Cuento ganador del concurso de cuentos de Labastida. - TopicsExpress



          

Cuento ganador del concurso de cuentos de Labastida. MARTIN Martín era un niño normal, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco ni rubio ni moreno y tenía 12 años, ni 11 ni 13. Martín tenía un gran corazón, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, vivía con sus padres arriba, en la casa que estaba en lo alto de la colina donde los atardeceres sosegaban el alma y los amaneceres invitaban a seguir. Allí vivía feliz cuidando de sus ovejas, porque Martín era pastor. Pero no era un pastor cualquiera, era el mejor pastor de la región, su fama llegaba hasta el último rincón de la comarca, y eso que Martin no sabía hablar, era mudito de nacimiento, pero sabía silbar de mil maneras diferentes, era precisamente esa forma de silbar la que hacía de él un pastor sin igual. Con sus silbidos conseguía que las ovejas le obedeciesen al momento, pero no solo las ovejas, también las cabras, los cerdos, los perros, los caballos, hasta la mula Lola que era el animal más tozudo del mundo obedecía todas las ordenes de Martín. Aquel año Martín ya tenía edad suficiente para participar en el concurso de pastores que se celebraba todos los años a finales de verano. Su participación había levantado mucha expectación ya que todo el mundo había oído hablar de sus habilidades pastoriles. Todo el mundo recordaba como con sus silbidos había hecho que las ovejas formasen un círculo y bailasen sobre sus patas traseras, o aquella vez que las ovejas habían formado los aros olímpicos. Martin vivía con sus padres y su abuelo, su madre era una mujer alta y delgada era muy guapa y alegre, siempre estaba de buen humor, todo lo contrario que su actual marido que era una persona con un carácter horrible, huraña y resentida, todo el mundo se preguntaba que habría visto Carmela -que así se llamaba la madre de Martin- en aquel hombre, que aparte de feo era un vago redomado, nunca trabajaba, siempre le dolía algo, sino era la cabeza era la espalda y sino el pie, el caso era no dar ni golpe, además se pasaba todo el día jugando a las cartas con sus amigotes apostándose hasta lo que no tenía. Más de una vez Carmela había tenido que vender una vaca para saldar las deudas de Amancio -que así era como se llamaba el padrastro de Martín. Cada vez quedaba menos para el día de la feria donde se habría de celebrar el concurso de pastores y Martín ensayaba con sus rebaño, aquella tarde quería que las ovejas formasen las letras que componía su nombre. Daba gusto verle y sobre todo oírle como silbaba y como los animales se movían y se situaban formando las letras de su nombre, aunque le estaba costando un poco que Perlan –que era toda negra- se situase en su sitio que era justo el punto de la i. Perlan era la más vieja de sus ovejas y quizás por eso era un poco perezosa. Salvador- que así se llamaba su abuelo- aunque todo el mundo le llamaba El Americano le observaba sentado en una piedra recordando sus días de pastor en américa donde tuvo que emigrar huyendo de la guerra y de donde aparte del mote se trajo el dinero para comprar el rebaño y la casa donde vivían. Mientras tanto, Amancio seguía con su afición al juego, pero esta vez llego demasiado lejos y en su última apuesta se aposto con su amigo Leoncio, no solo la casa, donde vivían sino también el rebaño y la huerta a que Martín ganaba el concurso de pastores. Si Martín ganaba su padre se quedaría con el coche de Leoncio, un viejo trasto del cual Amancio se había encaprichado porque lo había visto en una serie de televisión. Carmela al conocer la absurda apuesta de su marido monto en cólera por primera vez en su vida y sin más miramientos le echo de su casa. Cuando el abuelo se enteró de la apuesta intento tranquilizar a su hija diciendo que Martín ganaría la apuesta pero que había hecho muy bien en echar a aquel gandul de su casa. Sin embargo a Martín le entro un escalofrío al saber la responsabilidad que tenía, si no ganaba el concurso perderían todo lo que tenían. Días antes del concurso se celebraba una feria en el pueblo al que todos los aldeanos y aldeanas bajaban a vender sus productos. Allí se podía encontrar de todo, quesos, miel, los mejores panes, las verduras más frescas y las frutas más apetitosas y todo tipo de animales. A Martin le encantaba bajar a la feria con su abuelo, le fascinaba aquella mezcla de olores y sonidos, el ir y venir de la gente comprando y vendiendo, todo el mundo contento, había música y hasta teatro de calle. Allí Martín y su abuelo aprovechaban para vender las camisas de lana que Carmela había confeccionado durante el invierno. Pero aquel año Martín no disfrutaba como otros años, de la feria se sentía agobiado por