EL NACIMIENTO MÁS SORPRENDENTE DE LA HISTORIA: LA MUERTE Hay - TopicsExpress



          

EL NACIMIENTO MÁS SORPRENDENTE DE LA HISTORIA: LA MUERTE Hay un misterio tan antiguo como la vida: la muerte. Sólo comprendiendo que ambos significan lo mismo, es como se puede llegar a entender que se nace para morir y se muere para nacer. Desde los orígenes del hombre hasta nuestros días, se han ido desvelando muchos de los “misterios” que nos rodeaban. Poco a poco, se ha pasado de la oscuridad de la ignorancia a la luz del conocimiento, gracias a una sutil energía llamada mente que ha propiciado, en el ser humano, la capacidad de poseer una inagotable curiosidad, necesaria para poder avanzar por el sendero de la evolución. Hoy día a punto de traspasar el umbral que nos adentrará en el siglo XXI, los conocimientos alcanzados son enormes y los descubrimientos realizados, gracias a la ciencia y la técnica, asombrosos. Hemos llegado a entender muchos de los efectos que se producen tanto en la naturaleza como en nosotros mismos y también algunas de sus causas. El acceso masivo a la cultura ha permitido un gran desarrollo intelectual, que posibilita, en la actualidad, avanzar mucho más deprisa. En este sentido, se ha progresado más en los últimos veinte años que en el resto del siglo XX. Hay ramas de la ciencia, como por ejemplo la medicina o la biología, que han dado grandes pasos, impensables hace tan solo unos años, como las nuevas técnicas quirúrgicas o el diagnóstico precoz de enfermedades. Asimismo, estamos a punto de completar el mapa del genoma humano gracias a la ingeniería genética. En física, por poner otro ejemplo, ya se experimenta con la fusión nuclear en frío y se estudia la antimateria o las posibles leyes que rigen la estructura del caos. El descubrimiento de la mecánica cuántica ha trastocado los esquemas anteriormente establecidos. Por otra parte, la técnica ha revolucionado nuestra forma de vivir y aún lo hará, en la mayor medida, en un futuro cercano con la informática, la robótica y la inteligencia artificial. Sin embargo, hay una parte del conocimiento aún más importante en el que no se ha profundizado lo suficiente. Se trata del estudio y conocimiento de la esencia y trascendencia del propio hombre como parte de Dios, Cosmos, Amor o como queramos llamarle. Sin este conocimiento no podremos tener una compresión global de todo lo creado, visible e invisible sino , en todo caso, una visión parcial de la realidad. Quizás por esta razón, muchos de los interrogantes planteados por el ser humano desde sus orígenes, siguen sin respuesta: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?¿qué he venido a hacer aquí?¿qué sentido tiene la vida?¿hacia dónde me encamino?... La falta de respuesta ha creado tabúes sobre cuestiones fundamentales que nos afectan muy diferidamente. Probablemente, el mayor tabú de todos sea el que rodee la muerte. Nadie o casi nadie quiere oír hablar de ella, al menos en Occidente. Preferimos obviar el tema y refugiarnos en la ignorancia, antes que enfrentarnos a él profundizando en la búsqueda de respuestas que nos hagan descubrir, comprender y aceptar la trascendencia, admitiendo que la muerte es un hecho natural que forma parte de la vida y que tiene un propósito y un sentido. Todos, en mayor o menor medida nos hemos formulado preguntas relacionadas con ella en algún momento de nuestra vida:¿por qué tenemos que morir?, ¿tiene algún sentido la muerte?, ¿dejamos realmente de existir o hay algo después?. Por cultura y educación nos han enseñado a buscar fuera lo que llevamos dentro. De esta forma, nos encontramos con que ni la ciencia ni las religiones saben darnos explicaciones claras y coherentes que nos tranquilicen el ánimo. La medicina solo estudia las causas y efectos físicos de la muerte, porque no aceptan aquello que no se puede pesar, medir, contar o reproducir en laboratorios. Para la ciencia, el hombre no es más que lo que representa: un cuerpo complejo dotado de un cerebro pensante. Las religiones tampoco han ayudado, más bien al contrario, por que al existir tantas