El último día de “El Profeta Loco” Ciudad de Damasco, año - TopicsExpress



          

El último día de “El Profeta Loco” Ciudad de Damasco, año 738 d.C. El sol comenzaba a salir desde lo más profundo del horizonte del desierto creando para cualquiera que osase mirar a lo lejos de la ciudad una bella y sobrecogedora imagen de un cielo donde los colores violetas y rojos anaranjados se mezclaban en una perfecta sintonía y en el cual podía distinguirse la fina línea que separa cielo y tierra como si de un filo hilo transparente de tejer se tratase. Era un vasto lugar dominado por lo que recuerda al paisaje lunar con unas elevadas montañas de piedra arenisca que se mezclan en una sintonía de colores con arenas rosadas que cambian a un color más oscuro cuando llega el atardecer y casi parecen negras cuando la noche hace su entrada. Tiempo atrás se habían quedado las horas oscuras donde las sombras reinaban por todos los lugares y que en aquella pasada noche había sido alumbrada por un plenilunio donde se podía ver con total claridad y nitidez la cara de la luna. Aquellos ojos estelares que veían todo lo que ocurría y observaban con atención los movimientos de los ciudadanos. Más allá de la ciudad, según contaban los ancianos a sus descendientes, se encontraba un mundo peligroso dominado por horrores innombrables que esperaban ocultos bajo las arenas del interminable desierto que jóvenes incautos e inconscientes aventureros entrasen en su territorio donde no tendrían escapatoria y serían el alimento de las peores alimañas que la tierra conoció jamás. Estos sabían que la noche en la ciudad no traía más que problemas y tragedias horribles como les habían contado sus antepasados en el interior de sus hogares bajo el calor de una hoguera en donde la imagen del fuego creaba un ambiente aterrador y místico Los Yinn, como llamaban los ancianos a estas criaturas salidas del mismísimo infierno, habían sido creados del fuego ardiente y poseían los más increíbles poderes para engatusar y arrastrar a los incautos a su perdición. Uno de sus ataques más terribles y eficaces era la posesión, en el cual se adentraban hasta el alma de la persona y le hacían cometer los actos más terribles. Existían además historias de magos que invocaban a estos seres para su propio beneficio y que hacían con ellos un pacto demoníaco en el cual ellos ofrecían su alma tras su muerte y los demonios a cambio le ofrecían poder ilimitado, conocimientos más allá de la razón misma y que se adentraban en terrenos de la necromancía, la magia negra y los saberes ocultos de los infiernos. Se decía que aquel que tuviese contacto con estos seres comenzaría a escuchar el suave sonido que hacen los grillos por la noche y que poco a poco iría aumentando para convertirse en susurros de voces infernales y demoníacas que trasmitirían sus conocimientos al que les hubiese invocado. Eran tiempos de oscuridad y superstición donde la razón y la lógica no se usaban para explicar aquellos fenómenos pero cierto era que poca explicación tendría que alguien comenzase a escuchar de repente voces de otros mundos en el interior de su mente y que sólo se les podría tratar de majnun o inspirados por los Yinn, las criaturas del fuego de los infiernos que para muchos era sinónimo de loco. El proceso por el cual tenía que pasar una persona normal hasta ese estado fuera del tiempo y el espacio era logrado sólo por unos pocos elegidos a los que se les había dado desde su nacimiento el don de la hipersensibilidad para algunos seres imperceptibles al ojo de una persona normal y corriente que sólo intuían en ellos corrientes de aire repentinas como cuando sientes un frió helador en la nuca procedente de ninguna parte. Pero la noche ya había acabado por el momento y la luz del día volvía a reinar entre las sombras haciendo que los moradores, otro de los nombres que se les daba a las criaturas de la noche tuviesen que buscar cobijo entre las sombras más oscuras o adentrarse en las cuevas ocultas entre las arenas del desierto en espera de que la noche volviese al mundo y regresase su gobierno en la tierra. Los ciudadanos de Damasco se atrevían en aquellos instantes a salir de sus hogares para prepararse en