Hacer el Bien y no el mal como mandato divino En cierta ocasión, - TopicsExpress



          

Hacer el Bien y no el mal como mandato divino En cierta ocasión, un astrónomo de fama mundial llamado Arago dio una conferencia acerca de las leyes de la astronomía, y decía: «La semana próxima habrá un eclipse solar. La luna entrará en conjunción con el sol y no llegará a la tierra la luz solar. Por tanto, ese día, a tal hora, en tal minuto y en tal segundo, los tres cuerpos siderales obedecerán no a nuestros propósitos, sino al mandato de Dios» Hay, en efecto, unas leyes en todo el universo que rigen el desarrollo y actuación de las cosas. Llama la atención, por ejemplo, que siempre que se siembran granos de trigo, nacen plantas de trigo, y que de las semillas de girasol nacen plantas de girasol y no otra cosa. Son cosas que suceden siempre así, pero si se observan no dejan de asombrar: la formación de las nubes, el descenso de los ríos; por qué los pingüinos no van al Caribe, por qué otros pájaros sí cambian de hábitat; cómo funcionan las células en las plantas o en los animales, etc. Cada cosa tiene unas normas de funcionamiento y de relación con los demás seres. Esas normas evitan que el universo se convierta en un caos. Cualquier persona inteligente se da cuenta de que Alguien inteligente ha ordenado todo el mundo y en todas sus partes. Y, efectivamente, hay un plan en toda la creación y para cada cosa concreta. Es lo que se llama la Ley Eterna, el plan que Dios creador ha establecido para el mundo que El ha creado, y que se cumple inexorablemente. Siguiendo esas leyes impresas y relacionándose unas cosas con otras, las criaturas alcanzan sus perfecciones: la semilla se convierte en árbol, el árbol da frutos, etc. También las criaturas racionales participamos en esa Ley Eterna, es lo que se llama Ley Natural. Es una ordenación de Dios apropiada al modo de ser de los hombres, pues las personas, aparte de tener un cuerpo regido por sus leyes biológicas, tenemos espíritu; somos seres inteligentes y libres, y el modo de alcanzar nuestra perfección como personas es actuando voluntariamente, escogiendo el bien. La Ley Natural rige cómo debe ser nuestro comportamiento para que sea verdaderamente humano y no sea un comportamiento meramente animal, que se mueve inexorablemente por los instintos según las circunstancias. Esta Ley Natural la advierte cada uno en sí mismo y se da cuenta de que no se impone necesariamente como se imponen las leyes que rigen a los animales. No se nos impone, se nos propone: «debes hacer el bien y evitar el mal», y uno voluntariamente la sigue o no, por eso no podemos predecir el comportamiento humano con la exactitud con que se predice un eclipse de sol. Todos los hombres se dan cuenta de este principio general de la Ley Natural: hay que hacer el bien y evitar el mal. Y hay como diez grandes capítulos del comportamiento humano en los que toda persona de recto corazón se da cuenta de lo que está bien y lo que está mal. Son los diez Mandamientos que rigen el comportamiento humano para que la persona actúe y viva verdaderamente como persona. Estos diez Mandamientos que componen la Ley Natural están grabados en el fondo del corazón de cada uno, como dice san Pablo (cfr. Rm 2,15), y aunque a uno nadie se los haya enseñado, los descubre de modo natural. En el fondo del corazón está la conciencia, ese espejo de luz donde contrastamos siempre nuestras acciones. Como un acto reflejo, antes o después de actuar miramos a ver si obramos bien o mal. No se trata de comprobar si lo que decimos está bien construido gramaticalmente o el artefacto que hemos hecho está técnicamente compuesto, sino a si hemos obrado bien o mal. Todas nuestras acciones tienen esa doble dimensión técnica y moral. La moralidad es una propiedad que sólo poseen las acciones de las personas; ninguna otra criatura puede querer y, por tanto, no puede querer bien ni mal. Dios nos ha dado la libertad para que, actuando bien, consigamos nuestra perfección humana y sobrenatural, logremos nuestro fin que es ser felices en la tierra y felices después de la muerte en el cielo. Tenemos, de un lado, la libertad como el instrumento para perfeccionarnos y, de otro, ese código de moralidad grabado en nuestro corazón, como punto de referencia para nuestras acciones. Al actuar sabemos si actuamos bien o no, y que hay Alguien, que es Dios, que también observa y sabe de nuestro comportamiento. Y que no se trata sólo de estar uno contento consigo mismo, sino de si verdaderamente Dios está contento de nuestro actuar.
Posted on: Tue, 01 Oct 2013 15:41:08 +0000

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