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En los oscuros lugares del saber: los orígenes olvidados del mundo occidental Publicado en Parabola, en el invierno 1999 Peter Kingsley A continuación en lo extractado del próximo libro del autor, En los oscuros lugares del saber: los orígenes olvidados del mundo occidental. Parménides, quien vivió hace 2.500 años en el sur de Italia, es bien conocido como el padre de la filosofía y fundador de la lógica occidental. Pero la verdadera relevancia para todos nosotros ha sido olvidada hace largo tiempo. Este libro es la historia de importantísimos nuevos descubrimientos y de la evidencia de viejas negligencias. Describe las conexiones de Parménides con los estudios de Pitágoras y explica el significado de la poesía que él escribió sobre su viaje, guiado por jóvenes doncellas hacia una diosa que yacía en la profundidad, en el mundo de los muertos. Esas jóvenes doncellas que guían a Parménides en su viaje al mundo subterráneo son hijas del Sol. Eso suena extraño, como una paradoja. Para nosotros el sol está arriba en la luz, y no tiene nada que ver con la oscuridad o la muerte. Pero esto no es porque tengamos un poco de sapiencia o porque hayamos podido dejar el mundo mitológico atrás: eso sería tan fácil como dejar nuestra propia muerte atrás. La razón por la que nos suena extraño es porque hemos perdido contacto con el mundo subterráneo, el mundo de Hades. El bajo-mundo no es tan sólo un lugar de oscuridad y muerte. Esto parece así desde la distancia. En realidad es el lugar supremo de la paradoja donde todos los opuestos se reúnen. Precisamente, en la raíz de las mitologías occidental y oriental existe la idea de que el sol sale del mundo subterráneo y retorna a él cada noche. El sol pertenece al mundo subterráneo. Es allí donde tiene su hogar, de donde provienen sus hijos. La fuente de luz encuentra su morada en la oscuridad. Esto era bien conocido en el sur de Italia. Toda una mitología italiana creció alrededor de la figura del dios sol saliendo del mundo subterráneo en su carruaje llevado por los caballos antes de retornarlo nuevamente. Eso era verdad en Velia, el pueblo natal de Parménides. Y para ciertos hombres y mujeres conocidos como los pitagóricos—personas que se habían reunido alrededor de Pitágoras cuando él llegó al sur de Italia desde el Este—esas mismas ideas eran una tradición fundamental. Los pitagóricos tendían a vivir cerca de las regiones volcánicas. Para ellos eso era algo altamente significativo. Ellos consideraban el fuego volcánico como la luz en las profundidades de la oscuridad: era el fuego infernal, pero era también el fuego del que deriva toda la luz que conocemos y vemos. Para ellos la luz del sol, la luna y las estrellas eran meros reflejos, derivaciones del fuego invisible dentro del mundo subterráneo. Además, entendían que no se puede ir arriba sin ir abajo, no hay cielo sin pasar por el infierno. Para ellos el fuego del mundo subterráneo purificaba, transformaba, inmortalizaba. Todo era parte de un proceso y no había atajos. Todo tenía que ser experimentado, incluido; y encontrar claridad significaba encarar la completa oscuridad. Esto es mucho más que mera mitología. En teoría creemos que sabemos que cada amanecer trae un nuevo día, pero en la práctica no comprendemos lo que realmente significa. Muy dentro de nosotros todos hemos convenido en buscar la luz en la luz y evitar todo lo demás: hemos rechazado la oscuridad, la profundidad. Los pitagóricos reconocieron que había algo muy importante oculto en las profundidades. Para ellos no era únicamente una cuestión de confrontar un poquito de la oscuridad de sí mismos. Era una cuestión de atravesar directamente la oscuridad hasta llegar a lo que hay del otro lado. Los primeros cristianos también hablaban de las "profundidades" de Dios. La mayoría de ellos fueron silenciados rápidamente. Y había místicos judíos que hablaron de "descender" a la divinidad; ellos también fueron silenciados. Es mucho más fácil mantener la divinidad en algún lugar allá arriba, a una distancia prudente y segura. El problema es que cuando la divinidad es removida de las profundidades, nosotros perdemos nuestra profundidad, comenzamos a ver las profundidades [internas] con miedo y terminamos luchando, escapando de nosotros mismos, tratando de elevarnos hacia el más allá "tirando hacia arriba del cordón de nuestros zapatos." Es imposible alcanzar la luz al costoso precio de rechazar la oscuridad. La oscuridad nos asusta, somos perseguidos por nuestra propia profundidad. Pero el conocimiento de la otra forma fue pronto dejado tan sólo a unos pocos heréticos, para los escritores de oráculos y para los alquimistas. En ese conocimiento no hay dogma. Es demasiado sutil para ello. Ni siquiera se trata de una actitud sino es simplemente una cuestión de percepción—la percepción de que la luz pertenece a la oscuridad, la claridad a lo oscuro, que la oscuridad no puede ser rechazada en favor de la luz porque todo contiene su opuesto. Tan pronto como la diosa le da la bienvenida a Parménides, abajo en el mundo de los muertos, la primera cosa que ella hace es llamarlo "joven". En griego esta es la palabra