Guardaos de toda codicia (Lc 12,13-21) Semana XVIII del Tiempo - TopicsExpress



          

Guardaos de toda codicia (Lc 12,13-21) Semana XVIII del Tiempo Ordinario - 4 de agosto de 2013 El Evangelio de hoy es una severa advertencia de Jesús a los que ponen su confianza en los bienes de este mundo. Según la mentalidad corriente, los bienes de este mundo conceden poder, prestigio y seguridad. Por eso se codician. Pero Jesús nos advierte que esa mentalidad es errónea: "Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes". ¿En qué ocasión formuló Jesús esta advertencia? La dijo para responder a uno que en medio de la multitud le pidió: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo”. Al escuchar esta petición todos nos imaginamos que quien la hace está sufriendo una injusticia, pues lo justo es que la herencia se reparta entre los hermanos. Habríamos esperado, entonces, que Jesús accediera a la petición e invitara al hermano que abusa a compartir con su hermano los bienes heredados. Pero Jesús rehúsa entrar en el litigio, porque su origen es la codicia. Ninguno de los dos hermanos está libre de ella: codicia el que acapara toda la herencia y codicia el que se queja de haber sido despojado. Ambos tienen su corazón puesto en las riquezas de este mundo. Cualquier sentencia que Jesús hubiera dado habría sido rechazada, pues la codicia es por definición insaciable. Es un tirano que cuando domina el corazón no lo deja nunca en paz. Jesús responde a la petición diciendo: “¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?”. Esta es una pregunta retórica que exige la respuesta: Nadie. Hay que distinguir, porque en realidad, Jesús es juez; pero es juez de causas harto más importantes que la que aquí se le presentaba. Y ha sido constituido juez por su Padre: “El Padre... ha dado al Hijo poder para juzgar, porque es Hijo del hombre” (Jn 5,27). En el Credo confesamos que Jesús “ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Jesús es juez; pero lo es en el juicio definitivo que tiene que enfrentar cada ser humano, pues “todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba la sentencia según el bien o el mal que haya hecho en su vida mortal” (2Cor 5,10). Por eso en su pregunta Jesús agrega “repartidor entre vosotros”. Esto Jesús no lo es. Y para hacer evidente que las riquezas de este mundo defraudan, Jesús propone una parábola, es decir, una historia inventada, pero verosímil: los campos de un hombre dieron mucho fruto y, entonces, después de haber resuelto el problema de espacio para almacenar la cosecha, deliberó consigo mismo diciendo: “Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea". Se acentúa la abundancia: “muchos bienes”, y la tranquilidad que garantizan: “reserva para muchos años”. La historia no detalla cuántos años; pero diciendo “muchos” se da la idea de que superan holgadamente las expectativas normales de vida. Ese hombre confía en que, gracias a sus “muchos bienes” podrá entregarse sin sobresalto alguno a una especie de permanente “dolce vita”: descansar, comer, beber, banquetear. Esta actitud nos recuerda las palabras del libro de la Sabiduría: “Así discurren los impíos, pero se equivocan, pues los ciega su maldad; no conocen los se-cretos de Dios” (Sap 2,21-22). En este caso el secreto de Dios era que ese programa, que el hombre se había trazado para muchos años, se frustrara. No duraría ni mucho ni poco, porque Dios le diría: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”. Alcanzó a comer, beber y banquetear sólo un día. Su necedad consiste en que preparó cosas para disfrutarlas muchos años y no las pudo disfrutar más que un día. Por eso, Dios le pregunta: “Las cosas que preparaste, ¿para quién serán?". Serán para que las disfruten otros. Ya el Qohelet había observado que “Dios da a quien le agrada sabiduría, ciencia y alegría; más al pecador da la tarea de amontonar y atesorar para dejarselo a quien agrada a Dios” (Qoh 2,26). De la parábola Jesús saca esta conclusión: “Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios”. Atesorar riquezas para sí ya sabemos lo que es: es lo que hizo el hombre necio de la parábola. Enriquecerse en orden a Dios consiste, en cambio, en compartir las riquezas de este mundo con los necesitados, como aconsejó Jesús al joven rico: “Anda vende lo que tienes y daselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sigueme” (Mt 19,21). Lo grave es que el caso descrito por Jesús en la parábola se da con mucha frecuencia y lo que Jesús aconseja al joven rico se ve muy raramente. De hecho, el joven rico no siguió el consejo. Con frecuencia ponemos nuestra confianza en las riquezas de este mundo, mientras Jesús nos exhorta a ponerla en Dios. Por eso sigue enseñando a continuación la confianza en la Providencia divina: “Fijaos en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodegas ni graneros, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!” (Lc 12,24). Los bienes de esta tierra no nos pueden asegurar la vida. Es lo que enseña la parábola. No nos pueden asegurar la vida terrena, pero mucho menos la vida eterna. En efecto, viendo al joven rico que se alejaba esclavizado por sus riquezas, Jesús exclama: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!” (Mc 10,23). Consciente del peligro que encierran las riquezas de este mundo, San Pablo exhorta a los cristianos a desapegar el corazón de ellas: “Hermanos, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra” (Col 3,1-2). En cuanto a las cosas de esta tierra, hay que estar como muertos; pero vivos en cuanto a las cosas del cielo: “Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3). + Felipe Bacarreza Rodríguez Obispo Auxiliar de Los Angeles (Chile)
Posted on: Sun, 04 Aug 2013 19:38:00 +0000

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