ejecutadas con ladrillos. Durante el Período Parto la piedra se incorpora a la construcción persa como material habitual y tan propio como lo fuera de la construcción romana. Las influencias de Grecia y Roma se fueron consolidando bajo las etapas en que ambos pueblos tuvieron a Persia bajo sus dominios. Buena muestra de ello es, la columna dotada de capitel clásico que fue tomada como fuente griega, así como y la idea del gran hall abovedado, el iwan, que aunque constituyó una recuperación de la casa patio de la construcción más doméstica persa, pudo ser inspirado en la amplitud de la arquitectura de Roma. El muro de grandes masas de ladrillos, dotado de retranqueos a modo estrías verticales, el arco apuntado, la almena asiria y algunas bóvedas, poco atrevidas, construidas por tajadas acostadas de ladrillos para el uso de conducciones de saneamiento u otras construidas por hiladas avanzadas de lajas pétrea para enterramientos, así como el mortero de cal, constituyó el rico legado que el período mesopotámico regaló a la arquitectura persa y, también a la musulmana. No obstante, las verdaderas innovaciones constructivas, tienen lugar en el período Persa-Sasánida con la reafirmación del arco, la bóveda y la cúpula circular sobre trompas, que toman personalidad y connotaciones propias. Aunque no pueda decirse que se introdujeran nuevos avances técnicos, durante el período persa, el ladrillo siguió siendo el material básico de su construcción. Durante el período parto se usaba, en general, el ladrillo sin cochura y solo para zonas muy cuidadas o mecánicamente solicitadas se requería el ladrillo cocido en horno. Las dimensiones y proporciones de la pieza prismática comienzan ya a situarse y fijarse en valores muy próximos a los actuales, el más frecuente, tomaba las dimensiones 33x16x8 cm. El muro era el elemento propio para estas fábricas y se aparejaba con amplias juntas de mortero de cal. Durante el período sásanida el ladrillo cocido pasó a ser de uso mucho más generalizado, no obstante, la cochura era lenta y costosa. Sólo hay que pensar que ésta, se hacía en pilas, creando lechos de pajas entre los distintos niveles o planos de ladrillos y que para cerrar las pilas había que cubrirlas con ladrillos rotos, restos de otras tandas anteriores. Los muros de ladrillo perdieron, en estas primeras etapas, los encadenados y refuerzos esquineros de madera que fueron introducidos al final del período medo-babilónico y que eran casi obligados en Grecia y Fenicia y que aquí, debieron tenerse como más molestos que beneficiosos. En el Palacio de Firuz-Abad (450 a.C.), los muros presentan fábricas mixtas, los paramentos exteriores están aparejados y, en su núcleo interior, muestran un aglomerado de ripios y trozos de ladrillos con mortero de cal, en la forma más propia de las argamasas romanas. El Segundo Imperio Persa o etapa Sasánida, que termina hacia el año 640 d.C. y que, desde el punto de vista de la construcción arquitectónica, tiene su punto álgido allá por el año 400 d.C., afianza su vocación por el arco, y desarrolla con gran maestría la bóveda de cañón y, sobre todo, la cúpula de directriz semicircular ligeramente peraltada. Con la invención de la trompa, conoide más difícil de proyectar que de construir, tuvieron la habilidad de cubrir el espacio central y sagrado de planta cuadrada mediante la cúpula de perfil elíptico y arranque circular. Se trataba de cubrir espacios de luces de alguna consideración con formas que necesitaran la menor cantidad de cimbras, y pronto supieron que cuanto más se peralte la curva directriz menor sería la luz de apeo de la cimbra. Así, se construyeron las espléndidas cúpulas de los palacios de Sarvistán (350 d.C.), de Firuz-Abad (450) y de Cosroes (530). La construcción sasánida constituyó un momento histórico definitorio para la Historia de la Edificación no podemos pasar sin pararnos en su consideración pues, nacen por primera vez y con bastante rotundidad las bases e incluso los elementos de una arquitectura nueva. La Arquitectura Bizantina nace con Justiniano hacia el año 500 de Nuestra Era; es decir, coincide y enlaza, no sólo en el tiempo, sino que va a tener como fuentes de creatividad a la construcción armenia y a la sasánida, de donde toma sus modos de construcción más geniales y probadas. Egipto, Grecia e incluso Roma habían experimentado la cúpula a partir de artilugios constructivos. Egipto apenas había ensayo el arco de dos dovela. La maravillosa bóveda del Tesoro de Atreo (1.330 a.C.) es una construcción en piedra, de hiladas horizontales avanzadas, y la curvatura se logra mediante el adelantado de los sillares por anillos engatillados. La no menos espléndida y suntuosa cúpula del Panteón de Roma (120 d.C.) se constituye por