El uso de la fuerza militar en Sudamérica: Consideraciones para - TopicsExpress



          

El uso de la fuerza militar en Sudamérica: Consideraciones para el militarismo y la integración regional Agenda Estratégica La integración regional y el multilateralismo sudamericanos cuentan hoy con un creciente apoyo institucional. Sin duda, los Gobiernos latinoamericanos han buscado alcanzar sinergias que contribuyan a generar el crecimiento de las instituciones multilaterales de integración regional y su profundización. A pesar de que Sudamérica está avanzando en este propósito, existen una serie de interrogantes y asuntos de debate vinculados a dicha consecución. Una de estas interrogantes gira alrededor del uso de la fuerza militar en el siglo XXI y, en especial en el contexto de una Sudamérica cada vez más unida. A su vez, y en relación a una coyuntura de seguridad ciudadana cada vez más importante, el uso de la fuerza militar da lugar a variados debates respecto a su rol en un contexto doméstico e interestatal, ahora más dinámico. Mientras se reduce el número de conflictos internacionales, donde la fuerza militar es un factor evidentemente clave, se incrementan las demandas ciudadanas de mayor seguridad interna, y hasta del involucramiento militar en aquellos problemas que afectan la convivencia social. De cierta forma, parecería que los ciudadanos demandan la acción de una herramienta que ven infrautilizada ante la falta de guerras. En democracia, estas demandas son líneas cuyo nivel de respaldo ciudadano podría convertirlas casi directamente en políticas públicas. Sin embargo, la comprensión y gestión del tema de Defensa Nacional genera desafíos para toda democracia. Por tomar un ejemplo, Alexis de Tocqueville (2003) señalaba que el crecimiento de las instituciones democráticas, así como del comercio internacional, reducía los entornos que ubicaban a la guerra como una herramienta estatal de solución de controversias. Pero el mismo filósofo francés resaltaba que “la guerra es una ocurrencia a la cual todas las naciones están sujetas, naciones democráticas así como otras” (De Tocqueville, 2003: 629). La reflexión de Tocqueville lleva a tomar en consideración un aspecto de la naturaleza de la guerra: a mayor democratización de la decisión de usar la fuerza militar, mayor probabilidad de resistencia a afrontar los costos de esta decisión (Bellamy, 2009: 138)1. La guerra ha sido un elemento activo de las Relaciones Internacionales y, la fuerza militar ha sido un elemento que, en esa materia, tiene un rol muy claro: ser la herramienta principal mediante la cual proyectar una política realista o Realpolitik, sujeta a situaciones de competencia interestatal no cooperativa. La fuerza militar es uno de los estímulos usados para disuadir o influir en las decisiones y preferencias de un actor cuando sus objetivos afectan intereses de otros. El asunto se vuelve aún más problemático cuando se examina la naturaleza per se de la guerra. El aforismo de Von Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios” (1984: 13), es mucho más complejo de lo que se puede elucubrar a primera vista. De acuerdo a Brian Orend, profesor de Filosofía de la Universidad de Stanford, se trata de un conflicto de gobernanza común entre los Estados (Orend, 2008). Esto lleva a considerar que: hay una relación permanente entre los asuntos de gobernanza común interestatal y el uso de la fuerza militar como herramienta política. La guerra, de cierta forma, es un costo y una posibilidad latente que deben estar dispuestos a asumir los Estados al coexistir internacionalmente para preservar su soberanía. Es por ello que, a pesar de que las demandas ciudadanas para un redireccionamiento del empleo de la fuerza militar tendrían quizá una alta legitimidad social, esta decisión representa un dilema estratégico que no se puede tomar solo considerando el nivel de respaldo ciudadano. Entendiendo que, dentro de los asuntos conflictivos que afectan la gobernanza común interestatal, la fuerza militar es una herramienta política cuya presencia puede ser un elemento de equilibrio en el procesamiento de estos conflictos; ¿qué pasaría si este factor es