como culturas o formas de pensar, han presentado el fenómeno de la muerte de acuerdo a su propia filosofía. En Occidente, muchas religiones han predicado bajo la promesa de un cielo difícilmente alcanzable y la amenaza de un infierno, tan eterno como sus castigos, para aquellos que no siguieron sus dictados. Con un Dios de apariencia humano, en el que todo Él es amor y bondad, nos enseñaron también a detenerle porque igualmente es irascible y vengativo. De esta manera, a través de los siglos, han ido mediatización y coactando el pensamiento humano, manipulando su tendencia natural a canalizar su religiosidad o deseo de re-ligarse. Si a esto le añadimos que la popularización de la información, la cultura y la educación, han llevado al hombre de hoy a cuestionarse los “valores” tradicionales, poniéndolos en tela de juicio, cuando no rechazándolos, no es de extrañar que exista un gran vacío interior, al encontrar otro nuevo acordes a su inteligencia y conocimientos actuales. En Oriente el panorama no parece más esperanzador. Las tradiciones y creencias se mantienen gracias a unas religiones y filosofías basadas en que el ser humano debe sufrir un número indeterminado de reencarnaciones hasta que consiga la materia y todo cuanto depende de ella para, una vez conseguido, salir de la hipotética rueda de la reencarnación y alcanzar el éxtasis o Nirvana. Según estas creencias, toda acción cuyo objetivo sea material genera karma y debe pagarse en sucesivas encarnaciones. Este tipo de pensamiento en los creyentes hace que sus vidas sean netamente pasivas, tendentes a la no acción; “ si no me muevo, no creo karma”. Las consecuencias no deben ser más desafortunadas; hambre, miseria, enfermedades, ignorancia.... No es de extrañar que tales actitudes, de uno y otro lado originen que la mente consciente nos haga dudar de todo. Pero esto no resuelve el problema sino que lo sitúa de nuevo al principio. La muerte se sigue produciendo y seguimos sin respuestas. El darle la espalda, por tanto, no es la solución y antes o después tenemos que enfrentarnos a ella. Cuando perdemos a un ser querido experimentamos un gran pesar, un hondo dolor. Pensamos que es injusto y nos invade la rabia y la impotencia, pues sabemos que ni el dinero, ni el poder o las influencias, ni siquiera el amor sirven para devolverle la vida. Si es uno mismo el que está llegando al final de la vida, el proceso es similar. Lo negamos y nos rebelamos ante el hecho. Al no estar preparados para ese momento, el miedo, producido por el desconocimiento, se apodera de nosotros. Sólo después de meditar objetivamente, es cuando vamos incorporando, poco a poco, la posibilidad de que pueda ocurrir y entonces echamos mano de nuestras creencias. Las referencias que recibimos acerca del significado real de la muerte y la transcendencia del hombre, nos han llevado al intimo convencimiento de que la muerte no existe, tal como la entendemos, sino que simplemente es el tránsito entre dos vidas. Hablando de la vida... Hubo un momento en que la energía más sutil y poderosa que existe, Dios, tuvo “necesidad” de reconocerse a sí mismo en toda su amplitud, y para ello se vio impelido a manifestarse a modo de un gigantesco Big –Bang, quedando disperso en eso que llamamos creación manifestada. De esa gran explosión espiritual quedó un núcleo como referencia para cada una de las partículas creadas, siendo la vida el primer escalón de regreso al núcleo. La vida, al ir especializándose para acceder a superiores niveles de evolución, llega a tener un grado tan alto de especialización, que estás preparada para albergar una “chispa” o partícula de la esencia del Creador llamada espíritu individualizado y así, nace el hombre. Es por eso que decimos que es parte de Dios y está hecho a su imagen y semejanza, porque participa de todas sus manifestaciones (física, energética, mental y espiritual). Cuando “se nace”, espiritualmente hablando, la esencia lleva incorporadas todas las facultades y potencialidades del Creador, pero el ser humano debe ir descubriéndolo paso a paso a lo largo del