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Fuentes cristianas Son muy numerosos los escritos cristianos de los siglos I y II en los que se encuentran referencias a Jesús de Nazaret. Sin embargo, solo una pequeña parte de los mismos contiene información útil acerca del mismo. Todos ellos reflejan, en primer lugar, la fe de los cristianos de la época, y solo secundariamente revelan información biográfica sobre Jesús. Los principales son: 1) Las cartas de Pablo de Tarso: escritas, según la datación más probable, entre los años 50 y 60. Son los documentos más tempranos acerca de Jesús, pero la información biográfica que proporcionan es escasa. 2) Los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), incluidos por la Iglesia en el canon del Nuevo Testamento. En general, suelen datarse entre los años 70 y 90. Proporcionan gran cantidad de información, pero reflejan principalmente la fe de los primeros cristianos, y son documentos bastante tardíos. 3) El Evangelio de Juan, también incluido en el Nuevo Testamento. Fue escrito probablemente hacia 90-100. Suele considerarse menos fiable que los sinópticos, ya que presenta concepciones teológicas mucho más evolucionadas. Sin embargo, no puede excluirse que contengan tradiciones sobre el Jesús histórico bastante más antiguas. 4) Algunos de los llamados evangelios apócrifos, no incluidos en el canon del Nuevo Testamento. Una gran parte de estos textos son documentos muy tardíos que no aportan información sobre el Jesús histórico. Sin embargo, algunos de ellos, cuya datación es bastante controvertida, podrían transmitir información sobre dichos o hechos de Jesús: entre aquellos a los que suele concederse una mayor credibilidad están el Evangelio de Tomás, el Evangelio Egerton, el Evangelio secreto de Marcos y el Evangelio de Pedro. Las cartas de Pablo de Tarso Los textos más antiguos conocidos relativos a Jesús de Nazaret son las cartas escritas por Pablo de Tarso, consideradas anteriores a los evangelios. Pablo no conoció personalmente a Jesús. Su conocimiento de él y de su mensaje puede provenir de una doble fuente: por un lado, sostiene en sus escritos que se le apareció el propio Jesús resucitado para revelarle su evangelio, una revelación a la que Pablo concedía gran importancia (Gal 1,11-12); por otro, también según su propio testimonio, mantuvo contactos con miembros de varias comunidades cristianas, entre ellos varios seguidores de Jesús. Conoció, según él mismo afirma en la Epístola a los Gálatas, a Pedro (Gal 2, 11-14), Juan (Gal 2, 9), y Santiago, al que se refiere como "hermano del Señor" (Gal 1, 18-19; 1 Cor 15, 7). Aunque en el Nuevo Testamento se atribuyen a Pablo catorce epístolas, solo existe consenso entre los investigadores actuales en cuanto a la autenticidad de siete de ellas, que se datan generalmente entre los años 50 y 60 (1 Tesalonicenses, Filipenses, Gálatas, 1 Corintios, 2 Corintios, Romanos y Filemón). Estas epístolas son cartas dirigidas por Pablo a comunidades cristianas de diferentes lugares del Imperio Romano, o a individuos particulares. En ellas se tratan fundamentalmente aspectos doctrinales del cristianismo. Pablo se interesa sobre todo por el sentido sacrificial y redentor que según él tienen la muerte y resurrección de Jesús, y son escasas sus referencias a la vida de Jesús o al contenido de su predicación. Sin embargo, las epístolas paulinas sí proporcionan alguna información. En primer lugar, se afirma en ellas que Jesús nació "según la Ley" y que era del linaje de David, "según la carne" (Rom 1,3), y que los destinatarios de su predicación eran los judíos circuncisos (Rom 15,8). En segundo lugar, refiere ciertos detalles acerca de su muerte: indica que murió crucificado (2 Cor 13,4), que fue sepultado y que resucitó al tercer día (1 Cor 15,3-8), y atribuye su muerte a los judíos (1 Tes 2, 14) y también a los “poderosos de este mundo” (1 Cor 2,8). Además, la Primera Epístola a los Corintios contiene un relato de la Última Cena (1 Cor,23-27), semejante al de los evangelios sinópticos (Mt 26, 26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,15-20). Fuentes sinópticas Los estudiosos están de acuerdo en que la principal fuente de información acerca de Jesús se encuentra en tres de los cuatro evangelios incluidos en el Nuevo Testamento, los llamados sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, cuya redacción se sitúa generalmente entre los años 70 y 100. El punto de vista dominante en la crítica actual es que los evangelios no fueron escritos por testigos personales de la actividad de Jesús. Algunos autores, sin embargo, continúan manteniendo el punto de vista tradicional sobre esta cuestión, que los atribuye a personajes citados en el Nuevo Testamento.