drásticamente alterado o removido? Si bien es cierto que, en un mundo cada vez más interconectado, se han reducido los episodios de conflictos en los que la guerra es una herramienta de atractivo uso, ¿qué implicaciones interestatales habría si se altera el carácter decisivo de la fuerza militar? Este artículo se propone aportar algunos elementos estadísticos y teóricos para ayudar a responder estas preguntas. Se han usado estadísticas elaboradas en el Estudio de la Universidad Casa Grande: El uso de la fuerza militar en la resolución de conflictos interestatales y el Ecuador. Una mirada cuantitativa; estas, a su vez, fueron recopiladas por el proyecto “Correlates of War” de la Universidad de Michigan en EE.UU. En el plano teórico, se han reconsiderado ciertos elementos realistas para evaluar los principios de Relaciones Internacionales que plantean el rol clásico de la fuerza militar. CONSIDERACIONES SOBRE LA FUERZA MILITAR Y LOS CONFLICTOS INTERESTATALES Hoy en día, existe suficiente evidencia estadística para afirmar que la guerra es menos frecuente y determinante que antaño (Pollins, 2004). En Sudamérica se augura una era de paz, donde es lógico redefinir, tanto el objetivo de la fuerza militar, como su rol dentro de la política estatal, en general. Sin embargo, existen aspectos conceptuales, teóricos y políticos a reconsiderarse antes de tomar decisiones en base a expectativas que no necesariamente guardan una estrecha relación con la realidad. Para empezar, hay que replantear el concepto convencional de la guerra. Carl Von Clausewitz afirmó que la misma no era otra cosa que un duelo extenso, donde se usaba la fuerza para, políticamente, imponer una voluntad y, militarmente, desarmar al enemigo (1984: 22-39). Esta clásica visión asignaba a la guerra una naturaleza instrumental, en tanto que no es necesario llegar a la intensidad de la Guerra Total para conseguir su fin: imponer una voluntad política. El general prusiano explica que la fuerza militar debe aplicarse progresivamente “para obtener preponderancia, o, en el caso que no tengamos los recursos para esto, hacer nuestro mejor esfuerzo para incrementarlos lo más alto posible” (Von Clausewitz, 1984: 26). Se deja abierta la posibilidad de alcanzar el fin instrumental de la Guerra Total mediante la aplicación de la fuerza militar en niveles de menor intensidad. Cuando se debate al respecto, y en el contexto de una Sudamérica en vías de integración, es necesario ver al fenómeno como un todo, no solo a su máxima evolución: la Guerra Total interestatal2, que –de hecho– está casi extinguida en Latinoamérica, pero que no es la única expresión de la influencia que puede tener la guerra. De acuerdo a Brian Orend, el concepto de guerra hace referencia al uso de la violencia para contribuir a un fin político determinado, quebrantando, en palabras del mismo Clausewitz, “la voluntad de un actor” (Von Clausewitz, 1984: 25).Refraseando a Orend, esta violencia se usa como elemento estratégico dentro de la confrontación de gobernanza común interestatal (Orend, 2008). Las Relaciones Internacionales, como campo de estudio, han consagrado dos distintas visiones sobre la interrelación entre guerra, fuerza militar y conflictos interestatales. Por un lado, la visión realista argumenta que el poder es el hilo conductor de las relaciones entre Estados, donde se han generado ideas como la Política de Poder. Por el otro lado, la visión idealista enfatiza al Derecho Internacional como el hilo que debería conducir las relaciones internacionales. En esta corriente, el uso de la guerra o la fuerza militar se produce dentro de las reglas y canales establecidos por la Carta de las Naciones Unidas. Concretamente, para Sudamérica, este principio se elabora en mayor detalle dentro de tratados multilaterales como el Pacto de Bogotá de 19483. El factor común de estos instrumentos es su adherencia al principio del Ius Ad Bellum4 como mecanismo para determinar la ‘legalidad’ de una guerra. Sin embargo, hay limitaciones teóricas y políticas en esta corriente. A nivel teórico, el modelo falla al tomar en cuenta aspectos geopolíticos que no permiten cumplir los prerrequisitos para recurrir