Desapolillando archivos. Cita con la historia. Un día como hoy - TopicsExpress



          

Desapolillando archivos. Cita con la historia. Un día como hoy caía un tirano. El 12 de agosto de 1933 se producía un hecho insólito en la historia de Cuba: la fuerza del movimiento popular lograba el derrocamiento de Gerardo Machado. La combinación de acciones que partían de amplios y heterogéneos grupos sociales lograba la caída del dictador que había perdido toda base social de apoyo; sin embargo, no se producía un giro en el contenido del poder, las fuerzas del cambio no lograban imponerse a ese nivel, si bien tampoco podían ser aplastadas. Se asistía entonces al momento de la crisis revolucionaria que abría al país posibilidades de emprender un nuevo camino, aunque este no estuviera bien definido. ¿Cómo se había llegado a esto y hacia dónde se iba? El modelo neocolonial impuesto a Cuba por el dominio de Estados Unidos había entrado en crisis hacia la década del 20. Para esos años, la estructura económica monoproductora y monoexportadora mostraba su agotamiento; es decir, la industria azucarera no tenía posibilidades de seguir creciendo, se estancaba y, con ella, se estancaba el conjunto de la economía, de la cual era el centro. Esto fue percibido por los grupos de poder con bastante celeridad, así como el peligro del alto grado de emergencia de sectores populares en las luchas sociales y políticas y las crecientes manifestaciones de rechazo a la injerencia norteamericana. Frente a estos problemas se articuló una solución desde el poder a partir del programa de Gerardo Machado, quien encabezó un equipo de gobierno portador de reformas para preservar el sistema. La crisis económica y el desempleo alcanzaron niveles tales que fue necesario crear “cocinas económicas”, regentadas por diversas instituciones, a donde acudía la población a engañar el hambre La solución machadista, aplicada desde su toma de posesión el 20 de mayo de 1925, contemplaba modificaciones en lo económico y lo social, pero también planteaba una manera distinta de ejercer el mando: decidieron crear un frente común de toda la representación política oligárquica, eliminar la oposición y sostener la permanencia de Machado en la presidencia. Su mayor expresión se conoció como “cooperativismo”, aunque hubo otras formas de acercamiento con distintos sectores sociales. Y como contrapartida impusieron la represión contra aquellos que se negaran a “cooperar”. Así, los partidos Liberal y Popular, los cuales habían ganado las elecciones, abrieron espacio al Conservador en el reparto de los cargos públicos, mientras a los opositores y a los luchadores sociales se les encarcelaba, expulsaba del país, o asesinaba con la justificación de estar “saneando el ambiente social”. El Gobierno cooperativista pudo, inicialmente, aplicar su programa y descabezar a las fuerzas de resistencia; sin embargo, pronto mostraría sus insuficiencias para resolver la crisis estructural, lo que se agravaría con la crisis económica mundial de 1929. Precisamente el estallido de dicha crisis coincidió con la reelección de Machado, fruto del cooperativismo. Elección no, imposición La muerte de Trejo conmocionó a la sociedad cubana El proceso electoral de 1928 había implicado la violación de los mecanismos tradicionales de funcionamiento de la democracia burguesa. Ya en diciembre de 1925, para las elecciones parciales de 1926, se había aprobado una Ley de Emergencia Electoral que prohibía la reestructuración de partidos y, por tanto, la inscripción de otros nuevos. Esta norma se mantuvo para las elecciones generales, por lo que el juego a la oposición se cerraba y se mantenían las asambleas cooperativistas en los partidos tradicionales. De esa fórmula salió la propuesta de Machado como candidato único, con reforma constitucional —violatoria de los mecanismos establecidos por la Constitución de 1901— que extendía el mandato presidencial a seis años. Esto provocaría diferentes reacciones. En el seno de los partidos políticos burgueses la aceptación del cooperativismo no había sido unánime, pues