EXHORTACIÓN A SER CONSTANTES (2/15-17). 15 Así, pues, - TopicsExpress



          

EXHORTACIÓN A SER CONSTANTES (2/15-17). 15 Así, pues, hermanos, manteneos firmes y guardad las tradiciones que habéis aprendido, ya de palabra, ya por carta nuestra. Condenación y glorificación son las dos posibilidades que se ofrecen al hombre al final de los tiempos. En el camino de la peregrinación nadie está todavía seguro de la salvación. En un tiempo de apostasía, de inquietud y de falsas doctrinas está el cristiano constantemente en peligro. También puede recibirse la gracia en vano, como deberá comprobarlo tristemente el Apóstol (Cf. 2Cor 6,1). La salvaguarda de la nueva vida en nosotros y en nuestros hermanos está confiada a nuestra responsabilidad. Nadie puede descuidar o menospreciar en su vida la gran oferta salvadora de Dios. Cada cual debe despertar y ahondar la responsabilidad de su fe. El cristiano debe mantenerse firme y, ante todas las luchas, vejaciones y artes seductoras del mundo y del hijo de la perdición, resistir fielmente en su puesto. En este mundo deben contar siempre los hermanos con luchas, en las que deben dar prueba de constancia. «Solamente, llevad una vida digna del Evangelio de Cristo, para que, ya sea que vaya a veros, ya sea que esté ausente, oiga yo decir de vosotros que estáis firmes en un solo Espíritu, luchando a una por la fe del Evangelio, sin dejarnos amedrentar en nada por los adversarios, lo cual es para ellos indicio cierto de perdición; pero para vosotros, de salvación. Y esto procede de Dios» (Flp 1,27s). El Apóstol describe ahora muy concretamente lo que entiende por constancia cristiana. El amor a la verdad se muestra en la fidelidad a la tradición que la comunidad tiene recibida del Apóstol. Es que la verdad transmitida por tradición no es palabra de hombres, ni tampoco opinión privada del Apóstol, sino palabra de Dios. Ahora bien, la palabra de Dios que nos ha sido transmitida no está a nuestro arbitrio, de modo que podamos quitar o añadir a nuestro talante. La comunidad debe someterse con obediencia a la palabra. Entonces se mantiene fiel al mensaje de Cristo. «Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que recibisteis, en el cual os mantenéis firmes, y por el cual encontráis salvación, si es que conserváis la palabra que os anuncié» (ICor 15,1s). El Apóstol mismo, en su calidad de mensajero de Cristo, está totalmente obligado a la tradición: «Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí...» (lCor 15,3). La instrucción apostólica en la tradición se efectúa en dos formas: en la predicación y en los escritos pastorales. El Apóstol llegó a la ciudad y anunció allí por primera vez el nuevo mensaje. Hubo gentes que creyeron. Así surgieron las comunidades. Con sus cartas hubo Pablo de seguir instruyendo en la fe las comunidades recién fundadas y tener a raya eventuales errores o abusos, cuando él mismo o sus colaboradores no podían visitar personalmente las comunidades. A este género de los escritos pastorales debemos nosotros el Nuevo Testamento. Éste contiene por escrito la tradición del mensaje salvador de Dios en Jesucristo. 16 Y el propio Señor nuestro Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio, en su gracia, una consolación eterna y una maravillosa esperanza, 17 consuelen vuestros corazones y los afiancen en toda obra buena y palabra buena. Ahora bien, el anuncio del mensaje de salvación no es una comunicación impersonal. Se efectúa siempre con entrega personal. Así, en el mensaje de salvación que nos transmiten los escritores bíblicos, están incorporadas también las peculiaridades personales. Transmisión y tradición es una confesión enteramente personal de la palabra de Dios. Los escritos del Apóstol son escritos de profesión de fe. Su modo ejemplar de vivir hace creíble la buena nueva. Pablo, pastor de almas, añade inmediatamente a la exhortación a la fidelidad una oración por la comunidad. Dios mismo ha de sostener con su fuerza este empeño y la buena