EL INFIERNO ARTIFICIAL fragmentos, HORACIO QUIROGA ESCRITOR Las - TopicsExpress



          

EL INFIERNO ARTIFICIAL fragmentos, HORACIO QUIROGA ESCRITOR Las noches en que hay luna, el sepulturero avanza por entre las tumbas con paso singularmente rígido. Va desnudo hasta la cintura y lleva ungran sombrero de paja. Su sonrisa, fija, da la sensación de estar pegada con cola a la cara. Si fuera descalzo, se notaría que camina con los pulgares del pie doblados hacia abajo. Allí, en el fondo, un poco más arriba de la base del cráneo, sostenido como en un pretil en una rugosidad del occipital, está acurrucado unhombrecillo tiritante, amarillo, el rostro cruzado de arrugas. Tiene la boca amoratada, los ojos profundamente hundidos, y la mirada enloquecida de ansia.Es todo cuanto queda de un cocainómano.--¡Cocaína! ¡Por favor, un poco de cocaína!El sepulturero, sereno, sabe bien que él mismo llegaría a disolver conla saliva el vidrio de su frasco, para alcanzar el cloroformoprohibido. Es, pues, su deber ayudar al hombrecillo tiritante.Sale y vuelve con la jeringuilla llena, que el botiquín del cementeriole ha proporcionado. ¿Pero cómo, al hombrecillo diminuto?... Pero ese fustazo de reacción que había encendido un efímero relámpagode ruina sensorial, traía también a flor de conciencia cuanto de honormasculino y vergüenza viril agonizaba en mí. El fracaso de un día enel sanatorio, y el diario ante mi propia dignidad, no eran nada encomparación del de ese momento, ¿comprende usted? ¡Para qué vivir, siel infierno artificial en que me había precipitado y del que no podíasalir, era incapaz de absorberme del todo! ¡Y me había soltado uninstante, para hundirme en ese final!Me levanté y fuí adentro, a las piezas bien conocidas, donde aúnestaba mi revólver. Cuando volví, ella tenía los párpados cerrados.--Matémonos--le dije.Entreabrió los ojos, y durante un minuto no apartó la mirada de mí. Sufrente límpida volvió a tener el mismo movimiento de cansado éxtasis:--Matémonos--murmuró.Recorrió en seguida con la vista el fúnebre lujo de la sala, en que lalámpara ardía con alta luz, y contrajo ligeramente el ceño.--Aquí no--agregó.Salimos juntos, pesados aún de alucinación, y atravesamos la casaresonante, pieza tras pieza. Al fin ella se apoyó contra una puerta ycerró los ojos. Cayó a lo largo de la pared. Volví el arma contra mímismo, y me maté a mi vez.Entonces, cuando a la explosión mi mandíbula se descolgó bruscamente,y sentí un inmenso hormigueo en la cabeza; cuando el corazón tuvo doso tres sobresaltos, y se detuvo paralizado; cuando en mi cerebro y enmis nervios y en mi sangre no hubo la más remota probabilidad de quela vida volviera a ellos, sentí que mi deuda con la cocaína estabacumplida. ¡Me había matado, pero yo la había muerto a mi vez!¡Y me equivoqué! Porque un instante después pude ver, entrandovacilantes y de la mano, por la puerta de la sala, a nuestros cuerposmuertos, que volvían obstinados...La voz se quebró de golpe.--¡Cocaína, por favor! ¡Un poco de cocaína!
Posted on: Sat, 29 Jun 2013 18:48:16 +0000

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