Gustavo Ibarra Merlano. Álvaro Suescún viene adelantando una - TopicsExpress



          

Gustavo Ibarra Merlano. Álvaro Suescún viene adelantando una interesante tarea conducente al estudio de varios escritores cartageneros. Le escuché una conferencia sobre el poeta Jorge Artel en la biblioteca que lleva el nombre del autor de “Botas y Banderas” y de “Tambores en la noche”, a partir del trabajo investigativo sobre la obra de quien es considerado como el representante de la poesía negra y mulata en el Caribe colombiano, Agapito de Arco. Dicha conferencia se basó en el ensayo que Suescún realizó sobre Jorge. En días recientes me han enviado las señoras Sara Marcela Bozzi y Mirta Villamil, la primera docente y la segunda funcionaria de la “Secretaría de Educación y Cultura del Departamento de Bolívar”, en su orden, otro ensayo del mismo autor, Suescún, quien pesquisa esta vez la obra de Gustavo Ibarra Merlano, el autor de “Hojas de Tarja” y de “Los Días Navegados”, quien reside en Bogotá desde hace más de 50 años. Amicísimo aquel de Jaime Gómez O’Byrne, escritor, crítico e historiador del Arte y de la Literatura, amén de jurista. Igualmente, leí en años pasados una oración dedicada a la Virgen María, traducida por Ibarra Merlano, el “Himno a la virgen Macrembolitissa”, advocación mariana griega. En varios apartes Suescún nos transmite el resultado de las conversaciones, que aquí en Cartagena y en Bogotá, sostuvo con el poeta Ibarra Merlano sobre distintos aspectos de la historia reciente, en materia literaria, de Cartagena, en relación a Rojas Herazo y a García Márquez, quienes fueron grandes amigos de Ibarra Merlano. Hace allí Ibarra una reminiscencia de la Cartagena tertulial de aquella época, y del ambiente en que se cuajaron aquí varias vocaciones literarias, en derredor del diario “El Universal”, donde formaban parte el doctor Domingo López Escauriaza y Clemente Manuel Zabala, su Jefe de Redacción, en aquellos tiempos arcádicos. ¡Cincuenta años! Ibarra Merlano tiene muchas virtudes, pero de lo que se trata ahora es del asunto literario del mismo, a partir del trabajo de Suescún. Ibarra nos habla de sus lecturas y de su afición al cine. Asunto en el cual se desempeñó como crítico, profesor y escritor del tema. En sus reminiscencias Ibarra nos narra sobre el Colegio San Pedro Claver, dirigido por el maestro Gabriel Porras Troconis, y de cómo cuando el sacerdote Rafael García Herreros se fue para Bogotá él continuó con la cátedra de griego, que según García Márquez también le impartió a él, cosa de la que Gustavo se ríe con delicia. Suescún trata de establecer cuándo se escribió “La Hojarasca” y dice que en 1949, mientras que contrasta esta información con la que ofrece el mismo García Márquez, que dijo que fue en 1951. Añado yo que en todo caso, fuere en 1949 o bien en 1951, la obra salió publicada, tal vez por primera vez, en 1955 en Bogotá, que es la fecha que ofrece el pie de imprenta de la edición que hizo el profesor Samuel Lismann Baum que en aquellos tiempos regentaba una cátedra de Literatura en el colegio San Pedro Claver, en 1955. Escribo esto para que quienes hubieren conocido al profesor Lismann Baum ayuden a precisar algunos datos sobre este personaje, que mucho dio a Cartagena, antes de irse definitivamente de la ciudad. Dicha edición de “La Hojarasca”, a la cual considero, hasta mejor prueba en contrario, como la edición príncipe de dicha novela. Está ilustrada por Cecilia Porras, hija del historiador, sobre quien se ha cernido un silencio de catacumba, injusto, que Ibarra atribuye a una supuesta antipatía en aquella época por el enfoque que él les daba a los asuntos relativos a la historia de Cartagena y de Colombia, favoreciendo el papel que jugó España en ella. Cecilia Porras pintó unos niños para la portada, la cual acompaña este trabajo (en este caso no apareció la fotografía de la misma al ser publicada, nota posterior del Autor a su publicación), con unos ojos enormes y tristes como los que ella solía hacer y que la caracterizaron en algún aspecto de su obra, pues pintó dentro de un género muy variado, como vimos hace algunos pocos años en la retrospectiva que de su pintura presentó el “Museo del Oro”, para visión y análisis de las generaciones que no tenían conocimiento de su trabajo pictórico o bien de aquellos que lo habían olvidado, sin querer, siendo ella la primera mujer que en Cartagena, en este siglo, dedicó su vida y talento al arte de la paleta y los pinceles. Ibarra Merlano es hombre aislado de la vanagloria, pero no de la “Gloria”, y sus publicaciones se han abierto camino lentamente, desde cuando decidió publicar en Atenas, dice a Suescún que allí, además de que publicaron (en la Antigüedad, se entiende) Platón y Empédocles, resulta también más barato hacerlo que en Colombia. Conocí “Hojas de Tarja” por obsequio que me hiciera Gómez O’Byrne, su amigo, y en él pude conocer de la poesía de Ibarra, filosófica, fluyente como el río de Heráclito, descrito con su famoso aforismo de “Panta Rhei”, que significa que todo fluye, que nada permanece; introspectiva en materia de amor hasta la sicología profunda; marina o marinera, como la de alguien que conoce que Grecia fue favorecida por Poseidón, dios del mar, lo mismo que esta Cartagena que Ibarra adora desde el altiplano bogotano; y del mar con sus oros, y sus platas y sus cobres, según la hora en que el sol castiga con sus reflejos el agua; religiosa, porque Ibarra, que se declara cristiano, aunó su amor por la desesperanza que produce el inquirimiento del devenir cambiante con la estabilidad de la fe. (Nota escrita antes del fallecimiento de Ibarra). EL HERALDO, DOMINICAL, 18 DE AGOSTO DE 2002.
Posted on: Fri, 27 Sep 2013 08:09:18 +0000

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