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¿DE IZQUIERDA O DE DERECHA? (No saquen el pie del plato ... háganse cargo) ARTÍCULO PULICADO POR ROBERTO GARGARELA (Intelectual de izquierda) Lunes 19 de agosto de 2013 | Publicado en edición impresa Impostura De la izquierda posible a la derecha real Al contrario de lo que proclama, el kirchnerismo se ha convertido en el medio que le permitió a la derecha consolidar logros impensables; eso sí, en nombre del progresismo Por Roberto Gargarella (intelectual de izquierda) | Para LA NACION Algunos de los votos recibidos por el oficialismo en estas últimas elecciones se basaron en la idea de que el kirchnerismo representaba la "izquierda posible" en la Argentina. Perplejo ante la falsedad del aserto, quisiera dedicar unas líneas a explorar esa idea, aun a sabiendas de que, para muchas personas, el debate "izquierda-derecha" ya no tiene sentido. Como ése no es mi caso, y como a la vez pienso que la prédica en cuestión (referida al izquierdismo del kirchnerismo) sigue siendo productiva dentro de ciertos círculos, comienzo por definir brevemente lo que entiendo por izquierda y derecha. Para no complicar demasiado las cosas, voy a considerar que una medida es "de izquierda" cuando contribuye a la democracia económica (aumentar la participación de los obreros en las ganancias de las empresas); cuando sirve a la democracia política (más participación y control del pueblo en los asuntos públicos); o cuando ayuda al fortalecimiento de derechos humanos básicos (terminar con la tortura en las cárceles). Diré entonces que una medida es "de derecha" cuando ella se orienta hacia fines contrarios a los citados (favorece a una minoría económicamente poderosa; ayuda a concentrar el poder político; violenta derechos humanos básicos). Para dejar en claro desde el inicio mi postura, diré cuál es mi idea principal al respecto: creo que, lejos de ser la izquierda posible -lo máximo de izquierda que nuestra sociedad está preparada para tolerar- el kirchnerismo se ha convertido en la derecha verdadera, la política más de derecha que nuestra sociedad puede soportar, luego de todo lo ocurrido en el país desde mediados de los años 70. Según entiendo, en la actualidad, nuestra sociedad se muestra capaz de aceptar o demandar políticas de avanzada en una diversidad de áreas (desde la política energética hasta la política de medios; desde las políticas de salud reproductiva hasta las de salvaguarda de las poblaciones originarias) que el Gobierno se ocupa de retacear o rechazar en cada caso, aunque lo haga hablando en nombre de los mejores ideales. Lo que sostengo se apoya en parte en hechos (enseguida enumeraré unos cuantos), y en parte en algunos contrafácticos. Estos últimos sugieren que las medidas "de derecha" que el kirchnerismo logró imponer no hubieran podido ser impuestas o -lo que es más importante- no hubieran podido estabilizarse, con otro gobierno (supuestamente, más de derecha) en el poder. Los contrafácticos son en principio indemostrables, pero el tipo de contrafácticos a los que me refiero también encuentran algunos buenos hechos en los que apoyarse. Todos recordamos, por caso, que el ministro de Economía de la Alianza duró sólo cuatro días más en el poder, luego de anunciar un feroz plan de ajuste en 2001. Sabemos también que al actual jefe de gobierno de la ciudad designó a un espía dentro del aparato de su gobierno, pero que ello le costó inmediatas renuncias y el ser procesado judicialmente. Esto es decir, las experiencias más conservadoras que conocimos en los últimos años no han podido o no pueden asentar sus iniciativas más regresivas. En donde experiencias de gobierno como las citadas fracasan, el kirchnerismo triunfa. Así, el kirchnerismo se ha convertido en el real instrumento de la derecha política, el único actor que es capaz de convertir en realidad las medidas que las demás alternativas, más conservadoras, no se animaban a tomar, o no son capaces, hoy, de consolidar. Los casos que podría enumerar para ilustrar lo dicho son muy numerosos -de hecho, casi todas las políticas afirmadas por el Gobierno en los últimos años podrían servirnos de ejemplo- por lo cual voy a referirme sólo a algunos pocos casos, especialmente representativos de lo afirmado. En primer lugar, mencionaría que, a la luz de la historia reciente padecida, la posibilidad de dictar una ley antiterrorista aparecía fuera de la agenda de cualquier partido político. El kirchnerismo, sin embargo, aprobó esa ley con lo que le regala a la derecha que lo suceda una herramienta represiva fabulosa, que aquélla no hubiera conseguido aprobar por su propia cuenta. Después de lo hecho por la dictadura y las leyes creadas por la democracia contra los atropellos de aquélla, difícilmente un gobierno de derecha hubiera osado emplear la estructura del Ministerio de Seguridad para montar una red de espionaje interno, destinada a recabar información sobre los militantes sociales y de izquierda. El Gobierno, en cambio, creó Proyecto X para tales fines, algo que sólo pudo lograr poniendo al frente de esa empresa a cantidad de funcionarios que se jactaban de contar con un historial "garantista". Considerando los altísimos anticuerpos desarrollados por la sociedad frente a las