a una guerra en el conflicto interestatal. Quizás la mejor explicación de esta carencia la hace Willian Pfaff, cuando afirma que el Consejo de Seguridad, canal establecido por la ONU para procesar los conflictos interestatales, “funciona solo cuando las principales potencias representadas en el Consejo de Seguridad quieren que funcione. Ninguna de ellas ha cedido un palmo de su soberanía y ninguna de ellas piensa hacerlo” (Pfaff, 1994: 191). A la crítica se suman hechos militares concretos ejecutados fuera de este marco. El ataque de Rusia a Georgia en el 2008, de Colombia a Ecuador el mismo año –en Angostura– y la invasión de EE.UU. a Iraq en el 2003 son eventos que demuestran cuán escaso es el apego de la vía idealista sobre la guerra, a la realidad. En consecuencia, es pertinente -y necesario, también- considerar los planteamientos realistas respecto a la guerra y el conflicto interestatal. Cuando los atenienses, durante la guerra del Peloponeso, quisieron invadir la isla de Melos, explicaron que el “Derecho, como el mundo va, es solo una preocupación entre iguales en poder, mientras que el fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo que debe” (Tucídides, s/f). Se plantea, entonces, que el uso del poder es el principal elemento de las relaciones internacionales, y la guerra es la máxima expresión de una herramienta estatal fundamental: la fuerza militar. De igual manera, establece que las opciones políticas de los ‘fuertes’ son siempre más flexibles y variadas respecto a aquellas de los que son ‘iguales’ en poder. Debido a que el realismo examina el mundo por como es y no por como quisiéramos que sea (Goldstein, 1994), su explicación sobre la interrelación entre guerra fuerza militar-conflicto busca, en definitiva, estar más apegada a lo concreto. En este sentido, Henry Kissinger sostiene que la fuerza militar se usa dentro de conflictos internacionales, donde las acciones políticas de uno afectan los intereses nacionales del otro. En el realismo, la fuerza militar es una herramienta que se maneja en varios niveles de intensidad, desde el más alto (guerra) hasta los más bajos (demostraciones verbales o prácticas de fuerza), y se enmarca en estrategias guiadas por intereses nacionales (Kissinger, 2001: 802). Este ex político norteamericano también explica que, en el mundo pos-Guerra Fría, los Estados buscan en la práctica el equilibrio de poder interestatal, usando una serie de medidas coercitivas y cooperativas para influir en las decisiones estatales. El objetivo es activar el mecanismo que obligue al competidor a escoger el conducirse de una determinada manera. Goldstein afirma que los Estados despliegan dos tipos de medios: unos representan los pacíficos, y otros “representan los medios violentos. Estos ponen a marchar los ejércitos y a volar a los misiles” (Goldstein, 1994: 179). Para el realismo, el rol de la guerra y de la fuerza militar es funcionar como estímulo de negociación para circunstancias no colaborativas entre Estados, de manera muy similar a lo planteado por la Teoría de Juegos. En otras palabras, y de acuerdo a Pyndick y Rubinfeld, existen juegos donde los actores tendrían objetivos que no podrían ser alcanzados por colaboración (1998: 476-489). La Guerra Fría probó la representatividad de este modelo de relacionamiento, al diseñar políticas que mantuvieron un equilibrio adecuado entre los competidores de este episodio histórico5. Este planteamiento podría encontrarse con el lugar común del cambio de época que se vivió al final de la Guerra Fría, cuando inclusive se llegó a plantear el fin de la historia, pues se creía que la ‘muerte’ del marximismo-leninismo significaba la masificación de los mercados a nivel internacional y la reducción de conflictos interestatales (Fukuyama, 1989). Sin embargo, Kissinger (2001) recordó que las épocas pueden cambiar, pero los principios de las relaciones internacionales se mantendrán siempre inmutables. Así, el planteamiento realista puede estar, quizá, más ajustado a la cotidianeidad internacional. Recapitulando, la fuerza militar es un estímulo para influir en los conflictos interestatales donde se desea que un actor mantenga una