Cómo celebrar la Eucaristía en un mundo de injusticias - TopicsExpress



          

Cómo celebrar la Eucaristía en un mundo de injusticias La Eucaristía construye uno de los núcleos de nuestra fe, en el cual se densifica la historia de la salvación y Dios se hace máximamente presente. Es en ella donde se nutre la comunidad eclesial, que al comer el cuerpo de cristo se transforma en el cuerpo místico del propio cristo. La Eucaristía es comunión con el Señor; es sacrificio perenne que se visibiliza en la celebración; sacramento de una presencia que se entrega continuamente a los hombres; es acción de gracias por el don de la salvación que el Padre nos ha otorgado en cristo y en el espíritu; es la fiesta de la iglesia que expresa y crea su unidad. Todos estos aspectos están presentes en este misterio. La pedagogía de la fe nos lleva a considerarlo de una forma integrada y a vivenciarlos en plenitud. Sin embargo, hay aspectos que, por razones históricas, son más subrayados que otros en una determinada época. Así, por ejemplo, para cierto tipo de cristiano la celebración Eucarística significa fundamentalmente la realización de un culto y la adoración de la presencia misteriosa de cristo en las especies del pan y el vino. Para otros, la Eucaristía propicia es una comunión íntima con el Señor, fuente de salvación estos “acentos” no niegan los demás aspectos del misterio; tan sólo lo deja implícitos, debido al estilo de vida cristiana de quienes ponen tales “acentos”. Hay otros cristianos que viven un compromiso liberador junto al pueblo, luchando por su dignidad, defendiendo sus tierras y casas, inspirándose siempre en la palabra de Dios y permaneciendo en comunión con la iglesia. Semejante situación le permite una visión de la Eucaristía que pone de relieve determinadas dimensiones significativas para el compromiso liberador. Y se hacen preguntas de este tipo: ¿Se puede, por una parte, celebrar un culto Eucarístico y, por otra, vivir en la injusticia? ¿Qué sentido tiene celebrar la memoria de Jesús en una comunidad en la que oprimidos y opresores se sientan codos con codos? ¿Es responsable, en una situación conflictiva, celebrar la misa recordar la entrega de Jesús, su gesto de amor, y permitir que todo siga igual? ¿Puede justificarse la celebración de la Eucaristía en actos público, en grandes solemnidades masivas? Vamos a intentar reflexionar sobre estas preguntas desde el propio contexto de la última cena de Jesús con sus apóstoles y desde la concepción de la eucaristía de la iglesia primitiva. 1. La alegría de la cena en un contexto de muerte La última cena de Jesús se produce en un contexto paradójico: de un lado, alegría por el encuentro íntimo con los amigos; de otro, tristeza por la despedida, profunda seriedad ante la muerte inminente. Esta cena prolonga y lleva a su culmen las distintas cenas que Jesús celebró durante su vida pública. La cena simboliza la comunión de Dios con los Hombres en su reino (Mt 22, 1-4). Al comer con los pecadores, Jesús quería dejar muy claro que el Padres les invitaba a la reconciliación (Mt 9, 9-13; 11, 19; Lc 19, 1-10). En una de esas cenas les dijo a la pecadora: “Tus pecados quedan perdonados” (Lc 7, 36-50). Esta práctica “convival” de Jesús expresa la práctica fundamental que caracteriza su vida. Con respecto a los bienes de este mundo, Jesús invita a una práctica de compartir con el pobre (Mc 10, 21); con respecto a las relaciones humanas, pide una actitud de servicio (Lc 22, 26: “el que manda hágalo como quien sirve”), de fraternidad (Mt 23, 8: “vosotros sois todos hermanos”) y de igualdad (Jn 13,14: “también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”); con respectos a los valores e ideales de la sociedad, Jesús estimula todo cuanto vaya en la dirección del amor, del perdón, de la solidaridad con los marginados y de una apertura filiar a Dios. La praxis mesiánica de Jesús expresa en términos de liberación de las condenados de este mundo (pobres, enfermos, discriminados sociales y religiosamente), como forma de presencia del Reino y de realización del proyecto del Padre, su libertad frente a la rigidez de la ley, en nombre de una humanización de las relaciones entre las personas; su conciencia de Hijos y de enviado del Padre, reivindicando una adhesión sin condiciones a su mensaje y a su persona. Pero su exigencia de conversión fueron provocando, poco a poco un enorme conflicto. Al final de su vida, Jesús se había indispuesto con todos los que determinaban el poder. Ya desde el comienzo de su actividad latía una amenaza de muerte (cfr. Mc 3, 6). Resulta decisiva para nosotros la forma en que Jesús afronta una situación de conflicto: jamás pierde su valiente tono profético; no deja de confiar en la capacidad de la conversión de los hombres no responde con la misma moneda; no se encamina ingenua y candorosamente hacia la muerte, pues