violaciones de derechos humanos de los años 70, difícilmente un gobierno hubiera insinuado siquiera la posibilidad de nombrar como jefe del Ejército a un militar altamente comprometido en la comisión de actos atroces. El kirchnerismo lo hizo, avalado por las máximas autoridades de su facción en materia de derechos humanos. A la luz de las muertes habidas, difícilmente alguien se hubiera animado a firmar un pacto con los sectores más duros de Irán, sobre el modo de enjuiciar las supuestas responsabilidades de ese país en la comisión de atentados antisemitas en la Argentina. Un gobierno distinto -aún uno muy de derecha- se hubiera abstenido de llegar tan lejos, por lo cual fue el kirchnerismo el que asumió esa tarea. Los ejemplos pueden seguir enumerándose sin pausa: sólo un gobierno vestido con ropaje "progresista" podía afrontar la masacre de Once protegiendo a los empresarios responsables de la tragedia y denunciando, en cambio, a los maquinistas y obreros que la sufrieron; llevar adelante su política de medios de la mano de los empresarios Raúl Moneta y José Luis Manzano -las figuras más emblemáticas de la corrupción menemista-; negociar un acuerdo secreto con Chevron, en nombre de la soberanía energética; avanzar en la explotación irracional de recursos naturales incluyendo la utilización del fracking o la extracción de shale gas ; apoyarse en sindicalistas que fueron soplones de la dictadura; transformar a la Argentina en un país de monocultivo sojero; pactar con gobernadores que pasarán a la historia por las vidas que diezmaron en comunidades originarias; impulsar una reforma de la Justicia orientada a socavar las medidas cautelares y a trabar los juicios jubilatorios de los más ancianos; aprobar una reforma duramente antiobrera en las ART; y siguen las firmas. Para evitar cualquier confusión, hago tres aclaraciones finales. Primero, lo dicho es compatible con reconocer que para ciertos sectores de la derecha nada es suficiente, y el kirchnerismo no es predecible. Segundo, el problema que veo no se encuentra en la izquierda, ni en sus dirigentes, ni en sus programas, ni en aquellos que simpatizan con ella. Mi problema es justamente el opuesto: que se la desprestigie gobernando como lo pide la derecha, pero en nombre de los ideales contrarios. Finalmente, mi objeto no es la denuncia de la "impostura" kirchnerista, sino el rechazo de su postura: me interesa señalar que el kirchnerismo se ha convertido en el medio que le ha permitido a la derecha consolidar logros impensables, el instrumento que le permitió obtener lo que ella jamás hubiera soñado alcanzar por sus propios medios. (Firmado: Gargarella) RESPUESTA DE LAJE ARRIGONE (Intelectual de derecha) BRILLANTE RESPUESTA A UN INTELECTUAL DE IZQUIERDA. Roberto Gargarella es un académico argentino de izquierda por demás interesante. Su producción intelectual es extensa, y entre sus libros más destacados se encuentran obras del calibre de Las teorías de la justicia después de Rawls que, independientemente de si somos adherentes o detractores ideológicos de la línea que defiende el autor, no podemos dejar de reconocer el valor y el rigor de sus escritos. Todo aquel que lo haya leído con suficiente honestidad, sin dudas profesaría respeto intelectual para con Gargarella. No puede decirse lo mismo, empero, de su última columna política para el diario La Nación, publicada el pasado lunes 19 de agosto (aquí puede leerse: lanacion.ar/1611944-de-la-izquierda-posible-a-la-derecha- real). Lo que allí pretende el autor –palabras más, palabras menos– es efectuar lo que ya constituye un tradicional estratagema en la izquierda: el acto de purificación histórica que extirpa la etiqueta “de izquierda” de los productos históricos –fallidos, monstruosos– de la misma izquierda. Pues bien, ahora resulta que el kirchnerismo no sería verdaderamente de izquierda. Mutatis mutandis, Stalin no fue “verdaderamente de izquierda” cuando la izquierda –valga el trabalenguas– no pudo evadir el hecho del genocidio soviético. Existe un debate sobre la conveniencia y vigencia de la dicotomía izquierda/derecha en la discusión política actual. Gargarella es consciente del sentido que aún guarda la antinomia en cuestión, algo que comparto plenamente, pero por razones que prefiero hacer explícitas: la simplificación inherente a dos categorías bipolares no se borrará del imaginario colectivo por la sencilla razón de que resulta funcional a la escasez de información y formación política que caracteriza a nuestras sociedades. El hombre no estudioso de lo político (vale decir, la inmensa mayoría) precisa de este “atajo” conceptual a los efectos de ordenar sus posturas y preferencias políticas. Luego, la dicotomía izquierda/derecha es ineludible por fuerza mayor y, en todo caso, lo que debe actualizarse es su contenido concreto, esto es, aquello que la categoría está significando. ¿Pero cómo encasillar ideológicamente al kirchnerismo sin explorar antes las categorías ideológicas a utilizar? Gargarella, como buen académico que es, no esquiva este requisito elemental. Y es por ello que inicia su artículo ofreciéndonos una curiosa definición de tipo operativa: “Una medida es ‘de izquierda’ cuando contribuye a la democracia económica (aumentar la participación de los