[65] Fueron escritos en griego por autores que no tenían conocimiento directo del Jesús histórico. Para datar los evangelios sinópticos, un aspecto de particular importancia son las referencias a la destrucción del Templo de Jerusalén. Estudiando estas referencias, la mayoría de los autores coinciden en afirmar que los tres sinópticos, en su estado actual, son posteriores a la destrucción del templo (año 70), en tanto que Q es muy probablemente anterior. Los autores de los evangelios responden a motivaciones teológicas concretas. En sus obras, intentan armonizar las tradiciones recibidas acerca del Jesús histórico con la fe de las comunidades a las que pertenecen. • Documento Q: la existencia de este "protoevangelio", como se ha dicho antes, se ha inducido a partir de la investigación textual de las afinidades entre los sinópticos. En la actualidad, se ha avanzado mucho en la reconstrucción de este texto hipotético. Se considera que fue escrito en griego, que contenía principalmente dichos de Jesús, y que fue redactado, probablemente en Galilea en un momento anterior a la guerra judía, probablemente entre los años 40 y 60. En cuanto a su contenido, se han encontrado importantes paralelos entre Q y un evangelio apócrifo de difícil datación, el Evangelio de Tomás. • Evangelio de Marcos: fue escrito en griego, posiblemente en Siria, y se data generalmente en torno al año 70, por lo cual se trata del evangelio más antiguo que se conserva. Se considera básicamente una recopilación de materiales de tradición escrita y oral, entre los cuales destaca, por su unidad estructural, la narración de la Pasión, pero que incluyen también antologías de milagros, tradiciones apocalípticas (especialmente Mc 13) y disputas y diálogos escolares. • Evangelio de Mateo: fue escrito en griego, posiblemente en Siria, y es más tardío que Marcos, al que utiliza como fuente. Probablemente se redactó en los años 80 del siglo I. Combina como fuentes Q, Marcos, y otras, y su intención principal es destacar la figura de Jesús como plenitud de la Ley y los profetas del Antiguo Testamento, por lo cual utiliza abundantemente citas de las Escrituras judías. • Evangelio de Lucas: es la primera parte de una obra unitaria cuya segunda parte es el texto conocido como Hechos de los Apóstoles, dedicada a narrar los orígenes del cristianismo. Al igual que Mateo, utiliza como fuentes Q y Marcos. Evangelio de Juan Generalmente se considera que el Evangelio de Juan es más tardío que los sinópticos (suele datarse en torno al año 100) y que la información que ofrece acerca del Jesús histórico es menos fiable. Muestra una teología más desarrollada, ya que presenta a Jesús como un ser preexistente, sustancialmente unido a Dios, enviado por él para salvar al género humano. Sin embargo, parece que utilizó fuentes antiguas, en algunos casos independientes de los sinópticos, por ejemplo, en lo relativo a la relación entre Jesús y Juan el Bautista, y al proceso y ejecución de Jesús. Relata pocos milagros de Jesús (solo siete), para los que posiblemente utilizó como fuente un hipotético "Evangelio de los Signos". En este evangelio son muy numerosas las escenas de la vida de Jesús que no tienen un paralelo en los sinópticos (entre ellas, algunas de las más conocidas, como las bodas de Caná o la resurrección de Lázaro). Evangelios apócrifos Se denomina evangelios apócrifos a aquellos textos sobre hechos o dichos de Jesús no incluidos en el canon del Nuevo Testamento. Como señala Antonio Piñero, la mayor parte de los apócrifos no aportan información válida sobre el Jesús histórico, ya que se trata de textos bastante tardíos (posteriores a 150), y que utilizan como fuentes los evangelios canónicos. Existen, sin embargo, algunas excepciones notables: el Evangelio de Pedro, el Papiro Egerton y el Papiro de Oxirrinco 840 y, muy especialmente, el