sabeos que trata de protegerse, llegando incluso a salir de palestina (a la región de tiro) tras la amenaza de Herodes (Lc 13, 31-33) y escondiéndose por las noches cuando se encontraba en Jerusalén(Jn 18, 2). Es en este contexto de persecución y de muerte como celebra Jesús la última cena con los suyos (disponemos de cuatros distinta redacciones del hecho: 1Cor 11, 23-25; Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25 y Lc 22, 15-20). El significado inmediato es el banquete del Reino, sobre el que tan profundamente predicara Jesús (Lc 22, 15-18; Mc 14, 25; Mt 26, 29; Lc 14, 15: “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!”). El Reino se anticipa y se concreta siempre que se realiza la cena de Jesús. El ambiente de alegría: “¡con cuánta ansias he deseado comer estas pascuas con vosotros antes de padecer …!” (Lc 22, 15). A pesar del conflicto y del inminente desenlace, hay lugar para la celebración. El Reino viene de todos modos, porque la causa de Jesús no se deja Vencer; y viene por la conversión o por el martirio. La cena de Jesús a punta al martirio: el cuerpo que es entregado a la sangre que ha de ser derramada. Hay aquí, indiscutiblemente, un aspecto sacrificial; no se hace un rito ni ce celebra un símbolo; se realiza una acción concreta: Jesús se entrega efectivamente y muere verdaderamente por amor a los pecadores. Este gesto es definitivo, permanentemente valido y presente para Dios. Por eso la celebración Eucarística de la iglesia nos renueva cada día el sacrificio de Cristo; dicho sacrificio esta siempre ahí, aunque de forma invisible. Lo que hace la celebración es volver visible y sacramentalizarlo, es decir, conferirle la estructura de un sacramento, de un signo portador de presencia y de gracia. Si Jesús puede celebrar su propia entrega en medio de un ambiente de muerte, es porque la realidad del Reino que ahí se concreta no esta Jamás amenazada ni definitivamente impedida. Las persecuciones, las difamaciones y la propia muerte permiten al cristiano seguir a Jesús en su entrega: hacerse también sacrificio, entrar en comunión íntima con Dios y perdonar a los que le hacen mal. Vivir esta actitud, que fue la de Jesús, es hacerse miembro de la comunidad mesiánica del Reino; es sentarse ya a la mesa del banquete celestial y ser nueva criatura ya desde ahora, sin necesidad de esperar a la eternidad. Esta postura no nos libera del miedo, como no liberó a Jesús del horror a la muerte en el huerto de los Olivos; pero la actitud persiste a pesar del miedo y en medio del horror, porque se trata de una decisión de la libertad. No le falta razón a San Ireneo cuando considera la Eucaristía como “la oblación de los hombres libres” que lleva siempre consigo “la marca de la libertad” 2. Donde no hay búsqueda de fraternidad, la Eucaristía es una ofensa a Dios ¿Cómo celebran concretamente la Eucaristía los cristianos de hoy?. El acento, efectivamente, no se pone en el aspecto de entrega sacrificada, sino de culto y adoración de la presencia del señor. La propia teología se ocupa, ya hace mucho tiempo, de profundizar en el modo de la presencia Eucarística, en dilucidar lo que sucede con el pan y el vino en el momento de la transubstanciación (¿transignificación?, ¿transfinalización?) Desde la práctica de las comunidades insertas en medio del pueblo oprimido, la preocupación es otra: ¿cómo celebrar dignamente, de un modo acorde con la naturaleza del propio gesto de Jesús, la Eucaristía en un modo de injusticias y violaciones de los derechos humanos?. ¿Es posible atenerse exclusivamente al aspecto de “adoración”? ¿Qué relación existe entre culto y justicia y fraternidad? Esta pregunta nos sitúa de lleno en el corazón mismo del discurso profético, en el centro de la preocupación del pueblo cuando habla de la Eucaristía y en la propia enseñanza de Jesús que nos transmite el evangelista de San Mateo. Los profetas hacen una contundente crítica no del culto en sí, sino de aquel culto que sirve de cuartada para permanecer indiferentes ente el grito del oprimido y las injusticias sociales. Recordemos algún texto, ya que siguen siendo válidos para nuestros días: “Yo detesto, desprecio vuestra fiesta y no gusto el olor de vuestra reuniones; si me ofrecéis holocaustos, no me complazco en vuestras obligaciones, ni miro a vuestros sacrificio de comunión de novillo cebados. ¡Aparta de mí toda la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas!” (Amós 5, 21-23). “no se complace el Altísimo en ofrendas de impíos, ni por el cúmulo de victimas perdona los pecados. Inmola a sus hijos a los ojos de su padre quien ofrece víctimas a costa de los bienes de los humildes… mata a su prójimo quien le arrebata su sustento, vierte sangre quien quita el jornal al jornalero” (Sir 34, 19-22). ¿
Posted on: Thu, 11 Jul 2013 00:49:42 +0000

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