obreros en las ganancias de las empresas); cuando sirve a la democracia política (más participación y control del pueblo en los asuntos públicos); o cuando ayuda al fortalecimiento de derechos humanos básicos (terminar con la tortura en las cárceles). Diré entonces que una medida es ‘de derecha’ cuando ella se orienta hacia fines contrarios a los citados (favorece a una minoría económicamente poderosa; ayuda a concentrar el poder político; violenta derechos humanos básicos)”. El sentido de una definición operativa estriba en la capacidad que ella tiene de ser aplicada a casos concretos que se dan en la realidad. El problema de Gargarella es que su definición operativa se mezcla con lo que se denomina “definición persuasiva”. Así pues, la dicotomía izquierda/derecha para Gargarella es casi una dicotomía moral entre lo bueno y lo malo, algo que no ocurriría si hubiera propuesto una definición de tipo teorética (opción mucho más apropiada para llenar de significado las categorías políticas). Sin perjuicio de tales consideraciones, lo cierto es que la definición operativa de Gargarella no sirve siquiera para efectuar un análisis consistente de la realidad. En efecto, si siguiéramos a pie juntillas su propuesta conceptual, debiéramos arribar a conclusiones que colisionarían con el más elemental sentido común. Por ejemplo, debiéramos afirmar que Fidel Castro y el régimen marxista que impera en Cuba es derechista, en virtud de las violaciones a los derechos humanos que allí acontecen y la ausencia de democracia desde hace más de medio siglo en la isla (en rigor de verdad, ningún experimento comunista cuadraría con la categoría “izquierda” de Gargarella). Asimismo, debiéramos calificar también como “derechista” al gobierno del difunto Hugo Chávez, atento a la concentración de poder que caracterizó al referente del llamado “socialismo del siglo XXI”. O podríamos, por qué no, etiquetar al mismísimo Marx como “derechista”, si reparamos en que éste le hablaba al proletariado de la inevitabilidad de su dictadura, feroz y cruel como cualquier otra, en la senda que lleva a la “sociedad sin clase” y, por lo tanto, sin Estado. (¿Las dictaduras del proletariado que terminaron con la vida de 100 millones de hombres durante el siglo XX habrán sido también derechistas y hasta ahora no lo pudimos entender? ¿O será que a la izquierda le conviene desembarazarse de tantos muertos?). Vale destacar, para comenzar, que las categorías “izquierda” y “derecha” no tienen un significado intrínseco. Por el contrario, su significado es fluctuante y se va acomodando a las nuevas condiciones políticas, sociales y económicas imperantes. No existe, en puridad, una “doctrina de derecha” o una “doctrina de izquierda” como algo fijo, inflexible, atemporal y unívoco. Esto atentaría contra la propia función de las categorías, a saber, simplificar la realidad política en favor del hombre no estudioso del fenómeno político y sus distintas teorizaciones. En efecto, “izquierda” y “derecha” son contenedores cuyo contenido fluctúa con dependencia recíproca, en virtud de una relación antagónica (cuando la una se mueve, la otra necesariamente debe moverse en sentido contrario para respetar y mantener la lógica antitética que las define). Izquierda y derecha no significan otra cosa que opuestos irreconciliables; dos polos que, como tales, se encuentran en las antípodas el uno respecto del otro. Indican una distancia inacabable entre sí. Y vale aclarar, en este sentido, que cuando la gente dice que “los extremos se tocan”, eso es porque no son verdaderamente extremos opuestos, sino coincidentes en lo fundamental. Si se tocan, entonces no hay antagonismo en lo esencial. Los orígenes históricos de estas denominaciones se retrotraen a los tiempos posteriores de la Revolución Francesa (concretamente el 27 de agosto de 1789) en los cuales, en la Asamblea Constituyente, las distintas tendencias políticas se distribuían en el recinto uniformemente. Así pues, la distancia física entre quienes se ubicaban a la izquierda respecto de quienes lo hacían a la derecha, simbolizaba al mismo tiempo una distancia inmaterial, de orden ideológico. “Derecha” e “izquierda”, después de todo, no significan otra cosa que una distancia contenida en una metáfora. Friedrich von Hayek estudió en su obra Camino de servidumbre las fundamentales coincidencias de los regímenes totalitarios del siglo pasado (comunismo, fascismo y nazismo). En razón de estos puntos de contacto, podría argumentarse que “los extremos opuestos se tocan” como dijimos antes, pero ocurrió que el autor encontró en los fenómenos totalitarios descriptos una raíz común en lo sustantivo que no los hacían verdaderamente opuestos: el apego a la planificación y dirección de la sociedad con arreglo a fines concretos por parte de un grupo enquistado en el poder. Así pues, Hayek afirmó que el “colectivismo” era un género que tenía varias especies, entre ellas, el comunismo, el nacional-socialismo y el fascismo (de hecho, grandes teóricos socialistas como Fichte tuvieron gran influencia en la posterior doctrina nazi; Maurras definió al fascismo como un “socialismo liberado de la democracia” y Valoris, fundador del fascismo francés, decía que “nacionalismo más socialismo igual fascismo”). Y el