Creo que, paradójicamente, la pasión no ayuda al desarrollo de temas apasionantes. Como humanos, tenemos mucho por decir y por hacer, no solo en el entorno de cada uno, sino en todo el mundo. Y no solo por la ecología o por el ambiente... o por el tema en boga, sino, principalmente, por los derechos de las personas. Pero creo que caemos en un error al apasionarnos, porque perdemos objetividad. Gracias a la pasión, nos volvemos vulnerables, frágiles. Nos unimos, muchas veces, a una masa, una voz unísona que grita fuerte pero piensa poco y cuyos objetivos son inmediatos y viscerales, sin la posibilidad de contemplar las probabilidades que puede brindar el futuro. Por eso odio tanto la religión, ¿cachan? Porque adormece, busca un fin último y, usando la pasión como herramienta, levanta divisiones entre semejantes, marca territorios ideológicos que en momentos de lucidez no existirían. Todos los discursos apasionados, vengan de donde vengan, se parece muchísimo entre sí. Cuando leo, por ejemplo, las opiniones que explotaron en las redes sobre el Yasuní, me doy cuenta de que su formato no dista mucho del que utilizan los hinchas de equipos de fútbol para hacer apología de su club, o el de los grupos fundamentalistas pro-vida cuando hacen analogías imbéciles con shawarmas. En estos discursos –diatribas, para ser más precisos– las palabras buscan siempre conseguir un "fin final" un "objetivo absoluto", un "bien indiscutible"... Un dogma, en pocas. bit.ly/1ac25ja
Posted on: Fri, 16 Aug 2013 16:33:45 +0000
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