kouros. Un kouros es un hombre joven, un muchacho, un hijo o un niño. KourosKouros es una palabra antigua, más vieja aún que la lengua griega. A menudo es un título honorífico, nunca una expresión de desdén. Cuando los grandes poetas anteriores a Parménides usaban este término, siempre lo hacían para comunicar un sentido de nobleza. Era el kouros, más que ningún otro, quien era el héroe. En términos de edad física podía significar alguien menor de treinta años. Pero en la práctica la palabra tiene un significado mucho más amplio. Un kouros era un hombre de cualquier edad que seguía viendo la vida como un desafío, que la encaraba con todo su vigor y pasión, que aún no se había echado atrás dejando lugar a sus hijos. La palabra indicaba la cualidad del hombre, no la edad que tenía. También estaba muy conectado con la "iniciación". El kouros se ubica en la línea divisoria entre el mundo de lo humano y el mundo de la divinidad; tiene acceso a ambos mundos, es amado y conocido en ambos. Es tan sólo como kouros que el iniciado puede llegar a tener éxito en el gran calvario de hacer un viaje al más allá—tal como el que hace Parménides. El kouros tiene mucho en común con el mundo de la divinidad. A su manera ambos son eternos, intocados por la edad. Cuando el héroe Heracles muere y se hace inmortal, es un kouros el que el es representado elevándose de la pira funeraria. Y la situación del kouros anónimo con la diosa que no se nombra—era un escenario bien conocido en los misterios de iniciación. El kouros frecuentemente era esencial para tener acceso al mundo de los dioses. Era necesario para la profecía, para recibir oráculos, para el proceso mágico del descansar en un lugar especial por la noche para obtener mensajes de los dioses por medio de los sueños. Se le necesitaba por su sensitividad, su habilidad de distanciarse de la forma usual de pensar de los humanos; porque él no intentaría interferir inconsciente o conscientemente con lo que oía y recibía. Era posible para una persona mayor llevar a cabo el rol de kouros, pero entonces él tenía que tener la inocencia y pureza de un niño. El contacto con lo que es eterno no te deja como eras antes, aunque exteriormente pueda parecerlo. Te quita tu pasado. Esa es la razón de que al iniciado se le quita su vida pasada, y a cambio se le da un "segundo destino"—nace de nuevo, adoptado por los dioses. Y el bravo héroe se vuelve un niñito. Las pinturas y esculturas italianas lo cuentan todo: el gran héroe Heracles como un hombre anciano reducido al rol de un infante, los iniciados con los cuerpos de recién nacidos pero con las caras de hombres y mujeres mayores. Para los antiguos griegos cuando comenzaron a conquistar Italia, el héroe actuaba como un prototipo y guía. Él llevaba en su mano el mapa místico para que ellos lo siguiesen en sus recorridos y viajes. Pero era mucho más que eso. Él también llevaba el mapa para el iniciado y era el mapa de la inmortalidad. Este volver al estado infantil no tiene nada que ver con la edad física. Y tampoco tiene nada que ver con la inmadurez. No es un estado de ingenuidad del que hay que salirse o sobrepasar. Por el contrario, esta es la única madurez verdadera que existe: la madurez del luchar más allá del mundo físico y el descubrimiento de que sientes como en casa en algún otro lugar también. La inmadurez es volvernos viejos y vacíos porque hemos desperdiciado las oportunidades que nos ha traído la vida de contactarnos conscientemente con lo atemporal. Llegar a ser un pitagórico no era un asunto casual donde se aprende algo y se parte. El proceso tocaba todos los aspectos del ser humano de un modo tan distante de las experiencias ordinarias que tan sólo puede describirse en términos abstractos, a pesar de que no hay nada abstracto en esto. Podría decirse que se trataba de lo que más nos atemoriza. Se trataba de encarar el silencio, de no tener más remedio que tener que abandonar todo tipo de opinión y teoría a la que nos apegamos, sin siquiera encontrar algo que las reemplace por muchos años. Se daba vuelta toda la vida de uno, de arriba para abajo y de adentro para afuera. Y durante este proceso, la unión entre el maestro y el discípulo era esencial. Es por ello que se la veía como la relación entre un padre y un hijo adoptado. Tu maestro se volvía tu padre o madre — igual que en la iniciación a los misterios. Volverse pitagórico significaba ser adoptado, ser introducido a una gran familia. El contexto de este tipo de adopción practicada por los pitagóricos era muy simple. Esencialmente era un proceso de renacimiento: de volverse un niño nuevamente, un kouros. Y en este escenario había mucho más sobre el ser adoptado de lo que el ojo percibe. Los hechos físicos de herencia nunca se removían ni se cancelaban. Ellos se continuaban aplicando y teniendo una validez obvia. Pero paralelamente, algo más se creaba. La adopción no era meramente parte de un misterio. Era un misterio en sí mismo. Significaba haber sido iniciado en una familia que existe en otro nivel del que estamos acostumbrados. Externamente todos los lazos con el pasado continuaban existiendo. Sin embargo, internamente había una percepción de pertenecer a otro lugar