Premio Nobel de economía afirmó, también, que lo que se encontraba irremediablemente opuesto al “colectivismo” era el “individualismo” (al que se oponían, con idéntica aversión, tanto nazis como comunistas), concepción teórica que caracteriza a sistemas sociales abiertos y más bien espontáneos, dinamizados impersonalmente por las fuerzas del mercado. Pocos años más tarde, la filósofa Ayn Rand también establecerá esta dicotomía colectivismo/individualismo, pero llevará sus presupuestos hasta el campo de la metafísica. La primera divergencia entre un colectivista y un individualista (que bien podríamos trasladar a la dicotomía izquierda/derecha que nos ocupa) está en nuestra caracterización del hombre y de la sociedad. La manera en que concibamos la realidad condicionará la manera en que entendamos la ética y la política, dimensiones por excelencia constitutivas de la ideología en términos amplios. En este sentido, la visión organicista de la sociedad –como una entidad reificada, moralmente superior al individuo– se encuentra en los fundamentos primeros de lo que erradamente se consideró la “extrema derecha” (nacional-socialismo) y la “extrema izquierda” (comunismo) que, en puridad, tuvieron sustantivas coincidencias (sugiero leer al respecto El libro negro del comunismo). Si “izquierda” y “derecha” funcionan como contenedores de distintas especies de doctrinas o concepciones políticas que guardan un común denominador en lo sustancial, entonces no basta con estructurar su contenido en forma operativa como propone Gargarella articulando los ejes “derechos humanos”, “redistribución hacia el obrero” y “participacionismo” (ya hemos demostrado su inconveniencia más arriba). Por el contrario, hay que encontrar los fundamentos primeros que dan sentido a la tipología y que cohesionan de algún modo a las distintas especies convivientes en el seno de una misma categoría. Para resolver el problema planteado, mi idea es que sobre la dicotomía individualismo/colectivismo en el terreno ontológico se encuentran las bases de lo que luego en el terreno político (quizás simplificando la cuestión) entendemos por “derecha” e “izquierda”. La disputa más visible en este último campo, pero que depende en última instancia de aquél, es la de libertad/igualdad. Al margen de que muchos podrían argumentar que la defensa por la libertad individual “no es ni de izquierda ni de derecha”, lo cierto es que si afirmamos que la lucha por la igualdad económica (como producto de la coerción estatal) es algo propio “de izquierda”, entonces las demandas de libertad individual debemos considerarlas, por la misma lógica antagónica de las categorías bipolares, como “de derecha” (con esto intento hacer un ejercicio intelectual, abstrayéndome de la “mala fama” del término “derecha”, devenida de una cuidadosa distorsión conceptual a manos de la izquierda, similar a la que ahora pretende continuar Gargarella). Y lo cierto es que la misma disputa libertad/igualdad está inscripta en una disputa anterior, que es la de individualismo/colectivismo, como ya se dijo. La dicotomía libertad individual/igualdad coercitiva es, hoy en día, creo yo, el fundamento primario en el terreno político de una serie de dicotomías que se irán ubicando a la derecha o a la izquierda, respectivamente. Así pues, los defensores de la libertad individual demandarán un Estado mínimo mientras que los igualitaristas peticionarán por un Estado paternalista; aquéllos argumentarán que la democracia sólo puede funcionar limitando al poder político, mientras que éstos propondrán una suerte de “democracia radical” donde vox populi vox dei; aquéllos defenderán los principios de una sociedad abierta, mientras que éstos preferirán los principios de una sociedad digitada o planificada… y así sucesivamente. Como vemos, determinar el contenido actual de las categorías “izquierda” y “derecha” supone un ejercicio intelectual mucho más complejo que el de pensar arbitrariamente en tres medidas concretas de acción gubernamental, puesto que éstas son, en todo caso, un reflejo de consideraciones más profundas que deben ser halladas. Lo que procura Gargarella con esta cuestionable metodología es, por un lado, reducir la disputa de las ideas políticas a una disputa más bien de tipo moral (“buenos” contra “malos”) y, por el otro, arrancar del kirchnerismo su ubicación en la izquierda del peronismo para que no le ocurra a la izquierda lo que le ocurrió a la derecha con el menemismo. Pero quienes nos encontramos en las antípodas del izquierdismo kirchnerista (como especie), no debemos permitir que la izquierda (como género) salga ilesa tras la estrepitosa caída de Cristina Kirchner y su séquito. Se acabaron las excusas. El fracaso kirchnerista es el fracaso de la izquierda. (*)Agustín Laje dirige el Centro de Estudios LIBRE, y en pocos días publicará junto a Nicolás Márquez el libro “Cuando el relato es una farsa” Lunes 19 de agosto de 2013 | Publicado en edición impresa Impostura De la izquierda posible a la derecha real Al contrario de lo que proclama, el kirchnerismo se ha convertido en el medio que le permitió a la derecha consolidar logros impensables; eso sí, en nombre del progresismo Por Roberto Gargarella (intelectual de izquierda) | Para LA NACION Algunos de los