el día que les estaba esperando. Las puertas de la ciudad se abrieron y comenzaron a entrar los mercaderes que traían en sus carros llevados por mulas o camellos los alimentos y objetos que se vendían el gran bazar del centro de la ciudad. Aquel era el sitio de reunión de casi todos los ciudadanos que hablaban y se contaban historias mientras veían una por una las mercancías traídas desde lejanas tierras por los comerciantes. Desde alimentos de la más alta calidad como dátiles recogidos de oasis perdidos en el desierto, carne de cordero recién sacrificado y que seguía con toda su esencia, sandías, arroces, hasta objetos de gran valor, con poderes especiales o mágicos como polvos de esmeralda que atraían la buena suerte, amuletos de protección o simples estafas como lámparas maravillosas con genios en su interior o pergaminos de fórmulas mágicas falsas para invocar a espíritus. Más allá del bazar, en una de las partes más pobres de la ciudad, se encontraba una de las muchas casas hechas casi siempre del endeble y barroso adobe pero que tenía algo en particular con respecto a las otras. El habitante que en ella residía. La puerta de entrada de aquella casa se abrió lentamente y de ella, tan sosegada e incógnitamente salió un joven de aproximadamente unos veintiún años, alto y delgado pero con un cuerpo bien formado, de cabello largo y con un color negro brillante que relucía a la luz del sol, tez morena con una barba de apenas cuatro días, ojos verdosos e iluminados, con una mirada inocente y una boca fina y carnosa. Su nombre era Ibn Khallikan, apodado por sus amigos más íntimos como “El Rashi”. Él era un joven erudito, huérfano desde los diez años y que había sido recogido tras seis años de vagancia y delincuencia por un hombre al que él llamaba El Maestro. Una persona que le había mostrado el mundo en el que vivía y lo que había más allá de él. De aquel maestro aprendió astronomía, alquimia y artes ocultas como la invocación de espíritus. Antes de que la puerta hubiese terminado de cerrarse comenzó a andar hacia el bazar de a ciudad que en aquellas horas ya debería de haber empezado a abrir sus tumultuosas tiendas en donde se podría encontrar de todo. El interior de aquella vivienda no podía ser más deprimente, además de estar completamente cubierta de polvo podría decirse que era uno de los lugares más pobres y míseros de todo el lugar. Compuesto solamente por una mediana habitación donde se juntaban todas las partes de la casa. En él se encontraban una cómoda y suave manta que hacía de cama, un hueco en la pared lleno de ramas, algunas secas y otras casi calcinadas en donde se podía calentar tras encender la pequeña hoguera para preparar la comida y en su lateral más alejado una mesa de madera y una silla del mismo material. Era en esta mesa donde el propietario de aquel lugar, Abdul Alhazred, había pasado escribiendo la mayor parte de su vida, lo que sería la mayor y única obra que jamás escribiera. Era un hombre de unos cincuenta y seis años de edad, algo más bajo y delgado que su compañero Ibn Khallikan, de largos cabellos negros y sucios, con una barba que cubría toda su cara dándole un aspecto de mendigo o pordiosero por el que muchos sentían cierto temor. Pero lo más inquietante de aquel hombre eran sus ojos, tan negros como la noche más oscura y que penetraban en lo más profundo de la mente de cualquier persona que los mirase. Abdul era una persona que se había adentrado desde hacía tiempo en los terrenos oscuros de la magia, que sabía invocar a ciertos espíritus para que cumpliesen su voluntad y que adoraba a una serie de entidades a los que él nombraba como Señores, unos seres que estaban más allá del bien y el mal, de la vida y la muerte, del sueño y la vigilia, dioses anteriores al hombre que le habían concedido un conocimiento supremo de las cosas. Él, con la única ayuda de su pluma entintada y la tenue luz de una vela casi consumida escribía apresurado, como temiendo que la temida parca hiciese su aparición en cualquier instante. Crónica de Abdul Alhazred. La noche comienza a desaparecer por el vasto desierto de esta maldita ciudad. Las criaturas nocturnas buscan sus lúgubres escondites para refugiarse de la luz