Currículo literario En mi casa fuimos diez hijos, iguales bocas - TopicsExpress



          

Currículo literario En mi casa fuimos diez hijos, iguales bocas que alimentar sin contar a la Negra Juana y al perro Danger. Él papá fue un humilde maestro de escuela a quien jamás le sobró dinero para equipar una biblioteca; pero, a cambio de esta, disfrutamos de una inmensa alacena repleta de amor y comida. Eso sí, hasta la muerte del viejo, en las mañanas nunca dejó de entrar el periódico por debajo de la puerta. En un ritual que se tenía que respetar, él era el primero en abrirlo, sentado en una mesa pequeña, a un lado de la cocina, donde desayunaba con chocolate, arepa y letras. Por otro lado, la vieja nunca tuvo tiempo para algo distinto que criarnos. Quizás por todo ello nunca llegué a ser un ratón de biblioteca. He leído, sí, pero no “los mil y un libros” que dicen haber leído algunos amigos literatos que se declaran eximios “pescaditos de plata”. He conocido algunas obras del señor Gabriel, aunque a “Cien Años de Soledad” renuncié llegando a la página 50, porque se me confundieron tantos Aurelianos en una sola familia. Si acaso llego apenas a pescadito de lata. Sentía pereza, por no decir repulsión, cuando en el colegio nos imponían, cual catecismo de aquel padre que todos sabemos, la lectura de: La María, Siervo sin tierra o El Cristo de espaldas. Seguramente por eso, en señal de protesta, un pequeño grupo de amigos, comenzamos a leer El Libro Rojo de Mao, y aunque, aquí en confianza, soló leí su índice, siempre le llevaba, cual BlackBerry de última generación, en un bolsillo pero a la vista de todos, especialmente de las féminas que se derretían por un tipo matriculado en las filas de la revolución. Irónicamente, al compás de mi adoctrinamiento en la JUCO (Juventud Comunista), comencé a desojar sus delgadas hojas, como a una margarita, que resultaban perfectas para armar alucinantes cigarros de marihuana “Punto Rojo”, que me hacían viajar de Colombia a China, con eventuales escalas en la hacienda de Fidel. Un par de años después, cuando entendí que lo mío no eran ni la hoz y el martillo ni mucho menos el fusil, descolgué sin remordimientos el afiche del Che que, cual Sagrado Corazón de Jesús, tenía en mi alcoba y en su lugar puse uno de Facundo Cabral. (¡Que extraño, siempre he tenido una maquiavélica simpatía por los personajes argentinos! ¿Será por mi ego?). No negaré que he coqueteado con autores clásicos que me han recomendado leer para que alcance un mejor nivel de cultura; y juro que algunos han seducido mi ignorancia. A veces me tienta traer a colación en mis crónicas algunas citas de Shakespeare, Cervantes, Borges, Proust, Kafka, Dickens, Bombal, Laforet, sor Juana Inés, Eliot… para así darle mayor relevancia y credibilidad a lo que escribo, pero también me he preguntado: ¿Si transcribo palabras de literatos tan consumados en mis textos, cuándo hablo y escribo yo? Juan Guillermo Valderrama Santamaría.
Posted on: Tue, 08 Oct 2013 02:03:56 +0000

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