camino de la evolución, senda de regreso que le llevará a la Fuente de donde partió, pero con una importante diferencia: siendo ya consciente de su verdadera naturaleza. De ahí el famoso axioma acuñado a través de la historia por grandes pensadores y filósofos: Conócete a ti mismo. Este aprendizaje comienza en el plano más burdo de la manifestación, el plano material y para adquirir conocimientos y experiencias del mundo físico, es necesario moverse en un vehículo adecuado como es el cuerpo. Vivir en la Tierra es como ir a la escuela. Cada uno de los acontecimientos que vivís son lecciones que tenéis que aprender. Una vida sin problemas es como una escuela sin aulas, sin profesores, sin materias que estudiar. Se nace para aprender. Cada vez que el cuerpo físico muere se sufre un examen que le capacita o le imposibilita para acceder a planos superiores. El vehículo o soporte, con el uso y el tiempo, envejece y se hace inservible, por lo que es necesario abandonarlo y tomar uno nuevo que permita seguir recorriendo, paso a paso, el camino de retorno. Así una y otra vez, hasta que el conocimiento del plano físico y su dominio sea completo, momento en el que ya no será necesario volver a encarnar, pues el aprendizaje continuará, a partir de entonces, en otras dimensiones cósmicas más sutiles. El nivel evolutivo del ser humano de la Tierra es muy limitado, por tanto, la mente y su soporte físico, el cerebro, también. Así, la mente consciente no guarda registro de vidas pasadas. Eso os lleva a pensar que la actual es la única que habéis tenido, dudando que vayáis a vivir otras en el futuro. Es por eso que os rebeláis ante la idea de desaparecer del plano material. El mundo Tierra no está hecho en exclusiva para ninguno de los seres que la pueblan. Monopolizarlo, por tanto, es una utopía, una ilusión. Todos, incluso los grandes Maestros de la humanidad también mueren. No es suficiente una vida para poder comprender cual es la realmente el objetivo del hombre. Os hablaré del proceso de muerte física en vuestra etapa de evolución: Antes de que se produzca la separación completa y definitiva del cuerpo físico y el astral (ruptura del cordón de plata), tiene lugar una serie de procesos fácilmente identificables: Sentimiento de cólera al conocer la noticia de que uno va a morir. La impotencia le hace rebelarse ante lo inevitable. El ser humano de la Tierra es reacio a aceptar nuevas situaciones y más si éstas le son desconocidas. El siguiente paso es la negación de la situación. Se piensa que todo es un error, que a uno no puede ocurrirle algo así, que alguien se ha equivocado. Se intentan todos los caminos científicos y paracientíficos para encontrar remedio. El hombre, no entendiendo su propia trascendencia, se niega a aceptar su desaparición del plano físico. Con el tiempo, empieza a meditar sobre ello y se va convenciendo que cabe dentro de lo posible. Es entonces cuando se producen los pactos y se ofrecen las cosas más diversas a cambio de la curación o de que se retrase el desenlace. Es ya un paso adelante pues se empieza a aceptar la situación. Finalmente, se produce la renuncia o entrega, en la que el hombre, ya consciente de su situación, y habiéndola aceptado, asume totalmente su transición. La muerte es el paso de un plano meramente físico a un plano energético durante un breve periodo de tiempo, breve comparado con la eternidad, un parpadeo. Ese parpadeo le sirve al hombre para darse cuenta que hay una forma de realidad distinta, a una forma de manifestarse el Cosmos distinta que a su vez es una referencia para su camino evolutivo; un descanso espiritual que le sirve para reflexionar sobre toda su andadura. Es el sueño, el descanso al cabo de un día de actividad, al cabo de una vida de actividad. La muerte física es un estado transitorio donde el espíritu hace un balance objetivo de su trayectoria durante su ya terminada vida física en la Tierra. Cuando se separan el cuerpo físico y el astral, el espíritu debe permanecer un periodo más o menos largo habitando en forma de energía. La consciencia física del