cegadora del sol y la oscuridad se adentre en lo desconocido. Me siento débil. Mi cuerpo ya no es el que antaño era y mis fuerzas vitales se van desvaneciendo poco a poco, lentamente hasta que llegue mi hora final donde me encontraré con el Gran Creador, Alá, al que tanto he despreciado e ignorado todos estos últimos años y el cual me juzgará por todos mis pecados cometidos. Esa hora se encuentra muy cerca. Mi vida ha corrido tan deprisa que ni siquiera me he dado cuenta de todo lo que ocurría a mi alrededor e ignoraba por completo que le destino fuera tan cruel conmigo para despreciarme de esta manera hasta que caí en las tentaciones que me ofrecían tiempos mejores para la eternidad. Más de mil y una lunas han sido contempladas por mis ojos atónitos desde que poseí la fuerza y el poder que aquellos a los que he servido tan fervientemente me entregaron tras un pacto entre ellos y yo, algo que nunca debí haber hecho y de lo que estoy totalmente arrepentido. He abierto demasiadas puertas y destrozado infinitas barreras que separaban los horrores innombrables de nuestra tierra tan sólo por un poco de tiempo de fama y poder tan ansiados por mí. ¡Qué idiota fui al creer que todo acabaría allí! ¡Nunca un ser humano fue tan estúpido como yo! Sólo espero que generaciones venideras jamás vean lo que he visto yo y nunca comprendan que existen fuerzas ocultas en todos los lugares de esta tierra de miseria y codicia donde todos los días las guerras acaban con cientos de personas y las arenas se tiñen de rojo como lo harán con mi cuerpo. He visto mi propia muerte y está mas cerca de lo que todos creen. Ahora soy capaz de ver que todos mis actos, todas mis acciones van a tener un cruel y temible castigo. Maldito sea el momento en que me adentré en el desconocido desierto y encontré, no sé si por casualidad del destino o por premeditación de seres más allá de nuestra esfera, aquella ciudad que llaman de los Pilares. Maldigo ese instante en que entré en ella y comencé a investigar su interior. ¿Por qué entre? ¿Por qué no salí de allí cuando comencé a escuchar las extrañas voces que salían por todas las paredes? Voces que decían: Ven, ven con nosotros. Entra y descubre nuestros secretos. Debía haber parado y correr hacia el desierto de nuevo en vez de adentrarme aún más y ver con mis ojos que no era un sueño lo que estaba viviendo. Ahora sé que era una pesadilla. Qué estúpido fui al creer que me esperaría la gloria y la riqueza cuando todos supieran donde había estado. Mi alma estuvo condenada desde el momento que pise aquel extraño suelo. Desde el momento en que toque aquellas paredes de un material desconocido por el hombre y que no sabría describir. Desde que encontré a los que para siempre serían mis dueños y señores. ¡Sólo soy un esclavo de su voluntad! Ahora veo que simplemente he sido un juguete para ellos, un simple artilugio para dar a conocer al mundo su existencia y que otros como yo sean sus esclavos para la eternidad. ¿Acaso era mi destino nacer para dar muerte y destrucción a todo nuestro mundo? ¿Por qué he sido elegido yo? ¿Por qué Alá me creó para contemplar todo este horror? Preferiría estar muerto, ardiendo en las llamas del infierno que seguir viviendo en estas eternas cadenas que me unen a ellos, pero el infierno es un lugar que mi alma no pisará jamás. Sé que iré con ellos. Que se llevaran mi espíritu y que aún muerto seguirá siendo su esclavo por toda la eternidad. El crepúsculo de mi vida se acerca. Siento que mi tiempo en este mundo se está acabando. Puedo ver como ellos vienen a por mí. No puedo escapar. No tengo salida. En mis sueños veo sus rostros, intento huir de ellos pero siempre acaban atrapándome y agarrándome con sus afiladas garras, estrujándome como una simple esponja en mis manos. Pasado, presente y futuro se entremezclan como si nunca hubiera existido tiempo y espacio. Sólo ellos. Comienzo a sangrar, mis entrañas salen de mi cuerpo y se alimentan de mí. La arena va cubriendo poco a poco lo que queda de mi cuerpo y caigo en el olvido, en la oscura y tenebrosa nada, en el extraño desconocido de una dimensión alejada a esta. Puedo oír sus voces nombrando mi nombre. Sus repugnantes y indescifrables palabras que salen de sus aterradoras bocas llenas de sangrientos y punzantes dientes con el que devoraran mi carne. Sólo me queda esperar que mi muerte sirva para advertir a todos del horror que se está cerniendo sobre nosotros. Que no intenten descubrir la verdad de las cosas. Que vivan felices y que ellos no sean de nuevo liberados por incautos eruditos como era yo que terminaran como yo: Loco. ¡Sólo suplico a Alá que mi demencia sea la última con la que se alimenten mis señores! Mi fin se acerca. Que todo el mundo lo sepa: ¡Yo soy Abdul Alhazred!