El imaginario es muy divertido a la hora de explicar los nombres - TopicsExpress



          

El imaginario es muy divertido a la hora de explicar los nombres de lugares cuando estos se originan en otras lenguas. Una vez en Nepeña me dijeron que el inca se detuvo en ese valle ancashino y ante el espectáculo de las rocas gigantescas encaramadas sobre los cerros, dijo, "ne peña se mueve acá". En Colombia un guía turístico de los más emperifollado me quiso convencer de que el cafetalero pueblo de Aquitania tiene en su nombre una expresión chibcha que significa "aquí tenemos de todo", por la feracidad del verdísimo valle. Acabo de estar en Aija, una capital provincial ancashina a la que subí por Huarmey. Un aijino que vive en la costa me explicó gentilmente que el nombre Aija podría provenir de la expresión de una visitante ensimismada por la belleza del lugar, cuando le dice a su compañera de viaje, "ay hija, esto es maravilloso". De "ay hija", quedó Aija. No importa, lo cierto es que para llegar a Aija desde Huarmey vas subiendo por una inmensa quebrada que en el tránsito de costa a sierra baja está envuelta por las mañanas en una neblina azul añil, no lo exagero, y mientras manejas con los huevos de corbata, vas viendo en los laterales de la carretera a los tejedores de esteras en plena faena, en el espacio intermedio entre la imaginación y la alucinación. Luego vienen las sierras altas, los cañones profundos que curiosamente muestran bromelias a tres mil metros sobre el nivel del mar, las chacras en las laderas de los cerros que arman una colcha de abuelita, con sus verdes, sus morados, sus tonos siena que dan los cultivos de cebada. Lo haré breve. En Aija -tierra de Santiago Antúnez de Mayolo- vive a sus 91 años don Leoncio Maguiña. Su casa sigue la pendiente del cerro en el que se levantó el pueblo durante el virreinato, debido a lo cual todo en Aija desafía la ley de la gravedad. Está hecha la casa de cuartitos de puertas enanas y techos muy bajos, que se unen a través de escaleras diminutas, de modo que mientras paseas por ese interior sientes que vas entrando a un laberinto que no sabrás cómo remontar. Don Leoncio es aijino, salió de su tierra joven y vino a Lima a estudiar. Se metió a Bellas Artes en los cincuentas y se volvió discípulo predilecto de Quispez Asín. Sus ideas políticas lo llevaron de la mano al muralismo, y en ese lenguaje se especializó. Lo notable del caso es que uno entra a la casita por un portón viejo, que se cierra por las noches con un tremendo tronco, y lo que encuentra es una pequeña pradera de maíces de todos los colores puestos a secar. Hay que decir que en el valle de Huarmey Duccio Bonavia descubrió las primeras evidencias de la domesticación del maíz en territorio peruano, cuatro mil años de data. Desde siempre la chicha huarmeyana ha sido la mejor de todo el Perú, yo la he tomado mil veces, y aún cuando esa bebida me manda al baño en cinco minuto y por eso no la consumo, en estos pagos de Ancash la he disfrutado como si fuera un cognac. Bueno, pues, ahí están los maíces, para mote, para cancha, para chicha. Y ahí está don Leoncio, pequeñito y paradito, como el hombre más elegante de la Tierra, con sus mejillas tersas, sin una sola arruga, sus ojitos vivísimos y sus perfectos modales provincianos. No escucha bien pero nada, es cosa de hablar fuerte. Don Leoncio nos introduce en el laberinto de su casa, que desde la segunda fachada muestra el horror al vacío que iremos descubriendo en cada rincón de ese desafío a la gravedad. Murales que reproducen la iconografía chavín y chavinoide, wari, tihuanaco, y las más norteñas, moche y sicán. Muy cerca, enormes murales de un puntillismo perfecto, donde se lanza el renacimiento del Perú luego de una honda caída en la degradación, la injusticia y la corrupción. Y al costado, otro mural que representa la fiesta de Santiago, con sus pallas y sus ollones de sopa. No hay un retazo de pared ni de techo libre de las pinturas de don Leoncio. Volteas y te encuentras con una composición en la que están Ghandi, Cristo, el Ché, Velasco, Mao, Lenin, Marx. Más allá, el retrato de su dormitorio, a la manera de Van Gogh. Decenas de óleos en técnica cubista pero con raíces en los íconos que se muestran en Puncurí y en los alucinados relieves de Pañamarca. Estás dentro de un cuarto que parece de juguete y cuando te das cuenta, todo tu pequeño universo está trazado de color, forma, abstracción, ideología, visión, ingenuidad, calidad artística, confusión, trabajos de escuela de cuando los modelos posaban con tabarrabos, retratos bellísimos de las mujeres de la familia, un florero lleno de gladiolos colocado en el vano de una puerta y, de a verdad, no pintada, una ventanita con reja de fierro que se asoma al valle aturullado de eucaliptos, con un inmenso cerro de fondo, que es imantado, y del que se dice que alguna vez atrajo una avioneta hasta hacerla estrellar, pero es que es su naturaleza y no lo pudo evitar. Te puedes pasar las horas de las horas conversando, a los gritos, con don Leoncio, y a ese anciano pintiparado, encantador, inteligente, le escucharás decir que su mujer y él y todos los aijinos solo se alimentan con "comida autárquica"; es decir, la que ellos producen, puesto que los alimentos tienen tu misma identidad, son parte de tu mundo y por eso, solo pueden hacerte bien. Y te hablará de la minería, la legal y la ilegal, y los daños a la Tierra, y de pronto, te verás ante un trabajo de escuela, una hermosa chola gorda recostada sobre un murete, que don Leoncio rescató recién este año de sus archivos, y volvió a componer las figuras para dar una nueva versión, menos clásica, más popular. Quizás más a la altura de la mirada de un hombre de 91 años sobre la mujer. Un hombre que renunció a una beca para ir a Francia, que no quiso tampoco quedarse en Lima, que apenas terminó sus estudios en Bellas Artes se volvió a Aija, donde vive con su esposa ("los dos teclos solitos"), en esa casita que parece un dibujo imposible de Escher. 3200 metros sobre el nivel del mar, el clima es una bendición. Las calles empedradas y empinadas obligan a ejercitar las piernas y los pulmones. Don Leoncio sabe exactamente lo que pasa en el mundo y está muy al tanto de las miserias del Perú, en un lugar donde los diarios no llegan pero si te asomas al enorme balcón que tiene la plaza de armas al valle, descubrirás que es perfectamente posible vivir una vida entera desafiando las leyes de la gravedad.
Posted on: Thu, 12 Sep 2013 13:10:09 +0000

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