Evangelio de Tomás. Sobre la datación de estos textos no hay acuerdo entre los especialistas, pero la posición mayoritaria es que pueden contener información auténtica acerca de Jesús. Dado su carácter fragmentario, sin embargo, se han utilizado sobre todo para confirmar informaciones que también transmiten los evangelios canónicos. Otros textos cristianos • Dichos atribuidos a Jesús en otros libros del Nuevo Testamento: estos dichos son denominados convencionalmente agrapha, es decir "no escritos". Dejando aparte las cartas de Pablo, ya mencionadas, se encuentran dichos atribuidos a Jesús en Hechos de los Apóstoles (Hch 20, 35); en la Epístola de Santiago y en la Primera epístola de Pedro. • Referencias de otros escritores cristianos de los siglos II y III, entre las que destacan la primera y segunda epístolas de Clemente; las cartas de Ignacio de Antioquía; y un texto perdido, atribuido a Papías, titulado Exposición de las palabras del Señor, que supuestamente recogía tradiciones orales sobre Jesús, y del que se conocen solo fragmentos por citas de autores posteriores, como Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. La historicidad de estas referencias es considerada en general bastante dudosa. Cronología Ninguna de las fuentes ofrece una fecha exacta para la muerte de Jesús. Sin embargo, tanto las fuentes sinópticas como el Evangelio de Juan coinciden en que Jesús murió un viernes. Según los sinópticos, este viernes coincidió con el primer día de la fiesta de Pésaj (Pascua judía), que se celebraba el día 15 del mes hebreo de Nisán. El Evangelio de Juan, en cambio, indica que la muerte de Jesús ocurrió el día anterior a dicha fiesta (es decir, el 14 de Nisán), la tarde en la que en el Templo de Jerusalén se sacrificaban los corderos pascuales. Se ha indicado que la información dada por Juan puede estar motivada por su intención de identificar a Jesús como el verdadero Cordero de Dios, ya que su muerte, en el relato joánico, tiene lugar a la misma hora en que en el templo se sacrificaban los corderos para la fiesta de Pascua. Todas las fuentes están de acuerdo en que la ejecución de Jesús tuvo lugar durante el mandato de Poncio Pilato (26-36). Si se acepta como cierta la información que aportan los sinópticos, la muerte de Jesús pudo haber ocurrido en el 27 o el 34, ya que en estos dos años el 15 de Nisán cayó en viernes. Si se cree, en cambio, que la información más fidedigna es la aportada por el Evangelio de Juan, las fechas posibles son el 30 y el 33, años en los que el 14 de Nisán fue viernes. Algunos autores han intentado armonizar los datos aportados por los sinópticos y por Juan, apelando al uso de dos calendarios diferentes (un calendario lunar oficial y otro solar, utilizado por los esenios). No hay indicios, sin embargo, de que Jesús siguiese otro calendario diferente del que regía las festividades oficiales. Aunque la tradición cristiana considera generalmente que, en el momento de su muerte, Jesús tenía 33 años, es perfectamente posible que tuviera una edad superior, dado que, como se dijo más arriba, posiblemente nació antes del 4 ad C (fecha de la muerte de Herodes el Grande). El número 33 con el tiempo ha acabado adquiriendo un sentido simbólico y ha sido empleado por organizaciones como la masonería, que divide su escalafón en 33 grados (siendo el 33 el grado superior). Motivos de la ejecución de Jesús Como se ha dicho antes, la inmensa mayoría de los investigadores coincide en que Jesús murió crucificado por orden de las autoridades romanas de Judea. Los ejecutados por crucifixión eran generalmente esclavos y sediciosos; por ello, hay un gran consenso en cuanto a que el delito por el que Jesús fue crucificado fue el de sedición contra las autoridades romanas. Un fuerte argumento en favor de esta hipótesis es la inscripción que, según los cuatro evangelios, se colocó en la cruz por orden de las autoridades romanas, en la que se llama a Jesús "rey de los judíos"; se sabe que era costumbre en la época dar a conocer mediante un rótulo la naturaleza del delito de los ejecutados. También se ha aducido en favor de esta hipótesis el relato del prendimiento de Jesús en el Evangelio de Juan (Jn 18, 3-12), que hace referencia a la intervención de soldados, tal vez romanos. Sin embargo, esta imagen de un Jesús