votos recibidos por el oficialismo en estas últimas elecciones se basaron en la idea de que el kirchnerismo representaba la "izquierda posible" en la Argentina. Perplejo ante la falsedad del aserto, quisiera dedicar unas líneas a explorar esa idea, aun a sabiendas de que, para muchas personas, el debate "izquierda-derecha" ya no tiene sentido. Como ése no es mi caso, y como a la vez pienso que la prédica en cuestión (referida al izquierdismo del kirchnerismo) sigue siendo productiva dentro de ciertos círculos, comienzo por definir brevemente lo que entiendo por izquierda y derecha. Para no complicar demasiado las cosas, voy a considerar que una medida es "de izquierda" cuando contribuye a la democracia económica (aumentar la participación de los obreros en las ganancias de las empresas); cuando sirve a la democracia política (más participación y control del pueblo en los asuntos públicos); o cuando ayuda al fortalecimiento de derechos humanos básicos (terminar con la tortura en las cárceles). Diré entonces que una medida es "de derecha" cuando ella se orienta hacia fines contrarios a los citados (favorece a una minoría económicamente poderosa; ayuda a concentrar el poder político; violenta derechos humanos básicos). Para dejar en claro desde el inicio mi postura, diré cuál es mi idea principal al respecto: creo que, lejos de ser la izquierda posible -lo máximo de izquierda que nuestra sociedad está preparada para tolerar- el kirchnerismo se ha convertido en la derecha verdadera, la política más de derecha que nuestra sociedad puede soportar, luego de todo lo ocurrido en el país desde mediados de los años 70. Según entiendo, en la actualidad, nuestra sociedad se muestra capaz de aceptar o demandar políticas de avanzada en una diversidad de áreas (desde la política energética hasta la política de medios; desde las políticas de salud reproductiva hasta las de salvaguarda de las poblaciones originarias) que el Gobierno se ocupa de retacear o rechazar en cada caso, aunque lo haga hablando en nombre de los mejores ideales. Lo que sostengo se apoya en parte en hechos (enseguida enumeraré unos cuantos), y en parte en algunos contrafácticos. Estos últimos sugieren que las medidas "de derecha" que el kirchnerismo logró imponer no hubieran podido ser impuestas o -lo que es más importante- no hubieran podido estabilizarse, con otro gobierno (supuestamente, más de derecha) en el poder. Los contrafácticos son en principio indemostrables, pero el tipo de contrafácticos a los que me refiero también encuentran algunos buenos hechos en los que apoyarse. Todos recordamos, por caso, que el ministro de Economía de la Alianza duró sólo cuatro días más en el poder, luego de anunciar un feroz plan de ajuste en 2001. Sabemos también que al actual jefe de gobierno de la ciudad designó a un espía dentro del aparato de su gobierno, pero que ello le costó inmediatas renuncias y el ser procesado judicialmente. Esto es decir, las experiencias más conservadoras que conocimos en los últimos años no han podido o no pueden asentar sus iniciativas más regresivas. En donde experiencias de gobierno como las citadas fracasan, el kirchnerismo triunfa. Así, el kirchnerismo se ha convertido en el real instrumento de la derecha política, el único actor que es capaz de convertir en realidad las medidas que las demás alternativas, más conservadoras, no se animaban a tomar, o no son capaces, hoy, de consolidar. Los casos que podría enumerar para ilustrar lo dicho son muy numerosos -de hecho, casi todas las políticas afirmadas por el Gobierno en los últimos años podrían servirnos de ejemplo- por lo cual voy a referirme sólo a algunos pocos casos, especialmente representativos de lo afirmado. En primer lugar, mencionaría que, a la luz de la historia reciente padecida, la posibilidad de dictar una ley antiterrorista aparecía fuera de la agenda de cualquier partido político. El kirchnerismo, sin embargo, aprobó esa ley con lo que le regala a la derecha que lo suceda una herramienta represiva fabulosa, que aquélla no hubiera conseguido aprobar por su propia cuenta. Después de lo hecho por la dictadura y las leyes creadas por la democracia contra los atropellos de aquélla, difícilmente un gobierno de derecha hubiera osado emplear la estructura del Ministerio de Seguridad para montar una red de espionaje interno, destinada a recabar información sobre los militantes sociales y de izquierda. El Gobierno, en cambio, creó Proyecto X para tales fines, algo que sólo pudo lograr poniendo al frente de esa empresa a cantidad de funcionarios que se jactaban de contar con un historial "garantista". Considerando los altísimos anticuerpos desarrollados por la sociedad frente a las violaciones de derechos humanos de los años 70, difícilmente un gobierno hubiera insinuado siquiera la posibilidad de nombrar como jefe del Ejército a un militar altamente comprometido en la comisión de actos atroces. El kirchnerismo lo hizo, avalado por las máximas autoridades de su facción en materia de derechos humanos. A la luz de las muertes habidas, difícilmente alguien se hubiera animado a firmar un pacto con los sectores más duros de Irán, sobre el modo de enjuiciar las supuestas responsabilidades de ese país en la comisión de atentados antisemitas en