¡ Yo soy el profeta loco! Abdul terminó de escribir. Dejó su pluma a un lado de la mesa y colocando la última página detrás de las otras contempló toda su obra. Al Azif, que así se llamaba todo el compendio que había escrito en esos últimos ocho años. Un título que para todos los habitantes de Damasco era terrible ya que hacía referencia al murmullo que hacen los demonios que se ocultan en las arenas del desierto por las noches esperando a hombres y mujeres incautos para adueñarse de su esencia y alimentarse de sus almas. Unos textos que relataban todo lo que había aprendido hace ya tiempo en sus largos viajes por el desierto y los conocimientos que había obtenido en estos. Unos saberes para muchos prohibidos pero que para él eran la clave de todo el éxito. En aquellos documentos contaba como había sido capaz de encontrar bajo las interminables arenas del desierto de Siria la que muchos llaman Irem o Ciudad de los Pilares. Había entrado en esta y descubierto todos los secretos que en ella aguardaban. Misterios enterrados bajo la tierra y proveniente de dimensiones desconocidas a la nuestra. En ellos descubrió a unos seres provenientes de más allá de nuestra galaxia a los que desde aquel momento comenzó a llamar Señores y a adorar dejando de lado a Alá. Con estos seres hizo un pacto de sangre y poder: ellos le darían todo lo que deseara pero a cambio él debería adorarlos y hacer conocer a todo el mundo su existencia. Para que aquel que tuviese el poder suficiente pudiera invocarlos y devolverlos a este mundo que por derecho propio les pertenecía ya que llegaron antes que la existencia misma del ser humano pero que debido a una gran guerra contra unos seres a los que ellos llamaban los Antiguos fueron desterrados a esferas fuera del tiempo y del espacio y su gran líder, el omnipotente Cthulhu fue dormido y aprisionado en la tierra de R’lyeh sumergida en lo más profundo de los abismos oceánicos. Él aceptó y desde aquel momento su única máxima era acabar el gran trabajo que sus Señores le habían ordenado y que por fin tras muchos esfuerzos había terminado. Sin embargo al volver a mirar aquellos pergaminos una extraña idea llegó a su mente proveniente de no se sabe donde, el pensamiento de destruir todo lo que había hecho para salvar su alma de los ardientes infiernos que le esperaban tras su muerte por haber pecado contra su dios Alá y haber venerado a otras criaturas que traerían el Terror y el Mal a la tierra y que acabarían con todo rastro de vida humana. ¿Sería capaz de ser el responsable de toda la destrucción del ser humano y todo lo que este había creado?, ¿Podría su alma aguantar el peso de toda la culpa hasta el fin de sus días? Sin pensárselo un segundo más cogió con su mano derecha el candil que había alumbrado aquel horror y se propuso quemarlo todo. Miró hacia el pequeño agujero que hacia de ventana en su humilde y pequeña casa construida de adobe. Se rió y pensó que todo con lo que había soñado, todo lo que habría querido conseguir, lo que le habían prometido: riquezas, poder, control sobre todo y todos. Había sido engañado por fuerzas superiores a él. Subestimó demasiado pronto a aquellos que le habían hecho tantas promesas. Y ahora comprendía que habían jugado con él como con un simple muñeco de madera. Estaba con aquellos pensamientos de dolor y muerte cuando notó como una pequeña brisa entraba por aquel agujero y apagaba la vela con la que acabaría cono todo el Mal. Sabía que aquella corriente no era normal. Sus Señores habían parado su intento de arreglar todo el mal que había creado y comprendió que ahora ellos vendrían a por él por su alta traición y se lo harían pagar muy