conducta predeterminada y su uso tiene graduaciones de intensidad, que pueden llegar hasta la Guerra Total. Claro está que la aplicación de este estímulo se somete a las limitaciones de legitimidad que establezca la comunidad internacional y doméstica. Toda esta reflexión teórica encuentra cierto sustento en las estadísticas. De acuerdo a la información sistematizada por la Universidad Casa Grande de Guayaquil, y tomada, a su vez, de las bases de datos del proyecto Correlates of War (COW) de la Universidad de Michigan, en Sudamérica la fuerza militar permanece como una herramienta en las relaciones interestatales. Este uso, sin embargo, se ha manifestado en menor intensidad que la Guerra Total. Los hechos demuestran que los augurios de paz, sobre los cuales se está redefiniendo drásticamente el rol de las fuerzas armadas en Sudamérica, no están necesariamente apegados a la realidad. Se puede, entonces, vislumbrar algunos elementos de interés. En primer lugar, es un hecho que el fin de la Guerra Fría fue sucedido por un incremento importante en el uso de la diplomacia para solucionar los problemas interestatales sudamericanos. Sin embargo, también es cierto que se recurrió al uso de fuerza militar de menor intensidad. En realidad, existe una diferencia de setenta puntos porcentuales entre el crecimiento de ambas medidas, lo que significa que la fuerza militar se mantuvo como una herramienta estatal, y que superó con creces al uso de la diplomacia. Es notorio que, de acuerdo a los datos metodológicos de COW, las categorías mencionadas tienen significados muy prácticos (Jones et al., 1996: 163-215; Faten Goshn et al., 2004: 133-154). Para COW, las acciones de no hostilidad involucran todas las medidas estatales no violentas utilizadas para resolver las Disputas Militares Interestatales (DMI) que el proyecto recopiló. Mientras que las medidas de Demostración de la Fuerza involucran todas las acciones militares que van desde las muestras de fuerza militar (una maniobra o ejercicio conjunto militar) hasta la violación de fronteras interestatales. Si tenemos estos significados en cuenta, la fuerza militar fue utilizada 320% más que en el periodo1989-1999, y casi en 100% más ocasiones que las medidas no violentas. Otra observación importante es la variación de casos que COW contó como DMI. De acuerdo al proyecto, una DMI “son casos históricos unificados de conflicto donde la amenaza, demostración o uso de la fuerza militar cerca de la guerra por un Estado está explícitamente dirigida hacía un Gobierno, representantes oficiales, fuerzas oficiales o territorio de otro Estado. Las Disputas están compuestas de incidentes en un rango de intensidad, desde amenazas de usar la fuerza hasta combate cerca del nivel de intensidad a la guerra” (Jones et al., 1996: 163). Por tanto, los casos observados tienen relevancia al momento de compararlos con las premisas teóricas antes expuestas. De 24 DMI contabilizadas por COW entre 1989-1999, se pasó a 42 casos en 1999-2010. En porcentaje, un crecimiento de 75%. Esto evidencia una situación que genera interrogantes respecto a la situación de la paz en Sudamérica y la efectividad de las instituciones multilaterales que para este propósito se han creado. En adición, todas estas acciones militares son de menor intensidad que las acciones preponderantes en 1989-1999. Durante este período, 14 de las 24 acciones militares de las DMI involucraban uso activo de la fuerza militar de manera focalizada. Es por ello que, la reducción significativa de estas medidas en el período 1999-2010 apunta a una mayor estabilidad en el continente y una relativa pacificación de los mecanismos para procesar desacuerdos interestatales en Sudamérica. REFLEXIONES SOBRE EL USO DE LA FUERZA MILITAR Existe concordancia entre los enunciados teórico-conceptuales y los datos estadísticos desplegados. No obstante, no se intenta afirmar que el realismo es la escuela que se ajusta más a las relaciones internacionales. Lo expuesto solo permite vislumbrar que Sudamérica atraviesa por una coyuntura de seguridad y de balance militar, intra-extra regional, que debe considerarse a la hora de definir el nuevo empleo de la fuerza