De cómo estuvo preso el Doctor Avellaneda Capítulo XXVIII. El - TopicsExpress



          

De cómo estuvo preso el Doctor Avellaneda Capítulo XXVIII. El pontón -Es necesario para la inteligencia de los sucesos que vendrán después, que nuestros lectores nos acompañen al lugar donde fue conducido el doctor Avellaneda. -Sabemos que existían o existen aún en Inglaterra y en algunos puertos de la Francia, prisiones marítimas con el nombre de Pontones. Los de Inglaterra hemos leído por descripción de cuya lectura no respondemos, que son horribles; pero estamos inclinados a creer que jamás existieron otros más inmundos y espantosos pontones que el de Rosas en Buenos Aires y que creó don Manuel Oribe en el tiempo de su presidencia en Montevideo. -El Pontón de Buenos Aires estaba anclado en lo que se llaman balizas exteriores, esto es a unas dos leguas de tierra; el buque que a este objeto servía, era un casco viejo y podrido que amenazaba hundirse a cada instante y es casi incomprensible como podía soportar los horribles temporales del famoso Río de la Plata. -Antiguamente se contaba esta prisión del gobierno destinada a los presidiarios muy ínfimos y relajados, aunque jamás en tan mal estado, ni elegida para presos políticos, porque es verdad que éstos sólo han abundado en estos últimos años. -El Pontón donde fue conducido Avellaneda, era pues un viejo buque que por todos lados hacía agua y que los presos sin cesar día y noche componían, viendo la muerte delante de sí, a todas horas del día y de la noche. -Con todo, Avellaneda no estaba destinado a estos trabajos; cargado de grillos y de cadenas fue bajado a uno de los calabozos más hondos del Pontón, donde había más peligro, y donde sin cesar rellenaba de agua, la cual era extraída cada cuarto de hora por cuatro presos acompañados por un oficial que los inspeccionaba. Tenía esto doble objeto: primero mortificar al preso que se veía con el agua a media pierna, la cual mojándole los grillos se los amohosaba y los hacía parecer más fríos martirizándole las carnes; y segundo, saber lo que él hacía y espiarlo así cada cuarto de hora, a más del centinela de vista que allí estaba perenne y sin perderle movimiento porque cada cuatro horas debía ir a tierra el parte de las acciones del preso. -Muchos otros presos, menos rigurosamente tratados o de igual manera, encerraba el Pontón. La tripulación de éste, constaba de cincuenta hombres escogidos, divididos en dos compañías de veinte y cinco hombres cada una, con su oficial, un sargento y un cabo y además el primer Comandante y el segundo. -Los sujetos que ocupaban estos puestos, eran un inglés y un Americano del Norte. -El Americano tenía el primer puesto, y el Inglés el segundo. -John Anderson, Comandante del Pontón; era un hombre como de unos treinta años, bien afeitado y serio, que no usaba jamás corbata y que leía constantemente en su biblia de marroquín punzó, interrumpiéndose de tiempo en tiempo para arrojar los negros bocados de tabaco que salían y entraban en su boca. Vivía la mayor parte de su tiempo a bordo y otras veces en tierra, en una pequeña casita situada en la Alameda, donde solían reunirse sus compatriotas a cantar el yankee doodle y beber chicha, porque Mr. Anderson pertenecía a los hijos de la temperancia y no admitía sino sus cofrades en esta virtud, así como en su religión, (era protestante). -La chicha es un refresco inocente, hecho de algarroba y que jamás trastorna la cabeza. Por lo demás, Mr. Anderson es muy regular de rostro aunque completamente inanimado y sino temeríamos ofenderle, diríamos que era imbécil. -Indiferente, silencioso y frío en los negocios ajenos, cuando le hacían sonar al oído un repleto bolsillo de dinero, Mr. Anderson se tornaba político, conversador y afable. Su primer Dios era el peso fuerte, después la Biblia y en tercer y último lugar el rost-beef! -El Inglés que hacía las veces de segundo Comandante era un hombre de cinco palmos y dos pulgadas de altura con el doble de diámetro y que consumía una barrica de cerveza diaria. Llamábase Dick, era ya viejo y nunca salía del Pontón. Debió ser blanco en un tiempo, pero al presente