En cuanto el camarero sirvió el vino, brindamos, «por ti, por mí, por nosotros», y mientras lo hacíamos sentí una necesidad incipiente de poner en paz el batiburrillo de sensaciones que tenía por conciencia. Clavé mis ojos vidriados e insignificantes en los de mi chica, enormes, en contraste con los míos, y encontré en ellos una pizca de sensualidad que aumentaba por instantes y me imprimía una calidez y una seguridad que no sentía desde hacía una eternidad. Sonreí, y me humedecí los labios con la lengua. Cogí la copa, me la llevé a la nariz con un movimiento lento y estudiado y olfateé el caldo, oloroso y de buen cuerpo, al mismo tiempo que me daba cuenta de lo mucho que amaba a Berta. ¡La deseaba! Me costaba dar ese paso, un gran paso para mí, pero necesitaba envolverla en mis brazos y hacerle el amor con toda la pasión que cabía en mi corazón, que era mucha. Bebí un pequeño sorbo e instintivamente lo repartí por mi paladar, lo degusté sin prisa, disfrutando de su sabor como un reputado catador, y por primera vez en mucho tiempo sentí que los dos pensábamos lo mismo: nos amábamos. Mientras jugueteaba con el vino, moviéndolo con la lengua y haciéndolo circular por el interior de la boca, pensé que no podía pasar un minuto más viviendo una relación situada entre Pinto y Valdemoro, que tenía que expresar mis sentimientos, aportar un grano de seriedad a mi noviazgo si quería hacer feliz a mi pareja. Berta, tan comediante y jovial como siempre la había conocido, me imitó, parecía masticar el líquido, y caí en la cuenta de que la llevaba ignorando desde el principio de nuestra relación, dándole largas, que ni siquiera habíamos hecho planes de futuro, y todo por mis estúpidas evasivas, por mi falta de interés, por mis miedos interiores, en definitiva. El vino acarició mi estómago, que lo agradeció sin contemplaciones. ¿Compromiso? «¡Eterno –respondí en voz alta-, a partir de este mismo momento!»
Posted on: Fri, 26 Jul 2013 16:58:37 +0000
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