Eran las promesas No sabían de aquellos ancianos, de la - TopicsExpress



          

Eran las promesas No sabían de aquellos ancianos, de la esperanza que estaba latente en sus corazones. Las oraciones fueron hechas hacía muchas generaciones. Los brazos sobre sus delicadas manos señalaban esos derroteros inconclusos. Los ojos eran vivos. Había alegría en la ciudad, en los pueblos, en la sonrisa de quienes habían hecho rutas largas contra todo. Es que no era vano pensar que nos íbamos a quedar siempre en lo mismo. Pero uno a uno, se convirtieron en los observadores. La derrota atrapaba lentamente a esos guerreros que parecían invencibles. Había fuego en su verbo. Eran los poetas. Eran nuestras voces. Y estaban siempre solos contra todos. Poco a poco en la noche de la renuncia, los escritos, unos tras de otros, se fueron quemando. Las lágrimas nadie las entendería. Eran destinos que todos esperábamos. La fórmula no encontrada. El llamado al discurso óptimo, la posibilidad inminente del cambio, la no tranza con la corrupción, la negación al pesimismo, la exhortación al canto más vital. Eran nuestros sueños. Los sueños de los maestros, los sueños personales. Los llamados a estar apartados, los libros no escritos que se sabían de antemano qué dirían, los libros esperados. La apología al cruel ostracismo, donde solo los más fuertes sobreviven y los más aguerridos proclamaban su existencia, el tono elevado de lo que se llama vida, en su verdadera magnitud. Y en el trayecto, los libros se perdían. Otros excesos apaciguaban las noches de dolor para evadir los intentos frustrados de autoeliminación. Eran verdades observadas con advertencias donde se sabía, no había retorno. Era el todo o nada. El desafío mayor. La vida plena cuando era fácil reír y sentir muy lejana la abdicación. Era cuando la noche parecía amiga, cuando el amor no era mas que la fantasía de los que no saben de lo que escriben. Era el verbo, reitero. Y todos ellos eran los poetas, los llamados a apellidarse Libertad. Porque sabían que el mundo era imposible. Y no tenían miedo. Tanto coraje que quedó en el bar o en la casa de citas. La vociferación de los más fuertes. Las huellas en todas partes, las lecturas voraces, las tertulias que nunca acababan, el honor que brillaba bajo la oscuridad más temible. Eran los elegidos. Ignorantes guerreros que quisieron ser Batman o el escritor vengador. Alguien al doblar la esquina, se escurre entre pasajes donde está el dealer. Alguien tiene una botella de ron a medio beber y sabe de la soledad. Lleva su último libro y su leyenda maldita llena de violencia. Alguien, ese mismo alguien está fumando ahora hierba y está con hombres que beben con hombres y hombres que hacen de mujeres y, mujeres que no saben qué son, por qué deben tener hijos, sin saber en lo que se meten, cuando la realidad apremia, cuando la soledad derrotó a todos, cuando te dijeron: el sueño acabó, se te acabó el tiempo: tienes que trabajar. Ya estás muy viejo para perseverar en el propósito. Mira al cielo, es magnífico, el sol sale todos los días en esta ciudad y, cuando llueve, otro llanto es el que se oculta tras la borrasca, donde quedaron los pasos de las abandonadas, de los que escaparon del sistema para entregarse a lo fácil y enterarse que el mundo fue más grande que ellos. Y eran los poetas y las poetas. Una lucha contra el tiempo. Los libros que todos esperábamos. La polémica en plena plaza de armas. El canto que avivara al pueblo. Los pequeños errantes que siempre estarían frente a los gigantes. Yo crucé en la hora del ritual por ese mercado, escuché la voz que me maldijo: -Nada ha cambiado, todo sigue igual. Y entonces recién entendí qué era ser Poeta, que había un compromiso, y yo tenía una vida muy corta. Demasiado corta, como para empezar de nuevo. Esa fue entonces mi decisión. Un volver a empezar. Julio Mauricio Pacheco Polanco Aforismos
Posted on: Mon, 28 Oct 2013 02:06:49 +0000

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