encarnado continúa, una vez que ocurre el fallecimiento, durante un periodo de tiempo que va desde un mínimo de 48 horas hasta un máximo de 72. Durante ese tiempo se siente espectador de una película en la que contempla su cuerpo físico, al que ya no reconoce como propio. Paralelamente, parte de las capas mas bajas del astral, las que corresponden al cuerpo vital o etérico comienzan a producir el proceso biológico de descomposición de la materia. El resto de estas capas, se separan del cuerpo progresivamente, es forma ascendente, comenzando por los pies y terminando en el cerebro. Se siente consciente, piensa, ve, oye ... no entiende que sucede a su alrededor. Se da cuenta de que no puede incidir en el mundo físico, que las cosas suceden sin su intervención, sin que nadie repare en su presencia y eso le desconcierta. A partir de ahí vivirá una especie de sueño, donde la mente creará el escenario y las situaciones. Ese “sueño” o periodo de turbación, será más o menos largo, dependiendo del grado de evolución del fallecido y también de sus creencias. En ese estado se capta el entorno que le ha sido familiar durante su vida, pero las imágenes no son las mismas que se pueden ver con los ojos físicos, sino que corresponden a su proyección energética y, por tanto, son más completas puesto que se perciben en un plano de realidad superior. Poco a poco, el espíritu va entrando en un estado de mayor paz y tranquilidad. Se siente solo, espera y busca a la vez, alguien que le explique lo que le está ocurriendo. Y es así como, con solo desearlo, aparece un compañero, un guía para responder a sus preguntas y aclarar sus dudas. Igual que el maestro con el alumno, empieza enseñándole las cosas mas sencillas para ir poco a poco adentrándose en las profundidades del saber. Así este guía va sembrando los nuevos conceptos en el, todavía, turbado espíritu. Reflexionan juntos y comprende que la muerte no existe, pues la materia solo se transforma para dar vida a nuevos seres. El cuerpo físico fue suyo como una vestidura, pero los vestidos no son eternos y algún día se rompen y desaparecen. Ahora tiene otro cuerpo, un cuerpo energético y una mente que sigue su camino de evolución. Ese ser de luz, o guía espiritual, es el encargado de recordar los objetivos marcados en la recién terminada reencarnación y ver hasta que punto se ha cumplido. En esa revisión, el espíritu siente, en lo mas profundo de su consciencia, los efectos causados con sus actos, positivos o negativos, tanto en las personas con las que se ha relacionado durante su vida física, como en el entorno. Al ir desapareciendo el estado de turbación, en el que se encuentra, el espíritu se va integrando en un plano luminoso que le hace ver claramente los errores cometidos durante su vida terrena, siendo él mismo quien las evalúa y califica. El propio ser es el que desciende si hay que repetir curso o no, si hay que repasar alguna materia o no, y, si hay que repetirla, en que condiciones ambientales podrá estudiarla mejor. Teniendo el convencimiento interno de que el andar por la vida es una acumulación constante de conocimientos, las dificultades se vencerán como lecciones que es necesario aprender. Quizás algunas sean mas difíciles y otras más fáciles de asimilar porque se traten de materias ya estudiadas concienzudamente en vidas anteriores. Es necesario superar tanto unas como otras, ya que, no conociendo el futuro inmediato, es necesario adquirir conocimientos para poder hacer frente a las dificultades de todo tipo que se presenten. Si se han adquirido suficientes conocimientos a nivel espiritual, será uno mismo quien reconocerá sus errores para corregirlos en vidas posteriores. Si se ha sido rígido, retorcido, egoísta, o no se ha admitido la trascendencia, no se estará capacitado, porque se habrá cerrado en vida la entrada de esos conocimientos y por lo tanto, deberá ser otro espíritu evolucionado quien indique donde se ha fallado. Al ser más consciente el espíritu del momento evolutivo en el que se encuentra y del camino que aún le queda por recorrer, desea volver a