militar en el siglo XXI, y en un marco de integración regional cada vez más avanzado. Esta coyuntura no necesariamente guarda conexión con las premisas sobre las cuales parecen redefinirse los roles militares en la región. Para empezar, es claro el hecho de que, a pesar de que las estadísticas no evidencien guerras, la fuerza militar sigue siendo un elemento importante en el balance de poder internacional en Suramérica. Además, el comportamiento de las cifras da una fuerte base empírica a Von Clausewitz, quien sugiere usar la fuerza militar progresivamente, en torno a una estrategia que ‘quebrante’ la voluntad del adversario. Para Clausewitz, más importante que ‘desarmar’ al enemigo por medios directos y violentos, es quebrar su voluntad. En este sentido, hay que considerar que Clausewitz ha sido malinterpretado frecuentemente (¿a propósito?), también por militares. Se ha supuesto que las máximas de Von Clausewitz implicaban priorizar el fin militar sobre el fin político, una interpretación fatalmente errónea. De acuerdo a Lidell Hart, esta idea se originó en los altos mandos militares alemanes de la Guerra Franco-prusiana de 1870, y de allí se expandió, como lo haría un virus, a través de los ejércitos del mundo6. Tanto Lidell Hart como Brian Orend han rescatado que el propósito principal de Clausewitz era argumentar que la fuerza militar debía usarse progresivamente, dentro del marco de permisividad generado por el contexto nacional, el internacional y las prioridades políticas gubernamen tales, así como estatales. En pocas palabras, una correcta lectura del pensamiento de Clausewitz es coherente con aquellos datos que, precisamente, evidencian que la fuerza militar sigue usándose, pero de una forma progresiva, y priorizando, más que un logro militar, el logro de fines políticos. Básicamente, las estadísticas demostrarían tres cosas: la diplomacia se ha incrementado, la guerra es un hecho extraño en Sudamérica y la fuerza militar aún sería más usada que la diplomacia, cumpliendo un rol de negociación importante –como lo vislumbran autores como Henry Kissinger, Brian Orend y Joshua Goldstein. Estos hechos no necesariamente tienen implicaciones negativas para los objetivos de paz que se persiguen en el continente. Las estadísticas permiten apreciar que la fuerza militar no se usa como herramienta principal, sino complementaria y auxiliar, cumpliendo un rol de estímulo, similar a lo que plantean enfoques como la Política del Palo o la Zanahoria. Retomando el caso de Uruguay y Argentina, el despliegue de la fuerza naval y terrestre uruguayas fueron el ‘palo’, mientras que sus negociaciones diplomáticas sirvieron de ‘zanahoria’, dos estímulos cuidadosamente orquestados por Uruguay para condicionar las decisiones argentinas. Es, entonces, esencial complementar estímulos coercitivos y colaborativos para disponer el comportamiento de los participantes del juego. La disuasión sigue siendo, entonces, un aspecto fundamental para asegurar la paz. Un asunto de debate, y que no será clarificado por este artículo, es la implicación de un cambio radical en el empleo de las fuerzas militares en torno a una coyuntura regional, donde la disuasión común parece contribuir a la paz. Sin embargo, los datos mostrados permiten apreciar dos cosas: 1) la disuasión tiene una trascendencia innegable, y 2) la cantidad de disputas militares podría variar significativamente si este elemento fuera repentinamente alterado. EE.UU. y Canadá juntos tienen muchas menos DMI que Sudamérica; esto a pesar de que todavía usan y muestran la fuerza en cantidades que superan a las veces en que recurrieron a la diplomacia para zanjar una DMI. Se puede colegir un comportamiento donde resalta el rol que tendría la disuasión a la hora de reducir las confrontaciones interestatales. Sudamérica no ha vivido guerras interestatales y usa más la diplomacia, pero tiene más DMI; EE.UU. y Canadá mantienen altos números en cuanto al uso de la fuerza, pero tienen menos DMI. ¿Qué pasaría con este comportamiento si EE.UU. y Canadá no se preocuparan por mantener altos niveles de disuasión? Si la Teoría de Juegos es aplicable, los actores buscan maximizar su utilidad