El novelista norteamericano Ernest Hemingway, premio Nobel de - TopicsExpress



          

El novelista norteamericano Ernest Hemingway, premio Nobel de Literatura, tenía dos casonas: una de altos y bajos en Key West (Cayo Hueso para los cubanos); la otra, de una sola planta, más chica pero muy linda también, pegadita a La Habana, próxima a un pueblito llamado San Francisco de Paula. En ambas casas el escritor se reveló como un hombre excéntrico y narcisista. La presencia sucesiva de sus cuatro esposas estaba borrada, y él, su imagen personal, sus gustos, sus caprichos desbordaban ambas residencias. Así, en la de Key West yace su reacción ante la piscina que una de sus esposas le mandó a construir durante uno de los viajes de él al extranjero. A su retorno encontró la piscina terminada, y al saber que le había costado 20 ó 25 mil dólares, exclamó, desesperado: “Has gastado mi último centavo”, y ese centavo último lo enterró bajo un cristal cerca de la piscina. En esa casa, convertida en museo tras su fallecimiento, se conserva todavía un alto puente tembloroso de madera que conducía hacia la construcción donde el novelista se encerraba a escribir. Tal parecía ese puente recortado de una película sobre África y presto a caerse de un momento a otro. Por el extenso jardín pululan muchos gatos, herederos de los que acompañaron al escritor. Llegué por primera vez a la casa próxima a La Habana, abierta ya como museo al público, en una tarde tranquila de 1968. No había visitantes allí, porque en aquel tiempo no iban turistas a Cuba. Por una esquina del jardín oloroso a jazmines, apareció un hombre de mediana estatura, mestizo, ancho y sumamente amable. Dijo que se había criado en esa casa, muy apegado al escritor y a la esposa, y al nacionalizarla \tras la partida hacia los Estados Unidos de la familia de Hemingway, los interventores lo habían dejado allí como guía. La casa parecía habitada aún por su amo, abierta toda a la brisa del entorno. Conservaba la atmósfera que le había dejado su dueño, la mesa puesta con fino mantel y flores entre los cubiertos, y en el bar las bebidas que acostumbraba a tomar. Cincuenta gatos caminaban por el jardín, igual que cuando Hemingway vivía. La piscina estaba limpia, y el guía dijo que Ava Gardner, entonces la actriz más bella de la pantalla, acostumbraba a visitar al escritor y a su esposa y se bañaba allí desnuda, lo que despertaba la apasionada curiosidad de los hombres de los alrededores, que se asomaban a mirarla desde el otro lado de la cerca. Cuando iba a pasear en el auto de Hemingway, Ava se quitaba los zapatos. EL salón de esgrima estaba en una construcción cercana a la casa y más allá había una torre de varios pisos donde Hemingway planeaba encerrarse a escribir cuando tenía visitantes, sobre todo venidos de Hollywood, lo cual era frecuente . No se sintió cómodo en la torre, que lo condenaba a la soledad, y la abandonó. En uno de los pisos estaba la piel de una leona a la que él mismo había matado a tiros en África porque había dado muerte a un niño. La encerró allí para castigarla. En la casa, la habitación de Hemingway estaba al extremo opuesto de la que cobijaba a su cuarta esposa. La cama estaba llena de revistas y conservaba los espejuelos del amo. La máquina de escribir estaba sobre un mueble y Ernest escribía ante ella de pie. Se levantaba a las cinco de la mañana, hacía ejercicios, se sumergía en la piscina y en el baño conservaba el peso de su cuerpo anotado por él mismo cada día, llenando una pared entera. En distintas habitaciones había imágenes de la Virgen de la Caridad, santa patrona de Cuba. Los cuadros originales habían sido negociados por la familia con el gobierno a cambio de la salida de la Isla. En los alrededores de la casa pululaban en vida de él, los muchachos pobres hijos de los vecinos a los que regalaba dinero. Sobre una