la responsabilidad y además se había enterado que también iba a participar Iván un muchachote del valle de al lado y su perro Pirata al que llamaba así por la mancha negra que tenía sobre el ojo y que era el terror del ganado, pobre del animal que no obedeciese a la primera, seguro que se llevaba una buena ración de mordiscos. En esto estaba cuando al doblar la esquina se encontraron con una vieja sentada en el suelo pidiendo limosna, era una mujer repulsiva, sucia y desdentada parecía una bruja de los cuentos que le contaba su abuelo cuando era pequeño, junto a ella había un perro si cabe con peor aspecto que su dueña. La vieja le hizo un gesto a Martín llevándose las manos a la boca indicándole que tenía hambre, pero enseguida noto como su abuelo tiraba de él alejándole de aquella mujer, sin embargo Martin no dejo de mirarla, había un brillo extraño en sus ojos y cuando su abuelo se paró a comprar pipas de calabaza en un puesto, Martin volvió sobre sus pasos y saco de su bolsillo unas monedas que había ahorrado para comprarse unas botas nuevas ya que las que tenía estaban tan desgastadas que podía notar las piedras en la planta del pie y se lo dio a la mujer. La vieja al ver el gesto del muchacho le dio las gracias agachando la cabeza y llevándose la mano al corazón. Martín pensó en la pobre anciana que como él no podía hablar, pero el al menos podía silbar. De camino a casa Salvador le conto a su nieto la historia de la anciana, decían que de joven había sido una mujer bellísima y de gran corazón pero que se volvió loca cuando su marido fruto de un encantamiento, se enamoró de otra mujer y la abandono llevándose a la hija de ambos de tan solo tres meses a la que todavía estaba dándole pecho cuando su marido se la llevo. Martín al oír aquella historia se alegró de haber ayudado a la pobre mujer. Al día siguiente Martín subió como todos los días al monte con las ovejas y decidió subir hasta el prado alto, donde decían que se encontraba la hierba más jugosa y aunque estaba un poco lejos pensó que sus ovejas se pondrían muy contentas y el día del concurso lo harían mejor, así que con su palo al hombro y silbando como siempre comenzó a caminar. Después de cinco horas de marcha llego al prado y silbando suave ordeno a sus ovejas que pastasen en grupos de cinco, mientras él se echó a dormir debajo de un manzano silvestre. Al despertar sintió hambre y se comió un pedazo de queso y de postre decidió comerse una manzana del árbol, así que se encaramo a la primera rama y fue trepando despacio, hasta llegar a lo alto del árbol, donde siempre están los frutos más maduros, cuando ya estaba casi arriba del todo alargo la mano y justo al coger la manzana oyó un chasquido y noto como la rama cedía bajo sus pies. La caída fue tremenda, Martin cayo de bruces sobre el suelo, el golpe fue tan fuerte que el muchacho perdió el sentido. Cuando volvió en sí, le dolía todo el cuerpo, pero sobre todo notaba un intenso calor en la boca Al palparse el labio vio que estaba sangrando y al pasarse la lengua por los dientes noto que le faltaba uno, al caer de bruces se le había roto un diente. Poco a poco se incorporó, se sacudió la ropa y cogió el zurrón, debía de haber estado mucho tiempo inconsciente porque estaba anocheciendo, además el cielo anunciaba lluvia. Martín quiso reunir a sus ovejas que seguía pastando y al querer silbar solo salió de su boca un sonido hueco y vacío, las ovejas ni se inmutaron, volvió a intentarlo y esta vez logro algo parecido a un silbido, pero las ovejas ni se movieron. Martín aterrorizado comprobó que al perder un diente era incapaz de silbar como antes y que las ovejas ya no le obedecían. Ahora sí que estaba perdido, incapaz de silbar como siempre no ganaría el concurso, y el y su familia perderían todo lo que tenían. El sonido de un trueno le devolvió a la realidad y con las primeras gotas de lluvia comenzó acorrer en dirección a la cueva del lobo que se llamaba así porque decía que allí había vivido un lobo que había atemorizado a la región durante años hasta que un grupo de cazadores había logrado cazarlo no sin que antes el lobo acabase con unos cuantos perros. A Martín, aunque era muy valiente, no le hacía gracia adentrarse en la cueva pero no le quedaba más remedio, así que cuando llegó se metió dentro sin pensarlo justo cuando la tormenta arreciaba. El muchacho se acomodó como pudo y rumiando sus desdichas se fue quedando dormido. Entre sueños oyó una voz que le llamaba dulcemente por su nombre , al abrir los ojos vio al ser más bello que jamás había visto, delante de él estaba una mujer de piel de blanquísima que le miraba dulcemente a través de sus ojos de un azul infinito, su tez pálida contrastaba con el rosa de sus labios, la mujer le