sedicioso no se ajusta a la visión general que del personaje se nos da en los evangelios, ya que en ningún momento se nos presenta a Jesús en confrontación directa con las autoridades romanas. Otra posibilidad es que la crucifixión de Jesús hubiese obedecido a la instigación de las autoridades judías de Jerusalén, quienes habrían presionado al gobernador romano para que ejecutase a Jesús. De hecho, esta posibilidad se ajusta perfectamente a lo relatado en los evangelios, según los cuales Jesús fue en primera instancia juzgado por el Sanedrín, y solo después conducido ante Pilatos. Las razones entonces habría que buscarlas en la acusación de blasfemia hecha por el Sanedrín (Mc 14,63), tal vez en relación con la profecía de la destrucción del Templo. Esta hipótesis, sin embargo, también presenta problemas. Se cree, en líneas generales, que existe una cierta tendencia en los evangelios a exculpar a Pilatos de la responsabilidad de la muerte de Jesús, y a culpar, en cambio, a los judíos. Debe tenerse en cuenta que, en la época supuesta de la redacción de los evangelios, los primeros cristianos sufrieron con frecuencia persecuciones por parte de los judíos ortodoxos; por otra parte, para evitar despertar el recelo de las autoridades romanas en las primeras décadas del cristianismo, podría haber resultado conveniente soslayar que el fundador de la nueva religión había sido ejecutado por sedición. Hasta qué punto esto es así es objeto de debate, aunque en la actualidad hay bastante acuerdo en cuanto a que el relato del proceso de Jesús tal y como se narra en los evangelios no puede ser considerado plenamente fiel a los hechos. Jesús de Nazaret (Belén, c. 6/4 a. C. - Jerusalén, c. 30/36), también conocido como Jesús, Cristo o Jesucristo, es la figura central del cristianismo y una de las figuras más influyentes de la cultura occidental. Para la mayoría de las denominaciones cristianas, es el Hijo de Dios y, por extensión, la encarnación de Dios mismo. Su importancia estriba asimismo en la creencia de que, con su muerte y posterior resurrección, redimió al género humano. El judaísmo niega su divinidad, que es incompatible con su concepción de Dios. En el islam, donde se lo conoce como Isa, es considerado uno de los profetas más importantes. Desde un punto de vista exclusivamente histórico, basado en una lectura crítica de los textos sobre su figura, Jesús de Nazaret fue un predicador judío que vivió a comienzos del siglo I en las regiones de Galilea y Judea y fue crucificado en Jerusalén en torno al año 30, bajo el gobierno de Poncio Pilato. Lo que se conoce de Jesús depende casi absolutamente de la tradición cristiana, especialmente de la utilizada para la composición de los evangelios sinópticos, redactados, según opinión mayoritaria, unos 30 o 40 años, como mínimo, después de su muerte. La mayoría de los estudiosos considera que mediante el estudio de los evangelios es posible reconstruir tradiciones que se remontan a contemporáneos de Jesús, aunque existen grandes discrepancias entre los investigadores en cuanto a los métodos de análisis de los textos y las conclusiones que de ellos pueden extraerse. Existe una minoría que niega la existencia histórica de Jesús de Nazaret. Iniciar un estudio objetivo de este Texto Sagrado, La Biblia, ofrece desde el comienzo una dificultad: la ausencia de una versión original única en la cual basarse, con un texto escrito en un único idioma. Hasta bien entrado el s. XVIII, apenas si se dudaba del valor histórico de los evangelios, creyéndose que, por su carácter de libros inspirados y por los autores que los escribieron, reflejaban las circunstancias históricas de la vida de Jesús. La principal preocupación de los estudiosos había sido mostrar que no existía contradicción en ellos. De la investigación sobre la vida de Jesús resulta sorprendentemente un Jesús de la historia con múltiples rostros, fabricados desde la perspectiva del investigador de turno como resultado de la utilización de fuentes de distinto tipo o de las mismas fuentes, pero con metodologías y presupuestos ideológicos diferentes. Un Jesús, por citar sólo autores de la tercera etapa, cínico itinerante u hombre del Espíritu o profeta escatológico o profeta del cambio social o sabio-sabiduría de Dios o judío marginal o mesías