encarnar para corregir defectos de personalidad adquiridos en anteriores existencias, para efectuar posibles compensaciones con aquellos pactos realizados con otros espíritu, que se encuentren todavía pendientes. Entonces se analiza y planifica cómo, cuando y donde volver a nacer dentro de un programa en el que se fijan las grandes líneas maestras, que serán el marco de referencia familiar, social, económica, cultural, de características físicas , etc. Donde el espíritu pueda desarrollar su nivel de consciencia y sea capaz de vivir las etapas que, a grandes rasgos, planificada antes de nacer. Se le inculca en la memoria perpetua, ubicada en el subconsciente, la información y las normas de funcionamiento que necesita para su próxima vida. Previamente, se han establecido los pactos con otros espíritus. A pesar de todo, no hay garantía que, una vez encarnado, se cumpla el plan o programa. El Cosmos dota a los seres humanos consciente de una herramienta fundamental para evolucionar que es el libre albedrío o capacidad para decidir en cada momento. No existe el determinismo. Se fijan las oportunidades para conocer a aquellos espíritus con quienes se ha pactado y se ponen delante las circunstancias a superar, pero el resultado final de como se viva o se resuelva la experiencia, forma parte siempre de la decisión y la responsabilidad del propio hombre. Mientras llega el momento de la encarnación, el espíritu no permanece inactivo, sino que realiza trabajos en pró de su evolución positiva, normalmente prestando ayuda a seres encarnados. En muchas ocasiones los desencarnados, que han dejado en la Tierra familiares y amigos, se encargan de protegerles y ayudarles. Asimismo, al igual que en el mundo físico existe la familia, en el plano energético existe un concepto similar; los espíritus se agrupan por familias espirituales. Son grupos que por afinidad, sintonía, vibraciones, etc. Se relacionan vida tras vida. Sería algo así como representar una obra de teatro en cada vida, en la que casi siempre son los mismos actores interpretando diferentes papeles en cada obra. Llegando el momento de la muerte física se abandona el escenario y se permanece entre la “bambalinas” esperando que haya una escena donde intervenir. Una vez perfilado el programa, el espíritu cuenta ya con toda la información necesaria para encarnar. Es entonces cuando empieza a enviar mensajes a los futuros padres con el fin de que conciban. Estos mensajes se reciben generalmente vía subconsciente, a través de sueños, etc. Desde el mismo momento de la concepción, el espíritu desencarnado aporta a esas células incipientes la energía necesaria para que tenga vida. El espíritu, como tal “entra” por primera vez en el nuevo ser cuando han transcurrido tres meses desde la fecundación, cuando el riesgo de aborto espontáneo prácticamente ha desaparecido. A partir de ese momento, efectúa cortos viajes con el fin de ir familiarizándose a todos los niveles, especialmente a nivel físico, con cada célula que conformará su cuerpo, su soporte físico. La incorporación definitiva se realiza cuando hay una razonable seguridad de que ese cuerpo va a nacer: un periodo de tiempo que vea desde las 48 horas mínimo a las 72 horas máximo antes del alumbramiento. Como podéis apreciar, existe una gran interrelación entre los dos planos de existencia, el físico y el energético. En realidad, son dos aspectos de la vida que se complementan y que tienen su reflejo en los procesos de nacimiento y muerte. Así, el nacimiento en un plano significaría la desaparición o muerte en el otro. Cuando un hombre muere físicamente desaparece en la fosa, en el vientre de su madre: la Tierra. Ese ser muere para la vida física en el momento en que el cordón de plata se rompe definitivamente. Atraviesa un periodo de turbación y desconocimiento de su nuevo estado. Es ayudado a “entrar” en ese plano por un ser de luz, hasta que vienen a recibirle familiares y amigos que habían fallecido antes. Se integra en el mundo energético , entre los espíritus que componen su familia y que le reciben con alegría. Mientras, en