en función de lo que hacen sus contrincantes (Pyndick y Rubinfeld, 1995: 458). De esta manera, si unos actores redujeran sus estímulos coercitivos para que otros no usen la fuerza contra ellos, es claro que las confrontaciones aumentarían, toda vez que es más fácil confrontar al actor que reduce su disuasión. Claro está que este cálculo racional siempre se sujeta a los techos de legitimidad doméstica e internacional que pueden existir para una confrontación. Al haber implicaciones si repentinamente se alterase, de manera drástica, el rol de la fuerza militar en el equilibrio interestatal, Sudamérica debería buscar un balance entre la disuasión interestatal, las necesidades internas y la redefinición radical de tareas para sus fuerzas militares. Este fin no es incompatible con las demandas que, en tiempos de paz e integración entre Estados, reclaman más resultados en cuanto a seguridad ciudadana. Pero la respuesta a estas demandas también pasa por justificar adecuadamente el rol institucional (Policía y Fuerzas Armadas), y estar conscientes del propósito de mayor envergadura que tiene la milicia en los Estados modernos y democráticos. LOS RESULTADOS MILITARES Y EL MULTILATERALISMO Es importante examinar los resultados de las DMI para conocer la efectividad que, hasta el 2010, tuvieron los esquemas multilaterales para la resolución de conflictos militares. En teoría, Sudamérica ha sido ‘bendecida’ por diplomacias que priorizan el diálogo por sobre la fuerza. De cierta forma, sus naciones han sido menos proclives a cumplir la máxima de Von Clausewitz para ‘quebrantar’ la voluntad del contrincante y, en su lugar, recurren al poder del diálogo y el encuentro de intereses comunes entre los discordantes. Entre los períodos de análisis, se evidencia un incremento de las disputas donde se empleó la fuerza militar de manera demostrativa, pero que no terminaron de una forma negociada. De una sola disputa militar donde se mostró la fuerza, y que terminó a través de negociaciones en el periodo 1989-1999, se pasó a dieciséis disputas donde se usó la fuerza. Esto apunta a que, en materia de conflictos interestatales militarizados, el éxito de los organismos multilaterales podría ser puesto en tela de duda, al no cumplir con el objetivo de llegar a resoluciones negociadas. Los datos no son del todo positivos en cuanto a la efectividad de los esquemas multilaterales para resolución de conflictos, pero no se puede hablar de un fracaso. El debate aquí es el grado de realidad que tiene el planteamiento de que los países sudamericanos priorizarán solo el diálogo y no la fuerza militar en confrontaciones o desencuentros. La estadística demuestra que los países involucrados recurrieron a la fuerza militar, hasta niveles prudentes y factibles, para apoyar sus intereses estatales. Pero, por otro lado, no hay información sobre los factores exógenos o endógenos que pudieron influir en su actitud y decisión de desengancharse de las disputas en las que estaban envueltos. No es posible aventurar una respuesta, pero sí resaltar que el multilateralismo para la resolución de conflictos en Sudamérica no ha sido necesariamente tan exitoso como se presume. Es posible vislumbrar que, entre el fin de la Guerra Fría y el mundo pos - 9/11, se incrementaron las DMI entre países sudamericanos y levemente, también, los casos donde estas disputas terminaban de cualquier forma, menos a través de negociaciones. CONSIDERACIONES PARA LA INTEGRACIÓN SUDAMERICANA En base a lo anterior, es posible enunciar ciertas consideraciones para el proyecto de integración sudamericana que, en parte, representa la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), permitiendo que los esfuerzos realizados en el marco de este cuerpo supranacional se diferencien, de forma radical, de iniciativas anteriores EQUILIBRIO MILITAR INTERESTATAL PARA CONSOLIDAR LA PAZ La prioridad que para muchos sudamericanos tiene la seguridad ciudadana es, sin duda alguna, una demanda que debe ser satisfecha con celeridad. Sin embargo, es necesario precautelar que la solución de un problema no cree otro a largo plazo. En este sentido, redestinar las FF.AA. a tareas de seguridad