judío, etc... Pero por más dispares que nos puedan parecer estas imágenes de Jesús, podemos decir que, desde el comienzo de la investigación hasta hoy, las grandes líneas de investigación seguidas por los autores han sido solamente dos: La primera, analítico-literaria, iniciada por Wrede con su obra sobre el secreto mesiánico como motivo literario introducido en los evangelios por Marcos para esconder la verdad histórica de un Jesús que no fue reconocido como Mesías hasta después de la muerte. Esta línea de investigación analítico-literaria (seguida por Bultmann y por los postbultmanianos y por los autores de la segunda etapa) se ha centrado en el estudio de los dichos de Jesús para probar su autenticidad (ipsissima verba Jesu) y considera meta imposible el acceso al Jesús histórico a partir de los evangelios. Para estos autores, los evangelios conducen al Cristo de la fe o a la historia de la iglesia primitiva y de su ambiente judío o helenístico; por ello, escribir la vida de Jesús resulta empresa vana e imposible, o cuando menos sumamente arriesgada. La segunda línea de investigación –histórico-sintética- arranca de Schweitzer, que considera histórica la exposición del evangelio de Marcos sin atenuar sus incoherencias o contradicciones, situando a Jesús dentro del contexto del movimiento apocalíptico judío. Quienes han seguido esta línea de investigación han centrado su estudio en los hechos de Jesús (ipsissima facta Jesu), encuadrándolos en el contexto histórico, económico, político, social, religioso y cultural judíos de la época, para desde ahí reconstruir un relato plausible de su ministerio y consiguientemente describir el perfil histórico de su persona, ayudados de ciencias auxiliares de la exégesis como la crítica histórica, las ciencias sociales o la antropología cultural y dando un mayor grado de credibilidad histórica a los evangelios canónicos, como plataforma razonablemente válida para acceder al Jesús de la historia . Con relación a la fiabilidad histórica de los evangelios, los autores han pasado de aceptarlos como documentos históricos (etapa pre-crítica) a rechazarlos en bloque por reflejar más la ideología y fe de la comunidad primitiva que los auténticos dichos y hechos del Jesús de la historia. Sin embargo, en los últimos tiempos, los evangelios han recuperado cierto grado de credibilidad histórica y se consideran una plataforma válida para acceder al Jesús de la historia, aunque no lo suficientemente amplia como para poder escribir su biografía. Hay quien, como hemos visto, llega a considerarlos al mismo nivel de las obras biográficas de la antigüedad. Al colocar los hechos y dichos de Jesús en el contexto de la época, se muestra en muchos casos la coherencia histórica del relato evangélico que permite creer en la posibilidad de reconstruir desde el punto de vista histórico las coordenadas del ministerio terrestre de Jesús y dibujar, al menos, las grandes actitudes que caracterizaron su persona. Aunque "hay que reconocer que los escritos del NT no son relatos históricos en el sentido moderno de la palabra, sino profesiones de fe en el Mesías resucitado y que los sucesos de su vida terrestre se releen en ellos a la luz de Pascua, esto no impide que un estudio minucioso, sin pretender encontrar las (ipsissima verba) de Jesús, suministra sólidos indicios de lo que fue su estilo de vida, sus actitudes, gestos y palabras; este estudio nos ayuda así a penetrar algo en su conciencia. Paradójicamente, la contribución más clara a la cristología de Jesús mismo proviene menos de las declaraciones formales de éste que de sus comportamientos". El Jesús de las grandes actitudes Y es por aquí por donde creo que la investigación sobre Jesús puede encontrar una vía de salida al "callejón sin salida" en el que se encuentra. Más allá del retrato o perfil definido de su persona –que dependerá siempre del contexto en el que lo sitúe cada autor, del método con que lo aborde o de las fuentes que utilice- creo que estamos en condiciones de recuperar las grandes actitudes o comportamientos básicos del Jesús de la historia. Las líneas maestras de su estilo de vida y de su mensaje, que son proclamadas también por la comunidad primitiva, deben apuntar, a mi juicio, en mayor o menor grado, a sus comportamientos y actitudes