la Tierra sus seres queridos lloran su pérdida. El espíritu desencarnado, al decidir encarnarse en el vientre de una mujer, su madre, también desaparece del plano energético. Los espíritus le despedirán con una cierta pena, puesto que les abandona y tardarán en volverse a encontrar. Cuando se produce el nacimiento y se corta el cordón umbilical, se produce la integración en el plano físico. El bebé es recibido por el médico que le ayuda a “llegar” bien y también por familiares y amigos que acuden al hospital a darle la bienvenida al mundo. Atraviesa también un periodo de turbación, en el que pasa la mayor parte del tiempo dormido, haciendo frecuentes viajes al otro plano, hasta que paulatinamente se va adaptando. Cuando el hombre de la Tierra adquiera una mayor compresión de las leyes que rigen el Universo, se dará cuenta de que la muerte es una necesidad para poder seguir avanzando con nuevas energías. Descubrirá que su cuerpo físico muere varias veces a lo largo de una misma vida. Que las células que hoy lo forman están muriendo cíclicamente por millones....Que su cuerpo de siete años no tiene prácticamente ninguna de las células que tenia al nacer y que eso ocurre de forma natural cada pocos años. Exceptuando sólo a las células nerviosas, pues las neuronas son las únicas que no se regeneran. Esa es la ley que rige la vida, la regeneración constante para seguir viviendo. La ley que tiene como único objetivo que cada día seamos un poco más conscientes de que tanto el cuerpo físico, como las energías vitalizadoras, como la mente, están puestas al servicio del descubrimiento más importante: la propia divinidad. El ambiente es tenso, la atmósfera está cargada con sentimientos encontrados, el aire que se respira parece estar plagado de las dudas y miedos de los allí reunidos. Los familiares y amigos muestran su dolor por la inexorable partida de aquel que había compartido tantos momentos dichosos con ellos. Nadie sabe qué decir, los sentimientos por la marcha del ser querido están teñidos por el miedo al olvido. Nadie quiere interferir. Solo sus miradas expresan las emociones que están viviendo en esos instantes. El capta todas esas energías que tienen la doble virtud de empujarle hacia delante, a emprender su viaje por un lado y retenerle junto a sus seres queridos, los que han llenado sus momentos, por otro. Todos son consciente de que cuando se traspase el umbral estará en la otra vida. Todos saben lo que eso significa y por eso sus deseos mas fervientes son que el trance no sea doloroso. Aunque llevan tiempo preparándose para la separación, llegado el momento se da cuenta de que es duro ver marchar a alguien. Una ultima sonrisa acompaña al adiós que pone punto final a una relación de amor largamente mantenida. Su espíritu, de pronto, se hunde en un oscuro túnel al final del cual brilla una intensísima luz. Una fuerza irresistible le atrae como si fuera un imán, quiere llegar cuanto antes al pequeño punto luminoso que se ha convertido en su única referencia. Se siente presionado, como si algo o alguien le empujara, mientras va creciendo en él la necesidad de ir hacia la luz. Un último esfuerzo y finalmente se zambulle en una luminosidad increíble que todo lo invade. La presión desaparece, el túnel, la oscuridad, la opresión... todo quedó atrás. Siente todo su ser sacudido por sensaciones desconocidas...¿dónde está?...¿qué ocurrirá ahora?... Se siente extraño en un entorno muy diferente al que estaba acostumbrado hasta entonces. Tímidamente abre los ojos y mira alrededor. La luz le ciega en un primer instante pero después empieza a descubrir a su lado formas, rostros que se le acercan. Siente como le tocan, le acarician con sumo cuidado...Se siente sorprendido y sobre cogido a la vez. Ve como unas caras familiares vienen a recibirle...todos sonríen... se respira alegría y gozo. No hay duda, han venido a recibirle. El gran viaje ha terminado, ya ha llegado por fin a la otra vida: UN NIÑO ACABA DE NACER.
Posted on: Sat, 10 Aug 2013 14:23:15 +0000

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