caro pero él no se dejaría atrapar tan fácilmente. De repente comenzó a escucharse por toda la habitación un extraño susurro que contenía palabras ininteligibles para el ser humano, extraña voz procedente de la nada. Con movimientos rápidos y decisivos comenzó a recoger todos los papiros que había en la mesa y cuando hubo hecho todo esto los escondió en un agujero hecho premeditadamente tiempo atrás oculto bajo unas tablas de madera. La locura se apoderaba de la mente de aquel desgraciado hombre que no podía sacarse de su mente aquellas extrañas palabras que procedían de todas partes, voces que le estaban indicando que su fin estaba cerca.. Era la voz de un enviado de sus señores. El tiempo se estaba acabando. Entonces se le ocurrió una idea. Se arrodillo mirando a la nada y comenzó a suplicar por su vida a aquella presencia. — ¡Oh! Tened piedad de mí—dijo. —Yo que os he servido y obedecido en todo lo que me habéis mandado. Yo que he cometido los actos más terribles para vuestra satisfacción, que he escrito vuestras obras para que todos conozcan el poder que os rodea. Tened piedad de mí. Por unos momentos hubo tranquilidad en aquel lugar pero simplemente era el prefacio de lo que se avecinaba. —Gracias mi señores—alabó Abdul—pero se había precipitado en tomar conclusiones antes de tiempo porque en ese instante una fuerza invisible y con la fuerza de terrible bestia empujó contra le empujó contra la pared. Su cuerpo chocó y su cabeza se golpeó provocando un pequeño derramamiento de sangre que bajo por su frente hasta llegar a poder saborearla con su boca. — ¡Piedad!—suplicó—Pero no fue escuchado. En su desquiciada mente recordaba toda su vida, pedazos de situaciones que venían a él como presagio de su muerte. Sin embargo se resignó y aprovechando las fuerzas que aún le quedaban intentó deshacerse de aquella pesadilla. Se levantó y apresuradamente y aterrorizado por lo que podría venir después salió de su casa y comenzó a correr como nunca antes lo había hecho por las calles de la ciudad. Aunque fuera aún muy temprano ya podían verse hombres y mujeres caminando por la ciudad y comprando en las pequeñas tiendas del bazar y que fueron impresionadas por la rápida huida de aquel al que llamaban “El Profeta Loco”. Veían como corría como si alguien o algo le estuviese persiguiendo pero sin embargo no había nada que fuera tras él. Tropezó con algunas tiendas del bazar, destrozó algunos jarrones que había en la calle y provocó la ira y la furia de vendedores y ciudadanos que fueron tras él para ver que es lo que estaba ocurriendo. Podían ver como huía y gritaba de terror abriéndose nerviosamente el paso por todos los lugares sin importar que rompiera o a quien empujaba bruscamente. Miró hacia atrás y no vio nada. Pero no se volvería a confiar de sus apariencias, sabía que aquellos seres le estaban esperando. Un simple gesto mal dado un simple suspiro mal allegado y sería suyo para siempre. Sin embargo el cansancio empezó a poder con sus fuerzas. Comenzó a ir cada vez más despacio aunque no dejaba de correr, no quería parar por nada del mundo. Pensaba que quizás si corriera hasta el último rincón del mundo, el lugar más apartado, el fin de la tierra quizás pudiera deshacerse de todos ellos. En su carrera tuvo la mala suerte de tropezar con una piedra que le hizo caer al suelo y rasgarse la rodilla derecha con la arena del desierto. Esta comenzó a sangrar y al intentar levantarse contra toda su voluntad sus fuerzas se iban desvaneciendo. Pero lucharía hasta el final. Intentando escapar como fuera posible, da igual si cojeaba, si sangraba por la rodilla y la frente y su cara se llenaba de sangre, llegó hasta la plaza de la ciudad que poseía una fuente de rocas. Se acercó a ella y metió toda su cabeza en el agua fría de esta. Luego cogió un poco con sus manos y se lavó la herida de la rodilla. La multitud se iba amontonando en la plaza, rodeándole furiosos por sus últimos actos. Eso ya no le importaba. Prefería morir apaleado que mutilado por bestias de otros mundos. Se miró su rostro reflejado en el agua de la fuente y vio como su faz se llenaba de nuevo de sangre procedente de la herida en su frente. Sus fuerzas se habían desvanecido y