básicas. Si la fórmula primitiva "Jesús es el Cristo" no es un mero invento de los primeros cristianos, para montar sobre ella la historia de un fraude, hemos de pensar que ellos –cuando anunciaban a Jesús muerto y resucitado- transmitían fielmente al menos el contorno de su figura, resaltando -con mayor o menor intensidad y según las nuevas y cambiantes circunstancias de sus comunidades-, los rasgos principales de su personalidad. Este núcleo, común a los evangelios y al resto de los escritos del Nuevo Testamento cuando se refieren a Jesús, abarca, al menos, cuatro rasgos distintivos de su personalidad histórica: su libertad suprema, su proclamación de la igualdad entre los seres humanos, su apertura universal a todos, especialmente a los excluidos de la sociedad, y su amor solidario, como resultado de sentirse poseído por el Espíritu del Dios-amor a quien llama "Padre". El proyecto vital de este Jesús de la historia fue llevar a los hombres a la plenitud humana, lo que equivale en el lenguaje evangélico a hacerlos hijos de Dios. Colocando al hombre en el centro de atención, chocó frontalmente con el templo y con la Ley, utilizados por los dirigentes para someter y no para liberar al pueblo. Por esto lo mataron. Un Jesús que no se agota en una fórmula Aunque apenas sabemos nada de Jesús de Nazaret por las fuentes no cristianas y lo que conocemos de Jesús por los evangelios está envuelto en el tamiz de la fe que les lleva a hablar de Jesucristo, sin embargo creo que hoy estamos en grado de saber lo suficiente como para afirmar que Jesús fue a los ojos de sus contemporáneos "una personalidad fuera de lo común, cuya vida estuvo definida por una vocación excepcional". Si los evangelios narran acciones de Jesús como sanador, si la enseñanza del reino se transmite especialmente en un numeroso conjunto de parábolas, si se nos han trasmitido en ellos abundantes controversias de Jesús con los dirigentes judíos, si se nos han conservado colecciones de logia o palabras de Jesús, enriquecidas, sin duda, por la comunidad cristiana primitiva con entera libertad, si numerosos textos dibujan un Jesús que se acerca a los pecadores y marginados de la sociedad, estamos convencidos de que este conjunto de tradiciones acerca de Jesús no se habrían plasmado por escrito y transmitido de no haber tenido como referente a un Jesús histórico que ejerció –en mayor o menor grado- de sanador, de maestro que hablaba del reino en parábolas –género literario, por cierto, utilizado en exclusiva por Jesús en el Nuevo Testamento-, de polemista con los dirigentes judíos, de sabio que profiere dichos que condensan su enseñanza con autoridad y de liberador de los marginados y oprimidos. Si podemos afirmar con los investigadores que la mayor parte de los títulos que se aplican a Jesús en los evangelios no provienen del Jesús de la historia, sino que son desarrollos cristológicos de la comunidad primitiva, dudamos seriamente de que esta proliferación de títulos haya surgido a partir de la nada, sin haber encontrado una base firme en el Jesús de la historia y sin que sus seguidores no hubiesen oteado en él una especial apertura hacia lo divino que habría servido para dar pie a la explicitación intensiva posterior de los rasgos de su personalidad histórica. Aunque no podamos escribir la vida de Jesús en detalle –y tal vez nunca podamos llegar a escribirla-, creo que en el actual estado de la investigación estamos en condiciones de afirmar que, si no el perfil definido de su personalidad, estamos en condiciones de recuperar los rasgos característicos de la misma y, a grandes trazos, su estilo totalmente peculiar de vida. Porque si algo ha quedado claro en este trabajo es que su perfil no se agota en la fórmula de turno del autor correspondiente. Tal vez ésta sea la mejor conclusión a la que podamos llegar. No sólo el Cristo de la fe, también el Jesús de la historia resulta difícil de enmarcar dentro de una determinada definición. Al final de este recorrido para rescatar la imagen del Jesús de la historia, hemos de recordar también que "la fe en Cristo se encarna en la historia, pero no se agota con ella". En los umbrales del siglo XXI, la figura de Jesús sigue teniendo mucho de un enigma que, tal vez, solamente se pueda descifrar si, a luz de la historia, sumamos la