acaricio la frente y le pregunto si tenía hambre, Martín asintió y la mujer se acercó y cogiéndole en su regazo se destapó un pecho y se lo ofreció a Martin que chupo con avidez, aquella era la sensación más maravillosa que había sentido nunca, era como sorber la nata de un chuchito, caliente y dulce. Mientras chupaba la mujer le susurraba al oído una dulce canción hasta que se quedó profundamente dormido. Cuando por fin despertó Martin busco a la mujer pero vio que estaba solo y pensó que todo había sido un sueño, pero era tan real…. Además, se sentía mejor que nunca con una extraña sensación de energía, no le dolía nada ni siquiera el labio, al acercarse la mano vio que la hinchazón había desaparecido y al pasarse la lengua por los dientes no noto ningún hueco, abrió la boca y se palpo los dientes y comprobó que estaban todos, ¡¡ le había vuelto a crecer el diente roto!! Loco de contento salió al exterior y silbo a las ovejas ordenándoles que se agrupasen y le siguiesen, al momento los animales obedecieron. Justo llegaban al pueblo cuando daba comienzo el concurso de pastores, la gente al verlo llegar rompió en una sonora ovación, él era el siguiente participante después de Iván que en ese momento ordenaba a su perro pirata que juntase las ovejas por colores, cada una tenia pintado en el lomo un circulo de un color diferente, rojo, amarillo, morado, pero el perro no atendía, se encontraba a lado del publico junto a una preciosa perrita que se dejaba querer. Iván no paraba de gritar a su perro pero este no obedecía, así que cuando paso su tiempo se tuvo que retirar. Le llego entonces el turno a Martín, este salió al prado seguido de su rebaño, el silencio era absoluto y la expectación máxima. Martín empezó a silbar –fuiiiiiiiiii,fuiiiiiiiiiii, fiu,fiu,fiu- y las ovejas empezaron a moverse colocándose todas en fila, Martin seguía silbando –fufufuiiiii,fufufuiiiiii, las ovejas se alzaron sobre sus patas traseras y con las patas delanteras entrelazadas empezaron a balancearse adelante y atrás adelante y atrás, entonces Martin levanto los brazos y como un director de orquesta silbo como el solo sabia y las ovejas empezaron a balar todas a una, el público no se lo podía creer, las ovejas estaban bailando Paquito Chocolatero. Aquello fue demasiado, la gente entusiasmada aplaudía sin parar y algunas personas salieron al prado y rodearon a Martín abrazándole y felicitándole, entre aquel tumulto el niño apenas distinguía a la gente, en medio de aquel desorden Martín oyó un a voz familiar que le decía –gracias Martín. Al volverse el muchacho vio a la mujer de la cueva, que le miraba con sus ojos deslumbrantes, Martín quiso acercarse, alargo la mano pero la gente entusiasmada le arrastraba en la otra dirección sin dejar de vitorearle. Martín había ganado el concurso de pastores, y también la apuesta de Amancio, ya no tendría que preocuparse por su casa y por su huerta. Con el premio compro a su madre un vestido precioso de seda color rosa palo, palabra de honor y a su abuelo Salvador que le gustaba mucho mirar las estrellas un telescopio, él por fin pudo tener las botas que siempre le habían gustado y también se compró un acordeón. Martín siguió con su vida de pastor, feliz y contento, de vez en cuando paseaba junto a su abuelo con el viejo coche de Leoncio. A veces se acordaba de la mujer de la cueva, cerraba los ojos y recordaba aquella sensación tan placentera que sintió al tomar el pecho de aquella mujer. Muchas veces se acercó hasta la cueva, pero nunca encontró a nadie. Martín nunca supo que al chupar aquella teta había roto el maleficio que un día una malvada mujer había echado sobre Lania -así era como se llamaba la mujer de la cueva y que era la misma a la que Martín había dado unas monedas en la feria. Aquel embrujo condenaba a Lania a vivir como una pordiosera durante el día y a recobrar su aspecto normal durante la noche donde recordaba a su hija pequeña, esto sería así hasta que amamantase a alguien de corazón limpio y puro como era Martín. Las poderosas fuerzas que se liberaron aquel día hicieron –no solo que Martín recuperase su diente, sino que además Lania –que había recuperado su aspecto normal viajase miles de kilómetros siguiendo su instinto hasta encontrar a Alba -que así era como se llamaba su hija. Cuando madre e hija se miraron no hicieron falta las palabras, se fundieron en un interminable abrazo. Ya solo les quedaba recuperar el tiempo perdido. Muchas veces en la vida, por muy mal que nos vayan las cosas, no hay que perder la esperanza de que como en este cuento, algún suceso fortuito libere esas fuerzas que hacen que todo vuelva a encajar. FIN
Posted on: Wed, 10 Jul 2013 12:07:17 +0000

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