era casi del color violeta; el rostro redondo y soplado, la boca gretada y babosa, los dientes negros, los ojos azules, hundidos entre los montañas de carne, le brillaban de contento y después de esto una nariz traicionera que parecía un fondo de botella según lo grande, lo encorvada y granujienta, contando a todos la pasión favorita del digno Mr. Dick. -Es inútil decir que estos dos antípodos Mr. Anderson y Mr. Dick no se podían ver, ni en pintura; sin embargo, respecto al servicio ambos marchaban de acuerdo, porque ambos temían por su pellejo y sabían que Rosas no es hombre de chanzas livianas. -Al llegar Corbalán a bordo con el preso, Anderson, mascaba sus enormes pedazos de tabaco leyendo la Biblia con suma atención, mientras que Dick bebía su décima quinta botella de cerveza. El buen hombre tenía la lengua sumamente trabada, mas no aborrecía tanto a su primer Comandante que a veces no intentase un poquillo de conversación, mas el Americano no se dignaba responder, y Mr. Dick se vengaba diciendo entre dientes: -Very dam Yankee indeed God-bad! -Anderson tan insensible a la lisonja como a la injuria, continuaba a leer en silencio y masticar sus tabacos. -Era en una de estas escenas que llegaron el Edecán y el Prisionero. -El Comandante del Pontón se presentó y las órdenes de Rosas le fueron repetidas, palabra por palabra puntualmente, y en seguida entregadas por escrito, con copia para el segundo comandante y oficiales de guardia. Mr. Anderson guardó los papeles al preso a su calabozo de mar, y volvió a sentarse tranquilamente a leer. -En cuanto a Mr. Dick, oficiosamente invitaba al Edecán a tomar un vaso de cerveza. -Take this Mr. Corcoval -decía el buen Inglés- mucho bueno! estomacal! mucho bueno for vos! Corbalán sonreía como hombre que entiende lo que le dicen, pero no respondía. -Toma Mr. Coloban -continuaba Dick- bebe mucho bien for you! -Y de esta vez arrimó el vaso a los labios de Corbalán, el que comprendiendo entonces por primera vez lo que le decía, se resignó a beber la cerveza, no sin convenir dentro de sí mismo del mal paladar de los hijos de Albión. -Estos ingleses, -decía el Edecán dentro de sí- son unos burros para esto de comer y beber. Vea Ud., comen la comida cruda, todo a fuerza de mostaza! la ensalada con azúcar, los budines y toman esta maldita cerveza. -Entre tanto Dick tomaba los gestos de Corbalán por aprobaciones, y preparándose a darle otro vaso de su licor favorito, decía: -Very good Mr. Corcobiar! Mucho bueno cosa está este pó bebé. -Con todo por esta vez se esquivó Corbalán bajando a su ballenera y murmurando! ándate al diablo gringo medio sonso, con su trajín de mudarme el nombre, que tan pronto me llama Corcobas y ahora corcobiar; como si yo fuera caballo! -Dick quedó con el vaso en la mano, viendo huir a su convidado; empinó la cerveza, hizo sonar la lengua al paladar, y dijo: -Very good indeed!... Not better por Mr. Conbalar! Y se encogió de hombros con desdén. -La importancia de las órdenes que había recibido Anderson, eran de tal naturaleza, que venciendo la repugnancia que le causaba su segundo, por esta vez cerró la Biblia y se dirigió a él, hablándole en inglés. -Mr. Dick, -dijo Anderson- es necesario que se imponga Ud. seriamente de las órdenes que acabo de recibir, a respecto de este preso. -Sí señor, respondió el inglés, ¿Ud. gusta un poco de cerveza? -Yo no acostumbro a beber otro licor que el agua: mil gracias. -Que lo haga a Ud. muy buen provecho, yo tomo el agua como si fuera un vomitivo! -Dejemos la cuestión de las bebidas aparte y vea Ud. si quiero imponerse o no de las órdenes del señor Gobernador. -A este título, dejó Dick su vaso que iba ya a aproximar a su gratada boca y se preparó a escuchar al primer comandante. -Sin embargo Anderson que había dicho y hecho más que su seca naturaleza lo permitía; sacó la copia destinada al segundo comandante y se la entregó diciendo: -Lea Ud. y aprenda de memoria cada una de esas palabras que ahí están escritas, y acuérdese Ud. que la más pequeña infracción de ella, le costará a Ud. la cabeza. -Anderson al concluir estas palabras le volvió la espalda y fue él mismo a