experiencia de la fe, para poder confesar con y como los primeros cristianos que "Jesús es el Cristo" y llamarlo "Jesucristo". Metodología de investigación de las fuentes La investigación histórica de las fuentes sobre Jesús de Nazaret exige la aplicación de métodos críticos que permitan discernir las tradiciones que se remontan al Jesús histórico de aquellas que constituyen adiciones posteriores, correspondientes a las primitivas comunidades cristianas. Existe hoy un amplio consenso en considerar que el Evangelio según San Marcos es el más antiguo y por tanto, el más cercano al Jesús histórico. Lo redactó un cristiano procedente del paganismo en los años 70 del primer siglo. Se postula también la existencia de un material común a Lucas y Mateo que no usó Marcos y que desde el siglo XIX se considera procedente de un hipotético texto previo denominado con la letra Q —del alemán Quelle: fuente—. Esta fuente Q, posiblemente formada en los años 60, consistía, en su mayor parte, en una colección de dichos de Jesús, semejante al Evangelio de Tomás. Los principales criterios que suelen manejarse a la hora de interpretar las fuentes cristianas son los siguientes: • Criterio de dificultad: Pueden considerarse auténticos aquellos hechos o dichos atribuidos a Jesús que resulten incómodos para los intereses teológicos del cristianismo. Por ejemplo, que Jesús fuera bautizado por Juan, que fuese considerado un comilón y un bebedor, que Pedro negara a Jesús, o la muerte en un patíbulo romano. • Criterio de atestiguación múltiple: Se consideran auténticos aquellos hechos o dichos de Jesús de los que pueda afirmarse que proceden de diferentes estratos de la tradición. A este respecto, se piensa que, al menos parcialmente, aportan fuentes independientes entre sí la fuente Q, el evangelio según San Marcos, el material propio de Lucas, el material propio de Mateo, el Evangelio según San Juan, las epístolas paulinas y ciertos evangelios apócrifos: muy especialmente, en relación con los dichos, el Evangelio de Tomás, pero también el Evangelio de Pedro o el Evangelio Egerton, entre otros. Este criterio se refiere también a la atestiguación de un mismo dicho o hecho en formas o géneros literarios diferentes. • Criterio de desemejanza o disimilitud: Según este criterio, pueden darse por ciertos aquellos hechos o dichos atribuidos a Jesús en las fuentes que sean contrarios a concepciones o intereses propios del judaísmo anterior a Jesús o del cristianismo posterior a él. Por ejemplo su proximidad a «publicanos y pecadores» o su uso de la palabra Abbá al dirigirse a Dios. Contra este criterio, se han formulado objeciones, ya que Jesús era judío y al desvincularlo del judaísmo del siglo I, se corre el peligro de privarle del contexto necesario para entender aspectos fundamentales de su actividad. • Criterio de plausibilidad histórica: Evitando la excesiva restricción artificial que supone el criterio de desemejanza, numerosos autores consideran histórico aquello que permita radicar a Jesús en su contexto del judaísmo del siglo I, así como los datos que puedan contribuir a explicar ciertos aspectos del influjo de Jesús en los primeros cristianos. • Justificación del rechazo y la crucifixión: El fracaso, el rechazo de su mensaje y sobre todo su crucifixión son hechos que prácticamente nadie duda. Todo aquello que pueda justificar el rechazo o la ejecución de Jesús suele considerarse histórico. • Criterio de coherencia o consistencia: Pueden darse también por ciertos aquellos dichos o hechos que son coherentes con lo que los criterios anteriores han permitido establecer como auténtico. • Aramaismos: Algunas palabras arameas que permanecen en los escritos griegos sin traducir parecen proceder del Jesús histórico, como la palabra Abbá. Ha de tenerse en cuenta que algunas de las expresiones arameas pueden haberse originado a partir de cristianos de habla aramea. No todos, sin embargo, interpretan del mismo modo estos criterios, e incluso hay quienes niegan la validez de algunos de ellos. La investigación de las fuentes ha llevado a reconstrucciones diversas del Jesús histórico en función de las premisas y criterios de investigación. Apasionante ……….¿¿¿verdad???
Posted on: Mon, 01 Jul 2013 15:35:45 +0000

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