la Argentina. Un gobierno distinto -aún uno muy de derecha- se hubiera abstenido de llegar tan lejos, por lo cual fue el kirchnerismo el que asumió esa tarea. Los ejemplos pueden seguir enumerándose sin pausa: sólo un gobierno vestido con ropaje "progresista" podía afrontar la masacre de Once protegiendo a los empresarios responsables de la tragedia y denunciando, en cambio, a los maquinistas y obreros que la sufrieron; llevar adelante su política de medios de la mano de los empresarios Raúl Moneta y José Luis Manzano -las figuras más emblemáticas de la corrupción menemista-; negociar un acuerdo secreto con Chevron, en nombre de la soberanía energética; avanzar en la explotación irracional de recursos naturales incluyendo la utilización del fracking o la extracción de shale gas ; apoyarse en sindicalistas que fueron soplones de la dictadura; transformar a la Argentina en un país de monocultivo sojero; pactar con gobernadores que pasarán a la historia por las vidas que diezmaron en comunidades originarias; impulsar una reforma de la Justicia orientada a socavar las medidas cautelares y a trabar los juicios jubilatorios de los más ancianos; aprobar una reforma duramente antiobrera en las ART; y siguen las firmas. Para evitar cualquier confusión, hago tres aclaraciones finales. Primero, lo dicho es compatible con reconocer que para ciertos sectores de la derecha nada es suficiente, y el kirchnerismo no es predecible. Segundo, el problema que veo no se encuentra en la izquierda, ni en sus dirigentes, ni en sus programas, ni en aquellos que simpatizan con ella. Mi problema es justamente el opuesto: que se la desprestigie gobernando como lo pide la derecha, pero en nombre de los ideales contrarios. Finalmente, mi objeto no es la denuncia de la "impostura" kirchnerista, sino el rechazo de su postura: me interesa señalar que el kirchnerismo se ha convertido en el medio que le ha permitido a la derecha consolidar logros impensables, el instrumento que le permitió obtener lo que ella jamás hubiera soñado alcanzar por sus propios medios. RESPUESTA DE LAJE ARRIGONE BRILLANTE RESPUESTA A UN INTELECTUAL DE IZQUIERDA. Comparto con todos esta brillante nota que recomiendo leer y compartir, del escritor- periodista y Jefe de Redaccion de la #PrensaPopular Agustín Laje Arrigoni; respondiendo a un académico argentino de izquierda … por su última columna política para el diario La Nación publicada el lunes 19 de agosto ppdo., la que fue motivo de indignación por muchos de nosotros … El relato de la respuesta de Agustin que fuera publicada en distintos medios de comunicación social, es claro y contundente, ayuda no solo a repensar … sino que es un importante ejercicio de memoria y razonamiento, que analiza las dicotomías ‘individualismo/colectivismo’ - ‘libertad/igualdad’ … derrumbando impecablemente el andamiaje de la izquierda (como genero), haciéndola corresponsable del fracaso del Kirchnerismo y el Cristinismo. Oscar Dufour Twitter: @DufourOscar Roberto Gargarella es un académico argentino de izquierda por demás interesante. Su producción intelectual es extensa, y entre sus libros más destacados se encuentran obras del calibre de Las teorías de la justicia después de Rawls que, independientemente de si somos adherentes o detractores ideológicos de la línea que defiende el autor, no podemos dejar de reconocer el valor y el rigor de sus escritos. Todo aquel que lo haya leído con suficiente honestidad, sin dudas profesaría respeto intelectual para con Gargarella. No puede decirse lo mismo, empero, de su última columna política para el diario La Nación, publicada el pasado lunes 19 de agosto (aquí puede leerse: lanacion.ar/1611944-de-la-izquierda-posible-a-la-derecha- real). Lo que allí pretende el autor –palabras más, palabras menos– es efectuar lo que ya constituye un tradicional estratagema en la izquierda: el acto de purificación histórica que extirpa la etiqueta “de izquierda” de los productos históricos –fallidos, monstruosos– de la misma izquierda. Pues bien, ahora resulta que el kirchnerismo no sería verdaderamente de izquierda. Mutatis mutandis, Stalin no fue “verdaderamente de izquierda” cuando la izquierda –valga el trabalenguas– no pudo evadir el hecho del genocidio soviético. Existe un debate sobre la conveniencia y vigencia de la dicotomía izquierda/derecha en la discusión política actual. Gargarella es consciente del sentido que aún guarda la antinomia en cuestión, algo que comparto plenamente, pero por razones que prefiero hacer explícitas: la simplificación inherente a dos categorías bipolares no se borrará del imaginario colectivo por la sencilla razón de que resulta funcional a la escasez de información y formación política que caracteriza a nuestras sociedades. El hombre no estudioso de lo político (vale decir, la inmensa mayoría) precisa de este “atajo” conceptual a los efectos de ordenar sus posturas y preferencias políticas. Luego, la dicotomía izquierda/derecha es ineludible por fuerza mayor y, en todo caso, lo que debe actualizarse es su contenido concreto, esto es, aquello que la categoría está significando. ¿Pero cómo encasillar ideológicamente al kirchnerismo sin explorar antes las categorías ideológicas a utilizar? Gargarella, como buen académico que es, no esquiva