Frigorífico Argandoña Apenas abrí los ojos noté que estaba - TopicsExpress



          

Frigorífico Argandoña Apenas abrí los ojos noté que estaba empapado en sudor. El clima no había variado en lo absoluto con respecto a la noche anterior. “Cálido y húmedo. Desmejorando por la noche. Con probabilidad de precipitaciones”. Me enderecé en la cama y asomé un ojo por la ventana, cual vampiro que emerge de su sarcófago y teme ser pillado por el sol. Ni una gota afuera. El meteorólogo podía ceder su puesto y dedicarse a vender tapioca para el lado del África que nos haría felices a todos. Volví a tirarme en el colchón que parecía orinado por mil crios. Me moviese hacia donde fuese, el colchón estaba igual de sudado por mi humanidad. Me quedé idiotizado, mirando sin mirar el ventilador del techo que giraba perezoso, decidido a no cumplir con su función. Como empecinado en escupir más calor. Sin mover un músculo eché un ojo al reloj despertador que descansaba en la repisa. 12,30. Me pregunté por qué no había sonado esa mañana e intenté recordar si lo había apagado por casualidad. Pero debería estar demasiado dormido porque no lo recordaba. Morfeo se coló entre mis párpados y comencé a adormecerme. La calle Argandoña me esperaba, pero mis ánimos para caminar diez cuadras eran nulos. Fue entonces que se filtró una mosca por la ventana para hacerme la mañana imposible. Tras varios intentos fallidos por eliminarla me di por vencido y me levanté. Por la mañana se me pegaba un aliento a perro muerto y un sabor a su defecación que ni yo toleraba. A veces pensaba que debía de hacerme ver por un médico. Pero por un motivo u otro se iba postergando. Me miré al espejo. Contemplé un sujeto arto de la rutina diaria que la noche anterior se había madrugado haciendo zapping en la televisión por cable en busca de algo potable para ver. Rendido, tipo cuatro de la madrugada, apagó el televisor, se tocó un poco el cuerpo y se hechó a dormir como un pichón. Lo miré. Me miró y el reflejo no cambio en absoluto. Seguía siendo un perdedor como el día anterior. Entonces algo dentro de mí brincó como buscando fuerzas, ignoro de dónde y gritó: ¡Vamos cabrón, que es domingo y hoy te vas a comer un asado! Me hubiese gustado hacerle tragar ese asado a trompadas a esa vocecita, por que saqué los ánimos que no tenía, me embuché un vaso de agua y dos panecillos duros y salí a la calle vistiéndome en el camino. Saludé de lejos a un par de vecinos apresurando el paso cuando un tercero le quiso dar a la lengua. No estaba de ánimos de charlar con nadie. Caminé por Pellegrini hasta Argandoña y de Argandoña tenía que caminar otras nueve cuadras. Inmerso en cálculos numéricos y contando las pocas monedas que había juntado, me vio una vieja sonreír como un loco cuando concluí que me alcanzaba el dinero rasguñando hasta para un chorizo y una morcilla. Agaché la cabeza borrando la sonrisa porque parecía un insulto para la vieja y su cara avinagrada. Ella siguió barriendo la vereda por detrás mío y yo crucé a la vereda del frente para darme cuenta que en un parpadeo había dejado atrás cuatro cuadras. Al llegar a la quinta advertí que hacia años que no transitaba por allí. Hice memoria y no recordé cuándo había sido la última vez. Saqué el volante del bolsillo de mi bermuda y leí la dirección para verificar si era correcto lo que recordaba. El volante, impreso en letras rojas, rezaba sobre la reapertura del Frigorífico Argandoña. El lunes anterior lo habían tirado por debajo de la puerta de mi casa y en cuanto vi los precios de las ofertas, decidí que ese mismo domingo me iba a comer un asado. Estaba arto de tragar el mismo arroz, las mismas lentejas. Todo llegó a tener el mismo sabor a mi paladar. Era un carnívoro por naturaleza. Siempre lo había sido… pero por otra parte, cómo explicarle eso a mi billetera. Al mugroso sueldo que tenía por ingresó haciendo cajas de cartón en mi casa. Hacia semanas que no me traían ningún pedido. Alcancé a levantar la vista del volante a tiempo para esquivar a un tipo que se acercaba a mí de frente. Me echó una mirada escrutante, como si de mis narices colgara el peor de los mocos y se alejó refunfuñando alguna maledicencia. De pronto me comencé a dar cuenta de algo, muy de a poco. Noté que el paisaje había cambiado abruptamente. En si lo era todo. Hasta el mismo sol parecía haberse escondido en aquel sector de la calle Argandoña. Continué avanzando y al mismo tiempo analizando el paisaje que cada vez se me hacia más desconocido. El tiempo parecía haberse detenido allí. Todo estaba descuidado. Olvidado sería la palabra. Un lugar olvidado hasta por sus propios habitantes. Las veredas donde no estaban rotas, estaban abarrotadas por parvas de hojas negras, podridas por lluvias pasadas. En algunas veredas debías bajarte a la