meditar sobre el escrito que lo había dado Corbalán. -Dick cuya cabeza empezaba a no estar muy fresca ya, por aquel día, se esforzaba en abrir los ojos del espíritu y de la cara; los unos para leer las órdenes del Restaurador y los otros para comprender lo que ellas encerraban. -Mientras el segundo comandante lucha con los océanos de cerveza que de tal modo le oscurecen la inteligencia; bajémonos nosotros un instante al calabozo destinado al doctor Avellaneda, porque todos estos son rasgos del ilustre Rosas. -El lugar donde estaba el preso debió servir en el buque, de depósito de leña, comestibles de reserva, cadenas o cosa semejante; porque apenas tenía unos pequeños respiraderos a flor de agua y por los cuales no podía penetrar la luz. Era un espacio cuadrilongo de seis palmos de anchura y tal vez diez de largura, continuamente lleno de agua y de ratones, y poseyendo por todo adorno una hamaca, un banco de pino y una lámpara de talco que con el preso había sido allí colocada. El ruido de las ondas del río y los chillidos de los ratones era lo único que interrumpía el silencio de aquel horrible agujero, porque el ruido que se hacía sobre cubierta apenas llegaba allí. Encima del techo demasiado bajo para que Avellaneda pudiera ponerse de pie, había una especie de claraboya, donde la cara de un hombre y el cañón de un fusil aparecían. Era este el centinela de vista destinado a vigilar al prisionero. Sentado sobre un banco, pálido y fatigado de aquel día, de ridículo aparato; la amarillenta luz de la linterna, reflejaba en su rostro, dándole una tan singular expresión que se diría que era la expresión viviente de los sentimientos humanos. Estaba Avellaneda en una de esas situaciones morales, de las cuales apenas el individuo puede darse cuenta a sí mismo. Reflexionaba el doctor cuán inestable o inseguro es el destino de la criatura. Acompañado de su adorable familia, se dirigía a buscar un asilo seguro y pacífico, bajo el cielo sereno y hermoso de Corrientes! Allí, feliz en cuanto puede serlo un proscripto, contaba ser útil en lo posible a aquel país tan nuevo aún, y emplear las luces naturales de su espíritu, y las adquiridas por el estudio, siempre en bien y adelanto de sus semejantes! -Al emprender su viaje, una fría confianza en la Providencia Divina, lo animaba; las mejores intenciones lo impulsaban en su marcha... Y no obstante había caído víctima de la más nefanda traición, entre las manos del enemigo cruel, de la humanidad, y de su propia patria! -Avellaneda estaba a su disposición, engrillado e indefenso... -El hombre, el individuo, era de Rosas!... Aquella vida consagrada al bien de sus hermanos y de la sociedad, aquella vida presente del Altísimo estaba a la merced del asesino; y bastaba el más simple gesto para aniquilar de un golpe la obra del Creador. -Al mismo tiempo que hacía estas reflexiones, sentía levantarse con toda la fuerza de la voluntad y de la razón, la libre convicción de su independencia y soberanía, como espíritu, como alma que piensa y existe! Y ni los grillos, ni la prisión, eran bastante a encadenar la libertad de sus ideas! (No había leído todavía la teoría de libertad por J. Simón ), y los ojos de aquel centinela que espiaban su menor movimiento, eran impotentes a penetrar los misterios del "yo" que sólo el ojo de Dios escudriña y conoce! -Horrible aunque tenaz verdad! Contra la que se estrella el despotismo de los hombres!... Verdad que se burla de la esclavitud! De la tiranía y del odio de los tiranos! Contra la Humanidad y la Libertad de la conciencia individual. -Una sonrisa de soberano desprecio, erró por los labios del preso. -Con todo de estas ideas, fue pasando por una transición natural, a otras que hicieron completamente variar, la expresión de su fisonomía. -Su mujer y su hijo a quienes ya no tenía a su lado y que habían quedado solos y abandonados a bordo de la Balandra. -El recuerdo de otros días más felices, vine a su mente; empezó a echar de menos las tiernas y apetecidas caricias de aquellos dos caros objetos. -Sus imágenes queridas estaban delante de sus ojos, en sus oídos se repetía el eco de la voz dulce y