quienes aspiraban a cargos electivos no podían acceder a ellos con esa fórmula; de ahí que las reglas de juego planteadas para las elecciones generales de 1928 constituyeran para muchos un detonante que los lanzó hacia la oposición. Surgieron grupos opositores entre los que descolló Unión Nacionalista, la cual agrupaba indistintamente a políticos de origen liberal y conservador, su figura más representativa era el coronel del Ejército Libertador Carlos Mendieta. Se iniciaba la quiebra del pretendido bloque político oligárquico. Entre los sectores populares también hubo rechazo a la reelección de Machado, pero el movimiento obrero organizado no estaba en condiciones aún —por sus concepciones predominantes y por el descabezamiento de su dirigencia— de plantearse esa lucha política. El Partido Comunista, recién fundado en la ilegalidad en 1925, era pobre numéricamente y no tenía alcance para movilizar a las masas. Los jóvenes intelectuales renovadores pertenecientes al Grupo Minorista expresaron su rechazo en un Manifiesto, sin que pudieran llegar a más. La fuerza que desplegó mayor actividad fueron los estudiantes universitarios, quienes conformaron en 1927 el Directorio Estudiantil Universitario Contra la Prórroga de Poderes. Este Directorio nombró a Julio Antonio Mella, entonces exiliado en México, su Presidente de Honor. También fueron reprimidos, mediante sanciones docentes que llegaron a las expulsiones. En las condiciones descritas, Machado tomó el poder en 1929 para un segundo mandato por seis años. Más, las circunstancias cambiaban rápidamente: el país entraba en una crisis política que debilitaba el deseado frente común y, en 1930, los desastrosos efectos de la crisis económica mundial agravaban la situación. En la medida en que las condiciones se deterioraban crecía y se tornaba masiva la represión; a la par que la oposición a Machado se extendía aceleradamente a todos los grupos y sectores sociales, aunque desde posiciones ideológicas, proyectos y métodos de lucha diferentes. El movimiento obrero y su dirigencia, en gran medida comunista, entraba en la lucha política a partir de la huelga general de 24 horas del 20 de marzo de 1930; los estudiantes universitarios protagonizaban la “tángana” del 30 de septiembre de ese año, en la que fue herido de muerte Rafael Trejo y con la que arrastraron a buena parte del estudiantado secundario y a grupos de las capas medias. Las acciones populares crecían, aunque de manera inconexa. El propio movimiento estudiantil se escindió cuando el grupo antimperialista se separó del Directorio Estudiantil Universitario de 1930 para crear el Ala Izquierda Estudiantil. Los políticos tradicionales buscaron mantener su predominio con un proyecto insurreccional que fracasó después del llamado Alzamiento de Río Verde, en el que mostraron su inconsecuencia. Pero otras figuras y grupos vinculados a aquella conspiración emergieron con una proyección revolucionaria en la que se destacó Antonio Guiteras, quien con su programa antimperialista se mantuvo en la línea insurreccional en Oriente. Nuevas agrupaciones se formaban. Entre ellas, el ABC —con un programa reformista y táctica terrorista—, que devenido partido político, arrastraría a grupos de las capas medias y la burguesía. El Buen Vecino Los grupos de poder buscaron nuevas alternativas. Coincidiendo con el debilitamiento del régimen machadista y el incremento de la lucha popular, el nuevo Gobierno demócrata de Estados Unidos, encabezado por Franklin Delano Roosevelt, inauguraba en 1933 una política reformista que, en las relaciones con América Latina, se tradujo en la política del Buen Vecino. Esta tendría su prueba de fuego en el caso cubano. No se podía aplicar el artículo tres de la Enmienda Platt que otorgaba el derecho a la intervención, pero tampoco se podía permitir que Cuba se saliera del sistema. Nació la fórmula de la Mediación entre el Gobierno y los opositores. El encargado de aplicarla fue el nuevo embajador estadounidense, Benjamin Sumner Welles. Después de ingentes negociaciones, el 1ro de julio de 1933 la Mediación dio sus