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E. YA NO MÁS LIMOSNERO Cuando Bartimeo se encaminó hacia la luz del mundo con una columna de personas a su derecha y una muchedumbre a su izquierda, tenía la excepcional oportunidad para extender ambas manos y pedir limosna a toda esa multitud que tenía los ojos fijos en él. Pero no lo hizo. ¿Por qué no aprovechó la ocasión? Porque ya no le interesaban las limosnas. Ya no era mendigo, a pesar de seguir siendo ciego. Jesús, en vez de darle cualquier cosa, le trasformó su alma y mente de pordiosero. Seguía estando ciego, pero ya no era menesteroso. Sus ojos estaban cerrados, pero no para causar lastima sino para manifestar que a pesar de ello, se podía caminar y saltar. Había dejado su estado de postración permanente. Cuando Bartimeo se presenta delante de Jesús, el Maestro le hace una pregunta que parecía salir sobrando: ¿Qué quieres que hagas contigo? Al principio Bartimeo se había contentado con un vago “ten compasión de mí”. Esto no basta. Es demasiado poco para la generosidad del Mesías quien le ofrece una oportunidad de acrecentar sus perspectivas. De parte del hijo de Dios no hay límites. Depende lo que Bartimeo aspire y pida. Tiene la oportunidad de soñar lo inimaginable y de esperar lo imposible. Lo primero que el salvador del mundo hace con el ciego es abrirle los ojos de las expectativas y extenderle las alas para que Bartimeo dé el brinco a lo impensable. Jesús da y ofrece sin límites, pero precisa un recipiente con las mismas dimensiones. Él llena las expectativas, pero éstas dependen de cada uno de nosotros. La respuesta del todavía ciego fue maravillosa: “Rabbuní, que vea”. En esta ocasión vamos a enfocar los reflectores a la primera parte: “Rabbuní”, dejando la segunda a los comentarios tradicionales y obvios sobre la curación de la ceguera. Bartimeo muestra su amor por Jesús ¿Qué quieres que haga contigo? “Rabbuní” en arameo significa no sólo maestro, sino mi maestro, mi único maestro. Así lo estaba yo enseñando en 1996, en un retiro para sacerdotes en la ciudad de Homs, al norte de Damasco, Siria, y colocaba el énfasis en la proclamación pública de fe que hacia Bartimeo a Jesús como Maestro. Al terminar la explicación se acercó el Obispo de rito Melkita, y me dijo: “Pepe, aquí nosotros celebramos la liturgia en arameo, por lo que conocemos muy bien la lengua que hablaba Jesús. Por eso te puedo aclarar que te faltó subrayar lo más importante: Rabbuní no sólo significa “mi Maestro”, sino ante todo es una declaración de amor y cariño: “mi amado, mi amadísimo, mi querido Maestro”. Es la forma más tierna y cariñosa para dirigirse al preceptor. Bartimeo había proclamado abiertamente su amor afectivo delante de todo el pueblo, logrando quitar el bloqueo de sus sentimientos. Se desprendió del caparazón que le impedía recibir y dar afecto. Ya antes había recuperado su capacidad de manifestar su necesidad de manera abierta, pero ahora perdía la vergüenza de expresar públicamente su amor y cariño. La curación de Bartimeo ha llegado a un nuevo nivel: ahora es libre para expresar sus sentimientos. Si antes fue libre para gritar y exponer sus carencias, ahora es franco para declarar sus afectos, que él mismo había mantenido en cautiverio. Mucha gente vive bloqueada en esta área de su vida: son tan duros que nunca muestran su cariño por los demás. Son gente adusta que controla su cariño. Tienen bloqueada esta área de su vida. Creen que mostrar sentimientos es signo de fragilidad, y no están dispuestos a exhibir sus debilidades ante los demás. Qué será más fácil o más difícil: ¿manifestar las carencias ante los demás, o declarar públicamente el cariño o ternura hacia una persona? Para algunos una cosa; para otros, la otra. Bartimeo está expresando un amor como nunca lo había hecho antes. ¿Por qué, si todavía estaba ciego? Jesús aún no encendía la luz de sus ojos, ni había hecho caer la catarata que nublaba su vista. Es que el mayor milagro ya se había realizado. Amaba al que lo hizo gritar. Valoraba al que creyó que se podía levantar de su postración. Admiraba a quien le dio la capacidad de no ceder ante las presiones de la sociedad que lo quería callar. Además, Bartimeo se había liberado del bloqueo de su corazón. Había tirado el caparazón que encarcelaba sus sentimientos. No es que no los tuviera, sino que simplemente los había reprimido y sometido a cautiverio bajo su manto. Bartimeo rompió con la vergüenza, mostrando tanto sus necesidades como su amor por Jesús, que había realizado ya un doble milagro en el ciego de Jericó: por un lado, darle la fuerza para levantarse, y al mismo tiempo la valentía para no ceder ante los muchos que se oponían a sus gritos. Por otro, abrirle el corazón para que liberase los afectos cautivos. En una palabra, el hijo de Timeo era tan fuerte como amoroso, tan decidido como cariñoso. Era de los violentos que conquistan el Reino y de los amorosos que lo viven. Gracias al paso del Nazareno por la vereda de Bartimeo, este hombre es capaz de manifestar su fuerza y su inquebrantable decisión, así como declarar públicamente su amor afectivo para su maestro. La completa liberación que realiza Jesús es cuando somos fuertes y sensibles. Fuertes para determinar y sensibles para amar. Decididos para levantarnos y gritar cuando es necesario, pero con la capacidad de manifestar ternura y amor de manera pública y abierta. En la armonía de estos dos aspectos radica la madurez de la persona. Si alguien sólo es fuerte estamos entonces frente a un robot o una estatua. Si únicamente es sensible, estamos delante de una veleta movida por el viento. Lo que cuenta es la armonía entre ambos aspectos. Jesús era tierno para abrazar niños, valorar las flores del campo y cantar los himnos del gran Hallel. Pero al mismo tiempo era fuerte y decidido para tomar un látigo y purificar el templo, o enfrentarse al legalismo de los fariseos. Lloraba delante de la tumba de un amigo, pero al mismo tiempo llamaba sepulcros blanqueados a los hipócritas fariseos. Con su amigo Pedro tenía fuerza para apartarlo de su lado cuando no lo dejaba subir a Jerusalén, pero al mismo tiempo le pregunta tres veces si lo ama. ¿Dónde está el punto de equilibrio entre fuerza y sensibilidad, entre cabeza y corazón? No existe, porque se trata de integrar ambos aspectos que se complementan y de armonizar estas dos melodías, que juntas produzcan la sinfonía estereofónica de la felicidad. En otras palabras, el ideal no es ni siquiera tener armonizados estos dos aspectos de la vida humana, sino que sea de tal manera que produzca la felicidad a la que hemos sido llamados y tenemos posibilidad de construir con estos dos hilos que tejen nuestra vida.
Posted on: Mon, 25 Nov 2013 21:15:49 +0000

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