este requisito elemental. Y es por ello que inicia su artículo ofreciéndonos una curiosa definición de tipo operativa: “Una medida es ‘de izquierda’ cuando contribuye a la democracia económica (aumentar la participación de los obreros en las ganancias de las empresas); cuando sirve a la democracia política (más participación y control del pueblo en los asuntos públicos); o cuando ayuda al fortalecimiento de derechos humanos básicos (terminar con la tortura en las cárceles). Diré entonces que una medida es ‘de derecha’ cuando ella se orienta hacia fines contrarios a los citados (favorece a una minoría económicamente poderosa; ayuda a concentrar el poder político; violenta derechos humanos básicos)”. El sentido de una definición operativa estriba en la capacidad que ella tiene de ser aplicada a casos concretos que se dan en la realidad. El problema de Gargarella es que su definición operativa se mezcla con lo que se denomina “definición persuasiva”. Así pues, la dicotomía izquierda/derecha para Gargarella es casi una dicotomía moral entre lo bueno y lo malo, algo que no ocurriría si hubiera propuesto una definición de tipo teorética (opción mucho más apropiada para llenar de significado las categorías políticas). Sin perjuicio de tales consideraciones, lo cierto es que la definición operativa de Gargarella no sirve siquiera para efectuar un análisis consistente de la realidad. En efecto, si siguiéramos a pie juntillas su propuesta conceptual, debiéramos arribar a conclusiones que colisionarían con el más elemental sentido común. Por ejemplo, debiéramos afirmar que Fidel Castro y el régimen marxista que impera en Cuba es derechista, en virtud de las violaciones a los derechos humanos que allí acontecen y la ausencia de democracia desde hace más de medio siglo en la isla (en rigor de verdad, ningún experimento comunista cuadraría con la categoría “izquierda” de Gargarella). Asimismo, debiéramos calificar también como “derechista” al gobierno del difunto Hugo Chávez, atento a la concentración de poder que caracterizó al referente del llamado “socialismo del siglo XXI”. O podríamos, por qué no, etiquetar al mismísimo Marx como “derechista”, si reparamos en que éste le hablaba al proletariado de la inevitabilidad de su dictadura, feroz y cruel como cualquier otra, en la senda que lleva a la “sociedad sin clase” y, por lo tanto, sin Estado. (¿Las dictaduras del proletariado que terminaron con la vida de 100 millones de hombres durante el siglo XX habrán sido también derechistas y hasta ahora no lo pudimos entender? ¿O será que a la izquierda le conviene desembarazarse de tantos muertos?). Vale destacar, para comenzar, que las categorías “izquierda” y “derecha” no tienen un significado intrínseco. Por el contrario, su significado es fluctuante y se va acomodando a las nuevas condiciones políticas, sociales y económicas imperantes. No existe, en puridad, una “doctrina de derecha” o una “doctrina de izquierda” como algo fijo, inflexible, atemporal y unívoco. Esto atentaría contra la propia función de las categorías, a saber, simplificar la realidad política en favor del hombre no estudioso del fenómeno político y sus distintas teorizaciones. En efecto, “izquierda” y “derecha” son contenedores cuyo contenido fluctúa con dependencia recíproca, en virtud de una relación antagónica (cuando la una se mueve, la otra necesariamente debe moverse en sentido contrario para respetar y mantener la lógica antitética que las define). Izquierda y derecha no significan otra cosa que opuestos irreconciliables; dos polos que, como tales, se encuentran en las antípodas el uno respecto del otro. Indican una distancia inacabable entre sí. Y vale aclarar, en este sentido, que cuando la gente dice que “los extremos se tocan”, eso es porque no son verdaderamente extremos opuestos, sino coincidentes en lo fundamental. Si se tocan, entonces no hay antagonismo en lo esencial. Los orígenes históricos de estas denominaciones se retrotraen a los tiempos posteriores de la Revolución Francesa (concretamente el 27 de agosto de 1789) en los cuales, en la Asamblea Constituyente, las distintas tendencias políticas se distribuían en el recinto uniformemente. Así pues, la distancia física entre quienes se ubicaban a la izquierda respecto de quienes lo hacían a la derecha, simbolizaba al mismo tiempo una distancia inmaterial, de orden ideológico. “Derecha” e “izquierda”, después de todo, no significan otra cosa que una distancia contenida en una metáfora. Friedrich von Hayek estudió en su obra Camino de servidumbre las fundamentales coincidencias de los regímenes totalitarios del siglo pasado (comunismo, fascismo y nazismo). En razón de estos puntos de contacto, podría argumentarse que “los extremos opuestos se tocan” como dijimos antes, pero ocurrió que el autor encontró en los fenómenos totalitarios descriptos una raíz común en lo sustantivo que no los hacían verdaderamente opuestos: el apego a la planificación y dirección de la sociedad con arreglo a fines concretos por parte de un grupo enquistado en el poder. Así pues, Hayek afirmó que el “colectivismo” era un género que tenía varias especies, entre ellas, el comunismo, el nacional-socialismo y el fascismo (de hecho, grandes teóricos socialistas como Fichte