estufa yacían, estrujadas, siete fotos en blanco y negro de Ingrid Bergman que el guía había recogido del jardín un día en que la esposa las había echado por una ventana alegando que, en la casa de un hombre casado una sola foto de una mujer bonita era un peligro, y siete de la misma mujer, era algo insoportable. Recordé que en varias de sus novelas Hemingway mencionaba a Ingrid Bergman en algún momento como un homenaje galante. El amo vestía siempre short, y calzaba sandalias que se conservaban todavía. Después de escribir hasta mediodía almorzaba, se ponía una camisa y se iba al bar “Floridita”, de La Habana, para empezar a ingerir bebidas alcohólicas. Se me ocurre que quizás esos eran los momentos en que planeaba sus novelas. Como una proyección de sí mismo, sus personajes bebían bastante. En el “Floridita” permanecía hasta la noche. Aquella visita al que fue hogar de Hemingway me inspiró el poema que les traigo. Cuando volví, la casa no era la misma: había perdido su intimidad por el asalto de los turistas y de los visitantes cubanos. El guía se había ido de la Isla, reclamado por la familia del escritor y la huella de Hemingway se había ido borrando entre el ir y venir de la gente. En aquellos mismos años sesenta estuve en la basílica que guarda la imagen original de la Virgen de la Caridad, hallada por tres náufragos muy humildes sobre las olas del mar embravecido por una tormenta. La imagen fue rescatada por ellos, que se salvaron porque sus invocaciones calmaron las aguas. Sobre una pared había muchas imágenes diminutas de piernas, brazos, manos… que agradecían milagros recibidos. Entre ellas estaba una medalla de los Premios Nobel. Le pregunté a una monja quién había dejado allí esa medalla y me dijo que Hemingway en persona. La basílica está en el campo, cerca de la segunda capital de la isla: Santiago de Cuba, colonial y heroica, de donde han brotado las revoluciones y protestas políticas del país, incluída la de Fidel Castro, porque los hijos de Santiago de Cuba han sentido siempre una gran responsabilidad para con la patria. Fudek manipuló ese sentimiento colectivo en favor suyo al mostrarse como el héroe de todas las reivindicaciones futuras ante los males del país que exageró con creces. Aquí les dejo mi poema, que intentó recoger la imagen de un hombre famoso; un hombre que supo crear la imagen espectacular de sí mismo para regarla por el mundo y hacerla convertirse en un mito: LA CASA DE ERNEST HEMINGWAY SE ASOMA A LA HABANA ¡Ah, qué vieja casona ésta de Hemingway perfilada de gris sobre la tarde triste, entre los flamboyanes, las rosas y los tilos que perfuman la sombra de su torre tan firme. En su sala, entre copas de baccarat finísimo la mesa puesta espera el retorno del amo en una eternidad de relojes sin días donde un amigo evoca su bello anecdotario. Las tigresas muertas se fatigan de ausencias, los toros aún desangran sus viejas estocadas. Las botellas de whisky conservan las esencias que animaron los diálogos en las horas pasadas. Por el parque de pronto estremecida cruza Ava Gardner desnuda buscando la piscina, Y el rostro de Ingrid Bergmann, misterioso, susurra desde el despacho un lento rosario de caricias. Las mariposas tejen su aliento entre los tilos con ronda de palomas blancas en la distancia. Y el asombro de ignotos visitantes contempla la historia de este mundo en dos viejas sandalias. Por un rincón lejano, junto al salón de esgrima, más allá de las palmas, las rosas, los jazmines un auto medio oculto recuerda la presencia de algún viajero mudo que cruza los jardines. Y mientras, con sus hojas que el tiempo hace amarillas, El libro de las firmas se mece sobre el viento, Alguien, gentil, se acerca regalando una orquídea Y la tarde se esconde detrás de los aleros.
Posted on: Sun, 01 Dec 2013 03:54:42 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015