ya había perdido toda la esperanza de sobrevivir. Por fin su último día había llegado. Ahora comenzaba el dolor de su alma esclava. Entonces el agua de la fuente saltó sobre él y lo empujó tirándolo por los aires. La multitud quedó asombrada por el acontecimiento que había sucedido pero todavía no había terminado el sufrimiento de aquel hombre. Tirado en el suelo pudo comprobar como era levantado hacia el cielo por la misma fuerza que lo había empujado. Comenzó a dar vueltas sobre sí mismo y fue cuando sintió como aquellas garras con las que había soñado comenzaban a desgarrar su cuerpo. Un baño de sangre tiñó de rojo la arena del desierto y a la multitud que empezó de estar asombrada a aterrorizarse por lo sucedido. Poco a poco todo el cuerpo de Abdul comenzó a descuartizarse y cada vez más y más sangre salía de su cuerpo que se quedaba sin vida. Los presentes pudieron escuchar los gritos de dolor, sufrimiento y horror que salían de su boca a la vez que los propios presentes gritaban horrorizados. Las garras de la bestia dejaron su cometido y comenzaron entonces los afilados dientes de su boca que despedazaba lo que quedaba de su cuerpo. Y al igual como había empezado, terminó el trabajo de aquel ser. El cuerpo de Abdul cayó a la arena cubierta de sangre. Todos comenzaron a correr a sus casas espantados e intentando olvidar todo lo que habían visto. De aquella multitud comenzó a deslumbrarse una sombra. Era El Rashi que viendo todo lo que había ocurrido y horrorizado por aquello, se quitó de un tirón una extraña medalla que colgaba de él y la tiró contra el suelo rompiéndose en pedazos. Los penetrantes ojos de aquel hombre comenzaron entonces a vislumbrar toda su vida: su nacimiento en el año 712, su desgraciada infancia llena de horribles visiones de seres extraños, sus múltiples viajes a través de todo el desierto de Damasco llegando a encontrar la enigmática Ciudad Sin Nombre donde comprendió su destino. Todo estaba conectado, desde la primera luz que vio tras salir del vientre de su madre toda su vida estaba programada por un destino extraño, cruel, que no podía cambiarse. Y en unos segundos todo se volvió negro, sus ojos comenzaron a cerrarse para siempre y por primera vez en toda su existencia lo comprendió todo. El no estaba loco. Cerca de aquella macabra escena las primeras llamas provocadas por una vela encendida que cayó sobre algunas hojas de papiros que habían caído en el suelo comenzaban a quemar todo el hogar de Abdul Alhazred. El fuego no tenía compasión con nada de lo que se encontraba en su interior y todos los recuerdos de aquel hombre se iban perdiendo poco a poco a cada segundo que pasaba y que las llamas consumían sin piedad. Todo a excepción del extraño libro negro que había creado siguiendo las indicaciones de aquellos que se encontraban más allá del tiempo y el espacio, en lugares ocultos, en la oscuridad y las tinieblas. Aquel grimorio permanecía intacto ante la fuerza destructora del fuego abrasador como si una extraña magia le protegiese con un escudo invisible para los seres humanos. Los habitantes de Damasco contemplaron como habían hecho momentos antes ante el asesinato de aquel extraño hombre como su hogar se iba quemando y comenzaban a aparecer humos negros como la oscuridad que gobernaba todo el lugar por las noches y que subían hacia el cielo. Algunos creyeron ver horribles caras en aquellas oscuras humaredas, rostros de seres terroríficos y que serían los causantes de todos los acontecimientos que estaban ocurriendo aquella mañana en la ciudad. La línea entra la oscuridad y la luz, el bien y el mal había sido cortada para siempre. Ya nadie dormiría tranquilo pensando que en cualquier momento, en cualquier lugar podría abalanzarse sobre él aquellas criaturas que habían dominado las tierras por las noches y que ahora podían vivir libremente en la luz del día, invisibles para los seres humanos, ansiosas de sangre como si de lobos se tratasen. El Al Azif seguía escrito, buscando un nuevo incauto que desenterrase sus secretos y devolviera al mundo a sus verdaderos dueños. El más puro Mal seguía vivo….
Posted on: Sat, 06 Jul 2013 01:43:50 +0000

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