tuvieron gran influencia en la posterior doctrina nazi; Maurras definió al fascismo como un “socialismo liberado de la democracia” y Valoris, fundador del fascismo francés, decía que “nacionalismo más socialismo igual fascismo”). Y el Premio Nobel de economía afirmó, también, que lo que se encontraba irremediablemente opuesto al “colectivismo” era el “individualismo” (al que se oponían, con idéntica aversión, tanto nazis como comunistas), concepción teórica que caracteriza a sistemas sociales abiertos y más bien espontáneos, dinamizados impersonalmente por las fuerzas del mercado. Pocos años más tarde, la filósofa Ayn Rand también establecerá esta dicotomía colectivismo/individualismo, pero llevará sus presupuestos hasta el campo de la metafísica. La primera divergencia entre un colectivista y un individualista (que bien podríamos trasladar a la dicotomía izquierda/derecha que nos ocupa) está en nuestra caracterización del hombre y de la sociedad. La manera en que concibamos la realidad condicionará la manera en que entendamos la ética y la política, dimensiones por excelencia constitutivas de la ideología en términos amplios. En este sentido, la visión organicista de la sociedad –como una entidad reificada, moralmente superior al individuo– se encuentra en los fundamentos primeros de lo que erradamente se consideró la “extrema derecha” (nacional-socialismo) y la “extrema izquierda” (comunismo) que, en puridad, tuvieron sustantivas coincidencias (sugiero leer al respecto El libro negro del comunismo). Si “izquierda” y “derecha” funcionan como contenedores de distintas especies de doctrinas o concepciones políticas que guardan un común denominador en lo sustancial, entonces no basta con estructurar su contenido en forma operativa como propone Gargarella articulando los ejes “derechos humanos”, “redistribución hacia el obrero” y “participacionismo” (ya hemos demostrado su inconveniencia más arriba). Por el contrario, hay que encontrar los fundamentos primeros que dan sentido a la tipología y que cohesionan de algún modo a las distintas especies convivientes en el seno de una misma categoría. Para resolver el problema planteado, mi idea es que sobre la dicotomía individualismo/colectivismo en el terreno ontológico se encuentran las bases de lo que luego en el terreno político (quizás simplificando la cuestión) entendemos por “derecha” e “izquierda”. La disputa más visible en este último campo, pero que depende en última instancia de aquél, es la de libertad/igualdad. Al margen de que muchos podrían argumentar que la defensa por la libertad individual “no es ni de izquierda ni de derecha”, lo cierto es que si afirmamos que la lucha por la igualdad económica (como producto de la coerción estatal) es algo propio “de izquierda”, entonces las demandas de libertad individual debemos considerarlas, por la misma lógica antagónica de las categorías bipolares, como “de derecha” (con esto intento hacer un ejercicio intelectual, abstrayéndome de la “mala fama” del término “derecha”, devenida de una cuidadosa distorsión conceptual a manos de la izquierda, similar a la que ahora pretende continuar Gargarella). Y lo cierto es que la misma disputa libertad/igualdad está inscripta en una disputa anterior, que es la de individualismo/colectivismo, como ya se dijo. La dicotomía libertad individual/igualdad coercitiva es, hoy en día, creo yo, el fundamento primario en el terreno político de una serie de dicotomías que se irán ubicando a la derecha o a la izquierda, respectivamente. Así pues, los defensores de la libertad individual demandarán un Estado mínimo mientras que los igualitaristas peticionarán por un Estado paternalista; aquéllos argumentarán que la democracia sólo puede funcionar limitando al poder político, mientras que éstos propondrán una suerte de “democracia radical” donde vox populi vox dei; aquéllos defenderán los principios de una sociedad abierta, mientras que éstos preferirán los principios de una sociedad digitada o planificada… y así sucesivamente. Como vemos, determinar el contenido actual de las categorías “izquierda” y “derecha” supone un ejercicio intelectual mucho más complejo que el de pensar arbitrariamente en tres medidas concretas de acción gubernamental, puesto que éstas son, en todo caso, un reflejo de consideraciones más profundas que deben ser halladas. Lo que procura Gargarella con esta cuestionable metodología es, por un lado, reducir la disputa de las ideas políticas a una disputa más bien de tipo moral (“buenos” contra “malos”) y, por el otro, arrancar del kirchnerismo su ubicación en la izquierda del peronismo para que no le ocurra a la izquierda lo que le ocurrió a la derecha con el menemismo. Pero quienes nos encontramos en las antípodas del izquierdismo kirchnerista (como especie), no debemos permitir que la izquierda (como género) salga ilesa tras la estrepitosa caída de Cristina Kirchner y su séquito. Se acabaron las excusas. El fracaso kirchnerista es el fracaso de la izquierda. (*)Agustín Laje dirige el Centro de Estudios LIBRE, y en pocos días publicará junto a Nicolás Márquez el libro “Cuando el relato es una farsa” @agustinlaje / agustin_laje@hotmail
Posted on: Sat, 24 Aug 2013 01:41:37 +0000

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