primeros pasos. Pero las presiones de Welles no lograron mejorar el clima político de Cuba. Aunque los grupos de oposición Unión Nacionalista, ABC, marianistas (de Miguel Mariano Gómez) y otros, se sentaron en las rondas de negociación con los representantes del Gobierno, nadie cedía pues todos estaban asegurando su futura cuota de poder. Al conocer la huida de Machado el pueblo se lanzó a las calles en todo el país. En la imagen de la izquierda los habaneros se agolpan ante la entrada al Palacio Presidencial; en la imagen de la derecha, los camagüeyanos escuchan la confirmación de la noticia Al mismo tiempo, el movimiento obrero y comunista, que había incrementado notablemente sus fuerzas y sus posibilidades de combate; el estudiantil, con alta capacidad de convocatoria y acción, y la agrupación de Antonio Guiteras se contaron entre los que rechazaron la Mediación y mantuvieron la lucha desde sus propios métodos y concepciones. En este contexto, la huelga obrera iniciada el 5 de julio de 1933 en los Ómnibus Cuba sería el detonante para una acción nacional. Las reivindicaciones laborales devinieron demanda política que involucró al conjunto de la sociedad. La crisis empezaba a manifestarse de manera irreversible y Machado perdía sus escasos apoyos: la embajada norteamericana insistía en la salida del Presidente y dentro del ejército cundió la conspiración para retirar el amparo al gobernante. Ante la insurgencia popular, los grupos de poder internos y externos optaron por eliminar a la figura que concentraba el rechazo nacional. El 12 de agosto Gerardo Machado renunciaba ante un Congreso en desbandada y abandonaba el país. Las maniobras de Welles —quien tuvo que asumir el centro de las decisiones a pesar del intento inicial de actuar con discreción—, aceptadas por los grupos mediacionistas y los jefes de la conspiración militar, lograron controlar temporalmente la situación y sustituir a Machado por un candidato propio: Carlos Manuel de Céspedes y Quesada. La acción popular había logrado derrocar al dictador, pero no alcanzar el poder para las fuerzas revolucionarias, por demás tan dispersas que no tenían la capacidad de articular proyectos y perspectivas comunes. El Gobierno encabezado por Céspedes apenas pudo sobrevivir en aquella crisis. Las instituciones estatales quedaban acéfalas por la desbandada de los machadistas y el desconocimiento de su autoridad por parte de la ciudadanía. El combate se dirigía entonces contra “el machadismo sin Machado” y, más aún, se incrementaba con acciones diversas y de mayor calado. En esas circunstancias, la crisis revolucionaria llegaría a su punto culminante cuando el 4 de septiembre el pronunciamiento militar de un grupo de clases y soldados se convirtió, por la fuerza de los acontecimientos, en golpe de Estado que barría al Gobierno mediacionista, instauraba a un nuevo equipo y daba inicio a la quiebra temporal del poder oligárquico. El nuevo Gobierno colegiado, la llamada Pentarquía, tampoco pudo subsistir y el 10 de septiembre Ramón Grau San Martín era nombrado presidente. Se iniciaba un Gobierno muy controvertido y lleno de contradicciones, en el que Antonio Guiteras representaba a la línea revolucionaria enfrentada a otras tendencias internas. En un contexto muy adverso, tanto interno como externo, esta jefatura provisional no pudo mantenerse —aun así no debemos desconocer su trascendencia ya que representó para los grupos oligárquicos la pérdida temporal del poder político—. Entre las masas populares prevaleció la dispersión en proyecciones programáticas, medios y vías de actuación. A pesar de todo lo anterior, ya Cuba no pudo seguir siendo exactamente igual, el proceso revolucionario dejaría marcas que no podrían borrarse. La irrupción de las masas en la lucha era muestra de sus potencialidades y un alerta para los políticos que aspiraban al poder. La Constitución de 1940 emergería como el pacto social insoslayable. Sin embargo, la revolución no consumada quedaba pendiente.
Posted on: Mon, 12 Aug 2013 06:40:30 +0000

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