una artificiosa retícula estructural de pilarillos meridianos que soportan anillos, también de ladrillos, y una plementería aligerada de hormigón en casetones. Estos ejemplos serán ampliamente estudiados en sus correspondientes capítulos, dado que muestran enorme interés en la eliminación de apeos y en la forma de absorber los empujes pero que, en cualquier caso, se apartan de los postulados de la construcción de bóvedas y cúpulas que se aceptaron desde la construcción Sasánida. Otras cúpulas romanas fueron construidas con procedimientos ingeniosos que tampoco pudieron alzarse en patrón o modelo a seguir, tal es el caso de la arruinada cúpula de la Minerva Medica (260 a.C.) levantada mediante gallones de ladrillo y hormigón. Solo les faltó, a los persas, atreverse a resolver el cruce de dos cañones situados en el mismo nivel, lo cual evitaron siempre y por ello, no conocieron ni la bóveda de aristas ni la de rincón de claustro. Estas formas encontraron su perfecta resolución en la última etapa del Imperio Romano. Los edificios de la etapa sasánida se cubrieron mediante cañones ortogonales que no se cruzaban nunca en el mismo nivel, es decir se proyectaron de manera que se encontraban a cotas distintas, tomando, la cúpula o el cañón principal, mayor altura que los menores y evitando el cruce con el anterior. De esta manera, se entestaban sobre los muros contrarrestos de la bóveda mayor y con ello, como hemos dicho, se evitaron la bóveda de aristas o la de rincón de claustro. Para el final de la etapa de Sargón II (720 a.C.), la construcción del arco se realizaba ya, tanto en Oriente, por los Neo-babilonios, como en Occidente por los etruscos, en la misma forma que hoy lo ejecutamos; es decir, con un aparejo radial o escopetado, o con sillares de caras convergentes y perpendiculares al intradós, incluso disponiendo varias roscas concéntricas. Cuando esto se precisaba solía aparejarse la primera en piedra para labrar y las siguientes en ladrillo. La singularidad radica de la etapa persa (450 d.C.) radica en que al no disponer de madera económica, minimizaron a máximo el uso de la cimbra. Esta solo atendía al tramo último o de clave, pues hasta los 42° , respecto a la horizontal de arranque o salmeres, elevaban los machones de contrarresto de empujes, aparejándolos por tendeles horizontales. Hasta los 56° podían aparejar el arco sin necesidad de cimbra, eso para los arcos y cañones de directriz semicircular y para los elípticos, que eran los más frecuentes, se llegaba hasta los 65° . Con ello, la cimbra reducía su luz a algo menos de la mitad de la luz de arco. La luz libre de las bóvedas y cúpulas monumentales solían ser de 27 codos más 1 pie (15 m.) y las más normales o frecuentes se mantenían entre 5 ú 8 m. (10 ó 15 codos), con lo que una cercha de madera de 5 ú 8 codos (4,5 m.) no era difícil de manipular ni de izar, y con una seriación mínima se convertía en un elemento muy rentable. Esta porción de cimbra quedaba apoyada sobre cuñas, que a modo de ménsula, se introducían en calos practicados en los tramos elaborados y endurecidos. Las cuñas de madera permitían nivelar, calzar y acuñar la cimbra. Los cañones se desarrollaban a partir de arcos fajones o directores, que permitían arbitrar distintas soluciones para completar, sin cimbra, la cubrición del espacio comprendidos entre dos arcos paralelos y próximos. Lo frecuente era cerrar estos espacios mediante tajadas, aparejo de ladrillos tomados por la tabla y colocados a la diagonal, simultaneando el apoyo sobre ambos arcos, para cerrar en el centro del vano y en un punto de la clave. Otra manera que requería menos habilidad pero más ingenio aún, fue la de terminar el arco con sus enjutas enrasadas horizontalmente hasta la altura de la clave y sobre este nivel, levantar pequeños cañoncillos transversales o lo que es lo mismo, perpendiculares al eje del cañón de la nave. Otra singularidad de la construcción abovedada sasánida, es la ausencia de contrafuertes al exterior. Esto será una constante diferenciadora respecto a estilos como el Románico y Gótico que, como sabemos, se caracterizaron por ábsides y muros contrafuertes exteriores para absorber empujes de sus arcos y cubiertas. Aquí, los empujes de la bóveda de cañón se absorben con la creación otros cañones ortogonales o por exedras embebidas en los muros. Como en el Partenón, estos nichos con semicúpulas esféricas centran los empujes del cañón principal hacia el muro y a las columnillas pareadas, creando un conjunto mecánico de inercia muy potente y estable frente al descenso de cargas verticales. Pero todo ello lo veremos con mayor detalle en capítulo posteriores.
Posted on: Sat, 28 Sep 2013 22:04:19 +0000

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