voluntad de la Iglesia. Un colaborador del Señor debe constantemente tener presentes en sus oraciones a las comunidades, a fin de que la obra comenzada pueda también llevarse a término. El Apóstol presenta su oración en forma solemne. Es probable que aquí utilice un modo de hablar usado ya y consagrado en el culto de la Iglesia primitiva. Así rogaban las comunidades unas por otras. En esta forma de plegaria se halla el nombre de Jesucristo al principio de la intercesión. El Apóstol quiere subrayar aquí la economía de la salud. Sólo por Cristo llega el cristiano al Padre. Del Padre recibimos amor, consuelo y esperanza, pero esto siempre por Jesucristo. Así se sitúa él siempre entre nosotros, los hombres, y el Padre como mediador y salvador. Aquí -en una de las cartas más antiguas del Nuevo Testamento- confiesa Pablo la divinidad de Cristo. A él nunca le cupo la menor duda de que el Hijo de Dios había venido al mundo y que así podía realmente otorgar a los hombres vida y salvación. Nuestra salvación se basa en el amor del Padre. Este amor puede experimentarlo la comunidad en toda tribulación. Lo recibimos con nuestra vocación. Luego, una y otra vez con las diferentes mociones de su gracia. El amor de Dios se manifiesta también en el hecho de que Dios se abre a los pecadores y les muestra un nuevo modo de vida lleno de sentido. Signo de verdadero amor es la buena disposición para hacerlo todo por el amado. Dios nos mostró su amor en su Hijo, que dio su vida por sus amigos. En este amor de Dios puede el hombre cobrar alientos y regocijarse. El amor de Dios se realiza en consuelo y esperanza. Precisamente mediante la verdad transmitida por tradición recibimos fuerzas para mantenernos firmes en nuestro estado. «Todo lo que se escribió previamente, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que, por la constancia y por el consuelo que nos dan las Escrituras, mantengamos la esperanza» (Rom 15,4). El cristiano recibe un consuelo permanente levantando los ojos a Dios, que otorga su amor. Así cobra sentido toda su existencia. Todas las cuestiones apremiantes reciben respuesta si se miran en el sentido de Dios. El que presta oído a la palabra de la tradición ve con claridad, comprende el tiempo y sabe del futuro. Permanece en la situación presente, en medio de su dureza. Es que para él todo es sencillamente tránsito para pasar a la unión definitiva con Cristo. Todo cobra sentido si se piensa que un día tendrá lugar la reunión con Cristo. Así el «Dios de todo consuelo» (2Cor 1,3) otorga al hombre el único consuelo verdadero. El cristiano se consuela mirando al futuro. Todo acabará bien. En la gracia y en el amor de Dios tenemos ya desde ahora una prenda de la gloria futura. Pero al fin seremos acogidos en los esplendores de su gloria. Esta mirada al futuro es la esperanza del cristiano, que lo alegra en el tiempo presente. En el consuelo y la esperanza son fortalecidos los corazones de los creyentes. Ya no tienen por qué desanimarse. Quizá muchos hombres no entenderán esta forma de vida. Nada puede quitar en realidad la alegría al creyente, aunque, al parecer de las gentes que aprecian su vida con los criterios de este mundo, no tenga motivos para reir. En este gozo profundo era el Apóstol modelo para su comunidad. «Lleno estoy de consuelo y me desbordo de alegría en toda clase de tribulación nuestra» (2Cor 7,4). En esta fuerza y en esta alegría que viene del Señor puede el cristiano cumplir el mandato de Cristo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Esta actitud se pone de manifiesto en la obra buena y en la palabra buena. La vida cristiana no se realiza con esfuerzos convulsos de la voluntad. El amor de palabra y de obra es más bien fruto de un corazón consolado, esperanzado y gozoso. Así el Apóstol pide primero en su oración los fundamentos de una fe auténtica, sana, y sólo después la debida actitud de palabra y de obra.
Posted on: Tue, 27 Aug 2013 20:32:43 +0000

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