Cuentan los ya viejos que, mucho antes de que existieran los Starbucks, y de que un montón de niños popis se hicieran los intelectuales tomando su te chai en alguna de esas franquicias, mientras actualizaban su facebook en la Tablet que les regalaron sus papis con consignas en contra del gobierno y frases fusiladas de los libros de Paulo Coelho, existía en el centro de la ciudad un viejo café donde se reunían los poetas locos, aspirantes a guerrilleros y músicos simpatizantes con la causa obrera. Fue en la clandestinidad de ese lugar lúgubre y marginal que mi padre conoció a Rodrigo, una noche en la que este rasgaba su lira al ritmo de un blues que acompañaba con su harmónica y con su voz rasposa a causa de los tres tequilas que se había echado antes de subir al escenario. Antes de empezar conto una historia muy loquísima de como quiso alguna vez estudiar psicología en la UV, pero abandono la idea en cuando supo que los freudianos se habían vuelto conductistas, entonces subió a un cerro y tras comulgar con los niños santos se le apareció el numen del profeta del nopal y le revelo el verdadero significado del despiporre en general. Al terminar su última rola le cedió el espacio a una banda ya olvidada en la memoria colectiva, unos sujetos greñudos que se hacían llamar “Los Nakos”. Tras discutir un rato con quien parecía ser el dueño tomo su guitarra y se dirigió hacia la mesa donde papá bebía un café negro bastante cargado. - Solo diez pinches varos, el oficio de artista es bastante ingrato amigo mío.-dijo a la vez que bebía una limonada que un mesero acababa de darle. - Quizás camarada, pero al menos tiene algo de lo que carecen todos aquellos que aparecen en televisión: Talento.- Le respondió mi padre. - Tal vez así sea compañero, pero eso no pone pan sobre en la mesa. - Marx dijo alguna vez que el artista debía ganar dinero para vivir, pero no vivir para ganar dinero. Probablemente ahora no tenga en donde caerse muerto, pero le aseguro que con ese forma que tiene de tocar y el peculiar estilo de sus letras no faltara como se gane el sustento. Ambos se sonrieron y chocaron los recipientes que contenían sus bebidas a modo de brindis, ese fue el primero de muchos encuentros. Papá se veía con Rodrigo todos los viernes en la noche saliendo de la facultad, tomaban la misma mesa del rincón y las mismas bebidas y conversaban de sus vidas, sus fracasos y sus triunfos, decían que el mundo era un desastre y que les correspondía a ellos cambiarlo. La sentencia de mi padre se cumplió y pronto aquel individuo se volvió un juglar de la selva de concreto y asfalto, su fama se fue extendiendo y hubo incluso quien llegó a afirmar que él era “El Bob Dylan mexicano”. Pero a diferencia de los “hartistas que solo hartan con sus obras plásticas y huecas hechas para entretener a un vulgo falto de juicio, él nunca perdió el piso y siempre se portó cuate con la banda. Pero un día estaba en su departamento con una francesa que se había ligado atrás tiempo, Rodrigo murió a causa de una sobredosis de cemento en la cabeza. El terremoto deje en escombros el café, el cuerpo de aquel músico y las esperanzas y sueños de toda una generación de jóvenes que buscaban una utopía inalcanzable. Mi padre, que para ese tiempo estudiaba la carrera de ingeniería civil, decidió abandonarla y meterse a filosofía, para así buscar absorto entre los libros aquel mágico mundo que existía en cada una de las charlas que tuvo con Rodrigo en aquel café cantante. Tiempo después, cuando tenía 10 años, le pregunte a papá porque había decidido estudiar una carrera sin futuro que apenas dejaba para comer y fue entonces que me conto está historia. Dos años más tarde fue asesinado por un ratero que le disparo para quitarle los 25 pesos que traía en su cartera, desde ese entonces solo me quedan sus recuerdos y el anhelo de que mis contemporáneos dejen de sumirse en pensamientos banales y burdos y sean más como la generación del gran Rodrigo.
Posted on: Sun, 04 Aug 2013 04:34:09 +0000
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