penetrante de Adelaida, y la infantil y cariñosa de Adolfo. -Ecos tal vez que no tornaría a oír jamás! Seres de quienes para siempre lo habían quizá separado!... -Avellaneda era hombre!... Su corazón se partió de dolor y un impulso natural más poderoso que en orgullo, hizo caer de sus ojos una lágrima que se perdió en la sombría oscuridad de su prisión; quitándole a Rosas un triunfo cierto y deseado por él. -El llanto de un hombre libre! -En aquel momento una voz bien conocida por Avellaneda, la voz de uno de sus más queridos amigos pronunció estas palabras como un suspiro: Aay, Dios mío! Avellaneda se puso de pie exclamando: hermano! Casi al mismo tiempo la voz de Avellaneda! Y el ruido de las cadenas sacudidas siguió a estas exclamaciones*. Dos hombres engrillados, dos víctimas de la tiranía se confundieron en un estrecho abrazo tan largo y efusivo como lo permitió el momentáneo olvido del sitio y de la condición en que se encontraban, después de muchos años de no verse. El hombre que no haya pasado por las angustias de las cárceles de Rosas no puede suponerse el placer que experimentaron aquellos dos seres al encontrarse encerrados por la misma causa y destinados a igual suerte en el horrible Pontón Sarandí. Porque los presos de Rosas, a diferencia de los de cualquiera cárcel de los países civilizados, saben que al entrar en la prisión el mejor beneficio a que pueden aspirar es una muerte rápida. No hay esperanza de salvación, porque Rosas, que es una hiena, no se conmueve por un salvaje unitario; no hay tampoco la más remota probabilidad de evadirse, porque Rosas cuenta con la mejor policía del mundo, como que se trata de hordas sedientas que él mantiene con la sangre y con el dinero de los unitarios, que habiendo sido declarados locos oficialmente no tienen derecho a administrar sus bienes, sino por medio de curadores y eso cuando Rosas no ordena la expropiación por causa de utilidad federal.** El hombre con quien Avellaneda acababa de desahogar en un segundo seis meses de sufrimientos y amarguras era el coronel Manuel A. Pueyrredón, guerrero de la independencia, distinguido por San Martín, de cuyo ejército regresó cubierto de heridas recibidas en homéricas batallas. El coronel Pueyrredón pasaba entonces por uno de los primeros guerrilleros argentinos y por el más práctico en el arte de guerrear con los indios, por haber hecho diversas expediciones contra las tolderías, con el general Rodríguez y otros jefes. Como todos los hombres de algún valor era un decidido adversario de Rosas y aunque no había manifestado públicamente sus ideas contrarias al tirano, éste, que hacía tiempo lo vigilaba, lo hizo prender y encarcelar en el pontón Sarandí, de donde no saldría, sino para ser fusilado en el momento oportuno con el doctor Avellaneda. Dos ases unitarios fusilados en un día era la mejor fiesta que Rosas podía ofrecer a la Sociedad Popular Restauradora! *Hasta aquí llegó en su manuscrito la autora. Quedando trunca la obra, el editor la ha terminado, de acuerdo con las indicaciones de una persona competente y conocedora de nuestra historia nacional, a fin de conservar en lo posible, el carácter de novela histórica que tiene este trabajo. Se ha tratado, también, de conservar el estilo de la autora. **Las confiscaciones forman la base económica del gobierno de Rosas. Los impuestos son insignificantes en las Provincias Unidas del Río de la Plata, porque las necesidades del Estado no existen. El Estado es Rosas y a éste le basta y sobra el dinero de los unitarios. A quienes duden que los unitarios han sido declarados oficialmente locos, les recordamos un decreto, casi reciente del feroz fraile Aldao, teniente de Rosas en Mendoza. Este decreto, que lleva la fecha del 31 de mayo de 1842, establece: que ningún salvaje unitario podrá disponer de mayor valor de diez pesos, sin autorización del jefe de policía; ni hacer ningún contrato, ni ser testigo, a menos de que el caso sea urgente y que certifique un facultativo que el juicio del unitario se ha restablecido algún tanto.
Posted on: Mon, 29 Jul 2013 18:06:28 +0000

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