calle porque los yuyos no te permitían avanzar. Eché una mirada a las calles que la atravesaban y de lejos podía verse un par de viejos sentados en las puertas de sus casas como si ya lo hubiese vivido todo y se dispusiesen pacientemente a esperar que la parca viniese por ellos. Los negocios estaban abandonados con vidrieras colmadas de tierra y carteles desteñidos por el sol. Perros sarnosos se alimentaban de las inmundicias que encontraban en las bolsas de residuos que los recolectores de los mismos parecían haberse olvidado recoger. Pasé por frente a una gran construcción que me erizó la piel. En una de sus esquinas, porque ocupaba íntegramente una manzana, un cartel oxidado dejaba leer Metalúrgica Saki. Debía llevar décadas cerrada porque entre las ventanas sin vidrios podían verse árboles de tamaño considerable. Algo me impulsó a acelerar el paso. No siento ninguna vergüenza en afirmar que sentí terror frente a esa construcción. Restaban dos cuadras pero tenía más ganas de regresar que de avanzar. Consulté la hora y mi lado negativo me alertó que lo más probable era que ya estuviese cerrado. Pero me vino a la mente el hecho de tener que recalentar el arroz del día anterior. Creo que eso fue lo que me impulsó a correr. Bajé a la calle y corrí. Miré hacia atrás y no vi un sólo auto, aunque sí a la lejanía. No recordaba haber visto pasar ninguno en diez minutos. Me detuve agotado y escupiendo los pulmones por la boca. El cigarrillo me estaba matando. Frente a mí había un viejo frigorífico con las persianas bajas y con toda la pintura descascarada en la fachada. Sobre la persiana llegaba a leerse: FRI_ _R_FICO _ _GADOÑ_. Y la cabeza de un animal que en un tiempo debió ser un toro o vaca. Hurgué en mi bolsillo y busqué la numeración en el volante porque tenía el presentimiento de haberme pasado. Este no podía ser jamás un frigorífico en reapertura. Entonces me ocurrió algo curioso, el volante no tenía la dirección. Entonces lo primero que pensé fue: me estoy volviendo loco. Di vuelta el volante por todas partes pero las letras ni los números aparecieron. A pesar de que en el fondo de mi memoria se habían grabado Argandoña 29… y pico en letras y números rojos. Tosí y casi me atraganto. Busqué un cartel indicador, una puta dirección que me sirviera de referencia, que me indicara si me había pasado de largo el frigorífico Argandoña. Pero como cosa del diablo no encontré un maldito número en las puertas ni un miserable cartel en la esquina. Al carajo el asado, gritó algo dentro de mí en un tono cobarde. Tiré el volante y me di la vuelta decidido a regresar… pero… mi cabeza giró sobre su eje mirando a lo largo de las cuatro direcciones que podía tomar, ya que me hallaba en una esquina. Cómo decirlo… si bien venía avanzando, lo único que tenía que hacer, por lógica, era girar y volver sobre mis pasos. Pero para mi asombro, cuando hice ese movimiento, mis ojos se toparon que a veinte metros se terminaba la calle y se elevaba una pared repleta de graffitis. Sólo faltaba un cartel que me indicase calle sin salida para sacarme lo incrédulo que me encontraba ante tamaña evidencia. Entonces lo segundo que pensé fue: me estoy volviendo loco. Cálmate, sonreí. Esto tiene una lógica, obviamente. Ese no es el camino de regresó. Pero cuando quise tomar cualquiera de los otros caminos el instinto me gritaba que estaba totalmente equivocado. Entonces se despertó un recuerdo, el edificio, la Metalúrgica Saki me serviría de referencia. Entonces la vi. Podía divisarse a varias cuadras de distancia. Mis piernas se debilitaron al punto de casi tirarme al piso. Veía a Saki. Vi su imponente estructura y sus abandonadas murallas. Calculé que estaba a cuadra y media de distancia de donde yo estaba parado a punto de desvanecerme, a cuadra y media detrás de la pared, detrás del callejón sin salida. Mi tercer pensamiento fue: sí, me volví loco. En ese preciso momento un rechinante sonido me hizo brincar del susto. La persiana de la carnicería estaba elevándose a paso de tortuga. Caminé y me paré en frente buscando que alguien me tendiese una mano. En realidad no sabía realmente qué buscaba. Desde dentro cruzó la persiana, agachándose para pasarla, un sujeto inmenso de ojos pequeños y un delantal blanco repleto de manchas de sangre. Llegué a ver el cuchillo de hoja ancha en su mano segundos antes de que me lo arrojase sin vacilar. El cuchillo se hundió en mi pecho como si fuese de mantequilla. Aturdido, agonizante, me caí hacia atrás escupiendo sangre. Lo último que recuerdo fue que el sujeto caminó hacia mí, me tomó de una pierna y me arrastró hacia dentro. Las persianas bajaron y me invadió la oscuridad y el dolor.
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 02:27:07 +0000

Trending Topics



div>

Recently Viewed Topics




© 2015