ciudadana es una decisión a ser evaluada prudentemente. El discurso de algunos funcionarios estatales ecuatorianos ha dejado entrever que la falta de guerras, y amenazas militares convencionales, hace más sencilla la labor de reasignar recursos militares7, para sumar esfuerzos con las policías sudamericanas. Se ha demostrado con cifras que las disputas militares no son cosa del pasado. Al contrario, Sudamérica sigue evidenciando situaciones donde el equilibrio militar interestatal resulta un importante estímulo para que el uso de la fuerza no trascienda a mayores niveles de confrontación e intensidad -aún más cuando se ve que los organismos de diálogo multilateral y bilateral no han tenido incidencia significativa. Por ello, los Estados sudamericanos necesitan enfrentar sus problemas de seguridad ciudadana con decisiones políticas que equilibren necesidades internas con visión estratégica. Puede resultar atractiva, a corto y mediano plazo, la idea de destinar fuerzas militares a tareas policiales. Pero ¿qué pasaría si esta redistribución, a largo plazo, altera los equilibrios militares interestatales que desincentivan la idea de usar la fuerza militar para la solución de un conflicto? Ante esto solo es posible recordar un aspecto importante del equilibrio Bayes-Nash: “ningún actor puede obtener mayor utilidad esperada desviándose a una estrategia diferente, dadas sus creencias, acerca de la distribución de los tipos hacia los cuales otros jugadores son atraídos” (Cedeño, 2011: 28). Si hay Estados sudamericanos que empiezan a remover los estímulos que disuaden a otros de desviarse de las estrategias predeterminadas, se está rompiendo la principal garantía de la paz estatal: el costo/beneficio que existe en una confrontación militar. Entonces, si hay Estados que empiezan a redestinar sus recursos militares a necesidades internas, y otros perciben que esas decisiones reducen los costos e incrementan las ganancias de usar la fuerza militar, es posible que se decidan acciones de alto riesgo/alta ganancia (usar la fuerza militar en lugar del diálogo)8. Por esto, se vuelve necesario que Sudamérica solucione sus necesidades de seguridad ciudadana sin afectar su equilibrio militar. INSTITUCIONALIDAD DEFENSIVA SUPRANACIONAL: MAYOR OPERATIVIDAD PARA MAYOR SINERGIA MILITAR Han pasado sesenta y siete años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En todo este tiempo se ha recorrido un extenso, intrincado, pero extraordinario camino. Europa ha demostrado que la sinergia militar interestatal es posible, aun cuando la intensidad de desacuerdos históricos haya sido muy alta. Al 2012, la Unión Europea no solo cuenta con un Consejo de Defensa Europeo -donde se realizan consultas y diálogos políticos de alto nivel-; tiene también la estructura defensiva- militar más integrada y operativa del mundo, después de la OTAN. Centros de Mando y Control, formaciones de combate multinacionales o binacionales, políticas conjuntas de adquisiciones, programas científicos y otras actividades comunes muestran que la institucionalidad defensiva supranacional puede sumar las capacidades de países, que por sí solos podrían no contar con las capacidades militares necesarias para influir mundialmente. El Consejo de Defensa Suramericano debe trascender de una instancia de coordinación política al pináculo de una estructura defensiva supranacional, que use la operatividad militar estatal para generar sinergias militares interestatales. Al momento, el Consejo ha logrado avances en materia presupuestaria y de medidas de confianza mutua entre Estados, los cuales se complementan con la existencia de un Plan de Trabajo anual, orientado a distintas líneas de Política Defensiva, Industria y Tecnología militar. Pero se necesita ir más allá, aprovechando la necesidad de conservar el equilibrio militar interestatal en Sudamérica, y poniéndolo a su servicio. La Unión Europea puede tomarse como un ejemplo referencial para alcanzar un objetivo estratégico claro: equilibrar la debilidad militar sudamericana con el resto de potencias mundiales. De igual modo, el Consejo de Defensa Sudamericano debería extender sus pasos a fin de precautelar la operatividad