al que no es posible pertenecer aquí—de ser cuidado más íntimamente de lo que sería posible por otro ser humano. Y de las personas que ejercían el rol de maestro o iniciador se puede decir que ellos podían parecer suficientemente humanos. Pero la parte que ellos desempeñaban era mucho más que el rol de un padre humano. Ellos eran la personificación del otro mundo. En sus manos se moría a todo lo que uno era, todo lo que uno había aprendido a apegarse como si fuese toda la existencia de uno. Es por ello que algunas veces se los llamaba—en el caso de que fuesen hombres—"padres verdaderos". Y el énfasis estaba en la palabra "verdadero". Desde el punto de vista de los misterios, todos sabemos que la vida cotidiana es únicamente un primer paso, preliminar a algo totalmente distinto. Entre los primeros pitagóricos la importancia que se le daba a este proceso de interacción entre "padre" e "hijo", de transmisión desde uno al otro, era fundamental. Daba lugar a enormes demandas éticas. Y estas demandas no eran siempre requerimientos formales: sino que frecuentemente debían ser intuidas. Aun en las leyendas pitagóricas todavía se refleja la necesidad que debería haber sido sentida al estar presente físicamente en el momento de la muerte del maestro. Pero detrás de los detalles había un hecho central. Este era el hecho de que el maestro es un punto de acceso a algo más allá del maestro. Y detrás de un maestro había toda una línea de maestros, uno detrás del otro. La enseñanza era sencillamente trasmitida de generación a generación, un paso por vez, frecuentemente en secreto y algunas veces en circunstancias de extrema dificultad. El resultado era absolutamente paradójico. La vida de la gente y aun su muerte eran entregadas al maestro. Y sin embargo ellos se entregaban a "nada". Ellos se volvían una parte de un vasto sistema y a través de ese sistema ellos encontraban una extraordinaria creatividad. Ellos se hacían miembros de una familia que era indescriptiblemente íntima y totalmente impersonal [a un mismo tiempo.] Cada maestro parecía tener una apariencia pero en realidad era un misterio: era tan sólo un eslabón en una cadena de tradición que se remontaba hasta Pitágoras. Y Pitágoras mismo era innombrado. Los pitagóricos evitaban mencionarlo por su nombre porque su identidad era un misterio—al igual que a menudo evitaban mencionar los nombres de cada uno de ellos o los nombres de los dioses. Para lo que nos atañe, basta saber que Pitágoras no era meramente el hombre que aparentaba ser. Ellos lo conocían como a un hijo de Apolo, o simplemente, como a Apolo mismo: el dios que ellos identificaban con el sol. Realmente las conexiones de Apolo con el sol se remontan a un pasado lejano. Pero las declaraciones de los griegos identificando al sol con Apolo sólo comienzan a aparecer en un cierto momento, que coincidió con el tiempo en que vivía Parménides. Y lo más importante sobre estas declaraciones es la forma en que ellos indican que la identificación era esotérica—un asunto para iniciados únicamente, para la gente que estaba familiarizada con "el nombre silencioso de los dioses". Ahora es fácil asumir que Apolo y el sol se tratan sobre todo de brillo y luz. Pero eso es olvidar donde el sol se halla en su casa: en la oscuridad del mundo subterráneo. Y además es pasar por alto lo que todas esas declaraciones sobre el sol y Apolo decían.Apollo Head Una de esas declaraciones es una de las más antiguas que se menciona en la literatura antigua sobre el descenso que Orfeo hizo al mundo subterráneo. Explica cómo Orfeo llegó a ser tan devoto a Apolo. La tradición lo hizo un sacerdote y profeta de Apolo, algunas veces hasta lo hicieron su hijo. Pero esta versión dice que fue sólo después que él fue al mundo de los muertos y "porque vio las cosas que debía ver allí tal como son", que él comprendió por qué el sol es el más grande de todos los dioses—y por qué él es idéntico con Apolo. La historia continúa diciendo cómo él acostumbraba a despertar a la noche y trepar una montaña de modo de poder tener un vislumbre de su dios al amanecer. También existía un famoso poema órfico escrito por un pitagórico en el sur de Italia. No se permitió que casi ningún rastro sobreviviese de este material. Presenta a Orfeo haciendo su viaje al mundo subterráneo en otro estado de conciencia, como en una clase de sueño. Y el poema lo describe como haciendo un importantísimo descubrimiento que él trajo al mundo de los vivos: el hecho de que Apolo comparte sus poderes con Noche. MirrorConocemos menos sobre el poema que sobre la respuesta que evocó en las autoridades religiosas siglos más tarde. Orfeo fue puesto en ridículo por su supuesta sabiduría, atacado por difundir sus "ideas falsas" por todo el mundo. Y había un famoso escritor llamado Plutarco—un buen hombre, un buen platónico—que registró claramente la posición oficial: "Apolo y Noche no tienen nada en común". Y para la mayoría de la gente ya no la tuvieron nunca más. La experiencia de otro mundo mantiene poco valor una vez que comienzas a poner tu confianza en el poder aparente de la razón.
Posted on: Sun, 06 Oct 2013 23:51:48 +0000

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