de las fuerzas militares sudamericanas, implementando esquemas de integración militar que superen la debilidad y dificultad que, por sí mismos, tienen sus Estados partes, y garantizando así su balance militar con potencias mundiales, que cada día fortalecen sus tecnologías y medios militares. Si se lograra este equilibrio geopolítico y militar, se sembrarían algunos de los estímulos que cerrarían la posibilidad de surgimiento de conflictos futuros. A la hora de asegurar la paz, reducir las asimetrías militares podría llegar a ser una herramienta, sin duda, decisiva. REFERENCIAS 1- Ver la lectura de Alex Bellamy respecto a la lógica de los artículos de Immanuel Kant sobre la Paz Perpetua. Aquí se explica cómo Kant esperaba que una democratización de la decisión de iniciar una guerra condujese a ciudadanos menos dispuestos a incurrir en los costos de esa decisión. 2- La guerra es un fenómeno que ocurre únicamente entre comunidades políticas, definidas como esas entidades que o son Estados o están tratando de convertirse en uno (lo que da lugar a la Guerra Civil) […]. Ciertos grupos políticos de presión, como las organizaciones terroristas, pueden ser considerados ‘comunidades políticas”. Orend, Brian, (2008). 3- El pacto establece la obligación de los signatarios de “resolver las controversias internacionales por los procedimientos pacíficos regionales” (Art. II) y también reafirma su voluntad de “abstenerse de la amenaza, del uso de la fuerza o cualquier otro medio de coacción para el arreglo de sus controversias y en recurrir en todo momento a procedimientos pacíficos” (Art. III). 4- Esto es la base de la Escuela de la Guerra Justa formada por San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Hugo Grottio y Vatel. Admiten usar la fuerza bélica cuando hay causa justa también llamada en Derecho Internacional Ius Ad Bellum. Ver Orend (2008) para un resumen analítico de sus principales supuestos y Alex Bellamy en Guerras Justas para un análisis histórica de esta tradición. 5- Estábamos tratando de reducir la probabilidad de una guerra nuclear creando poderosos incentivos para que los rusos no inicien una guerra por que los estábamos estimulando a no atacar nuclear o convencionalmente. Así que diría que los incentivos fueran muy importantes para ello.” Transcripción y Traducción propia de disertación de Alain Enthoven (2008), Estratega Nuclear, RAND Corporation 1956-1960 publicado en youtube. com [youtube/watch?v=qzNcY-gZdiA]. Consultado el 06/07/2012 6- “El estado adquirió su rigidez dogmática en gran parte a través de la influencia póstuma de Clausewitz y su libro sobre las mentes de los soldados de Prusia, en particular Moltke y, por ende más ampliamente a partir de las victorias en 1866 y 1870 sobre los ejércitos del mundo, los cuales copiaron muchas características del sistema prusiano. Por tanto, es de vital importancia el examinar sus teorías. Como suele suceder con frecuencia, los discípulos de Clausewitz llevan sus enseñanzas a un extremo al que su maestro no tuvo intención de llegar”. (Lidell Hart, 1991: 339). 7- Comentando sobre el rol de las FF.AA., el Ministro de Seguridad Interna y Externa, VALM (SP) Homero Arellano explicó que cada vez es más visible que Ecuador no tiene problemas de soberanía externa y como ejemplo indicó que las relaciones con Perú se encuentran en muy buen estado. “En ese sentido las Fuerzas Armadas deberían fortalecer otro tipo de temas” Arellano (2011). 8- El retiro de Colombia del Pacto de Bogotá, que establece la solución pacífica de controversias entre países americanos, es un indicador alarmante de esta posibilidad. Colombia cuenta actualmente con una de las Fuerzas Armadas más poderosas, capaces y preparadas de Sudamérica. Esta acción se produjo en el marco de una posibilidad de tener que defender su reclamo marítimo en el Archipiélago de San Andrés posterior a la decisión de la Corte Internacional de Justicia que favorecía a Nicaragua, un país en clara desventaja estratégica frente al poder militar colombiano. 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Posted on: Mon, 26 Aug 2013 11:34:05 +0000

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